Guía espiritual/Libro III

Guía Espiritual : Libro III - De los espirituales martirios con que Dios purga a las almas, de la contemplación infusa y pasiva, de la resignación perfecta, humildad interna, divina sabiduría, verdadera aniquilación e interior paz
de Miguel de Molinos
Libro III


Capítulo I

 

La diferencia que hay del hombre exterior al interior

 

1. Hay dos maneras de espirituales personas, unas interiores y exteriores otras. Estas buscan a Dios por afuera, por el discurso, imaginación y consideración. Procuran con gran conato para alcanzar las virtudes muchas abstinencias, maceración de cuerpo y mortificación de los sentidos. Se entregan a la rigurosa penitencia, se visten de cilicios, castigan la carne con disciplinas, procuran el silencio y llevan la presencia de Dios, formándole presente en su idea o imaginación, ya como pastor, ya como médico, ya como amoroso padre y señor. Se deleitan de hablar continuamente de Dios, haciendo muy de ordinario fervorosos actos de amor. Todo lo cual es arte y meditación.

2. Por este camino desean ser grandes, y a fuer de voluntarias y exteriores mortificaciones van en busca de los sensibles afectos y fervorosos sentimientos, pareciéndoles que sólo cuando los tienen reside Dios en ellos.

3. Este es camino exterior y de principiantes, y aunque es bueno no se llegará por él a la perfección, ni aun se dará un paso, como lo manifiesta la experiencia en muchos que después de cincuenta años de este exterior ejercicio se hallan vacíos de Dios y llenos de sí mismos, y sólo tienen de espirituales el nombre.

4. Hay otros espirituales verdaderos que han pasado por los principios del interior camino, que es-el que conduce a la perfección y unión con Dios, al que los llamó el Señor por su infinita misericordia de aquel exterior camino en que se ejercitaron primero. Estos, recogidos en lo interior de sus almas, con verdadera entrega en las divinas manos, con olvido y total desnudez, aun de sí mismos, van siempre con levantado espíritu en la presencia del Señor, por fe pura, sin imagen, forma ni figura, pero con gran seguridad fundada en la interior tranquilidad y sosiego, en cuyo infuso recogimiento tira el espíritu con tanta fuerza, que hace recoger allá dentro el alma, el corazón, el cuerpo y todas las corporales fuerzas.

5. Estas almas, como han pasado ya por la interior mortificación y Dios las ha purgado con el fuego de la tribulación, con infinitos y horribles tormentos, recetados todos de su mano y a su modo, son señoras de sí mismas porque en todo se han vencido y negado, y así viven con gran sosiego y paz interior. y aunque en muchas ocasiones sienten repugnancia y tentaciones, salen presto vencedoras, porque como ya son almas probadas y dotadas de la divina fortaleza, no pueden durar los movimientos de las pasiones. y si bien pueden perseverar por largo tiempo las vehementes tentaciones y penosas sugestiones del enemigo, quedan todas vencidas con infinita ganancia, porque ya es Dios el que dentro de ellas pelea.

6. Han alcanzado ya estas almas una gran luz y conocimiento verdadero de Cristo Señor nuestro, así de la divinidad como de la humanidad. Ejercitan este infuso conocimiento con silencio quieto, en el interior retiro y parte superior de sus almas, con un espíritu libre de imágenes y exteriores representaciones, y con un amor puro y desnudo de todas las criaturas. Se levantan, aun de las acciones exteriores, al amor de la humanidad y divinidad. Tanto cuanto conocen aman, y tanto cuanto gozan se olvidan, y en todo experimentan que aman a su Dios con todo su corazón y espíritu.

7. Estas felices y elevadas almas no se alegran de nada del mundo, sino del desprecio y de verse solas, y que todos las dejen y olviden. Viven tan desapegadas que aunque reciben continuamente muchas gracias sobrenaturales, no se mudan ni se inclinan a ellas más que si no las recibieran, conservando siempre en lo íntimo del corazón una grande bajeza y desprecio de sí mismas, humilladas siempre en el abismo de su indignidad y vileza.

Del mismo modo se están quietas, serenas y con igualdad de ánimo en las glorias y favores extraordinarios, como en los más rigurosos y acerbos tormentos. No hay nueva que las alegre ni suceso que las entristezca. Las tribulaciones no las perturban, ni la interior, continua y divina comunicación las desvanece, quedando siempre llenas del santo y filial temor en una maravillosa paz, confianza y serenidad.

 

 

Capítulo II

 

Prosigue lo mismo

 

9. En el exterior camino procuran hacer continuos actos de todas las virtudes, una después de la otra, para llegar a conseguirlas. Pretenden purgar las imperfecciones con industrias proporcionadas a su destrucción. Los apegos procuran desarraigarlos de uno en uno con diferencia y opuesto ejercicio; pero nada llegan a conseguir por mucho que se cansan, porque nosotros nada podemos hacer que no sea imperfección y miseria.

10. Pero en el interior Camino y recogimiento amoroso en la divina presencia, como es el Señor el que obra, se establece la virtud, se desarraigan los apegos, se destruyen las imperfecciones y se arrancan las pasiones, y el alma se halla libre y desapegada, cuando se ofrecen las ocasiones, sin haber jamás pensado el bien que Dios por su infinita misericordia la tenía preparado.

11. Has de saber que estas almas, aunque tan perfectas, como tienen luz verdadera de Dios, con esa luz misma conocen profundamente sus miserias, flaquezas e imperfecciones, y lo mucho que les falta para llegar a la perfección a que caminan; se descontentan y aborrecen a sí mismas, y se ejercitan en amoroso temor de Dios y propio desprecio, pero con una verdadera esperanza en Dios y desconfianza de sí mismas.

12. Tanto cuanto se humillan con el verdadero desprecio y propio conocimiento, tanto más agradan a Dios y llegan a estar con singular respeto y veneración en su presencia.

13. Todas las buenas obras que hacen y lo que continuamente padecen, así en lo interior como en lo exterior, no lo estiman en nada delante aquella divina presencia.

14. Su continuo ejercicio es entrarse dentro de sí en Dios con quietud y silencio; porque allí está su centro, su morada y sus delicias. Más estiman este interior retiro que hablar de Dios. Retíranse en aquel interno secreto y centro del alma para conocer a Dios y recibir su divina influencia con temor y amorosa reverencia. Si salen fuera, es sólo al conocimiento y desprecio de sí mismas.

15. Pero sabrás que son pocas las almas que llegan a este dichoso estado, porque son pocas las que quieren abrazar el desprecio y dejarse labrar y purificar; por cuya causa, aunque son muchas las que entran en este interior camino, es rara la que pasa adelante y no se queda en los principios. Dijo el Señor a una alma: Este interior camino es de pocos, y aun de raros; es tan alta gracia, que no la merece ninguno; es de pocos, porque no es otra cosa este camino que una muerte de los sentidos, y son pocos los que as quieren morir y ser aniquilados, en cuya disposición se funda este tan soberano don.

16. Con esto te desengañarás y acabarás de conocer la diferencia grande que hay del camino exterior al interior, y cuán diferente es la presencia de Dios que nace de la meditación de la presencia de Dios infusa y sobrenatural, nacida del interior e infuso recogimiento y de la pasiva contemplación. y finalmente sabrás la diferencia grande que hay del hombre exterior al interior.

 

 

Capítulo III

 

El medio para alcanzar la interior paz no es el gusto sensible ni el espiritual consuelo, sino la negación del amor propio

 

17. Dice San Bernardo que servir a Dios no es otra cosa que hacer bien y padecer mal. El que quiere caminar a la perfección por dulzura y consuelo vive engañado. No has de querer de Dios otro consuelo que acabar la vida por su amor en estado de verdadera obediencia y sujeción.

18. No fue el camino de Cristo Señor nuestro el de la dulzura y suavidad, ni fue ése al que nos convidó con sus palabras y ejemplo cuando dijo: El que quisiere venir después de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Matth. 24,26). Al alma que quiere unirse con Cristo le conviene conformarse con él, siguiéndole por el padecer.

19. Apenas comenzarás a gustar la dulzura del divino amor en la oración, cuando el enemigo con su cautelosa astucia te pondrá deseos de desierto y soledad, para que puedas sin embarazo de nadie tender las velas a la continua y gustosa oración.

20. Abre los ojos y advierte que este consejo y deseo no se conforma con el verdadero consejo de Cristo Señor nuestro, el cual no nos convidó a seguir la dulzura y consuelo de la propia voluntad, sino a la propia negación, diciendo: Abneget semetipsum. Como si dijera: el que quisiere seguirme y venir a la perfección, venda totalmente su propio arbitrio y, dejando todas las cosas, se exponga en todo al yugo de la obediencia y sujeción por la propia negación, la cual es la más verdadera cruz.

21. Muchas almas se hallarán dedicadas a Dios que reciben de la divina mano grandes sentimientos, visiones y mentales elevaciones, y con todo eso no las habrá el Señor comunicado la gracia de hacer milagros, penetrar los escondidos secretos y de anunciar los futuros sucesos, como a otras almas que pasaron constantes por la tribulación, tentación y verdadera cruz, en estado de perfecta humildad, obediencia y sujeción.

22. ¡Oh, qué gran dicha es ser súbdita y sujeta! ¡Qué gran riqueza el ser pobre! ¡Qué grande honra el ser despreciada! ¡ Qué alteza el estar abatida! ¡Qué consuelo el estar afligida! ¡Qué sublime ciencia el estar reputada por necia! y finalmente ¡qué felicidad de felicidades el ser con Cristo crucificada! Esta es aquella dicha de que el Apóstol se gloriaba: Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Jesu Christi (Ad Galat. 6, 14). Gloríense los otros en sus riquezas, dignidades, delicias y honras, que para nosotros no hay más honra que ser con Cristo negados, despreciados y crucificados.

23. Pero –¡ay dolor!– que apenas se hallará un alma que desprecie los espirituales gustos y quiera ser negada por Cristo, abrazando su cruz con amor: Multi sunt vocati, paua vero electi (Matth. 22), dice el Espíritu Santo. Son muchos los llamados a la perfección, pero pocos los que llegan, porque son pocos los que abrazan la cruz con paciencia, constancia, paz y resignación.

24. Negarse a sí mismo en todas las cosas, estar sujeto al parecer ajeno, mortificar continuamente todas las pasiones interiores, aniquilarse en todo y por todo a sí mismo, seguir siempre lo que es contrario a la propia voluntad, al apetito y juicio propio, es de pocos; muchos son los que lo enseñan, pero pocos los que lo practican.

25. Muchas almas emprendieron y emprenden cada día este camino y perseveran mientras gustan la sabrosa dulzura de la miel del primitivo fervor; pero apenas cesa esta suavidad y sensible gusto, por la tempestad que sobreviene de la tribulación, tentación y sequedad (necesarias para llegar al alto monte de la perfección), cuando declinan y vuelven las espaldas al camino: señal manifiesta que se buscaban a sí mismas y no a Dios ni a la perfección.

26. P1egue a Dios que las almas que tuvieron luz y fueron llamadas a la interior paz, y (por no estar constantes en la sequedad y en la tribulación y tentación) volvieron atrás, no sean echadas a las tinieblas exteriores, como el que fue hallado sin vestidura de boda, aunque era siervo, por no haberse dispuesto, dejándose llevar del amor propio.

