Guía Espiritual : Libro II - Del padre espiritual y su obediencia, del celo indiscreto y de las penitencias interiores y exteriores
de Miguel de Molinos
Libro II


Capítulo I

 

Para vencer las astucias del enemigo, el mayor remedio es sujetarse a un padre espiritual

 

1. De todas maneras conviene elegir un maestro experimentado en la vida interior, porque Dios no quiere hacer con todos lo que hizo con Santa Catalina de Siena, tomándolos de la mano para enseñarles inmediatamente el camino místico. Si para los pasos de naturaleza hay necesidad de maestro y guía, ¿qué será para los pasos de gracia? Si para lo exterior y aparente es menester maestro, ¿qué será para lo interior y secreto? Si para la teología moral, escolástica y expositiva, que claramente se enseñan, ¿qué será para la mística, secreta, reservada y oscura? Si para el trato y obras políticas y exteriores, ¿qué será para el interior trato con Dios?

2. Es también necesaria la guía para resistir y desvanecer las astucias de Satanás. Muchas razones dio San Agustín porque Dios ordenó que en su Iglesia presidiesen por luces doctores y maestros, hombres de la misma naturaleza. La principal es para librarnos de las astucias del enemigo, porque si dejara por norte de nuestras acciones al propio dictamen e impulso natural, tropezáramos por instantes y diéramos de ojos en mil abismos, como les sucede a los herejes y arrogantes. Si nos diera ángeles por maestros, nos deslumbraran los demonios, que se transfiguran en ángeles de luz. y así convino que Dios nos diera por guías y consejeros hombres como nosotros. Y si esta guía es experimentada, luego conoce las sutiles y diabólicas astucias, y en siendo conocidas, por su poca sustancia, quedan brevemente desvanecidas.

3. Antes que se elija el padre espiritual se ha de pensar bien y se ha de hacer oración, porque es materia gravísima y ha de venir de la mano de Dios. Pero elegido, no se ha de dejar sino por urgentísimas causas, como son no entender los caminos y estados por donde Dios lleva el alma, porque ninguno puede enseñar lo que no sabe, según buena regla de filosofía.

4. Y si no comprende, como dice San Pablo (1 Ad Corinto 2, 14), las cosas del espíritu de Dios, será para él ignorancia, porque se han de examinar espiritualmente y le falta la experiencia. Pero el espiritual, el experimentado, todo lo ve claramente y lo juzga como es. El no ser, pues, experimentada la guía es la principal causa para dejarla y elegir otra que lo sea, porque sin ella no se puede aprovechar el alma.

5. Para pasar de un estado malo al bueno no hay necesidad de consejo; pero para pasar del bueno al mejor es necesario tiempo, oración y consejo, porque no todo aquello que es mejor en sí es para cada uno en particular mejor ni todo lo que es bueno para uno es bueno para todos. Non omnibus omnia expediunt (Eccles. XXXVII, 31). Unos son llamados por camino exterior y ordinario, otros por el interior y extraordinario, y no todos están en un estado, siendo tantos y tan varios los del camino místico, y es imposible pueda nadie dar un paso por sus secretas e interiores sendas sin la experimentada guía, porque en vez de caminar derecho dará en el precipicio.

6. Cuando el alma anda con temores en el acierto de su camino y desea totalmente librarse de ellos, la sujeción a un padre espiritual experimentado es el medio más seguro, porque con la luz interior descubre con claridad cuál sea tentación y cuál inspiración, y distingue los movimientos que nacen de la naturaleza, del demonio y de la misma alma, la cual debe sujetarse en todo a quien tiene experiencia y le puede descubrir los apegos, idolillos y malos tratos que la embarazan el vuelo, porque de este modo no sólo se librará de las diabólicas astucias, pero caminará más en un año que caminaría en mil con otra guía sin experiencia.

7. En la vida del iluminado padre Fray Juan Taulero se refiere cómo aquel secular que le adelantó en el estado de la perfección dice de sí mismo que, desengañado del mundo y deseoso de ser santo, se dio a una grande abstinencia, hasta que una noche de enfermo y debilitado quedó dormido, y en el sueño oyó una voz del cielo que le decía: Hombre de tu propia voluntad, si antes de tiempo tú mismo te matas, te darás a ti mismo acerbas penas. Lleno de terror se fue a un desierto y comunicó su camino y abstinencia con un santo anacoreta, el cual por disposición del cielo le sacó de aquel engaño diabólico. Díjole que hacía su abstinencia por agradar a Dios. Interrogóle el anacoreta que con qué consejo la hacía, y habiéndole dicho que con ninguno, le respondió que era manifiesta tentación del demonio. Aquí abrió los ojos y desengañado de su perdición vivió siempre con consejo de padre espiritual; y asegura el mismo que en siete años le dio más luz que cuantos libros se han estampado.

 

 

Capítulo II

 

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8. Hay una gran ventaja en tener maestro en el camino místico a servirse de los espirituales libros, porque el maestro práctico dice a su tiempo lo que se debe hacer y en el libro se leerá aquello que menos convendrá, y de esa manera falta el documento necesario. Hácense también con los libros místicos muchas aprensiones falsas, pareciéndole al alma tener lo que de verdad no tiene y estar más adelante en el estado místico de lo que ha llegado, de donde nacen muchos perjuicios y riesgos.

9. Es cierto que la lección frecuente de los libros místicos que no se funda en luz práctica, sino en pura especulativa, hace más mal que bien, porque confunde a las almas en vez de alumbrarlas, y las llena de noticias discursivas que embarazan sumamente, porque aunque son noticias de luz, entran por afuera y embotan las potencias en vez de vaciarlas para que Dios las llene de sí mismo. Muchos leen continuamente en estos libros especulativos por no quererse sujetar a quien les puede dar luz de que no les conviene semejante lección, porque es cierto que si se sujetan y la guía tiene experiencia, no lo permitirá, y entonces se aprovecharían y no se cuidarían de leerlos, como lo hacen las almas que se sujetan, que tienen luz y se aprovechan. Con que se infiere ser de grande quietud y seguridad el tener una guía experimentada, que gobierne y enseñe con luz actual para no ser engañada del demonio y de su propio juicio y parecer. Pero no por esto se condena la lección de los espirituales libros en general, porque aquí se habla en particular con las almas puramente internas y místicas, para quienes se ha escrito este libro.

10. Todos los santos y maestros místicos confiesan que la seguridad de un alma mística consiste en rendirse muy de corazón a su padre espiritual, comunicándole cuanto pasa en su interior. Para prueba de esta verdad referiré unas palabras que dijo el Señor a Doña Marina de Escobar. Refiérese en su vida que estando enferma preguntó al Señor si callaría y dejaría de dar cuenta al padre espiritual de las cosas extraordinarias que pasaban por su alma, por no cansarse y ocupar al padre espiritual. Respondió el Señor «que no sería bien no dar cuenta al padre espiritual por tres razones. La primera porque así como el oro se purifica en el crisol, y así como de las piedras se conoce el valor tocándolas en el contraste, así el alma se purifica y descubre su valor tocándola el ministro de Dios. La segunda porque convenía, para no errar, que las cosas se gobernasen por el orden que su Majestad ha enseñado en su Iglesia, Sagrada Escritura y doctrina de los santos. La tercera porque no se encubran, sino que sean manifiestas a su Iglesia, las misericordias que su Majestad hace a sus siervos y a las almas puras, para que así se animen los fieles a servir a su Dios y él sea en ellos glorificado» (Lib. 1, cap. 20, parto 1, 2).

