Historia Verdadera del México Profundo/16

​Historia Verdadera del México Profundo​ de Guillermo Marín Ruiz
La colonia

16. LA COLONIA.

A partir del 13 de Agosto de 1521 en lo que hoy es México; las leyes, las instituciones y las autoridades, producto de más de siete mil quinientos años de desarrollo cultural y civilizatorio; que sirvieron para estimular el desarrollo de nuestros Viejos Abuelos, fueron desechadas y proscritas. En su lugar, primero el conquistador y luego el colonizador, impusieron sus propias leyes, instituciones y autoridades, que no eran las de España. Este nuevo orden jurídico y social, estaba diseñado especialmente para regular la explotación de los vencidos y la depredación de sus recursos naturales, a mano de los españoles y en favor de la corona española. Este orden colonial se mantiene hasta nuestros días de manera maquillada, pero igual de eficaz.

Los indígenas, vencidos y los aliados de los invasores, pronto se dieron cuenta de su grave error, pero era ya muy tarde. La sociedad colonial hispánica nace en México, en las personas de los conquistadores. Ayer la escoria más ruin de la España Medieval, aventureros ignorantes y voraces miserables; hoy convertidos en granfgu ÐUg‚qtguÑ. gp cniwpqu casos, con más riqueza y gente a su servicio que la propia nobleza española. Los pleitos y las intrigas serán comunes entre los mismos conquistadores primero, y después con la burocracia real y los comerciantes e inversionistas, que inmediatamente empezaron a llegar, desplazaron a los conquistadores y a sus descendientes.

Estas historias son una “tragedia” para muchos conquistadores que se vieron desplazados por los burócratas y cortesanos que empezaron a llegar a La Nueva España. El caso más evidente, es el del propio Hernán Cortés. Sus problemas con el Virrey Antonio de Mendoza, sus excesos y sus enemigos, lo alcanzaron al final de su vida. Murió en España el 2 de diciembre de 1547, a los 62 años, sin gloria alguna, pobre y perseguido por la justicia ya que sus enemigos lo sometieron a un largo y burocrático “juicios de residencia”.[1] El despojo, la injusticia, la ilegalidad, la violencia, fueron los cimientos con los que se construyó la Colonia en México; y esto, no sólo con los indígenas y negros, sino con los propios españoles criollos, lo que tres siglos después producirá la guerra de independencia, entre criollos y españoles.

“A los españoles también daño profundamente [el oro], si no en lo físico en lo moral. Cortés no sólo robó todo lo que pudo a sus propios soldados, como ya vimos, sino que también halló el modo de extorsionarlo a sus propios aliados, a quienes todo debía. Fernando de Alva Ixtlixóchitl da fe que cuando su bisabuelo homónimo solicito que liberara a su hermano Coanacochtzin, Cortés se negó, alegando que era prisionero del rey, y cuando le suplicó que al menos le quitara los grillos que lo tenían llagado, Cortés accedió, pero a cambio de oro constante y sonante.” (José Luís Guerrero. 1990.)

Durante estos trescientos años, los pueblos anahuacas fueron tratados, primero como animales, hasta que se demostró jurídicamente en el Vaticano que tenían alma, y después como seres primitivos vencidos, que no tenían ningún derecho en el nuevo orden colonial. Se les trató de exterminar, no sólo físicamente, sino se fundamentalmente se trató de destruir sus culturas y su civilización.

“Sepúlveda utilizó las obras de los primeros cronistas de Indias, particularmente las de Oviedo, para demostrar la superioridad de la civilización española sobre las culturas americanas y para denigrar a los indígenas. Con los datos de Oviedo y las concepciones humanísticas acerca de los pueblos civilizados, mostró que los indios americanos carecían de ciencias, escritura y leyes humanitarias, lo cual los incapacitaba para constituir sociedades justas y racionales. Por el contrario, señaló que era adictos a la idolatría y practicaban sacrificios humanos y el canibalismo, acusaciones que hoy se asemejarían a las de crímenes contra la humanidad. Como carecían de las cualidades indicativas de la vida civilizada, merecían ser subyugados y gobernados por los españoles.” (Enrique Florescano. 1987)

Los anahuacas perdieron la libertad, el derecho a educarse, mantener su cultura, su idioma, la propiedad de la tierra y de todas sus posesiones materiales y espirituales; las mujeres fueron sistemáticamente violadas y los hombres y niños fueron obligados a realizar trabajos forzados hasta la muerte sin ninguna paga, más que la evangelización. Las leyes, las autoridades y las instituciones muy pocas veces estuvieron de su parte. Estas son las raíces más profundas del país que crearon los criollos posteriormente en 1821 y explican hasta la actualidad, la pobreza e injusticia que vive México.