27. Este monstruo se ha de vencer. Esta hidra de siete cabezas del amor propio se ha de degollar para llegar a la cumbre del alto monte de la paz. Cébase en todo este monstruo. Ya se introduce entre los deudos, que impiden extrañamente con su comunicación, a que el natural se deja llevar con facilidad. Ya se mezcla con buena cara de gratitud en la afición apasionada y sin límite al confesor. Ya en la afición a las vanaglorias espirituales sutilísimas; ya a las temporales y honrillas muy delicadas, apegadas todas a los huesos. Ya se apega a los gustos espirituales, y aun se asienta en los mismos dones de Dios y gracias gratis datas. Ya desea con demasía la conservación de la salud y con disimulo el tratamiento y propia comodidad. Ya quiere parecer bien con sutilezas muy delicadas. Y finalmente se apega con notable propensión a su propio juicio y parecer en todas las cosas cuyas raíces están entrañadas en la propia voluntad. Todos son efectos del amor propio y, si no se niegan, es imposible subir a la alteza de la perfecta contemplación, a la suma felicidad de la amorosa unión y al sublime trono de la interior paz.

 

 

Capítulo IV

 

De dos martirios espirituales con que Dios purga al alma que quiere consigo unirla

 

28. Ahora sabrás cómo suele Dios usar dos modos de purgar las almas que quiere perfeccionar y alumbrar para unirlas estrechamente consigo. El primero, del cual trataremos en éste y el siguiente capítulo, es con amargas aguas de aflicciones, tentaciones, angustias, apreturas e interiores tormentos.

29. El segundo, con fuego ardiente de inflamado amor, impaciente y hambriento. Tal vez se vale de entrambos en aquellas almas que quiere colmar de gracias, de amor, de luz y paz interior. Ya las mete en la lejía fuerte de tribulaciones y amarguras internas y externas, abrasándolas con el fuego de la rigurosa tentación; ya en el crisol del amor ansioso y celoso, apretándolas fuertísimamente, porque al paso que quiere el Señor que sea mayor la iluminación y unión de un alma, tanto es más fuerte el tormento y purgación, porque todo el conocimiento y” unión con Dios nace del padecer, que es la prueba verdadera del amor.

30. ¡Oh, si entendieses los provechos grandes de la tribulación! Esta es la que borra los pecados, purga al alma y obra la paciencia. Esta es la que en la oración la inflama, la dilata y hace ejercitar el más alto acto de caridad. Esta es la que alegra al alma, la acerca a Dios, la hace llamar y entrar en el cielo. Esta es la que prueba a los verdaderos siervos del Señor, y los hace sabios, fuertes y constantes. Esta es la que hace oír a Dios con presteza: Ad Dominum cum tribularer clamavi et exaudivit me (Psal. 119). Esta es la que aniquila, afina y perfecciona. Esta es finalmente la que hace a las almas de terrestres celestiales y de humanas divinas, transformándolas y uniéndolas con modo maravilloso a su humanidad y divinidad. Bien dijo San Agustín que la vida del alma sobre la tierra es la tentación.

31. Bienaventurada el alma que siempre es combatida, si resiste constante a la tentación. Este es el medio que el Señor toma para humillarla, aniquilarla, confirmarla, mortificarla, negarla, perfeccionarla y llenarla de sus divinos dones. Por este medio de la tribulación y tentación la llega a coronar y transformar. Persuádete que al alma para ser perfecta le son necesarias tentaciones y batallas.

32. ¡Oh alma bendita, si tú supieses estar constante y quieta en el fuego de la tribulación y te dejases lavar con el agua amarga de la aflicción, qué presto te hallarías rica de dones celestiales y qué presto haría en tu alma la bondad divina un rico trono y habitación hermosa para solazarse en ella!

33. Sabe que no tiene este Señor su reposo sino en las almas quietas, en aquellas que el fuego de la tribulación y tentación ha quemado la escoria de las pasiones y en aquellas que el agua amarga de las aflicciones ha consumido las manchas sucias de los desordenados apetitos. Y finalmente no descansa este Señor sino donde reina la quietud y está desterrado el propio amor.

34. Pero no llegará tu alma a este dichoso estado ni experimentará la preciosa prenda de la interior paz, aunque haya salido vencedora con la divina gracia de los exteriores sentidos, mientras no estuviere purificada de las desordenadas pasiones de la concupiscencia, de la estimación propia, de los deseos y cuidados, aunque espirituales, y de otros muchos apegos y ocultos vicios que están dentro de ella misma, impidiendo miserablemente la pacífica entrada de aquel gran Señor que quiere unirse y transformarse contigo.

35. Impiden también este gran don de la paz del alma las mismas virtudes adquiridas y no purificadas. También está el alma impedida por el desordenado deseo de los sublimes dones, por el apetito de sentir el espiritual consuelo, por el apego a las infusas y divinas gracias, entreteniéndose en ellas y deseando muchas otras para gozarlas. y finalmente por el deseo de ser grande.

36 ¡Oh, cuánto hay que purificar en un alma que ha de llegar al santo monte de la perfección y transformación con Dios! ¡Oh, qué dispuesta, desnuda, negada y aniquilada debe estar el alma para no impedir la entrada de este divino Señor y su continua comunicación!

37. Esta disposición de preparar al alma en su fondo para la divina entrada es necesario que la haga la divina sabiduría. Si un serafín no es bastante a purificar al alma, ¿cómo se purificará la misma alma, frágil, miserable y sin experiencia?

38. Por eso el mismo Señor te dispondrá y preparará pasivamente, sin que tú lo entiendas, con el fuego de la tribulación y tormento interior, sin más disposición de tu parte que el consentimiento en la interior y exterior cruz.

39. Experimentarás dentro de ti misma la pasiva sequedad, las tinieblas, las angustias, las contradicciones, la repugnancia continua, los interiores desamparos, las horribles desolaciones, las continuas e inoportunas sugestiones y vehementes tentaciones del enemigo. y finalmente te verás tan atribulada que no podrás alzar el corazón lleno de amargura, aun para hacer un mínimo acto de fe, esperanza ni de amor.

40. Aquí te verás desamparada y sujeta a las pasiones de impaciencia, ira, rabia, blasfemia y desordenados apetitos, pareciéndote ser la más miserable criatura, la mayor pecadora, la más aborrecida de Dios y desnuda de toda virtud, con pena casi de infierno, viéndote afligida y desolada, por pensar que has perdido del todo a Dios: éste será tu cruel cuchillo y más acerbo tormento.

41. Pero si bien te verás así oprimida, pareciéndote con evidencia ser soberbia, impaciente y airada, no tendrán fuerza ni lugar en tu alma estas tentaciones por la oculta virtud y don interior de la fortaleza que reina en lo Íntimo de ella, superando la más terrible pena y vehemente tentación.

42. Está constante, oh alma bendita, está constante, que nunca más amas ni estás más cerca de Dios que en semejantes desamparos; que si bien el sol está escondido por las nubes, no muda su lugar ni pierde por eso su hermoso resplandor. Permite el Señor este penoso desamparo en tu alma, para purgarte, limpiarte, negarte y desnudarte de ti misma, y que de este modo seas toda suya y del todo te entregues a él, así como su infinita bondad se da del todo-a ti para que seas sus delicias, que aunque tú gimes, te lamentas y lloras, él se alegra y goza en lo más secreto y escondido de tu alma.

 

 

Capítulo V

 

Cuán importante y necesario le sea al alma interior padecer a ciegas este primero y espiritual martirio

 

43. Para que el alma de terrestre se haga celestial y llegue a aquel sumo bien de la unión con Dios es necesario que se purifique en el fuego de la tribulación y tentación.

44. Y aunque es verdad y máxima experimentada que todos los que sirven al Señor han de padecer trabajos, persecuciones y tribulaciones, las dichosas almas que son guiadas de Dios por la vía secreta del interior camino y contemplación purgativa han de padecer sobre todo fuertes y horribles tentaciones y más atroces tormentos que aquellos con que se coronaron los mártires de la primitiva Iglesia.

45. Los mártires, a más de ser breve el tormento, que apenas era de días, se gozaban con clara luz y especial socorro en la esperanza de los vecinos y seguros premios. Pero el alma desolada, que ha de morir en sí misma y desnudar y limpiar el corazón, viéndose desamparada de Dios, cercada de tentaciones, tinieblas, angustias, congojas, afanes y rigurosas sequedades, prueba cada instante la muerte en su penoso tormento y tremenda desolación, sin experimentar un mínimo consuelo, con una aflicción tan grande que no parece su pena sino una prolongada muerte y continuo martirio. Pero –¡ay dolor!– qué raras son las almas que siguen a Cristo Señor nuestro con paz y resignación en semejantes tormentos.

46. Allá martirizaban los hombres y consolaba Dios al alma; ahora quien desconsuela es Dios, que se esconde, y los demonios como crueles sayones atormentan de mil modos al cuerpo y al alma, quedando dentro y fuera todo el hombre crucificado.

47. Te parecerán insuperables tus angustias e inconsolables tus aflicciones y que el cielo ya no llueve sobre ti. Te verás circuida de dolores, rodeada de tormentos internos, las tinieblas de las potencias, la impotencia de los discursos. Te afligirán las vehementes tentaciones, las penosas desconfianzas y los molestos escrúpulos; hasta la luz y el juicio te desampararán.

48. Todas las criaturas te darán molestia, los consejos espirituales te darán pena, la lección de los libros, aunque santos, no te consolará como solía; si te hablan de paciencia te afligirán sobre manera; el temor de perder a Dios por tus ingratitudes y malas correspondencias te atormentará hasta lo más íntimo de las entrañas. Si gimes y pides socorro a Dios, hallarás en vez de alivio la interior reprehensión y el disfavor como otra cananea, que al principio no la respondió y después la trató de perra.

49. y aunque en este tiempo no te desamparará el Señor, porque fuera imposible pasar un solo instante sin su ayuda, será tan oculto el socorro que no lo conocerá tu alma, ni será capaz de la esperanza y el consuelo, antes bien le parecerá estar sin remedio padeciendo como los condenados las penas del infierno, y las trocaría por las suyas a muerte violenta y le sería de mucho alivio, pero le parecerá imposible, como a ellos, el fin de las aflicciones y de los desconsuelos. (Circumdederunt me dolores mortis, et pericula inferni invenerunt me.) (Psal. J14)

50. Pero, oh alma bendita, si tú supieses cuánto eres amada y defendida de aquel divino Señor en medio de tus amorosos tormentos, los experimentarías tan dulces que sería necesario hiciese Dios un milagro para que vivieses. Está constante, oh alma dichosa, está constante y ten buen ánimo, que aunque a ti misma seas insufrible, serás de aquel sumo bien amparada, enriquecida y amada, como si no tuviera otra cosa que hacer que encaminarte a la perfección por los grados más altos del amor.

51. y si no vuelves la cara y perseveras con constancia sin dejar la empresa, sabe que haces a Dios el más agradable sacrificio, de tal manera que si este Señor fuera capaz de pena, no hallaría jamás quietud hasta la unión amorosa que haría con tu alma.

52. Si del caos de la nada ha sacado tantas maravillas su omnipotencia, qué hará en tu alma, hecha a su imagen y semejanza, si tú perseveras constante, quieta y resignada con el conocimiento verdadero de tu nada. Feliz el alma que, aun cuando turbada, afligida y desolada, se está constante allá dentro, sin salir fuera a buscar el exterior consuelo.