11. En el mismo lugar dice las siguientes palabras: «En la conformidad de esta verdad, como mi confesor cayese enfermo y me mandase que a la persona con quien me confesaba entretanto no le diese cuenta de todas las cosas que por mí pasaban, sino de algunas con prudencia, quejéme a nuestro Señor de no tener con quien comunicar mis cosas, y respondióme su Majestad: Ya tienes uno que suple las faltas de tu confesor, dile todo lo que pasa por ti. Respondí luego: no, Señor; eso no, Señor. ¿Porqué? (dijo el Señor). Porque mi confesor me manda que no le dé cuenta de todo, y tengo de obedecerle. Dijome su Majestad: Contento me has dado en esa respuesta, y por oírtela decir te dije lo que oíste; hazlo así, pero bien puedes darle cuenta de algunas cosas, como él mismo te dijo».

12. Es también muy del intento lo que refiere Santa Teresa de sí misma: Siempre (dice la Santa) que el Señor me mandaba alguna cosa, si el confesor mandaba otra, me tornaba el Señor a decir que obedeciese al confesor; después su Majestad le volvía, para que me lo tornase a mandar (Vida, lib. 2, cap. 26). Esta es la sana y verdadera doctrina, pues asegura a las almas y desvanece las diabólicas astucias.

 

 

Capítulo III

 

El celo de las almas y el amor al prójimo pueden embarazar la interior paz

 

13. No hay para Dios más agradable sacrificio (dice San Gregorio) que el ardiente celo de las almas (In Ezechiel, hom. 12). Para este ministerio envió el Padre Eterno a su hijo Jesucristo al mundo, y desde entonces quedó entre los oficios por el más noble y sublimado. Pero si el celo es indiscreto, es de notable impedimento para la subida del espíritu.

14. Apenas te verás con nueva luz fervorosa cuando querrás emplearte toda en el beneficio de las almas, y corre mucho riesgo no sea amor propio lo que a ti te parecerá puro celo. Suele éste tal vez revestirse de un desordenado deseo, de una vana complacencia, de una afectación industriosa y estimación propia, enemigos todos de la paz del alma.

15. Nunca es bien amar a tu prójimo con detrimento de tu espiritual bien. El agradar a Dios con sencillez ha de ser el único blanco de tus obras. Este ha de ser tu único deseo y cuidado, procurando templar tu desordenado fervor para que reine en tu alma la tranquilidad y paz interior. El verdadero celo de las almas que has de procurar ha de ser el amor puro a tu Dios; éste es el fructuoso, el eficaz y el verdadero, y el que hace milagros en las almas, aunque con voces mudas.

16. Primero encomendó San Pablo la atención a nuestra alma que a la del prójimo: Attende tibi el doctrinae, dijo en su canónica epístola (1 Ad Timoth. 4). No te adelantes con fatiga, que cuando sea el tiempo oportuno y puedas ser de algún provecho para tu prójimo, Dios te sacará y pondrá en el empleo que más te convenga; a él sólo toca el cuidado y a ti estarte en tu quietud desapegada y totalmente resignada en el divino beneplácito. No entiendas estar en este estado ociosa; hace mucho quien en todo atiende a cumplir la divina voluntad. El que atiende a sí mismo por Dios hace el todo, porque vale más un acto puro de interior resignación que ciento y aun mil ejercicios por propia voluntad.

17. Aunque la cisterna sea capaz de mucha agua, no la tendrá jamás hasta que el cielo la favorezca con su lluvia. Estáte quieta, alma benedicta, estáte quieta, humilde y resignada para todo lo que Dios quiere hacer de ti. Deja a Dios el cuidado, que él sabe como amoroso padre lo que a ti más te conviene, confórmate totalmente con su voluntad, que es donde está fundada la perfección; porque el que hace la voluntad del Señor, éste es madre, hijo y hermano del mismo hijo de Dios.

18. No pienses que estima Dios más a quien más hace; aquél es más amado que es más humilde, más fiel y resignado, y más correspondiente a su interior inspiración y divino beneplácito.

 

 

Capítulo IV

 

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19. Sean todos tus deseos de conformarte con la voluntad de aquel Señor, que sabe sacar raudales de agua de la piedra seca, a quien desagradan mucho las almas que por ayudar a otros antes de tiempo se defraudan a sí mismas, dejándose llevar del indiscreto celo y de la vana complacencia.

20. Como el discípulo de Eliseo, que enviado por el profeta (IV Reg. 4, 31) para que con su báculo resucitase a un difunto, por la complacencia que tuvo no surtió el efecto, y quedó por Eliseo reprobado. Reprobóse también el sacrificio de Caín, siendo el primero que se ofreció a Dios en el mundo, por complacerse en la ventaja de ser primero y más que su padre Adán en ofrecer a Dios sacrificio.

21. Hasta los discípulos de Cristo Señor nuestro adolecieron de este achaque, teniendo vano gozo cuando lanzaban los demonios, y por eso fueron agriamente reprendidos por su divino Maestro. Antes que Pablo predicase a las gentes y evangelizase el reino de Dios, siendo ya vaso de elección, ciudadano del cielo y escogido de Dios para este ministerio, fue necesario probarle y humillarle encerrándole en un calabozo. ¿y querrás tú hacerte predicador sin haber pasado por la prueba de los hombres y de los demonios? ¿Y querrás ponerte en un tan gran ministerio y hacer fruto sin haber pasado por el fuego de la tentación, de la tribulación y pasiva purgación?

22. Más te importa a ti estarte quieta y resignada en el santo ocio que hacer muchas y grandes cosas por tu propio juicio y parecer. No creas que las acciones heroicas que hicieron y hacen los grandes siervos de Dios en la Iglesia son obras de su industria; porque todas las cosas, así espirituales como temporales, son ordenadas desde ab eterno por la divina providencia, hasta el movimiento de la más mínima hoja. Quien hace la voluntad de Dios hace todas las cosas. Esta has de solicitar estándote quieta con perfecta resignación por todo lo que Dios quiere disponer de tu persona. Conócete indigna de tan alto ministerio como llevar almas al cielo, y con eso no pondrás embarazo a la quietud de tu alma, a la interior paz y al divino vuelo.

 

 

Capítulo V

 

Para guiar almas por el camino interior son necesarias luz, experiencia y divina vocación

 

23. Te parecerá, y con gran satisfacción, que eres a propósito para guiar almas por el camino del espíritu, y quizás será soberbia secreta, ambición espiritual y conocida ceguedad, porque a más de pedir este alto ejercicio superior luz, total desapego y las demás calidades que te diré en los siguientes capítulos, es necesaria la gracia de vocación, sin la cual todo es vanidad, satisfacción y propia estima; porque aunque el gobernar almas y conducirlas a la contemplación y perfección. es santo y bueno, ¿cómo sabes que Dios te quiere en este empleo? y aunque tú conozcas (lo que no es fácil) que tienes grande luz y experiencia, ¿de dónde te consta que te quiere el Señor en ese ejercicio?

24. Es éste un ministerio de calidad, que no nos-hemos nosotros jamás de poner en él hasta que Dios nos ponga por medio de los superiores o las espirituales guías. Sería para nosotros de grave perjuicio aunque al prójimo fuésemos de algún provecho. Qué nos importa ganar para Dios todo un mundo si nuestra alma padece detrimento (Matth. 16).