   
“En Chichicapan, no sólo fatigaron a los indios con el trabajo de las minas y los repartimientos, sino que destruyeron las sementeras, talaron los campos y se apoderaron del ganado y demás bienes de los escasos vecinos [indios] que quedaron vivos. Cuando el laboreo de las minas cesó, el templo y el convento estaban casi en ruinas, el asiento del pueblo convertido en pantanos, y los campos repartidos entre los mineros [españoles], que lo habían aprovechado para estancias de ganado. Aun mucho después, Burgoa tuvo que demandar a un español, dueño de una de estas estancias, porque no satisfecho con el terreno que había usurpado, se apoderaba del ganado de algunos miserables indios con el pretexto de que ‘las mulillas y machuelos de éstos [de los indios] eran hijos de sus burros’, lo que tampoco era cierto.
Los abusos de los repartimientos no eran privativos del valle de Oaxaca, pues de la misma o de distinta manera eran siempre vejados en sus intereses los indios de la Sierra y de la Mixteca. Aquel fácil y lucrativo comercio que habían inventado los españoles, de vender sus mercaderías, distribuyéndolas por fuerza entre los indios, aunque no las necesitasen, a precios obligatorios señalados al arbitrio del vendedor, estaba muy extendido y perseveró hasta el último siglo de dominación española.” (José Antonio Gay. 1881)

Los españoles no cancelaron el sistema de tributos aztecas, por el contrario, lo hicieron más pesado y lo extendieron, poco a poco, a todos los confines de México. Desde el siglo XVI los pueblos originarios han sido condenados a través de la injusticia al despojo, la marginación y la explotación física y de sus recursos naturales en favor de sus colonizadores. Se supone que de 1521 a 1621, los españoles cometieron uno de los mayores genocidios de la humanidad, exterminando a cuchillo, con trabajos forzados y especialmente con enfermedades que trajeron de Europa, a 20 millones de seres humanos. México no volvió a tener esta población, hasta la década de 1940.

“Estos indios, escarmentados por los sufrimientos que tuvieron, llegaron a cobrar gran odio a los blancos, confundiendo en una común malevolencia también a los sacerdotes. Juzgaban que el oro era el único móvil de los primeros; y así, resolvieron llenarles las manos de riquezas, guardar exteriormente todas las formalidades de cristianos y continuar en lo privado sus viejos usos.” (José Antonio Gay. 1881)

Sin embargo, los Viejos Abuelo, a pesar de los pesares, y en una prodigiosa y heroica lucha de resistencia, lograron mantener viva su cultura milenaria, en el abigarrado y complejo sincretismo cultural; no sólo en las comunidades indígenas y campesinas del presente, sino en la misma sociedad mestiza. Podemos suponer que en el siglo XVI, en vez de haber un “descubrimiento” hubo un “encubrimiento”. Que los españoles estructuraron un férreo sistema colonial, para extraer la riqueza de México y muy pocas veces, para desarrollar y mejorar a sus habitantes originarios y su civilización milenaria. Sin embargo, pese a la adversidad, los Viejos Abuelos iniciaron un descomunal e inteligente sistema de resistencia cultural al someter a las leyes, autoridades e instituciones a la corrupción.[2] En efecto, el proyecto de crear La Nueva España, de los restos del Anáhuac, nunca se pudo cumplir cabalmente, por la corrupción en la que se vivió.

“De esta manera la forma corrupta en que se implementó el orden colonial, tanto entre los españoles como en contra de los indios, permitió que nunca se consolidara el nuevo proyecto civilizatorio. Los propios españoles corrompieron la ley, las instituciones y la autoridad; esto permitió de alguna forma la supervivencia de la cultura indígena, quienes implementaron desde una elaborada y compleja estrategia de resistencia, que tenía dos grandes vertientes. La primera era tratar de conservar de manera “disfrazada o camuflajeada”, los valores más importantes de su cultura ancestral en el nuevo orden colonial; y la segunda fue, corromper lo más que se pudiera las leyes, instituciones y autoridades de sus opresores, sabedores de que era el único medio que tenían a su alcance para enfrentar a los españoles, y sabotear el proyecto de la construcción de la Nueva España, donde ellos no tenían cabida.” (Guillermo Marín. 2001)