53. No te aflijas demasiado y con inquietud porque continúen estos martirios atroces; persevera en humildad y no te salgas fuera a buscar la ayuda, que todo tu bien está en callar, sufrir y tener paciencia con quietud y resignación. Ahí hallarás la divina fortaleza para superar tan acerba guerra; dentro de ti está el que por ti pelea, que es la misma fortaleza.

54. Cuando llegares a este penoso estado de la tremenda desolación, no le es prohibido a tu alma el llanto y el lamento, mientras en la parte superior estuvieses resignada. ¿Quién podrá sufrir la pesada mano del Señor sin el llanto y lamento? Se lamentó aquel gran campeón Job, y aun el mismo Cristo Señor nuestro en sus desamparos, pero fueron sus llantos resignados.

55. No te aflijas porque Dios te crucifique y pruebe tu fidelidad; imita a la cananea, que siendo desechada se humilló y le siguió, aunque la trató de perra. Es necesario beber el cáliz y no volver atrás. Si te quitaran las escamas de los ojos, como a San Pablo, verías la importancia del padecer y te gloriarías como él, estimando en más ser crucificado que ser del apostolado.

56. No está la dicha en gozar sino en padecer con quietud y resignación. Santa Teresa apareció después de muerta a un alma y la dijo que sólo la habían premiado las penas y que no había tenido un adarme de premio de cuantos éxtasis, revelaciones y consuelos había gozado acá en el mundo.

57. Aunque este penoso martirio de la horrible desolación y pasiva purgación es tan tremendo que con razón le dan nombre de infierno los místicos (porque parece imposible vivir un solo instante con tan atroz tormento, de tal manera que se puede decir con mucha verdad que el que lo padece vive muriendo y muriendo vive una prolongada muerte), con todo eso sabe que es necesario sufrirlo para llegar a la dulce, suave y abundante riqueza de la alta contemplación y amorosa unión; y no ha habido alma santa que haya llegado a este estado que no haya pasado por este espiritual martirio y penoso tormento. San Gregorio le padeció los dos últimos meses de su vida. Dos años y medio, San Francisco de Asís. Cinco, Santa Magdalena de Pacis. Santa Rosa del Perú, quince. y después de tantos prodigios que pasmaron al mundo, le padeció Santo Domingo hasta media hora antes de su feliz tránsito. Y así, si tú quieres llegar a ser lo que los santos fueron, es necesario sufrir lo que ellos sufrieron.

 

 

Capítulo VI

 

Del segundo martirio espiritual con que Dios purga al alma que quiere consigo unirla

 

58. El otro martirio, más útil y meritorio en las almas ya aprovechadas en la perfección y alta contemplación, es un fuego del amor divino que abrasa al alma y hace que pene con el mismo amor. Ya la aflige la ausencia del amado; ya la atormenta el suave, ardiente y dulce peso de la amorosa y divina presencia. Este dulce martirio la hace siempre suspirar; unas veces, si goza y tiene a su amado, con el gusto de tenerle, que no cabe en sí; otras, si no se manifiesta, con el ansia encendida de buscarle, hallarle y gozarle: todo es suspirar, padecer y morir de amor.

59. ¡Oh, si se llegase a entender la contrariedad de accidentes que un alma enamorada padece! La guerra tan terrible y fuerte por una parte, y tan dulce, suave y amorosa por otra. El martirio tan penetrante y agudo con que el amor la atormenta, y la cruz tan penosa y dulce, sin querer verse libre de ella en esta vida.

60. A la medida que crecen la luz y el amor, crece el dolor por ver ausente el bien que tanto ama. El sentirlo cerca de sí es gozo, y el no acabar de conocerlo y poseerlo perfectamente la acaba la vida. Tiene la comida y bebida junto a la boca, estando con mucha hambre y sed, y no puede satisfacerse. Se ve engolfada y anegada en un mar de amor, y la mano poderosa junto a sí que la puede remediar, y con todo eso no lo hace, ni sabe el alma cuándo verá lo que tanto desea.

61. Siente a veces la voz interior de su amado que le da prisa y llama, y un silbo muy delicado que sale de lo íntimo del alma donde él mora, que la penetra fuertemente hasta derretirla y deshacerla, viendo cuán cerca lo tiene dentro de sí y cuán lejos, pues no acaba de poseerlo. Esto la embriaga, desmaya, desfallece y llena de insaciabilidad; por eso se dice que el amor es fuerte como la muerte, pues también él mata, como ella.

 

 

Capítulo VII

 

La interior mortificación y perfecta resignación son necesarias para alcanzar la interior paz

 

62. La más sutil saeta que nos tira la naturaleza es inducirnos a lo ilícito, con pretexto de necesario y provechoso. ¡Oh, cuántas almas se han dejado llevar y han perdido el espíritu por este dorado engaño! No gustarás jamás del delicioso maná, quod nema nocet nisi qui accipit (Apoc. 2), si no te vences perfectamente hasta morir en ti misma; porque el que no procura morir a sus pasiones no está bien dispuesto para recibir el don de entendimiento, sin cuya infusión es imposible que entre en la introversión y se mude en el espíritu, y así los que están fuera viven sin él.

63. Resígnate y niégate en todo, que aunque la verdadera negación de sí mismo es áspera a los principios, es fácil en medio y al fin es suavísima. Conocerás que estás muy lejos de la perfección si no hallas a Dios en todas las cosas. El puro, perfecto y esencial amor sabrás que consiste en la cruz, en la voluntaria negación y resignación, en la perfecta humildad, pobreza de espíritu y desprecio de ti misma.

64. En el tiempo de la rigurosa tentación, desamparo y desolación importa entrarte y estarte en lo íntimo de tu centro, para que sólo mires y contemples a Dios, que tiene su trono y quietud en el fondo del alma. La impaciencia y amargura de corazón experimentarás que nacen del fondo del amor sensible, vacío y poco mortificado. Conócese el verdadero amor y sus efectos cuando el alma se humilla profundamente y quiere verdaderamente ser mortificada y menospreciada.

65. Muchos hay que, aunque se han dado a la oración, no gustan de Dios, porque en saliendo de la oración ni se mortifican ni atienden más a Dios. Es necesario para alcanzar la pacífica y continua atención gran pureza de intención de corazón, grande paz de alma y total resignación. A los sencillos y mortificados les es muerte la recreación de los sentidos; nunca van a ella sino forzados, por necesidad y edificación del prójimo.

66. El fondo de nuestra alma sabrás que es el asiento de nuestra felicidad. Allí nos manifiesta el divino Señor las maravillas. Allí nos engolfamos y perdemos en el mar inmenso de su infinita bondad, en quien quedamos estables e inmobles. Allí, la inefable fruición de nuestra alma y la eminente y amorosa quietud. El alma humilde y resignada que llegó a este fondo ya no busca sino el agrado puro de Dios, y el divino y amoroso espíritu la enseña todas las cosas con su suave y vivifica unción.

67. Entre los santos se hallan algunos gigantes que continuamente padecen con tolerancia los achaques del cuerpo, de los cuales tiene Dios mucho cuidado. Pero es alto y supremo don el de aquellos que por la fortaleza del Santo Espíritu toleran con resignación y paciencia las cruces interiores y exteriores. Este es aquel género de santidad tan raro como precioso delante de los ojos de Dios. Son raros los espirituales que van por este camino, porque son pocos en el mundo los que totalmente se nieguen a sí mismos para seguir a Cristo crucificado, con sencillez y desnudez de espíritu, por los desiertos y espinosos caminos de la cruz, sin hacer de sí mismos reflexión.

68. La vida negada es sobre todos los milagros de los santos; ni conoce si es viva o muerta, si perdida o ganada, si consiente o resiste, porque a nada puede hacer reflexión: ésta es la vida resignada y la verdadera. Pero aunque en mucho tiempo no llegues a este estado y te parezca no has dado un paso, no por eso desmayes, que lo que se le ha negado a una alma en muchos años suele Dios dárselo en un punto.

69. El que desea padecer a ciegas, sin consuelo de Dios ni de criaturas, tiene mucho andado para resistir a las injustas acusaciones que contra él hacen los enemigos, aun en la más tremenda e interior desolación.

70. El espiritual que vive para Dios y en Dios, en medio de las adversidades del cuerpo y del alma está interiormente contento, porque la cruz y la aflicción son su vida y sus delicias. La tribulación es un gran tesoro con el cual honra Dios en esta vida a los suyos; por eso los hombres malos son para los buenos necesarios, y también los demonios que por solicitar nuestra ruina nos afligen, y en vez de mal nos hacen el mayor bien que se puede imaginar. Para que la vida humana sea a Dios acepta no puede estar sin la tribulación, así como el cuerpo sin el alma, el alma sin la gracia y la tierra sin el sol. Con el viento de la tribulación separa Dios en la era del alma la arista del grano.

71. Cuando Dios crucifica en lo íntimo del alma, no puede ninguna criatura consolarla, antes bien los consuelos le son graves y amargas cruces. Y si está bien instruida en las leyes y disciplinas de los caminos del amor puro, en el tiempo de las grandes desolaciones y trabajos interiores no debe ni podrá buscar fuera el consuelo en las criaturas ni lamentarse con ellas; ni podrá leer libros espirituales, porque éste es un oculto modo de apartarse del padecer.

72. Ten lástima a las almas que no se les puede persuadir que es el mayor bien la tribulación y el padecer. Los perfectos siempre han de desear morir y padecer; siempre muriendo y siempre padeciendo. Es vano el hombre que no padece, porque nació para trabajar y padecer, y mucho más los amigos y escogidos de Dios.

73. Desengáñate que para llegar el alma a la total transformación con Dios es necesario que se pierda y niegue a su vivir, sentir, saber, poder y morir; viviendo y no viviendo; muriendo y no muriendo; padeciendo y no padeciendo; resignándose y no resignándose, sin hacer a nada reflexión.

74. La perfección en sus secuaces no recibe sus esplendores sino por el fuego, martirios, dolores, tormentos, penas y desprecios de buena gana sufridos. y el que desea ver siempre dónde pone el pie para descansar y no traspasa la región de la razón y del sentido, no entrará jamás al retrete secreto de la ciencia mística, aunque leyendo guste y saboree por afuera su inteligencia.

 

 

Capítulo VIII

 

Prosigue lo mismo

 

75. Sabrás que no se manifestará el Señor dentro de tu alma mientras no estuviere negada en sí misma y muerta en sus sentidos y potencias. Ni llegará jamás a este estado hasta que resignada perfectamente se resuelva a estar con Dios a solas, estimando tanto los dones como los desprecios, la luz como las tinieblas y la paz como la guerra. Finalmente, para que el alma llegue a la perfecta quietud y suprema paz interior, debe primero morir en sí misma y vivir sólo en Dios y para Dios.

76. Sabe que tanto cuanto estará muerta tu alma en sí misma, tanto más conocerá a Dios. Pero si no atiende a la continua negación de sí misma y a la interior mortificación, no llegará jamás a este estado ni conservará a Dios dentro de sí, con que siempre estará sujeta a los accidentes y pasiones del ánimo, como son juzgar, murmurar, resentirse, excusarse, defenderse por conservar su honra y estimación propia, enemigos de la quietud, de la perfección, de la paz y del espíritu.