25. Aunque sepas con evidencia que tu alma está dotada de interior luz y experiencia, lo que más a ti te importa es estarte en tu nada,. quieta y resignada, hasta que Dios te llame para el beneficio de las almas. A él sólo toca, que conoce tu suficiencia y desapego; no te toca a ti hacer ese juicio ni adelantarte a ese ministerio, porque te cegará, te perderá y engañará el amor propio si te gobiernas por tu parecer y juicio en un negocio de tanto peso.

26. Pues si la experiencia, la luz y suficiencia no bastan para admitir este empleo cuando falta la gracia de vocación, ¿qué será sin la suficiencia, qué será sin la luz interior, qué será sin la debida experiencia, cuyos dones no se comunican a todas las almas, sino a las desapegadas, a las resignadas y a aquellas que pasaron a la perfecta aniquilación por medio de la terrible tribulación y pasiva purgación? Desengáñate alma benedita, que todas las obras que en este ejercicio no fueren gobernadas de un verdadero celo, nacido del amor puro y del ánimo purgado, van vestidas de la vanidad, del amor propio y de la ambición espiritual.

27. Oh, cuántos pagados de sí mismos emprenden por su propio parecer y juicio este ministerio, y en vez de agradar a Dios, vaciar y desapegar sus almas, aunque hagan algún fruto en el prójimo, se llenan de tierra, de paja y de estimación propia. Estáte quieta y resignada, niega tu juicio y deseo, abísmate en tu insuficiencia y en tu nada, que ahí sólo está Dios, la verdadera luz, tu dicha y la mayor perfección.

 

 

Capítulo VI

 

Instrucción y avisos a los confesores y guías espirituales

 

28. El mis alto y fructuoso ministerio es el del confesor y espiritual director, y el de irreparables daños, si no se ejercita con acierto.

29. Será acertado elegir un patrón para tan gran ministerio, y que sea aquel santo a quien más se inclinare la devoción.

30. El primero y más seguro documento es procurar el interior y continuo recogimiento, y con eso se acertará en todos los ejercicios y empleos del propio estado y vocación, y con especialidad en el del confesionario, porque saliendo el alma interiormente recogida a estos exteriores y necesarios ejercicios, es Dios el que alumbra y obra en ellos.

31. Para guiar a las almas que fueren interiores no se les ha de dar documentos, sino ir las quitando con suavidad y prudencia los embarazos que impiden las influencias de Dios. Pero será necesario influirlas con aquel santo consejo de secretum meum mihi. Piensan muchas almas que son capaces de las interiores materias todos los confesores, y a más de ser engaño, se experimenta un gran perjuicio en comunicarlas con los que no lo fueren; porque aunque el Señor las haya puesto en el interior camino, no lo conocerán ni se lo avisarán por faltarles la experiencia, antes bien las impedirán la subida a la contemplación, mandándolas que mediten por fuerza, aunque no puedan, con lo cual las aturden y arruinan en lugar de ayudarlas al vuelo, porque Dios quiere que caminen a la contemplación y ellos las tiran a la meditación, por no saber otro camino.

32. Para que se haga fruto no se ha de buscar a ninguna alma para guiarla; importa que ellas vengan, y no se han de admitir todas, especialmente mujeres, porque no suelen venir con la disposición suficiente. Es gran medio para hacer fruto no hacerse maestro ni querer parecerlo.

33. Del nombre de hija ha de usar lo menos que pueda el confesor, porque es peligrosísimo, siendo Dios tan celoso y tan amoroso el epíteto.

34. Los empleos que ha de admitir el confesor fuera del confesionario han de ser pocos, porque Dios no le quiere agente de negocios. Y, si posible fuera, no había de ser visto sino en el confesionario.

35. El ser padrino y albacea no se ha de admitir una vez en la vida,. porque acarrea muchas inquietudes al alma, opuestas todas a la perfección de tan alto ministerio.

36. El confesor o guía espiritual no ha de visitar jamás las hijas espirituales, ni aun en caso de enfermedad, si ya no es que entonces fuere llamado por la enferma.

37. Si el confesor procura el interior y exterior retiro, serán sus palabras (aunque él no lo conozca) carbones encendidos que abrasarán las almas.

38. En el confesionario han de ser de ordinario suaves las reprensiones, aunque en el púlpito sean rigurosas, porque en éste ha de ser furioso león y en aquél se ha de vestir de la mansedumbre del cordero. ¡Oh, cuán eficaz es la suave reprensión para los penitentes! En el confesionario están ya movidos, y en el púlpito importa por su ceguedad y dureza aterrarlos. Pero se les ha de desengañar y reprender con vigor a los que llegan mal dispuestos y quieren por fuerza la absolución.

39. Después de hacer lo posible en el beneficio de las almas, no se ha de mirar el fruto, porque el demonio hace con sutileza parecer propio lo que es ajeno y de Dios, y acomete con la estimación propia y vana complacencia, enemigos capitales de la aniquilación que ha de procurar siempre el confesor para morir espiritualmente.

40. Aunque vea muchas veces que las almas no se aprovechan y que las aprovechadas pierden el espíritu, no se inquiete, quédese con su interior paz, a imitación de los ángeles custodios; aliéntese interiormente entonces con aquel desengaño, que tal vez lo permite Dios, entre otros fines, para humillarle.

41. Debe huir el confesor, y hacer huir a las almas que guía, de todo género de exterioridad, porque es muy aborrecida del Señor.

42. Aunque no debe mandar a las almas que comulguen, ni quitarles ninguna comunión por prueba, ni mortificación, cuando hay infinitos modos de probar y mortificar sin tanto perjuicio, sin embargo no ha de ser escaso con las almas que se hallan movidas del deseo verdadero, porque Jesucristo no se quedó para estar cerrado.

43. Por experiencia se sabe que la penitencia no se cumple cuando es grande y demasiada; siempre es mejor que sea de materia útil y moderada.

44. Si el padre espiritual muestra con singularidad a alguna hija más afición, es de grandísima inquietud para las otras. Importa aquí el disimulo y la prudencia, y no alabar con especialidad a ninguna; porque el demonio es amigo de poner cizaña con la guía, y se vale de aquellas mismas palabras para inquietar a las otras.

45. El continuo y principal ejercicio en las almas puramente místicas ha de ser en el interior, procurando la guía con disimulo destruir el amor propio y alentarlas a la paciencia de las interiores mortificaciones con que el Señor las purga, aniquila y perfecciona.

46. El deseo de revelaciones suele embarazar mucho a las almas interiores, y especialmente a las mujeres, y no hay sueño natural que no le bauticen con nombre de visión. Es necesario mostrar aborrecimiento a todos estos impedimentos.

47. Aunque en las mujeres es difícil el silencio en las cosas que el director ordena, sin embargo debe procurarlo, porque no es bien que lo que el Señor le inspira sea blanco de la censura.

 

 

Capítulo VII

 

Prosigue lo mismo, descubriendo los apegos que suelen tener algunos confesores y guías espirituales, y declara las calidades que han de tener para el ejercicio de la confesión y también para, guiar almas por el camino místico

 

48. Debe procurar el confesor animar a los penitentes a la oración, y con especialidad cuando llegan a sus pies con frecuencia y los reconoce con deseo de su espiritual bien.

