Historia XI:Provincia de Holanda

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Holanda, formada por la llanura baja entre el Zuydersee y el mar del Norte, era por sí sola de tanta población y más rica que todas las otras provincias juntas. A partir del siglo XVI los holandeses tenían marina. Vivían sobre todo de la pesca del arenque y del comercio de la madera que iban a buscar al Báltico. Pero se hicieron mucho más ricos cuando los Países Bajos del sur quedaron arruinados (véase capítulo VI).

Los protestantes de los territorios belgas, refugiados sobre todo en Amsterdam, formaron una población nueva de artesanos y de comerciantes. Establecieron refínerias de azúcar, luego fábricas de tabaco, serrerías movidas por molinos de viento para serrar las maderas importadas del norte, y más tarde se estableció la industria de la talla de los diamentes. Amsterdam vino a ser el mayor puerto comercial de Europa. Sus barcos iban al Báltico y a Suecia, a Dantzig a recoger los trigos de Polonia, al mar Blanco en busca de las maderas de Rusia, al mar del Norte a la pesca del arenque, a los puertos del Mediterráneo en busca de las mercancías de Asia que llegaban a Esmirna. Recibía de Alemania, por los ríos, las maderas y los vinos del Rin.

Había en Holanda otras ciudades importantes: —Rotterdam, gran puerto en la desembocadura del Mosa y del Escalda, —Delft, donde se hacían las porcelanas, —Harlem, donde se tejían las famosas telas de Holanda, —Leyden, célebre por su Universidad.




Los holandeses, con sus barcos, hacían casi todo el comercio de Europa. Se les apellidó los «caminantes de los mares». El país, enriquecido por el comercio, tuvo una abundancia de dinero desconocida para todos los demás países en aquella época.

El interés pagado por las deudas de Estado bajó al 4 por 100, lo cual no se conocía entonces en ningún país. El interés del dinero colocado en negocios bajó al 3 y al 2 por 100. El Banco de Amsterdam, fundado en 1609, tuvo una cantidad de dinero inaudita para la época, y vino a ser el modelo que los otros países intentaron imitar.

La población aumentó muy rápidamente, y se hizo más numerosa en las ciudades que en el campo. Los dos tercios de los habitantes vivían en aquéllas, proporción que no se daba entonces en ningún otro país de Europa.

Para alimentar aquella población era precisa una gran abundancia de productos agrícolas. Se trató de aumentar la extensión de las tierras desecando las partes inundadas por el mar. Se construyeron diques enormes que ponían a resguardo vastos terrenos por bajo del nivel del mar. Aquellos terrenos, llamados «polders», se dedicaron sobre todo a pastos, y en ellos pastaban vacas lecheras. La cría de ganado vino a ser ocupación principal de los campesinos holandeses. Entonces empezó la fama de los quesos de Holanda.

La riqueza de las ciudades fué provechosa para los aldeanos. Holanda llegó a ser el país de las huertas y del cultivo de las flores. El tulipán era buscado sobre todo, y de él se cultivaban campos enormes en los alrededores de Harlem. En 1637 la pasió fué tan enorme que se empezó a especular sobre las cebollas de tulipanes, y una cebolla llegó a venderse en 4.200 florines (cerca de 9.000 pesetas). Otra llegó a valer 13.000 florines.

Holanda sobrepujo de tal modo en riqueza a las otras provincias, hubo tal costumbre en los otros países de ver a los marinos holandeses, que se acabó por confundir a Holanda con la totalidad de la Unión, y se empezó a llamar holandeses a todos los naturales de las Provincias Unidas.

Cada ciudad se gobernaba como una pequeña república. Tenía su Consejo formado por los ricos burgueses, su burgomaestre, su milicia burguesa, sus compañías de soldados. Una aristocracia de familias burguesas ricas gobernaba las ciudades, resolvía los asuntos, administraba justicia, regía la religión y el comercio, sin consultar a los vecinos.

Para los asuntos comunes a toda Holanda, las ciudades enviaban diputados que formaban la Asamblea de los Estados de Holanda. Se reunía en La Haya, que no tenía las prerrogativas de ciudad, por lo que se decía que La Haya era «la aldea más hermosa de Europa». En aquella asamblea cada ciudad tenía los mismos derechos; pero la más poderosa, Amsterdam, por miedo a que las otras la dejasen en minoría, había hecho establecer como regla que no podía ser tomada ninguna resolución sino por unanimidad de las ciudades.

Los diputados, casi todos ricos burgueses o comerciantes, no tenían instrucción suficiente para dirigir por sí los asuntos. La asamblea tenía a su servicio un funcionario llamado el «Abogado de Holanda», que más tarde fué llamado Pensionario del Consejo, porque percibía una pensión. Era un abogado consultor, encargado de aconsejar acerca de los asuntos de la provincia. No tenía ninguna autoridad oficial, pero asistía a las sesiones, recogía los votos de los diputados y llevaba acta de las deliberaciones. Como se le consultaba siempre, se acabó por dejarle que decidiera. Como ocurre hoy en los municipios rurales, donde se dejan todos los asuntos en manos del secretario de la alcaldía, el pensionario vino a ser el verdadero jefe del Gobierno de Holanda.