77. La diversidad de los estados entre los espirituales sólo consiste en no morirse todos igualmente. Pero en los dichosos, que mueren continuamente, tiene Dios su paraíso, su honra, sus bienes y delicias en la tierra. Grande es la diferencia que hay entre el hacer, padecer y morir: el hacer es deleitable y de principiantes; el padecer con deseo es de los que se aprovechan; el morir siempre en sí mismos es de los aprovechados y perfectos, de cuyo número son bien raros los que se hallan en el mundo.

78. Qué feliz serás si no cuidas de otra cosa que de morir en ti misma; entonces no sólo saldrás vencedora de los enemigos, sino de ti misma, en cuya victoria hallarás de cierto el puro amor, la perfecta quietud y la divina sabiduría. Es imposible que pueda nadie sentir y vivir místicamente, en sencilla inteligencia de la divina e infusa sabiduría, si no muere primero en sí por la total negación del sentido y racional apetito.

79. La verdadera lección del espiritual, y la que tú debes aprender, es dejar todas las cosas en su lugar y no mezclarte ni introducirte en ninguna que no sea por obligación de oficio; porque el alma que se mortifica en dejarlo todo por Dios, entonces comienza a tenerlo todo para la eternidad.

80. Hay algunas almas que buscan el descanso; otras, sin buscarlo, gustan de él; otras gustan de la pena, y otras la buscan. Las primeras no andan nada; las segundas caminan; las terceras corren, y las cuartas vuelan.

81. Sentir mal del regalo y tenerlo por tormento es propiedad de verdadero mortificado. El gozo y paz interior son frutos del divino espíritu, y ninguno los llega a poseer si en lo íntimo del corazón no está resignado. Mira que los enojos de los buenos pasan presto, pero con todo eso procura no tenerlos ni pararte en ellos, porque dañan la salud, perturban la razón e inquietan el espíritu.

82. Entre otros santos consejos que has de observar, atiende al que se sigue. No mires los defectos ajenos, sino los propios, guarda el silencio con un trato interior continuado, mortifícate en todo y a todas horas, y con eso te librarás de muchas imperfecciones y te harás señora de grandes virtudes. No juzgues jamás mal de nadie, porque la mala sospecha del prójimo turba la pureza

83. No tendrás jamás perfecta resignación si miras los respetos humanos y reparas en el idolillo del qué dirán. El alma que camina por la vía interior, si entre las criaturas y su trato mira la razón, se perderá; no hay más razón que no mirar a la razón, y pensar que Dios permite se nos hagan sinrazones para humillarnos y aniquilarnos, y para que en todo vivamos resignados. Mira que estima Dios más un alma que vive interiormente resignada que otra que hace milagros, aunque resucite muertos.

84. Hay algunas almas que aunque tienen oración, por no mortificarse, siempre se quedan imperfectas y llenas de propio amor. Ten por verdadera máxima que al alma de sí misma despreciada y que en su conocimiento es nada, nadie la puede hacer agravio ni injuria. Finalmente, espera, sufre, calla y ten paciencia; nada te turbe, nada te espante, que todo se acaba; sólo Dios no se muda, y la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, todo lo tiene; quien a Dios no tiene, todo le falta.

 

 

Capítulo IX

 

Para alcanzar la interior paz es necesario conozca el alma su miseria

 

85. Si el alma no cayese en algunos defectos, jamás llegaría a penetrar su miseria, aunque oiga vivas voces y lea libros espirituales. Ni podrá jamás alcanzar la preciosa paz, si primero no conoce su miserable flaqueza;, porque es difícil el remedio donde no hay conocimiento claro del defecto.

86. Permitirá Dios en ti uno y otro defecto para que con ese conocimiento de ti misma, viéndote tantas veces caída, te persuadas que eres nada, en donde se funda la humildad perfecta y paz verdadera. y para que mejor penetres tu miseria y lo que eres, quiero darte a entender algunas de tus muchas imperfecciones.

87. Estás tan viva, que si por ventura caminando te detienen el paso o estorban el camino, sientes el infierno. Si te niegan lo debido o se oponen a tu gusto te embraveces con sentimiento. Si ves algún defecto en el prójimo, en vez de compadecerle y pensar estás sujeta a la misma caída, le reprendes con imprudencia. Si deseas algo de propia comodidad y no lo puedes alcanzar, te melancolizas y llenas de amargura. Si recibes del prójimo algún pequeño agravio, te alteras y lamentas. De manera que por cualquier niñería te descompones dentro y fuera y te pierdes a ti misma.

88. Bien quisieras ejercitar la paciencia, pero con la paciencia ajena. y si dura toda la vida la impaciencia, das con mucha industria la culpa al compañero, sin atender que a ti misma eres insufrible. Pasado el rencor, te vuelves con astucia a hacerte virtuosa, dando documentos y refiriendo sentencias espirituales con sutileza de ingenio, sin enmendarte de tus pasados defectos. Aunque te acusas de buena gana reprendiendo tus culpas en presencia de otras personas, más es justificarte con quien ve tus defectos, para volver de nuevo a la antigua estima, que efecto de humildad perfecta.

89. Otras veces alegas con sutileza que no por vicio sino por celo de justicia te lamentas con el prójimo. Te persuades las más veces que eres virtuosa, constante y valerosa hasta dar la vida en manos del tirano, sólo por el amor divino; y apenas oyes la palabrita amarga, cuando te afliges, te turbas y te inquietas. Todas son industriosas mañas del amor propio y soberbias secretas de tu alma. Conoce, pues, que reina en ti el propio amor, y que para alcanzar esta preciosa paz es el mayor impedimento.

 

 

Capítulo X

 

Se enseña y descubre cuál sea humildad falsa y verdadera, y se declaran sus efectos

 

90. Sabrás que hay dos maneras de humildad, una falsa y fingida y otra verdadera. La fingida es de aquellos que, como el agua que ha de subir, toman una caída exterior y artificiosa de rendimiento, para subir luego. Estos huyen la estimación y honra para que los tengan por humildes; dicen de sí que son muy malos para que los tengan por buenos, y aunque conocen su miseria, no quieren que de los otros sea conocida. Esta es humildad falsa y fingida, y soberbia secreta.

91. Hay otra humildad verdadera y es de aquellos que alcanzaron perfecto hábito de humildad. Estos jamás piensan en ella, sino que juzgan humildemente de sí, obran con fortaleza y tolerancia, viven y mueren en Dios. Ni atienden a sí ni a las criaturas; en todo se están constantes y quietos; sufren con gozo las molestias, deseando siempre mayores para imitar a su amado y despreciado Jesús; desean ser tenidos en el vulgo por fábula y escarnio; se contentan con lo que Dios les da y se encogen con sosegada confusión en los defectos; no se humillan por el consejo de la razón, sino por el afecto de la voluntad; no hay honra que apetezcan ni injuria que les turbe; no hay trabajo que les inquiete ni prosperidad que les ensoberbezca; porque se están siempre inmobles en su nada y en sí mismos con perfecta paz.

92. y para que te desengañes de la interior y verdadera humildad, sabrás que no consiste en los actos exteriores, en tomar el ínfimo lugar, ni en vestir pobre, hablar bajo, cerrar los ojos, suspirar afectuoso, ni en acusarse de defectos, diciendo que es miserable para dar a entender que es humilde. Sólo está en el desprecio de sí mismo y en el deseo de ser despreciado con un bajo y profundo conocimiento, sin que el alma se tenga por humilde, aunque un ángel se lo revele.

93. El arroyo de luz con que en las mercedes ilustra el Señor al alma hace dos cosas: descubre la grandeza de Dios y al mismo paso hace conocer al alma su hediondez y miseria, de manera que no hay lengua que pueda decir el abismo en que queda sumergida, deseosa que todos conozcan su vileza. y está tan lejos de la vanagloria y de la complacencia cuanto conocida que es sola bondad de Dios y pura misericordia suya aquella merced que la franquea.

94. Nunca serás dañada de los hombres ni de los demonios, sino de ti misma, de tu propia soberbia y de la violencia de tus pasiones. Guárdate de ti, porque tú misma eres para ti el mayor demonio del infierno. No quieras ser estimada, cuando Dios hecho hombre es tenido por necio, embriagado y endemoniado. ¡Oh necedad de los cristianos, que queramos gozar de la bienaventuranza sin querer imitarle en la cruz, en los oprobios, en la humanidad, pobreza y demás virtudes!

95. El verdadero humilde se está en la quietud de su corazón reposado; allí sufre la prueba de Dios, de los hombres y del demonio sobre toda razón y discreción, poseyéndose a sí mismo en paz y quietud, esperando con toda humildad el agrado puro de Dios, así en la vida como en la muerte. No le inquietan las cosas de afuera más que si no fuesen. A éste la cruz y muerte son delicias, aunque exteriormente no lo manifieste. Pero ¡ay, de quién hablamos, que se hallan pocos de estos humildes en el mundo!

96. Desea, espera, sigue y muere incógnita, que aquí está el amor humilde y el perfecto. ¡Oh, qué de paz experimentarás en el alma si te humillas profundamente y abrazas los desprecios! No serás perfectamente humilde, aunque conozcas tu miseria, si no deseas que sea de todos conocida; entonces huirás las alabanzas, abrazarás las injurias, despreciarás todo lo criado, hasta a ti misma, y si te viniere alguna tribulación, no culparás a ninguno, sino que juzgarás viene de la mano del Creador, como dador de todo bien.

97. Si quieres llevar bien los defectos de tus prójimos,. pon los ojos en los tuyos propios. y si piensas haber hecho algún provecho en la perfección por ti misma, sabe que no eres humilde ni has dado un paso en el camino del espíritu.

98. Los grados de la humildad son las calidades del cuerpo enterrado; estar en el ínfimo lugar sepultado como muerto, estar hediondo y corrompido a sí mismo, y en su propia estimación ser polvo y nada. Finalmente, si quieres ser bienaventurada, aprende a menospreciar y a ser menospreciada.

 

 

Capítulo XI

 

Máximas para conocer el corazón sencillo, humilde y verdadero

 

99. Aliéntate a ser humilde, abrazando las tribulaciones como instrumento de tu bien. Alégrate en el desprecio y desea que sólo Dios sea tu único refugio, amparo y consuelo. Ninguno, por grande que sea en este mundo, es más de aquello que fuere en los ojos de Dios, y así el verdadero humilde desprecia todo cuanto hay, hasta a sí mismo, y sólo en Dios tiene su reposo y descanso.

100. El verdadero humilde sufre con quietud y paciencia los trabajos interiores, y éste en poco tiempo camina mucho, como el que navega con viento en popa.

101. El verdadero humilde halla a Dios en todas las cosas, y así todo lo que le sucede de desprecio, injuria y afrenta por medio de las criaturas lo recibe con gran paz y quietud interior, como enviado de la divina mano, y ama sumamente al-instrumento con el cual le prueba el Señor.

102. No ha llegado a tener humildad profunda el que se complace en la alabanza, aunque no la desee ni la busque, y aunque huya de ella, porque al corazón humilde las alabanzas le son amargas cruces, aunque en todo se está quieto e inmoble.

103. No tiene humildad interior el que no se aborrece a sí mismo con un mortal odio, pero pacífico y quieto. No llegará jamás a alcanzar este tesoro el que no tuviere un bajo y profundísimo conocimiento de su vileza, de su hediondez y miseria.

104. El que se excusa y replica no tiene corazón sencillo y humilde, especialmente si es con los superiores, porque las réplicas nacen de la secreta soberbia que reina en el alma, y de ésta la total ruina.

105. La porfía supone poco rendimiento y éste menos humildad, y ambas a dos son fomento de inquietud, discordia y turbación.