49. La máxima que el confesor ha de observar para no llegarse a perder es no admitir ningún regalo por cuantas cosas hay en el mundo.

50. Aunque hay muchos confesores, no todos son buenos, porque unos saben poco; otros son muy ignorantes; otros se asen a los aplausos de la gente noble; otros buscan los favores de los penitentes; otros, los regalos; otros, llenos de ambición espiritual, buscan el crédito, solicitando tener muchos hijos espirituales; otros afectan su magisterio y hacen de maestro; otros afectan las visiones y revelaciones de sus hijos espirituales, y en vez de despreciarlas (único medio para asegurarlos en la humildad y para que no se embaracen), se las alaban y se las hacen escribir para enseñarlas, para hacer ruido y dar campanada. Todo es amor propio y vanidad en los directores y de gran perjuicio para el espiritual provecho de las almas, porque es cierto que todos estos respetos y apegos son embarazo para ejercitar con fruto el oficio, el cual pide total desapego, y su fin y atención ha de ser solamente la gloria de Dios.

51. Hay otros confesores que con facilidad y liviandad de corazón creen, aprueban y alaban todos los espíritus. Otros, dando en el extremo vicioso, condenan sin reservación todas las visiones y revelaciones. Ni todas se han de creer, ni todas se han de condenar. Hay otros que se hallan tan enamorados en el espíritu de sus hijas, que cuanto sueñan, aunque sean embelecos, lo veneran como sagrados misterios. ¡Oh, cuántas miserias se han experimentado por esta causa en la Iglesia!

52. Hay otros confesores vestidos de mundana cortesía que, con poca atención al santo lugar del confesionario, hablan con los penitentes materias vanas y superfluas, y muy ajenas de la decencia que pide el santo sacramento y la disposición para recibir su divina gracia. y tal vez sucede estar aguardando para confesarse muchos penitentes llenos de propias y domésticas ocupaciones, y cuando reconocen la demasiada y superflua dilación, se desabren, se contristan e impacientan, perdiendo la disposición con que se habían preparado para recibir tan santo sacramento. Conque la mezcla de estas superfluas y vanas materias no solamente hace perder el precioso tiempo, sino que perjudica también al santo lugar, al sacramento, a la disposición del penitente que se confiesa y a la de todos los que esperan para confesarse.

53. Para confesar aún se hallan algunos buenos, pero para gobernar espíritus por el camino místico son tan pocos, que dijo e Padre Maestro Juan de Ávila no había entre mil uno. San Francisco de Sales, que entre diez mil. Y el iluminado Taulero, que entre cien mil no se hallaba un experimentado maestro de espíritus y es la causa porque hay pocos que se dispongan a recibir la ciencia mística: Pauci ad eam recipiendam se disponunt, dijo Enrique Arphio (Lib. 3, parto 3, cap. 22). Ojalá no fuera tanta verdad como es, que no hubiera tantos engaños en el mundo como hay y se hallaran más santos y menos pecadores.

54. Cuando desea la guía espiritual con eficacia que todos amen la virtud, y el amor que de Dios tiene es puro y perfecto, con pocas palabras y menos razones cogerá infinito fruto.

55. Si el alma interior, cuando está en la purga de las pasiones y en el tiempo de la abstracción, no tiene una guía experimentada que la refrene el retiro y soledad a que la tira su inclinación y suma propensión, quedará imposibilitada para los ejercicios de la confesión, predicación y estudio, y aun para los de su obligación, estado y vocación.

56. Debe, pues, atender el experimentado director con mucho cuidado, cuando comienzan las potencias a estar ocupadas en Dios, no dar mucho lugar a la soledad, mandándole al alma no deje los exteriores ejercicios de su estado, como de estudio y otros empleos, aunque parezcan distractivos, mientras no se opongan a su vocación, porque se abstrae tanto el alma en la soledad, se interna tanto en el retiro, y se aleja de tal manera de la exterioridad, que después, si se aplica de nuevo, es con fatiga, con repugnancia y con perjuicio de las potencias y de la salud de la cabeza. Daño considerable y digno de la atención de los espirituales directores.

57 Pero si éstos no tienen experiencia, no sabrán cuándo se forma la abstracción, y en el mismo tiempo pareciéndoles santo consejo, las animarán al retiro, y hallarán en él la perdición. ¡Oh, cuánto importa ser experimentada la guía en el espiritual y místico camino!

 

 

Capítulo VIII

 

Prosigue lo mismo

 

58. Los que gobiernan almas sin experiencia proceden a ciegas, sin llegar a entender los estados del alma ni sus interiores y sobrenaturales operaciones. Sólo conocen que unas veces se halla bien el alma y que tiene luz; otras, que está en la oscuridad. Pero qué estado sea cada uno de éstos y cuál sea la raíz de donde proceden esas mudanzas, ni lo alcanzan ni lo entienden ni lo pueden averiguar por los libros sin haberlo en sí mismos experimentado, en cuya fragua se engendra la verdadera y actual luz.

59. Si la guía no ha pasado por las vías secretas y penosas del interior camino, ¿cómo lo puede comprender ni aprobar? Será no pequeña fortuna para el alma hallar una sola guía experimentada que la fortifique en las insuperables dificultades y la asegure en las continuas dudas de este viaje. De otra manera no llegará al santo y precioso monte de la perfección, si no es con una gracia extraordinaria y singular.

60. El director que está desapegado más anhela a la interior soledad que al empleo de las almas, y si algún maestro espiritual tiene sentimiento cuando se le va una alma y le deja por otra guía, es señal manifiesta que no estaba desapegado ni buscaba puramente la gloria de Dios, sino su crédito.

61. El mismo daño y achaque se experimenta cuando el director hace alguna diligencia secreta para atraer a su dirección alguna alma que va gobernada por otra guía. Este es un notable daño, porque si se tiene por mejor que el otro director, es soberbio; si se reconoce peor, es traidor a Dios, a aquella alma y a sí mismo por el malicioso perjuicio que hace al provecho de los prójimos.

62. También se descubre otro daño considerable con los maestros espirituales, y es que no permiten que las almas que guían comuniquen con otros, aunque sean más santos, más doctos y más experimentados que ellos. Todo es apego, amor propio y propia estimación. No les permiten a las almas este desahogo por el temor que tienen de perderlas, y que no se diga que sus hijos espirituales buscan en los otros la satisfacción que no hallan en ellos. y las más veces por estos imperfectos fines embarazan a las almas sus adelantamientos.

63. De todos estos y otros infinitos apegos se libra el director que llegó a oír la interior voz de Dios, por haber pasado por la tribulación, tentación y pasiva purgación; porque la voz interior de Dios hace innumerables y maravillosos efectos en el alma que da lugar, que la escucha y la gusta.

64. Es de tanta eficacia que arroja la honra mundana, la estimación propia, la ambición espiritual, el deseo de crédito, el querer ser grande, el presumir que es solo y pensar que lo sabe todo. Arroja los amigos, las amistades de cumplimiento, el trato de las criaturas, el apego a los hijos espirituales, el hacer de maestro y de hacendado. Arroja la demasiada inclinación al confesionario, la afición desordenada a gobernar almas, pensando que tiene esa habilidad. Arroja el amor propio, la autoridad, la presunción, el tratar del fruto que hace, el hacer alarde de las cartas que escribe, el enseñar las de los hijos espirituales para dar a entender que es grande operario. Arroja la envidia de los otros maestros y el solicitar que vengan todos a su confesionario.