El período colonial, lejos de vivir una resignada paz, fue una escabrosa adaptación de un pueblo que había vivido en soberana libertad por miles de años, transitando a través de una sólida educación familiar y una rígida y escrupulosa estructura social; con respetadas y antiquísimas normas morales, sociales, éticas y religiosas, con antiguas leyes, con solventes instituciones y con honestas autoridades reconocidas y aceptadas; A una nueva realidad, en la que los pueblos invadidos y vencidos, no tenían ningún derecho. Su Leyes, Instituciones y Autoridades fueron brutalmente destruidas y desmanteladas, en su lugar el invasor impuso aquellas que les servían para la explotación. Durante los últimos quinientos años, primero los indígenas y luego los mestizos han creado, recreado y mantenido una amplia y compleja “cultura de resistencia”. Como diría el Dr. Guillermo Bonfil Batalla, “incorruptibles en sus espacios propios y sumamente corruptos en los espacios culturales ajenos”. Como el mexicano acepta, sin aceptar -la imposición colonizadora-, y en la voz popular se dice, “Sí, pero no”.

“Así, la conformación de la sociedad novohispana fue un proceso tortuoso, conflictivo, con múltiples ensayos, experimentos y fracasos. Fue el resultado de las polémicas de teólogos y juristas sobre la naturaleza de “los justos títulos” del rey al dominio de las Indias; de los desacuerdos y pugnas entre colonos, funcionarios y religiosos; de la necesidad de adecuar instituciones españolas al nuevo entorno. Y sobre todo, de las dificultadas prácticas de gobernar y controlar una numerosa población indígena que, aunque vencida, no había sido asimilada y frecuentemente presentaba una resistencia mucho más eficaz de lo que podría pensarse, aferrándose a sus tierras, formas de gobierno, creencias y costumbres.” (Felipe Castro. 1996)

El periodo colonial representa para las comunidades indígenas un verdadero holocausto. La historia de las permanentes rebeliones no fue registrada en la “historia oficial”. Sin embargo, cada pueblo y en diversas formas, mantuvieron diferentes tácticas de resistencia, porque a pesar de la misma matriz cultural de los vencidos, éstos no actuaban homogéneamente.

“Así como no todos los grupos étnicos reaccionaron de manera uniforme ente el avasallamiento, en el interior de cada uno hubo distintas respuestas... como la huida hacia zonas de refugio, la migración temporal o permanente, el repliegue en el espacio comunal, el aprovechamiento de las ventajas relativas que les daba el propio sistema legal español, el bandolerismo y el tumulto...Todas fueron variantes de un mismo propósito: sobreponerse a la brutal conmoción provocada por la conquista, sobrevivir, mantener cierta autonomía, reconstruir su identidad... Los españoles mostraron una voluntad hegemónica que iba más allá de la ambición puramente material; para ellos, el sometimiento de los indios era un objetivo en sí mismo... A la vez, los indígenas renunciaban a los aspectos exteriores, más visibles y por ende más expuestos de su cultura. Se replegaban dentro de cada comunidad, trataban de reducir al mínimo el contacto con los españoles, procuraban escamotear su vida interna de los ojos inquisitivos, delegaban la representación colectiva de sus intereses y el espinoso problema de tratar con los amenazantes poderes externos al reducido grupo de los oficiales de república... En conjunto, los pueblos elaboraron su propia versión del “obedezco pero no cumplo”: la sumisión y respeto a las autoridades civiles o eclesiásticas eran casi tan grandes como la falta de ejecución real de sus órdenes. Marcello Carmagnani señala con atingencia que hablar de “resistencia pasiva” resume en forma poco clara esta lucha diaria, que se centraba en asuntos aparentemente menores pero que apuntaba hacia la reconstrucción de su identidad étnica, y en este proceso reelaborar y proyectar al futuro un patrimonio común, una nueva cultura diferente de la prehispánica pero no por ello menos india que la precedente.
Los españoles mostraron una voluntad hegemónica que iba más allá de la ambición puramente material; para ellos, el sometimiento de los indios era un objetivo en sí mismo.
Todas (las rebeliones) fueron variantes de un mismo propósito: sobreponerse a la brutal conmoción provocada por la conquista, sobrevivir, mantener cierta autonomía, reconstruir su identidad.” (Felipe Castro. 1996)

El dominio español en la colonia fue abrumador y absoluto, llegando a

extremos tan inhumanos, que sólo evidencian la miseria espiritual de los propios españoles que realizaron la invasión. Para finales de la Colonia se calcula que en la Nueva España existían aproximadamente seis millones de personas, de ellas, según el censo de 1793 había ocho mil peninsulares, que controlaban el poder político, económico y social de toda la población.