106. Al humilde corazón no le inquietan las imperfecciones, aunque le traspasen el alma de dolor, puramente por ser contra su amoroso Señor. A éste no le turba tampoco el no poder hacer cosas grandes porque siempre se está en su nada y su miseria; antes bien, se admira de sí mismo cuando hace alguna cosa de virtud, y luego da las gracias al Señor con un verdadero conocimiento de que es sólo su Majestad el que lo hace todo, y de sí queda en cuanto obra descontento.

107. El verdadero humilde, aunque lo ve todo, no mira nada para juzgarlo, porque sólo de sí juzga mal.

108. El verdadero humilde siempre halla excusa para defender al que le mortifica, por lo menos en la sana intención. ¿Quién se enojará pues con el bien intencionado?

109. Tanto y más desagrada a Dios la falsa humildad como la verdadera soberbia, porque aquélla es también hipocresía.

110. El verdadero humilde, aunque le sucedan todas las cosas al revés, ni se inquieta ni-se aflige, porque le coge prevenido y le parece que ni aún eso merece. Este no se inquieta en los molestos pensamientos con que el demonio le atormenta, ni en las tentaciones, tribulaciones y desolaciones; antes bien, se reconoce indigno y lo tiene a gran consuelo que el Señor le atormente por el demonio,aunque tan vil instrumento, y, todo lo que padece le parece nada, ni hace jamás cosa que juzgue merece se haga caso de ella.

111. El que ha llegado a la perfecta e interior humildad, aunque no se inquieta de nada, como se aborrece por conocer en todo su imperfección, su ingratitud y miseria, padece gran cruz en sufrirse a sí mismo. Esta es la señal para conocer la verdadera humildad del corazón; pero esta dichosa alma que ha llegado a este santo odio de sí misma vive anegada, abismada y sumergida en su nada, de donde la eleva el Señor para comunicarle la divina sabiduría y hacerla rica de luz, de paz, de tranquilidad y amor.

 

 

Capítulo XII

 

La soledad interior es la que principalmente conduce para alcanzar la interior paz

 

112. Sabrás que aunque la soledad exterior ayuda mucho para alcanzar la interior paz, no es ésta de la que habló el Señor cuando dijo por su Profeta: Llevaréla a la soledad y la hablaré al corazón (Oseas, 2), sino de la interior, que es la que únicamente conduce para alcanzar la preciosa margarita de la paz interior. Consiste la interior soledad en el olvido de todas las criaturas, en el desapego y perfecta desnudez de todos los afectos, deseos y pensamientos, y de la propia voluntad. Esta es la verdadera soledad, donde descansa el alma con una amorosa e íntima serenidad en los brazos del sumo bien.

113. ¡Oh, qué infinitos espacios hay dentro del alma que ha llegado a esta divina soledad! ¡Oh, qué Íntimas, qué retiradas, qué secretas, qué anchas y qué inmensas distancias hay dentro de la feliz alma que ha llegado a ser verdaderamente solitaria! Allí trata y se comunica el Señor interiormente con el alma. Allí la llena de sí, porque está vacía; la viste de su luz y amor, porque está desnuda; la eleva, porque está baja; y la une y la transforma en sí, porque está sola.

114. ¡Oh apacible soledad y cifra de eternos bienes! ¡Oh espejo donde se mira de continuo el Padre Eterno! Con razón te llamas soledad, porque estás tan sola que apenas hay un alma que te busque, que te ame y te conozca. ¡Oh divino Señor! ¿Cómo las almas no caminan a esta gloria de la tierra? ¿Cómo pierden tanto bien por un solo afecto y deseo de lo criado? ¡Oh qué dichosa serás si lo dejas todo por Dios! A él sólo busca, a él sólo anhela y por él sólo suspira. No quieras nada y nada te dará molestia, y si deseares algún bien, aunque espiritual, sea de manera que no te inquiete cuando no se consiga.

115. Si con esta libertad dieres a Dios el alma desapegada, libre y sola, serás la más feliz de las criaturas de la tierra; porque en esta santa soledad tiene el Altísimo su habitación secreta. En este desierto y paraíso se deja Dios tratar, y solamente en este interior retiro se oye aquella maravillosa, eficaz, interior y divina voz. Si quieres entrar en este cielo de la tierra, olvida todo cuidado y pensamiento, desnúdate de ti misma para que viva el amor de Dios en tu alma. Vive cuanto pudieras abstraída de las criaturas, entrégate en todo a tu Criador y ofrécete en sacrificio, en paz y quietud de espíritu.

116. Sabe que cuanto más el alma se desnuda, tanto más se va entrando en la interior soledad y tanto más queda de Dios vestida; y cuanto más el alma queda sola y vacía de sí misma, tanto más el divino espíritu la llena.

117. No hay vida más beata que la solitaria; porque en esta feliz vida se da Dios todo a la criatura y la criatura toda a Dios por una Íntima y suave unión de amor. ¡Oh qué pocos llegan a gustar esta verdadera soledad! Para ser el alma verdadera solitaria debe olvidarse de todas las criaturas, y aun de sí misma; de otro modo no podrá llegarse interiormente a Dios.

118. Muchos dejan todas las cosas temporales, pero no dejan su gusto, su voluntad y a sí mismos, y por esto son tan pocos los verdaderos solitarios, porque si el alma no se desapega de su gusto, de su deseo, de su voluntad, de los espirituales dones y del descanso, aun en el mismo espíritu, no podrá llegar a esta suma felicidad de la interior soledad.

119. Camina, oh alma bendita, camina sin detenerte a esta bienaventuranza de la interior soledad. Mira que te da Dios voces para que te entres en tu interior centro, donde te quiere renovar, mudar, llenar, vestir y enseñar un nuevo y celestial reino, lleno de alegría, de paz, de gozo y serenidad.

 

 

Capítulo XIII

 

Se explica qué cosa sea la contemplación infusa y pasiva, y se declaran sus maravillosos efectos

 

120. Sabrás que cuando el alma está ya habituada al interior recogimiento y contemplación adquirida que hemos dicho, cuando ya está mortificada y en todo desea negarse a sus apetitos, cuando ya muy de veras abraza la interior y exterior mortificación y quiere muy de corazón morir a sus pasiones y propias operaciones, entonces suele Dios tirarla, elevándola, sin que lo advierta, a un perfecto reposo, en donde suave e íntimamente le infunde su luz, su amor y fortaleza, encendiéndola e inflamándola con verdadera disposición para todo género de virtud.

121. Allí el divino Esposo, suspendiéndole las potencias, la adormece con un suavísimo y dulcísimo sueño. Allí dormida y quieta recibe y goza, sin entender lo que goza, con una suavísima y dulcísima calma. Allí el alma elevada y sublimada en este pasivo estado se halla unida al sumo bien, sin que le cueste fatiga esta unión. Allí, en aquella suprema región y sagrado templo del alma, se agrada el sumo bien, se manifiesta y deja gustar de la criatura con un modo superior a los sentidos y a todo humano entender. Allí el solo puro espíritu, que es Dios, no siendo la pureza del alma capaz de las cosas sensibles, la domina y se hace dueño, comunicándola sus ilustraciones y sentimientos necesarios para la más pura y perfecta unión.

122. Vuelta en sí el alma de estos dulces y divinos abrazos, sale rica de luz, de amor y de una estima de la divina grandeza y conocimiento de su miseria, hallándose toda divinamente mudada y dispuesta a abrazar, a padecer y a practicar la más perfecta virtud.

123. Es, pues, la sencilla, pura, infusa y pasiva contemplación una experimental e íntima manifestación que da Dios de sí mismo, de su bondad,.de su paz y de su dulzura, cuyo objeto es Dios puro, inefable, abstraído de todos los particulares sentimientos dentro del silencio interno. Pero es Dios gustoso, Dios que nos atrae, Dios que dulcemente nos levanta con un modo espiritual y purísimo: don admirable que le concede su Majestad a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y por el tiempo que quiere, aunque el estado de esta vida más es de cruz, de paciencia, de humildad y de padecer que de gozar.

124. Jamás gustarás este divino néctar si no te adelantas a la virtud y a la interior mortificación, si no procuras muy de corazón establecer en tu alma una gran paz, silencio, olvido y soledad interior. ¿Cómo se ha de oír la interna y eficaz voz de Dios en medio de los bullicios y tumultos de las criaturas? ¿Y cómo se ha de oír el puro y divino espíritu en medio de las artificiosas consideraciones y discursos? Pero si tu alma no quiere continuamente morir en sí, negándote a todas estas materialidades y satisfacciones, no será otra cosa tu contemplación que una pura vanidad, una vana complacencia y presunción.

 

 

Capítulo XIV

 

Prosigue lo mismo

 

125. No siempre se comunica Dios con igual abundancia en esta suavísima e infusa contemplación. Unas veces se franquea más que otras y no aguarda tal vez que esté el alma tan muerta y negada, que como este don es gracia, le da cuando quiere, a quien quiere y como quiere, sin que en esto se pueda dar regla general ni poner tasa a su divina grandeza; antes bien por medio de la misma contemplación la hace negar, aniquilar y morir.

126. Tal vez da el Señor más luz al entendimiento, tal vez mayor amor a la voluntad. No necesita aquí el alma de fatigarse. Debe recibir lo que Dios la da y quedar unida como él la quiere; porque su Majestad es el dueño, y en el mismo tiempo que la adormece la posee, la llena y obra poderosa y suavemente en ella, sin su industria y sin que lo conozca, de manera que antes de advertir ésta tan gran misericordia se halla ganada, convencida y divinamente mudada.

127. El alma que se halla en este dichoso estado ha de huir de dos cosas, que son la actividad del humano espíritu y el apego. No quiere nuestro humano espíritu morir en sí mismo, sino obrar y discurrir a su modo, amando sus propias operaciones: es necesaria una gran fidelidad y desnudez de sí misma para llegar a la perfecta y pasiva capacidad de las divinas influencias. Los continuos hábitos que tiene de obrar con libertad la impiden su aniquilación.

128. La segunda es el apego a la misma contemplación. Debes, pues, procurar en tu alma una perfecta desnudez de todo cuando hay, hasta del mismo Dios, sin buscar en lo interior ni en lo exterior otro fin ni interés que la divina voluntad.

129. Finalmente, el modo con que de tu parte te has de disponer para esta pura, pasiva y perfecta oración es una total y absoluta entrega en las divinas manos, con una perfecta sumisión en su santísima voluntad, para estar ocupada a su gusto y disposición, recibiendo con igualdad y perfecta resignación cuanto ordenare.

130. Sabrás que son pocas las almas que llegan a esta infusa y pasiva oración, porque son pocas las capaces de estas divinas influencias con total desnudez y muerte de su propia actividad y potencias. Solamente aquellos que lo experimentan lo saben. Esta perfecta desnudez se alcanza mediante la divina gracia, con una continua e interior mortificación, muriendo a todas las propias inclinaciones y deseos.

131. En ningún tiempo has de mirar los efectos que se obran en tu alma, pero con especialidad en éste, porque será poner impedimento a las divinas operaciones que la enriquecen. Sólo ha de ser tu anhelo a la indiferencia, a la resignación y olvido, y sin que tú lo adviertas dejará el sumo bien en tu alma una apta disposición para la práctica de las virtudes, un verdadero amor a la cruz, a tu desprecio, a tu aniquilación, y deseos íntimos y eficaces de la mayor perfección y de la más pura y afectiva unión.