65. Finalmente, la voz interior de Dios en el alma del director engendra el desprecio, la soledad, el silencio y el olvido de los amigos, de los parientes y de los espirituales hijos, y no se acuerda de ellos sino cuando le hablan. Esta es la única señal para conocer el desapego del maestro, pero hace éste más fruto callando que millares de los otros, aunque se valgan de infinitos documentos.

 

 

Capítulo IX

 

Cómo la sencilla y pronta obediencia es el único medio para caminar con seguridad por el interior camino y para alcanzar la interior paz

 

66. Si de veras te resuelves a negar tu voluntad y hacer en todo la divina, el medio necesario es la obediencia, ora sea por el nudo indisoluble del voto hecho al superior en religión, ora por la libre lazada de la entrega de tu voluntad a una espiritual y experimentada guía de las calidades que acabamos de decir en los antecedentes capítulos.

67. No llegarás jamás al monte de la perfección ni al alto trono de la interior paz si te gobiernas por tu voluntad propia. Esta cruel fiera enemiga de Dios y de tu alma se ha de vencer. Tu propia dirección y juicio, como a rebeldes, los has de avasallar, disponer y quemar en el fuego de la obediencia. Allí se descubrirá, como en piedra de toque, si es amor propio o divino el que sigues. Allí en aquel holocausto ha de aniquilarse hasta la última sustancia tu juicio y tu voluntad propia.

68. Más vale una vida ordinaria debajo de la obediencia que la que hace por su propia voluntad grandes penitencias; porque la obediencia y sujeción, a más de estar libres de los engaños de Satanás, es el más verdadero holocausto que se sacrifica a Dios en el altar de nuestro corazón. Por eso decía un gran siervo de Dios que quería más coger estiércol por la obediencia que estar arrobado hasta el tercer cielo por su voluntad propia.

69. Sabrás que la obediencia es un camino compendioso para llegar presto a la perfección. Es imposible poder el alma alcanzar la verdadera paz del corazón si no niega y vence su juicio y rebeldía. y para negarse y vencer su juicio, el remedio es manifestarse en todo con resolución de obedecer a quien está en lugar de Dios: Effundite coram illo corda vestra (Psal. 61). Porque de todo aquello que sale de la boca con verdadero rendimiento a los oídos del padre espiritual queda libre, seguro y exonerado el corazón. El medio, pues, más eficaz para hacer progreso en el camino del espíritu es imprimirse en el corazón que su espiritual director está en lugar de Dios, y que cuanto ordena y dice es dicho y ordenado por su divina boca.

70. A la venerable Madre Sor Ana María de S. José, religiosa franciscana descalza, le dijo Dios muchas veces: Que más quería obedeciese a su padre espiritual que a él mismo (Su vida, párr. 43). A la venerable Sor Catalina Paluci dijo el Señor un día: Debes ir a tu padre espiritual con pura y sincera verdad, como si vinieses a mí, sin buscar si es o no es observante. Sólo has de pensar que él es gobernado por el Espíritu Santo y que está en mi lugar. Cuando observaren esto las almas, no permitiré yo que ninguna sea de él engañada (Su vida, lib. 2, cap. 16). ¡Oh divinas palabras, dignas de estamparse en los corazones de aquellas almas que desean adelantarse en la perfección!

71. Reveló Dios a Doña Marina de Escobar que si a su parecer Cristo Señor nuestro la mandase comulgar y su padre espiritual se lo impidiese, tenía obligación de seguir el parecer del padre espiritual. y un santo bajó del cielo a decirle la razón, y era que en lo primero podía haber engaño y en lo segundo no (Su vida).

72. A todos aconseja el Espíritu Santo en los Proverbios que tomemos consejo y no fiemos a nuestra prudencia: Ne initaris prudentiae tuae (Proverbia, 3). Y por Tobías dice: que para acertar no te has de gobernar jamás por tu propio juicio, sino que siempre has de pedir parecer: Consilium semper a sapiente perquire (IV, 14). Aunque el padre espiritual yerre en dar el consejo, no puedes tú errar en seguirle, porque obras prudentemente: Qui judicio alterius operatur, prudenter operatur. y Dios no da lugar a que yerren los directores para conservar, aunque sea con milagros, el tribunal visible del padre espiritual, por donde se sabe con toda seguridad cuál es la divina voluntad.

73. A más de ser esta doctrina común de todos los santos, de todos los doctores y maestros de espíritu, la afianzó y aseguró Cristo Señor nuestro cuando dijo que los padres espirituales sean oídos y obedecidos como su propia persona: Qui vos audit me audit (Lucas, 10). Y esto aun cuando sus obras no corresponden con las palabras y consejos, como consta por San Mateo: Quoecumque dixerint vobis facite, secundum autem opera eorum molite facere (cap. 2).

 

 

Capítulo X

 

Prosigue lo mismo

 

74. El alma que es observante de la santa obediencia es poseedora, como dice San Gregorio, de todas las virtudes (Lib. 35, in Job., cap. 12). A ésta la premia Dios su humildad y obediencia, ilustrando y enseñando a su guía, a cuya dirección debe (por estar en lugar de Dios) sujetarse en todo y por todo, descubriendo con libertad, claridad, fidelidad y sencillez todos los pensamientos, obras, inclinaciones, inspiraciones y tentaciones; de esta manera no puede engañarla el demonio y se asegura, sin temor, de dar cuenta a Dios de las acciones que hace y de las que omite. De modo que quien quiere caminar sin guía, si no vive engañado, está muy cerca de serlo, porque la tentación le parecerá inspiración.

75. Sabrás que para ser perfecto no te basta obedecer y honrar a los superiores; es también necesario obedecer y honrar a los inferiores.

76. Ha de ser pues la obediencia, para ser perfecta, voluntaria, pura, pronta, alegre, interior, ciega y perseverante. Voluntaria, sin fuerza y sin temor; pura, sin interés terreno, sin respeto mundano o amor propio, puramente por Dios; pronta, sin réplica, sin excusa y sin dilación; alegre, sin aflicción interior y con diligencia; interior, no sólo ha de ser exterior y aparente, sino de ánimo y de corazón; ciega, sin juicio propio, sujetándolo con la voluntad a aquella de quien manda, sin investigar la intención, el fin o la razón de la obediencia; perseverante, con firmeza y constancia hasta morir.

77. La obediencia, dice San Buenaventura, ha de ser pronta, sin dilación; devota, sin dedignarse; voluntaria, sin contradicción; simple, sin examen; perseverante, sin pausa; ordenada, sin desvío; gustosa, sin turbación; valiente, sin pusilanimidad; y universal, sin excepción (Tract. 8, collationum). Desengáñate, alma benedita, que aunque quieras hacer la voluntad de Dios con toda diligencia, no hallarás jamás el camino sino por medio de la obediencia. En querer un hombre gobernarse por sí mismo va perdido y engañado. Aunque el alma tenga muy altas señales de que es buen espíritu el que le habla, si no se sujeta al parecer del espiritual director, téngase por demonio. Así lo dice Gerson y otros muchos maestros de espíritu. (Tract. de distinct. verarum revelationum.)