Los trescientos años de Colonia fueron un verdadero infierno para los pueblos invadidos. Toda su cultura, conocimientos y su historia milenaria, pasaron a ser representaciones demoníacas. En la práctica no tuvieron ningún derecho ante la ley del colonizador. Su lugar en el nuevo orden era de esclavos y de seres primitivos, en permanente sospecha y desconfianza; dado que la cultura indígena siempre representó para los españoles, además de un atraso, una liga con lo diabólico y lo perverso.

“La vitalidad del antiguo sustrato cultural está presente en las prácticas que los antropólogos han llamado sincretismo. Estas revitalizaciones de la antigua cultura buscan incorporarla en el presente por el procedimiento de encubrirla con un barniz cristiano que permita su aceptación en la sociedad dominante.” (Enrique Florescano. 1987)

Sin embargo, para el siglo XVIII los criollos iniciaron una conciencia de “la patria”, en contraposición con los gachupines.[3] El malestar que surgió a mediados del siglo XVI entre los hijos de los conquistadores nacidos en México y los españoles que llegaban de ultramar a “hacer la América” y que tuvo posteriormente en Francisco Javier Clavijero (1731-1787) al primer historiador “criollo-mexicano”, quien empieza a reclamar La Nueva España para los criollos. Clavijero escribe “La Historia Antigua de México”, pero a diferencia de los misioneros y conquistadores, Clavijero le empieza a dar a la historia antigua del Anáhuac una pertenencia al espíritu rebelde que se gestaba en los criollos de la Nueva España. En la dedicatoria del texto escribe “Una historia de México escrita por un mexicano”.

“A ese conjunto de valores y símbolos integradores, los criollos del siglo XVIII le agregaron la idea de que la patria tenía un pasado remoto, un pasado que al ser asumido por ellos dejó de ser sólo indio para convertirse en criollo y mexicano.
Así, al integrar a la noción de patria la antigüedad remota, los criollos expropiaron a los indígenas su propio pasado e hicieron de él un antecedente prestigioso de la patria criolla. La patria criolla disponía ahora de un pasado remoto y noble, de un presente unificado por valores culturales y símbolos religiosos compartidos, y podía por tanto reclamar legítimamente el derecho de gobernar su futuro.” (Enrique Florescano. 1987)

En el proyecto de construir “La Nueva España”, los indígenas sólo se les permitió poner la mano de obra y sus recursos naturales gratuitamente, las ideas eran totalmente importadas de Europa. Los pueblos indígenas se les condenó a perder sus idiomas, su memoria histórica, sus conocimientos, sus espacios físicos y sociales, y desde luego su religión, y para el siglo XVIII los criollos empezaron a expropiarles hasta la historia antigua. Tenían que dejar de ser lo que habían sido por milenios, para pasar a ser resignados y sumisos esclavos de los colonizadores. El proyecto fue literalmente desaparecer todo vestigio de la milenaria civilización originaria. Sin embargo, no fue así. El árbol milenario de la civilización del Anáhuac fue derribado por el colonizador con el leguaje del hacha. Pero la raíz que se guarda bajo la Madre tierra, mantuvo con vida al pedazo de tronco que tercamente permaneció. Y de lo más profundo llegó con fuerza impetuosa la vida y el tronco floreció. La civilización del Anáhuac no murió y sobrevivió a la Colonia.


  1. Procedimiento judicial del Derecho castellano e indiano, que consistía en que al término del desempeño de un funcionario público se sometían a revisión sus actuaciones y se escuchaban todos los cargos que hubiese en su contra.
  2. Ver: “La corrupción en México, como una estrategia de resistencia cultural”. Guillermo Marín. INLUSA. Oaxaca. Méx. 2001
  3. En el sistema de castas coloniales de la América española, un peninsular era un español nacido en la península española o continental, en contraposición a una persona de ascendencia española nacida en el continente americano o las Filipinas (conocidos como criollo o criollos).