 

 

Capítulo XV

 

De dos medios por donde sube el alma a la contemplación infusa, y se explica cuáles y cuántos sean sus grados

 

132. Dos son los medios por los cuales sube el alma a la felicidad de la contemplación y afectivo amor: el gusto y los deseos. Suele Dios al principio llenar al alma de sensibles gustos, porque es tan frágil y miserable que sin este prevenido consuelo no puede volar a la fruición de las cosas del cielo. En este primer grado se dispone con la contrición y se ejercita con la penitencia, meditando la pasión del Redentor, desarraigando con grande ahínco los mundanos deseos y viciosas costumbres; porque el Reino de los cielos padece violencia, y no le conquistan los pusilánimes y delicados, sino los que se violentan.

133. El segundo son los deseos. Cuanto más se gustan las cosas del cielo, tanto más se apetecen, y así a los gustos espirituales se siguen los deseos de gozar los bienes celestiales y divinos y despreciar los terrenos. De estos deseos nace la inclinación de imitar a Cristo Señor nuestro, que dijo: Yo soy el camino (Juan, cap. 14). Los pasos de su imitación por donde se ha de subir son la caridad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la pobreza, el desprecio propio, la cruz, la oración y la mortificación.

134. Los grados de la infusa contemplación son tres. El primero es la hartura. Cuando el alma se llena de Dios concibe odio a todo lo mundano; entonces se quieta y sólo con el divino amor se sacia. El segundo es la embriaguez. Es este grado un mental exceso y elevación del alma nacida del divino amor y de su hartura.

135. El tercero es la seguridad, cuyo grado destierra todo temor. Está el alma tan embebida en el amor divino y queda tan resignada en el divino beneplácito que, si supiese era voluntad del Altísimo, se iría de muy buena gana al infierno. Experimenta en este grado un cierto vínculo de la divina unión, que le parece imposible separarse de su amado y de su infinito tesoro.

136. Otros seis grados hay de contemplación, que son: fuego, unción, elevación, iluminación, gusto y descanso. Con el primero se enciende el alma, encendida se unge, ungida es elevada, elevada contempla, y gustando descansa y reposa. Por estos grados sube el alma abstraída y experimentada en la vía espiritual e interior.

137. En el primer grado, que es el fuego, se ilustra el alma mediante el divino y ardiente rayo, encendiendo los divinos afectos y secando los humanos. El segundo grado es la unción, la cual es un suave y espiritual licor que, difundiéndose por todo el alma, la enseña, corrobora y dispone para recibir y contemplar la divina verdad. y tal vez se extiende hasta la misma naturaleza, corroborándola para la tolerancia, con un gusto sensible que parece celestial.

138. El tercero es una elevación del hombre interior sobre sí mismo, para llegar más apto a la fuente clara del puro amor.

139. El cuarto, que es la iluminación, es un infuso conocimiento emanado de la divina verdad, suavidad y dulzura, a quien el alma contempla, subiendo de claridad en claridad y de luz en luz, conducida del divino espíritu.

140. El quinto es un sabroso gusto de la divina dulzura, emanado de la abundante y preciosa fuente del Santo Espíritu.

141. El sexto es una suave y admirable tranquilidad, nacida del vencimiento de la interior guerra y frecuente oración, de muy pocos, y aun de raros, experimentada. Aquí es tanta la abundancia del júbilo y de la paz, que le parece al alma que como en suave sueño está solazándose y descansando en el divino y amoroso pecho.

142. Otros muchos grados hay de contemplación, como son éxtasis, raptos, liquefacción, deliquio, júbilo, ósculo, abrazo, exultación, unión, transformación, desposorio y matrimonio, los cuales dejo de explicar por huir la especulación y porque hay libros enteros que tratan de estos puntos, aunque todos son para quien no los experimenta como el color al ciego y al sordo la armonía. Finalmente por estos escalones se asciende al reclinatorio y descanso del rey pacífico y verdadero Salomón.

 

 

Capítulo XVI

 

Señales para conocer el hombre interior y el ánimo purgado

 

143. Cuatro son las señales para conocer el hombre interior. La primera, si ya el entendimiento no produce otros pensamientos que aquellos que excitan a la luz de la fe, y la voluntad está ya tan habituada que no engendra otros actos de amor sino de Dios y en orden a Dios. La segunda, si cuando cesa de la obra exterior en que estaba ocupado, luego y con facilidad se convierten a Dios el entendimiento y la voluntad. La tercera, si en entrando en la oración se olvida de todas las cosas como si no las hubiera visto ni tratado. La cuarta, si se porta en orden a las cosas exteriores como si de nuevo entrara en el mundo temiendo contrastar con los negocios, aborreciéndolos naturalmente, si no es cuando obliga la caridad.

144. Esta alma ya está libre de lo exterior y con facilidad se entra en la interior soledad, donde sólo ve a Dios, y a sí en Dios, amándole con quietud, con paz y verdadero amor. Allí, en aquel Íntimo centro, está el Señor hablándola amorosamente, enseñándola un nuevo reino, la verdadera paz y alegría.

145. Ya a esta alma espiritual, abstraída y retirada, no se le turba la interior paz, aunque en lo exterior padezca guerra, porque no llegan con infinita distancia las tempestades al serenísimo cielo interior, donde reside el puro y perfecto amor, que si bien algunas veces se ve desnuda, desamparada, combatida y desolada, es furor de la borrasca que bravea por afuera.

146. Cuatro efectos engendra este Íntimo amor. El primero se llama ilustración, que es un sabroso y experimental conocimiento de la grandeza de Dios y de su propia nada. El segundo es inflamación, la cual es un encendido amor y deseo de abrasarse como la salamandra en el amoroso y divino fuego. El tercero es la suavidad, que es una pacífica, alegre, suave e íntima fruición. El cuarto es absorbimiento de las potencias en Dios. Las tiene el Señor tan ocupadas y embebidas en sí que ya no puede el alma buscar, desear ni querer otra cosa que a su sumo e infinito bien.

147. De esta plenísima hartura nacen dos efectos. El primero un grande aliento para padecer por Dios. El segundo una cierta esperanza o seguridad que, jamás le ha de perder ni de e se ha de separar. Aquí, en este interior retiro tiene el amado Jesús su paraíso, al cual podemos subir estando y conversando en la tierra. y si deseas saber quién es el que totalmente es tirado al interior retiro con alumbrada simplificación en Dios, digo que es aquel que en la adversidad, en la desolación del espíritu y en la falta de lo necesario se está firme e inmóvil. Estas constantes e interiores almas están por afuera desnudas y totalmente en Dios difundidas, a quien continuamente contemplan. No tienen ninguna mancha; viven en Dios y de Dios mismo; resplandecen sobre mil soles; son amadas del Hijo, hijas queridas del Padre y escogidas esposas del Santo Espíritu.

148. Por tres señales se conoce el ánimo purgado, según dice Santo Tomás en un opúsculo. La primera, la diligencia, que es una fortaleza de ánimo que arroja toda negligencia y pereza para disponerse con solicitud y confianza a obrar bien las virtudes. La segunda, la severidad, que es una fortaleza de animo contra la concupiscencia, acompañada con ardiente amor de la aspereza, de la vileza y santa pobreza. La tercera, la benignidad, que es una dulzura del ánimo que despide todo rencor, envidia, aversión y odio contra el prójimo.

149. Hasta que el ánimo esté purgado, purificado el afecto, desnuda la memoria, ilustrado el entendimiento y la voluntad negada e inflamada, nunca el alma llegará a la Íntima y afectiva unión con Dios, que como el espíritu de Dios es la misma pureza, la luz y la quietud, se requiere en el alma donde ha de morar gran pureza, paz; atención y quietud. Finalmente, el precioso don del ánimo purgado solamente es de aquellos que buscan con continua diligencia el amor, y se tienen y desean ser tenidos por los más viles del mundo.

 

 

Capítulo XVII

 

De la divina sabiduría

 

150. La divina sabiduría es un conocimiento intelectual e infuso de las divinas perfecciones y de las cosas eternas, que más debe llamarse contemplación que especulación. La ciencia es adquirida y engendra la noticia de la naturaleza. La sabiduría es infusa y engendra el conocimiento de la divina bondad. Aquélla quiere conocer lo que no se alcanza sin trabajo y sudor; ésta desea ignorar lo mismo que conoce, aunque lo alcanza todo. Finalmente, los científicos están en el conocimiento de las cosas del mundo detenidos, y los sabios viven en el mismo Dios sumergidos.

151. La razón iluminada en el sabio es una alta y sencilla elevación del espíritu, por donde ve con sencilla y aguda vista todo lo que es a él inferior y cuanto toca a su vida y estado. Esta es la que hace al alma sencilla, ilustrada, uniforme, espiritual y totalmente introvertida y de todo lo criado abstraída. Esta es la que mueve y atrae con suave violencia los corazones de los humildes y dóciles, llenándoles con abundancia de suavidad, paz y dulzura. Finalmente dice el Sabio de ella que le trajo todos los bienes juntos en su compañía: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sap. 7, 11).

152. Sabrás que la mayor parte de los hombres vive de la opinión y juzga según la falibilidad de la imaginación y sentido. Pero el sabio juzga todas las cosas según la verdad que hay en ellas, cuyos efectos son entender, concebir, penetrar y transcender todo lo criado, hasta a sí mismo.

153. Es muy propio del sabio obrar mucho y hablar poco.

154. La sabiduría se gusta en las obras y palabras del sabio, porque como es señor absoluto de todas sus pasiones, movimientos y afectos, se manifiesta en todas sus obras como una quieta y agradable agua en la cual se ve lucir la sabiduría con claridad.

155. La inteligencia de las verdades místicas está oculta y cerrada para los hombres puramente escolásticos, porque es ciencia de los santos, la cual no se manifiesta sino a los que aman muy de veras y buscan su propio desprecio. Pero las almas que por abrazar este medio llegaron a ser puramente místicas y verdaderamente humildes penetran hasta las mas profundas noticias de la divinidad, y los hombres tanto más se apartan de esta ciencia mística cuanto más sensualmente viven según la carne y sangre.

156. Por ordinario, en el sujeto donde hay mucha ciencia escolástica y especulativa no predomina la divina sabiduría, pero hacen un admirable compuesto cuando entrambas van unidas. Son dignos de veneración y alabanza en la religión los varones doctos que, por la misericordia del Señor, llegaron a ser místicos.

157. Las acciones exteriores de los místicos y sabios que obran más passive que active, aunque les son cruelísima muerte, las ordenan con prudencia, número, peso y medida.

158. Los sermones de los doctos que no tienen espíritu, aunque se compongan de varias fábulas, de descripciones elegantes, de agudos discursos y exquisitos textos, no son de ninguna manera la palabra de Dios sino la de los hombres, con fingido oro adulterada. Estos predicadores corrompen los cristianos, apacentándolos con viento y vanidad, y así unos y otros quedan de Dios vacíos. Estos maestros pacen los vientos de sutilezas venenosas, dando a los oyentes piedras por pan, hojas por frutos, y por verdadero alimento tierra desabrida con venenosa miel mezclada. Estos son los cazadores de la honra, fabricando siempre un ídolo de estimación y aplauso, en vez de solicitar la gloria de Dios y el espiritual provecho.