78. Sellará esta doctrina aquel caso de Santa Teresa. Viendo la Santa Madre que Doña Catalina de Cardona hacía en el desierto grande y rigurosa penitencia, se resolvió a imitarla contra el parecer de su padre espiritual que se lo impedía. Dijole entonces el Señor: Eso no, hija; buen camino llevas y seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace Doña Catalina? Pues en más tengo tu obediencia (Su vida). Desde entonces hizo voto de obedecer al padre espiritual. y en el capitulo 26 refiere que la dijo Dios muchas veces no dejase de comunicar toda su alma y las mercedes que la hacía con el padre espiritual, y que en todo le obedeciese.

79. Mira cómo ha querido Dios que se asegurase esta celestial e importante doctrina por la Sagrada Escritura, por los santos, por los doctores, por las razones y ejemplos, para desarraigar del todo los engaños del enemigo.

 

 

Capítulo XI

 

Cuándo y en qué cosas le importa más obedecer al alma interior

 

80. Para que sepas cuándo es más necesaria la obediencia, te quiero advertir que cuando más experimentares las horribles e inoportunas sugestiones del enemigo, cuando más padecieres las tinieblas, las angustias, las sequedades y desamparos, cuando más te vieres rodeada de tentaciones de ira, rabia, blasfemia, lujuria, maldición, tedio, desesperación, impaciencia y desolación, entonces es cuando más te conviene creer y obedecer al experimentado director, quietándote con su santo consejo para no dejarte llevar de la vehemente persuasión del enemigo, que te hará creer en la aflicción y grave desamparo que estás perdida, que eres aborrecida de Dios, que estás en su desgracia y que ya no aprovecha la obediencia.

81. Hallaráste circuida de penosos escrúpulos, de dolores, ansias, angustias, martirios, desconfianzas, desamparo de criaturas y molestias tan acerbas, que te parecerán inconsolables tus aflicciones e insuperables tus tormentos. ¡Oh, alma bendita, qué dichosa serás si crees a tu guía, si te sujetas y obedeces! Entonces caminas más segura por el secreto e interior camino de la noche oscura, aunque a ti te parecerá que vas errada, que eres peor que nunca, que no ves en tu alma sino abominaciones y señales de condenada.

82. Juzgarás con evidencia que estás espiritada y poseída del demonio, porque las señales de este interior ejercicio y horrible tribulación se equivocan con las de la invasión penosa de los espiritados y endemoniados. Cree entonces con firmeza a tu guía, porque en la obediencia está tu verdadera felicidad.

83. Estarás advertida que, en viendo el demonio que una alma en todo se niega y rinde a la obediencia de su director, hace desatar todo el infierno para impedirle este infinito bien y santo sacrificio. Suele envidioso y lleno de furor poner cizaña entre los dos, haciendo concebir al alma tedio, enojo, aversión, repugnancia, desconfianza y odio contra la guía, y tal vez se vale de su lengua para decirla muchos oprobios. Pero si ésta es experimentada se ríe de las sutiles acechanzas y diabólicas astucias. y aunque el demonio procura persuadir a las almas de este estado con varias sugestiones que no crean a su director, para que no le obedezcan ni pasen adelante, sin embargo pueden creer y creen lo que basta para obedecer, aunque sin propia satisfacción.

84. Pedirásle a tu guía una licencia o le comunicarás alguna recibida gracia; si al negarte la licencia o desvanecerte la gracia, porque no te ensoberbezcas, te apartas de su consejo y le dejas, es señal que fue falsa la gracia y que va arriesgado tu espíritu. Pero si crees y obedeces, aunque lo sientas vivamente, es señal de que estás viva y mal mortificada; pero te adelantarás con aquella violenta y rigurosa medicina, porque aunque la parte inferior se turbe y se resienta, la parte superior del alma la abraza y quiere ser humillada y mortificada porque sabe que ésta es la voluntad divina. y aunque tú no lo conoces, va creciendo en tu alma la satisfacción de la guía.

85. El medio para negar el amor propio y para deponer el propio juicio has de saber que es sujetarte en todo con verdadero rendimiento al consejo del espiritual médico. Si éste te impide lo que tú gustas o te manda lo que no deseas, luego se te ofrecen contra el santo consejo millares de razones falsas y aparentes, por donde se conoce que no está del todo mortificado tu espíritu ni ciego el juicio propio, enemigos capitales de la pronta y ciega obediencia y de la paz del alma.

86. Es necesario entonces que te venzas a ti misma, que superes los vivos sentimientos y que desprecies las falsas razones, obedeciendo, callando y ejerciendo el santo consejo, porque de esta manera se desarraigan el apetito y el juicio propio.

87. Por eso los antiguos padres, como experimentados maestros de espíritu, ejercitaban a sus discípulos con varios y extraordinarios modos: a unos les mandaban que plantasen las lechugas por las hojas, a otros que regasen los troncos secos y a otros que cosiesen y descosiesen muchas veces el hábito, todos ardides maravillosos y eficaces para probar la sencilla obediencia y cortar de raíz la mala yerba del juicio y voluntad propia.

 

 

Capítulo XII

 

Prosigue lo mismo

 

88. Sabe que no darás un paso en el camino del espíritu mientras no procures vencer este fiero enemigo del juicio propio, y el alma que no conociera este daño no tendrá jamás remedio. Un enfermo que conoce su enfermedad sabe de cierto que, aunque tenga sed, no le conviene el beber, y que la medicina, aunque amarga, le aprovecha; por eso no cree a su apetito ni se fía de su juicio, sino que se sujeta a un experimentado médico, obedeciéndole en todo como a medio de su remedio. El conocer que está enfermo le ayuda a no fiarse de sí mismo y a seguir el acertado parecer del médico.

89. Todos estamos enfermos del achaque del amor y juicio propio; todos estamos llenos de nosotros mismos; no sabemos apetecer sino lo que nos daña, y lo que nos aprovecha nos desagrada y enfada. Es, pues, necesario usar el remedio del enfermo que quiere sanar, que es no creer a nuestros juicios y antojos, sino al acertado parecer del espiritual y experimentado médico, sin réplica y sin excusa, despreciando las razones aparentes del amor propio; que si de esta manera obedecemos, sanaremos de cierto y quedará vencido el propio amor, enemigo de la quietud, de la paz, de la perfección y del espíritu.

90. ¿Cuántas veces te habrán engañado tus propios juicios? ¿Y cuántas veces habrás mudado de parecer, con vergüenza de haberte creído a ti misma? Si un hombre te hubiese engañado dos o tres veces, no te fiarías más de él, pues ¿por qué te fías de tu propio juicio, habiéndote tantas veces engañado? No le creas más, alma bendita, no le creas; sujétate con verdadero rendimiento y sigue la obediencia a ciegas.

91. Estarás muy contenta por tener una guía experimentada, y aun lo tendrás a gran dicha, y será de poca importancia si estimas más tu juicio que su consejo y no te rindes en todo a él con toda verdad y sinceridad.

92. Adolece un gran señor de una grave enfermedad, tiene en su casa un célebre y experimentado médico, conoce éste luego la dolencia, sus causas, calidades y estado; y sabiendo de cierto que se sana aquella enfermedad con rigurosos cauterios, le ordena lenitivos. ¿No es un grande desatino? Si sabe que el lenitivo es de poco provecho y que el cauterio es eficaz, ¿por qué no se lo aplica? Porque, aunque el enfermo quiere sanar, conoce el médico su interior, y que no está dispuesto para recibir estas fuertes medicinas, y así le ordena prudentemente los suaves lenitivos, porque aunque con ellos no sana, se conserva para que no pase a mortal la dolencia.

