La Guerra de Cien Años había destruido muchas aldeas y hecho perecer a una parte de los aldeanos. Después de que la paz se hubo restablecido, la población aumentó en los campos y las tierras volvieron a cultivarse. A medida que el dinero llegado de América se hizo más abundante, aumentó el precio del trigo, del vino y del ganado.



Quedaban muy pocos siervos, pero los aldeanos continuaban casi en todas partes debiendo a los señores rentas y prestaciones. Las rentas en especies seguían siendo tan pesadas como en otro tiempo; pero allí donde se había establecido el pago en dinero, como éste disminuía de valor, se hacía más fácil a los aldeanos pagar. El que había de satisfacer, por ejemplo, 10 sueldos al año, seguía no pagando más que 10 sueldos, aun cuando esta moneda, en el siglo XVI, tuviera mucho menor valor que en el XV. Una parte de los aldeanos, por lo tanto, se aprovechó del alza de los precios.

La masa de los arrendadores y colonos siguió en estado miserable. El jurisconsulto Loiseau escribía en 1612: "Los hemos oprimido tanto con los tributos y la tiranía de los gentiles-hombres, que hay ocasión de maravillarse de cómo pueden subsistir y cómo se encuentran labradores que nos alimenten".