159. Los que predican con celo y desengaño, predican a Dios; los que predican sin él, se predican a sÍ. Aquellos que dicen la palabra de Dios con espíritu, la imprimen en el corazón; los que la predican sin él la llegan sólo al oído. No consiste la perfección en enseñarla, sino en obrarla, porque no es más sabio ni más santo el que sabe más verdades, sino el que las ejecuta.

160. Es máxima constante que la divina sabiduría engendra humildad, y la adquirida de los doctos, soberbia.

161. No está la santidad en formar altos y sutiles conceptos de la ciencia y atributos de Dios, sino en el amor de Dios y la negación de la propia voluntad. Por eso se halla más de ordinario la santidad en los sencillos y humildes que en los doctos. ¡Cuántas viejecitas se hallan pobres de ciencia humana y riquísimas de amor divino! ¡Cuántos vanos teólogos se ven sumergidos en su vana sabiduría y pobrísimos de la verdadera luz y caridad!

162. Advierte que es bueno hablar siempre como quien aprende y no como quien sabe, y estima en más que te tengan por ignorante que por sabio y prudente.

163. Aunque los doctos puramente especulativos comprendan por afuera algunas centellitas de espíritu, no salen éstas del fondo sencillo de la eminente y divina sabiduría, la cual aborrece como la muerte las formas y especies. La mezcla de poca ciencia impide siempre la eterna, profunda, pura, sencilla y verdadera sabiduría.

 

 

Capítulo XVIII

 

Prosigue lo mismo

 

164. Dos son los caminos que guían al conocimiento de Dios; el uno es remoto y el otro próximo. El primero se llama especulación y el segundo contemplación. Los doctos que siguen la científica especulación con la dulzura de los sensibles discursos suben por este medio como pueden a Dios, para que con este socorro puedan amarle. Pero ninguno de los que siguen este camino, que llaman escolástica, llega por él solo a la vía mística ni a la excelencia de la unión, transformación, sencillez, luz, paz, tranquilidad y amor, como llega a experimentar el que es conducido, con la divina gracia, por la vía mística de la contemplación.

165. Estos doctos meramente escolásticos, no saben qué cosa sea espíritu ni perderse en Dios ni han llegado a gustar las suaves ambrosías en el fondo Íntimo del alma, donde está su trono y se comunica con increíble, Íntima y regalada afluencia. Antes bien, algunos, sin entender esta ciencia (porque nadie la entiende sino el que la gusta), la condenan, y su parecer es seguido, aplaudido y venerado por la falta de luz que hay en el mundo y sobra de ceguedad.

166. El teólogo que no gusta de la dulzura de la contemplación es porque no entra por la puerta que enseña San Pablo cuando dice: Si quis inter vos videtur sapiens esse, stultus fiat ut sit sapiens (1 Ad Corinto 3, 18): Si alguno entre vosotros se tuviere por sabio, hágase necio para serlo; humíllese, reputándose por ignorante.

167. Es regla general, y aun máxima en la mística teología, que primero se ha de alcanzar la práctica que la teórica; primero se ha de experimentar el ejercicio de la sobrenatural contemplación que inquirir el conocimiento e investigar la plena noticia de aquella divina ciencia.

168. Aunque la ciencia mística por ordinario sea de los humildes y sencillos, no por eso son los doctos incapaces, si no se buscan a sí mismos, ni hacen caso de su artificiosa ciencia; y más si se olvidan de ella como si no la tuvieran y sólo la usan en su tiempo y lugar para predicar y disputar cuando importa, y después vacan a la sencilla y desnuda contemplación de Dios, sin forma, figura ni consideración.

169. El estudio que no se ordena sólo para la gloria de Dios es breve camino para el infierno, no por el estudio, sino por el viento de la soberbia que engendra. Miserable es la mayor parte de los hombres de este tiempo, que sólo estudian para satisfacer la insaciable curiosidad de la naturaleza.

170. Muchos buscan a Dios y no le hallan porque les lleva más la curiosidad que la sincera, pura y limpia intención; más desean los consuelos espirituales, que al mismo Dios, y como no le buscan con verdad, ni hallan a Dios ni a los espirituales gustos.

171. El que no procura la total negación de sí mismo no será verdaderamente abstraído y así nunca será capaz de las verdades y luces del espíritu.

172. Son raros los hombres en el mundo que aprecian más el oír que el hablar. Pero el sabio y puro místico no habla sino forzado ni se pone en cosa que no le toca por oficio, y entonces con gran prudencia.

173. El espíritu de la divina sabiduría llena con suavidad, domina con fortaleza y alumbra con excelencia a los que se sujetan a su dirección.

174. Y el alma santa dotada de la divina sabiduría ama todas las cosas no por la apariencia, sino por el grado de bondad y santidad que hay en ellas.

175. Donde mora el divino espíritu siempre se halla la sencillez y la santa libertad. Pero la astucia, la doblez, la ficción, el artificio, la política y mundanos respetos son infierno para los hombres sabios y sencillos.

176. Sabrás que se ha de desapegar y negar de cinco cosas el que ha llegar a la ciencia mística. La primera, de las criaturas; la segunda, de las cosas temporales; la tercera, de los mismos dones del Espíritu Santo; la cuarta, de sí misma, y la quinta, se ha de despegar del mismo Dios. Esta última es la más perfecta, porque el alma que así se sabe solamente desapegar es la que se llega a perder en Dios, y sólo la que así se llega a perder es la que se acierta a hallar.

177. -Más se paga Dios del afecto del corazón que del efecto de las mundanas ciencias. Una cosa es limpiar el corazón de todo aquello que le hace prisionero e impuro y otra hacer ciento y mil cosas, aunque buenas, y santas, sin atender a esta pureza del corazón, que es la principal para alcanzar la divina sabiduría.

178. Muchas almas dejan de llegar a la quieta contemplación, a la divina sabiduría y ciencia verdadera, aunque tienen muchas horas de oración, y comulgan cada día, porque no se entregan del todo a Dios con perfecta desnudez y desapego. Finalmente, hasta que en el fuego de las penas interiores y exteriores se purifique el alma, jamás llegará a la renovación, a la transformación y perfecta contemplación, a la afectiva unión y divina sabiduría.

 

 

Capítulo XIX

 

De la verdadera y perfecta aniquilación

 

179. Has de saber que en sólo dos principios está fundada toda esta fábrica de la aniquilación. El primero es tenerse en baja estima a sí mismo y a todas las cosas del mundo, de donde ha de nacer el poner en práctica la desnudez y renunciación de sí mismo y de todas las cosas, con una santa resolución, con el afecto y la obra.

180. El segundo principio ha de ser una grande estimación de Dios, para amarle, adorarle y seguirle sin género de interés propio, aunque sea el más santo. De estos dos principios ha de nacer una plena conformidad con la divina voluntad. Esta eficaz y práctica conformidad con la divina voluntad en todas las cosas conduce al ánima a la aniquilación y transformación con Dios, sin mezcla de raptos ni éxtasis exteriores ni afectos vehementes, porque este camino es sujeto a muchas ilusiones, con peligro de enfermedades y fatigas del entendimiento, por cuya senda es raro el que llega a la cima de la perfección, que se alcanza por este otro camino seguro, firme y fiel, aunque no sin pesada cruz, porque en ella está fundada la vía regia de la aniquilación y perfección. A la cual se siguen muchos dones de luz y divinos afectos, con otros infinitos gratis datos, pero de todos se ha de desnudar el alma aniquilada, si no quiere que le sean de impedimento para pasar a la deificación.

181. Haciendo el alma continuo progreso de su bajeza, debe caminar a la práctica de la aniquilación, que consiste en el aborrecimiento de la honra, dignidad y alabanza; porque a la vileza y al puro nada no es razón se le dé la dignidad y la honra.

182. Al alma que conoce su vileza le parece imposible merecer nada, antes bien se confunde y se conoce indigna de la virtud y alabanza. Esta abraza con igualdad de ánimo todas las ocasiones de menosprecio, persecución, infamia, confusión y afrenta, y conociéndose verdaderamente merecedora de semejantes oprobios, da al Señor las gracias cuando se ve en las ocasiones porque la trata como merece, y aun se reconoce indigna de que con ella obre su justicia, pero sobre todo se alegra del desprecio y afrenta porque resulta para su Dios una gran gloria.

183. Elige siempre esta alma lo más bajo, vil y despreciado, así de lugar como de vestido y todo lo demás, sin afectación ninguna de singularidad, juzgando que la mayor vileza excede siempre a sus méritos, y aun de aquella se reconoce indigna. Esta práctica hace llegar al alma a una verdadera aniquilación de sí misma.

184. Comienza el alma que quiere ser perfecta a mortificar sus pasiones; aprovechada ya en este ejercicio, se niega; luego, con la divina ayuda, pasa al estado de la nada, donde se desprecia, se aborrece a sí misma y se profunda, conociendo que es nada, que puede nada y que vale nada; de aquí nace el morir en los sentidos y en sí misma de muchas maneras y a todas horas; y, finalmente, de esta espiritual muerte se origina la verdadera y perfecta aniquilación. De manera que cuando ya el alma está muerta a su querer y entender, se dice con propiedad que llegó al perfecto y dichoso estado de la aniquilación, sin que la misma alma lo llegue a entender, porque no sería aniquilada si llegase ella a conocerlo. y aunque llegue a este feliz estado de aniquilada, importa el saber que siempre tiene más y más que caminar, que purificar y aniquilar.

185. Sabrás que esta aniquilación, para que sea perfecta en el alma, ha de ser en el propio juicio, en la voluntad, en los afectos, inclinaciones, deseos, pensamientos y en sí misma, de tal manera que se ha de hallar el alma muerta al querer, al desear, procurar, entender y pensar, queriendo como si no quisiera, deseando como si no deseara, entendiendo como si no entendiera, pensando como si no pensara, sin inclinarse a nada, abrazando igualmente los desprecios como las honras, los beneficios como los castigos.

186. ¡Oh, qué dichosa alma la que así se halla muerta y aniquilada! Ya ésta no vive en sí, porque vive Dios en ella; ya con toda verdad se puede decir que es otra fénix renovada, porque está trocada, espiritualizada, transformada y deificada.

 

 

Capítulo XX

 

Enséñase cómo la nada es el atajo para alcanzar la pureza del alma, la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz

 

187. El camino para llegar a aquel alto estado del ánimo. reformado, por donde inmediatamente se llega al sumo bien, a nuestro primer origen y suma paz, es la nada. Procura estar siempre sepultada en esa miseria. Esa nada y esa conocida miseria es el medio para que el Señor obre en tu alma maravillas. Vístete de esa nada y de esa miseria y procura que esa miseria y esa nada sea tu continuo sustento y morada, hasta profundarte en ella; yo te aseguro que, siendo tú de esta manera la nada, sea el Señor el todo en tu alma.

188. ¿Por qué piensas que embarazan infinitas almas la abundante corriente de los divinos dones? Porque quieren hacer algo y desean el ser grandes; todo es salirse de la interior humildad y de su nada, y así impiden las maravillas que quiere obrar aquella infinita bondad. Apéganse a los mismos dones espirituales por salir del centro de la nada, y todo lo malogran. N o buscan a Dios con verdad, y así no le hallan; porque has de saber que no se halla sino en el desprecio de nosotros mismos y en la nada.

189. Nos buscamos a nosotros mismos siempre que salimos de la nada, y por eso no llegamos jamás a la quieta y perfecta contemplación. Éntrate en la verdad de tu nada y de nada te inquietarás, antes bien te humillarás, confundirás y perderás de vista tu propia reputación y estima.