93. ¿Qué importa que tengas el mejor director del mundo si no tienes verdadero rendimiento? Aunque éste sea experimentado y conozca el daño y el remedio, no aplica la medicina eficaz que más te importa para negar tu voluntad porque conoce tu interior y espíritu, que no está dispuesto para dejar desarraigar la enfermedad de tu propio juicio; y así no curarás jamás, y será milagro te conserves en gracia con tan fiero enemigo dentro de tu alma.

94. Despreciará tu guía, si es experimentada, todo linaje de mercedes, mientras no esté bien fundado tu espíritu; créele, obedece, abrazando el consejo, porque con ese desprecio, si el espíritu es fingido y del demonio, se conocerá luego la soberbia secreta, fraguada por el que remeda estos espíritu. Pero si el espíritu es verdadero, aunque sientas la humillación, te hará notabilísimo provecho.

95. Si el alma gusta de ser estimada y que se divulguen los favores que recibe de Dios, si no obedece y cree al director que los desestima, todo es mentira, y demonio el ángel que se transforma. Viendo el alma que la experimentada guía desprecia estos engaños, si es malo el espíritu, le pierde el cariño fingido que le mostraba y procura poco a poco apartarse de él, buscando otro a quien engañar, porque los soberbios nunca hacen compañía con quien los humilla. Pero al contrario, si el espíritu es verdadero y de Dios, con estas pruebas se dobla el amor y la constancia, tolerándolas, deseando más y más la propia desestimación; con que se califica sin engaño lo sólido del espíritu.

 

 

Capítulo XIII

 

La frecuente comunión es medio eficaz para alcanzar todas las virtudes, y en especial la interior paz

 

96. Cuatro cosas son necesarias para alcanzar la perfección y paz interior. La primera es la oración; la segunda, la obediencia; la tercera, la frecuente comunión, y la cuarta, la interior mortificación. Ya que hemos tratado de la oración y obediencia, bien será tratar ahora de la comunión.

97. Sabrás que hay muchas almas que se privan de los infinitos bienes de esta preciosa comida por parecerlas que no están bastantemente preparadas y que es necesaria una angélica pureza. Si tú tienes un fin puro, un deseo verdadero de hacer el divino beneplácito, sin mirar la sensible devoción ni la propia satisfacción, llega con seguridad, que bien dispuesta estás.

98. En este escollo del deseo de hacer la divina voluntad se han de romper todas las dificultades y vencer todos los escrúpulos, las tentaciones, las dudas, los temores, las repugnancias y contradicciones. y aunque la mejor preparación es comulgarse el alma con frecuencia, porque una comunión es disposición para la otra, sin embargo, quiero enseñarte dos modos de preparación. La primera para las almas exteriores que tienen buen deseo y voluntad, y la segunda para las espirituales que viven interiormente y tienen más luz y conocimiento de Dios, de sus misterios, de sus operaciones y sacramentos.

99. La preparación para las almas exteriores es confesarse, retirarse de las criaturas antes de la comunión, estarse en silencio, considerando qué es lo que se ha de recibir y quién es el que lo recibe,. y que va a hacer el más grande negocio que hay en el mundo, como es recibir al gran Dios. ¡Qué favor tan singular, dejarse recibir la misma limpieza de la suciedad; la majestad, de la vileza; y el que es criador de la criatura!

100. La segunda preparación, que es para las almas interiores y espirituales, ha de ser procurar vivir con más pureza, con mayor negación de sí mismas, con un total desapego, con interior mortificación y continuo recogimiento, y caminando de este modo no tienen necesidad de prepararse actualmente, porque su vida es una continua y perfecta preparación.

101. Si tú no conoces en tu alma estas virtudes, por la misma razón debes llegar con frecuencia a esta soberana mesa para alcanzarlas. No te impida el verte seca, defectuosa y fría, porque la frecuente comunión es medicina que sana los defectos y aumenta las virtudes. Por el mismo caso que estás enferma te has de llegar al médico, y por estar fría, al fuego.

102. Si tú llegas con humildad, con deseo de hacer la divina voluntad y con la licencia del confesor, cada día le puedes recibir y cada día te mejorarás y aprovecharás. No te acobardes por verte sin aquel afectuoso y sensible amor que dicen algunos es necesario, porque este afecto sensitivo no es perfecto y de ordinario se da a las almas flacas y delicadas.

103. Dirás que te sientes mal dispuesta, sin devoción, sin fervor y aún sin deseo de este divino manjar, ¿que cómo le has de frecuentar? Ten por cierto que nada de esto te impide ni te daña mientras tuvieres firme propósito de no pecar y voluntad determinada de huir todo género de ofensa. y si de todas las que te acordaste te confesaste, no dudes que estás bien aparejada para llegar a esta divina y celestial mesa.

 

 

Capítulo XIV

 

Prosigue lo mismo

 

104. Sabrás que en este inefable sacramento se une Cristo con el alma y se hace una misma cosa con ella, cuya fineza es la más alta y admirable y la más digna de consideración y gratitud. Grande fue la fineza de hacerse hombre, mayor la de morir por nuestro amor ignominiosamente en una cruz; pero el darse todo entero al alma en este maravilloso sacramento no admite comparación. Este es el singular favor y la infinita fineza; porque ya no hay más que dar ni más que recibir. ¡Oh, si lo penetráremos! ¡Oh, si lo conociésemos!

105. ¡Que quiera Dios, siendo quien es, comunicarse a mi alma! ¡Que quiera Dios hacer un recíproco vínculo de unión con ella, siendo la misma miseria! ¡Oh almas, si comiésemos en esta celestial mesa! ¡Oh, si nos quemásemos en esta ardiente zarza! ¡Oh, si nos hiciésemos un espíritu con este Señor soberano! ¿Quién nos engaña? ¿Quién nos estorba para que no lleguemos a abrasarnos como la salamandra con el divino fuego de esta santa mesa?

106. Es verdad, Señor, que vos entráis en mí todo miserable, pero es también verdad que vos quedáis en vuestra gloria, en vuestros esplendores y en vos mismo. Recibíos pues, oh mi Jesús, en vos mismo, en vuestra belleza y majestad. Yo me alegro infinito que la vileza de mi alma no pueda perjudicar vuestra hermosura. Entrad, pues, en mí sin salir de vos. Vivid en medio de vuestros esplendores y de vuestra magnificencia, aunque estéis en mi oscuridad y miseria.

107. ¡Oh alma mía, qué grande es tu vileza y qué grande tu pobreza! ¿Quién es, Señor, el hombre, que así os acordáis de él que así le visitáis y engrandecéis? (Job, 7) ¿Quién es el hombre, que así le estimáis, queriendo tener con él vuestras delicias y habitar personalmente en él con vuestras grandezas? ¿Cómo, Señor, la miserable criatura podrá recibir la infinita Majestad? Humíllate, alma mía, hasta el profundo de la nada; confiesa tu indignidad, mira tu miseria y reconoce la maravilla del divino amor que se deja envilecer en este incomprensible misterio para comunicarse y unirse contigo.