190. ¡Oh, qué baluarte tan fuerte has de hallar en esa nada! ¿Quién te ha de dar pena si te guareces en esa fortaleza? Porque el alma que es de sí misma despreciada y que en su conocimiento es nada, nadie la puede hacer agravio ni injuria. El alma que está dentro de su nada guarda silencio interno, vive transformada en el sumo bien, no apetece nada de todo lo criado, vive en Dios sumergida y se está resignada en cualquier tormento, porque siempre juzga es más lo que merece. Estándose el alma quieta en su nada, la perfecciona, enriquece y pinta el Señor en ella sin embarazo su imagen y semejanza.

191. Por el camino de la nada has de llegarte a perder en Dios, que es el último grado de la perfección, y si así te sabes perder, serás dichosa, te ganarás y te acertarás a hallar. En esta oficina de la nada se fabrica la sencillez, se halla el interior e infuso recogimiento, se alcanza la quietud y se limpia el corazón de todo género de imperfección. ¡Oh, qué tesoro descubrirás si haces en la nada tu morada! y si te entras en el centro de la nada, en nada te mezclarás por afuera (escalón en donde tropiezan infinitas almas), sino solamente en aquello que por oficio te toca.

192. Si te estás encerrada en la nada, adonde no llegan los golpes de las adversidades, nada te dará pena, nada te inquietará. Por aquí has de llegar al señorío de ti misma, porque sólo en la nada reina el perfecto y verdadero dominio. Con el escudo de la nada vencerás las vehementes tentaciones y terribles sugestiones del envidioso enemigo.

193. Conociendo que eres nada, que puedes nada y que vales nada, abrazarás con quietud las pasivas sequedades, tolerarás las horribles desolaciones, sufrirás los espirituales martirios e interiores tormentos. Por medio de esa nada has de morir en ti misma de muchas maneras, en todos tiempos y a todas horas. Y cuanto más fueres muriendo, tanto más te irás profundando en tu miseria y bajeza y tanto más te irá el Señor elevando, y a sí mismo uniendo.

194. ¿Quién ha de despertar al alma de aquel dulce y sabroso sueño, si se duerme en la nada? Por aquí llegó David sin saberlo a la perfecta aniquilación. Ad nihilum redactus sum, et nescivi (Psal. 72). Estándote en la nada, cerrarás la puerta a todo lo que no es Dios; te retirarás aun de ti misma, y caminarás a aquella interior soledad a donde el divino Esposo habla al corazón a su esposa, enseñándola la alta y divina sabiduría. Anégate en esa nada y hallarás en ella sagrado asilo para cualquier tormenta.

195. Por este camino has de volver al dichoso estado de la inocencia, que perdieron nuestros primeros padres. Por esta puerta has de entrar a la tierra feliz de los vivientes, donde hallarás al sumo bien, la latitud de la caridad, la belleza de la justicia, la derecha línea de equidad y rectitud y, en suma, toda la perfección. Últimamente no mires nada, no desees nada, no quieras nada, ni solicites saber nada, y en todo vivirá tu alma con quietud y gozo descansada. Este es el camino para alcanzar la pureza del alma, la perfecta contemplación y la interior paz. Camina, camina por esta segura senda, y procura en esa nada sumergirte, perderte y abismarte si quieres aniquilarte, unirte y transformarte.

 

 

Capítulo XXI

 

De la suma felicidad de la interior paz, y de sus maravillosos efectos

 

196. Aniquilada ya el alma y con perfecta desnudez renovada, experimenta en la parte superior una profunda paz y una sabrosa quietud, que la conduce a tan perfecta unión de amor que en todo jubila. Ya esta alma ha llegado a tal felicidad que no quiere ni desea otra cosa que lo que su amado quiere; con esta voluntad se conforma en todos los sucesos, así de consuelo como de pena, y juntamente se goza de hacer en todo el divino beneplácito.

197. Ya no hay cosa que no la consuele ni le falta nada que pueda afligirla; el morir le es gozo y el vivir su alegría. Tan contenta está en el paraíso como en la tierra, tan gozosa en la privación como en la posesión, en la enfermedad como en la salud, porque sabe que ésa es la voluntad de su Señor; ésta es su vida, ésta su gloria, su paraíso, su paz, su sosiego, su quietud, su consuelo y suma felicidad.

198. Si a esta alma, que ha subido ya por los escalones de la aniquilación a la región de la paz, le fuese necesario el escoger, elegiría primero la desolación que el consuelo, el desprecio que la honra, porque el amoroso Jesús hizo sumo aprecio del oprobio y de la pena. Si padeció antes hambre de los bienes del cielo, si tuvo sed de Dios, temor de perderle, llanto en el corazón y guerra del demonio, ya se han convertido la hambre en hartura, la sed en saciedad, el temor en seguridad, la tristeza en alegría, el llanto en gozo y la fiera guerra en suma paz. ¡Oh dichosa alma que goza ya en la tierra tan gran felicidad! Estas almas (aunque pocas) son las columnas fuertes que sustentan la Iglesia y las que templan la divina indignación.

199. Ya esta alma que ha entrado en el cielo de la paz se reconoce llena de Dios y de sus sobrenaturales dones, porque vive fundada en un puro amor, agradándole igualmente la luz como las tinieblas, la noche como el día y la aflicción como el consuelo. Por esta santa y celestial indiferencia no pierde la paz en las adversidades ni la tranquilidad en las tribulaciones, antes se mira llena de inefables gozos.

200. Y aunque el príncipe de las tinieblas mueve contra ella todos los asaltos del infierno, con horribles tentaciones, resiste en esta guerra como firme columna, sucediéndole lo que pasa en el alto monte y profundo valle en el tiempo de la tempestad.

201. Estáse el valle oscureciendo con densas tinieblas, fieras tempestades de piedra, de truenos, rayos y relámpagos, que parece un retrato del infierno, y en este mismo tiempo está el alto monte resplandeciente, recibiendo los hermosos rayos del sol con paz y serenidad, quedando todo él como un cielo claro, pacífico e iluminado.

202. Lo mismo sucede en esta dichosa alma. Está el valle de la parte inferior sufriendo tribulaciones, combates, tinieblas, desolaciones, tormentos, martirios y sugestiones; y en el mismo tiempo, en el alto monte de la parte superior del alma, ilustra, inflama e ilumina el verdadero sol, con que queda clara, pacífica, resplandeciente, tranquila, serena y hecha un mar de alegría.

203. Es, pues, tanta la quietud de esta pura alma que llegó al monte de la tranquilidad, es tanta la paz en su espíritu, tanta la serenidad y sosiego en lo interior, que redunda hasta en lo exterior un resabio y vislumbres de Dios.

204. Porque en el trono de quietud se manifiestan las perfecciones de la espiritual hermosura: aquí la luz verdadera de los secretos y divinos misterios de nuestra santa fe; aquí la humildad perfecta hasta la aniquilación de sí misma; la plenísima resignación, la castidad, la pobreza de espíritu, la inocencia y sencillez de paloma, la exterior modestia, el silencio y soledad interior, la libertad y pureza del corazón; aquí el olvido de lo criado, hasta de sí misma; la alegre simplicidad, la celestial indiferencia, la oración continua, la total desnudez, el perfecto desapego, la sapientísima contemplación, la conversación del cielo y, finalmente, la perfectísima y serenísima interior paz, de quien puede decir esta feliz alma lo que dijo el Sabio de la Sabiduría, que con ella le vinieron todas las demás gracias: Et venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sap. 7, 11).

205. Este es el rico y escondido tesoro. Esta la dracma deseada del Evangelio. Esta la vida beata, la vida feliz, la vida verdadera y la bienaventuranza de la tierra. ¡Oh hermosa grandeza no conocida de los hijos de los hombres! ¡Oh excelente vida sobrenatural, cuánto eres admirable y cuánto inefable, porque eres un remedo de la bienaventuranza! ¡Oh cuánto levantas del suelo al alma que pierde de vista todas las cosas de la vileza de la tierra! Tú eres la pobre en lo exterior, pero riquísima en lo interior. Tú pareces baja, pero eres altísima. Tú, en fin, eres la que haces vivir en la tierra vida divina. Dad-me, Señor y suma bondad, dadme una buena porción de esta celestial felicidad y verdadera paz, que el mundo, por sensual, no es capaz de recibir ni conocer. Quem mundus non potest accipere.

 

 

Capítulo XXII

 

Exclamación amorosa y gemido lamentable con Dios por las pocas almas que llegan a la perfección, a la amorosa unión y divina transformación

 

206. ¡Oh Divina Majestad, ante cuya presencia tiemblan y se estremecen las columnas del cielo! ¡Oh bondad más que infinita, en cuyo amor se abrasan los serafines! Dadme, Señor, licencia para llorar nuestra ceguedad e ingratitud. Todos vivimos engañados, buscando al mundo loco, dejándoos a vos siendo nuestro Dios. Todos por los charcos hediondos del mundo os dejamos a vos, fuente de aguas vivas.

207. ¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo hemos de seguir la mentira y vanidad? ¿Quién así nos engañó para dejar al sumo bien y nuestro Dios? ¿Quién nos habla más verdad? ¿Quién más nos ama? ¿Quién más nos defiende? ¿Quién es más fino para amigo, más tierno para esposo y más bueno para padre? ¡Que sea tanta nuestra ceguedad que desamparemos todos a esta suma e infinita bondad!

208. ¡Oh divino Señor, qué pocas almas hay en el mundo que os sirvan con perfección! ¡Qué pocas son las que quieren padecer, que sigan a Cristo crucificado, que abracen la cruz, que nieguen la voluntad propia y se desprecien a sí mismas! ¡Oh, qué pocas almas se hallan desapegadas y totalmente desnudas! ¡Qué pocas almas hay muertas en sí y vivas para Dios, y que perfectamente se resignen en el divino beneplácito! ¡Qué pocas almas hay de sencilla obediencia, de profundo conocimiento de sí mismas y de humildad verdadera! ¡Qué pocas son las que con total indiferencia se dejan en las manos de Dios para que haga en ellas su divina voluntad! ¡Qué pocas almas hay puras, de corazón sencillo y desapegado, y que vacías de su entender, saber, desear y querer, anhelen a su negación y muerte espiritual! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejar obrar en sí al divino Criador, que padezcan por no padecer y mueran por no morir! ¡Qué pocas almas hay que quieran olvidarse de sí mismas, que quieran desnudar el corazón de los afectos, de sus deseos, satisfacción, propio amor y juicio! ¡Qué pocas al-mas hay que quieran dejarse guiar por la vía regia de la negación e interior camino! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejarse aniquilar, muriendo en los sentidos y en sí mismas! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejarse vaciar, purificar y desnudar para que Dios las vista, las llene y perfeccione! Finalmente, ¡qué pocas, Señor, son las almas ciegas, mudas, sordas y perfectamente contemplativas!

209. ¡Oh confusión de los hijos de Adán, que por una vileza despreciemos la verdadera felicidad y que impidamos al sumo bien, al rico tesoro y a la infinita bondad! Con justa razón se quejan los cielos que son pocas las almas que quieren seguir sus preciosos caminos: Viae Sion lugent eo quod non sint qui veniant ad solemnitatem (Trenos 1, 4).

 

Todo lo sujeto, humildemente postrado, a la corrección de la Santa Iglesia Católica Romana.