108. ¡Oh grandeza del amor! ¡Que se encierre el amoroso Jesús en una pequeña hostia! ¡Que se cierre este gran Señor en una cárcel por mi amor! ¡Que se haga en cierto modo esclavo del hombre, dándose todo él y sacrificándose por él al Padre Eterno! ¡Oh divino encarcelado, encarcelad fuertemente mi corazón para que no vuelva jamás a su libertad, sino que todo aniquilado muera al mundo y quede con vos unido!

109. Si quieres alcanzar en sumo grado todas las virtudes, llega alma bendita, llega con frecuencia, porque todas están represas en esta sacrosanta mesa. Come, alma, de este celestial manjar, come y persevera, llega con humildad, llega con fe a comer e divino y blanco pan, porque es el blanco de las almas y de allí tira el amor flechas, diciendo: llega alma y come este sabroso manjar, si quieres alcanzar la limpieza, la caridad, la pureza, la luz, la fortaleza, la perfección y la paz.

 

 

Capítulo XV

 

Declárase en qué tiempo se deben usar las exteriores y corporales penitencias y cuán nocivas son cuando se hacen indiscretamente por el propio juicio y parecer

 

110. Sabrás que hay algunas almas que por esmerarse más en santidad vienen a quedarse muy atrás en ella haciendo penitencias indiscretas; como los que quieren cantar más de lo que sus fuerzas alcanzan, que por el mismo caso que las sacan de flaqueza para hacerlo mejor, lo hacen peor.

111. En este barranco han caído muchos sin querer rendir su juicio a sus padres espirituales, pareciéndoles que si no se arrojan a rigurosas penitencias jamás llegarán a ser santos, como si en sólo ellas estuviera la santidad. Dicen que quien poco siembra, poco coge, y ellos no siembran otra semilla con sus indiscretas penitencias que amor propio, en lugar de arrancarle.

112. Pero lo peor que hay en estas indiscretas penitencias es que con el uso de estos secos y estériles rigores se engendra y connaturaliza una amargura de corazón para consigo y para con los próximos que es bien ajena del verdadero espíritu; para consigo porque no experimentan la suavidad del yugo de Cristo y la dulzura de la caridad, sino sólo la aspereza de las penitencias, con que queda el natural desabrido, de donde viene a estarlo también con los próximos, a notar y reprender mucho sus faltas, a tenerlos por imperfectos y defectuosos, por el mismo caso que los ve ir por otro camino menos rígido que el suyo. De aquí nace el ensoberbecerse con sus ejercicios y penitencias, viendo que son pocos los que las hacen y teniéndose por mejores que los otros, con que vienen a dar una gran baja en las virtudes. De aquí la envidia de los otros, por verlos menos penitentes y más favorecidos de Dios, indicio claro que ponían la confianza en sus propias diligencias.

113. El sustento del alma es la oración y el alma de la oración es la interior mortificación; porque aunque las penitencias corporales y todos los demás ejercicios con los cuales se castiga la carne sean buenos, santos y loables (mientras sean con discreción moderados, según el estado y calidad de cada uno y por el parecer del espiritual director), sin embargo, no granjearás virtud alguna por esos medios, sino vanidad y viento de vanagloria, si no nacen del interior. Por eso sabrás ahora en qué tiempo has de usar más principalmente las exteriores penitencias.

114. Cuando el alma comienza a retirarse del mundo y del vicio debe domar el cuerpo con rigor para que se sujete al espíritu y siga la ley de Dios con facilidad. Importa entonces jugar las armas del cilicio, ayuno y disciplina para arrojar de la carne las raíces del pecado. Pero cuando el alma se va entrando en el camino del espíritu, abrazando la interior mortificación, se deben templar las penitencias del cuerpo, por estar bastantemente trabajado del espíritu: el corazón se debilita, el pecho padece, el cerebro se cansa y todo el cuerpo queda pesado e inhábil para las funciones del alma.

115. Debe, pues, atender el sabio y experimentado director a no permitir a estas almas que ejecuten los excesos de penitencia corporal y exterior a que son movidas por la grande estimación de Dios que conciben en el recogimiento interior, tenebroso y purgativo, porque no es bien consumir el cuerpo y el espíritu a un mismo tiempo ni cortar las fuerzas por las rigurosas y excesivas penitencias, ya que con la interior mortificación se van disminuyendo. Por eso dijo muy bien San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios que en la vía purgativa eran necesarias las corporales penitencias, que en la iluminativa se habían de moderar y mucho más en la unitiva.

116. Pero dirás que los santos usaban siempre horribles penitencias. No las hacían con indiscreción ni por su propio juicio, sino por el parecer de sus superiores y guías espirituales, las cuales se las permitían porque reconocían eran movidas interiormente del Señor a estos rigores para confundir con su ejemplo la miseria de los pecadores o por otros muchos fines. Otras veces se las permitían para que humillasen el fervor del espíritu y contrapesasen los raptos, todos los cuales son motivos particulares y no hacen regla general para todos.

 

 

Capítulo XVI

 

La diferencia grande que hay de las penitencias exteriores a las interiores

 

117. Has de saber que son muy leves las mortificaciones y penitencias que uno se toma por sí (aunque sean las más rigurosas que hasta hoy se han hecho) en comparación de las que lleva por mano ajena; porque en las primeras entra él y la propia voluntad, que menoscaban el sentimiento cuanto es más voluntario, pues en fin hace lo que quiere. Pero en las segundas todo es penoso, lo que se lleva y el modo con que se lleva, que es por la voluntad ajena.

118. Esto es lo que Cristo Señor nuestro dijo a San Pedro y a todos en él, como cabeza de toda la Iglesia: Cuando eras mozo y principiante en la virtud, tú te ceñías y mortificabas, pero cuando pases a escuelas mayores, y ya fueres anciano en la virtud, otro te ha de ceñir y mortificar. Y entonces, si me quieres seguir perfectamente, negándote del todo a ti mismo, has de dejar esa tu cruz y tomar la mía, esto es, llevar bien que otro te crucifique.

119. No hay que hacer diferencia entre éstos y aquéllos; tu padre y tu hijo, tu amigo y tu hermano, han de ser los primeros que han de mortificarte y levantarse contra ti, y esto con razón y sin ella, pareciéndoles embuste, hipocresía o imprudencia la virtud de tu alma y poniendo estorbos a tus santos ejercicios. Esto y mucho más te sucederá si de veras quieres servir al Señor y dejarte purificar de su mano.

120. Desengáñate que, aunque son buenas las mortificaciones y exteriores penitencias que tú mismo tomarás por tu mano, no alcanzarás por sólo ellas la perfección, porque aunque doman el cuerpo, no purifican el alma ni purgan las interiores pasiones, que son las que impiden la perfecta contemplación y divina unión.

121. Es muy fácil mortificar el cuerpo por medio del espíritu, pero no el espíritu por medio del cuerpo. Verdad es que en la mortificación interior y del espíritu, para vencer las pasiones y desarraigar el amor y juicio propio importa trabajar hasta la muerte, sin perdonar punto, aunque el alma se halle en el más alto estado; y así en la interior mortificación se ha de poner el principal cuidado, porque no basta la corporal y exterior, aunque sea buena y santa.

122. Aunque uno reciba las penas de todos los hombres juntos y haga más ásperas penitencias que hasta hoy se han hecho en la Iglesia de Dios, si no se niega y mortifica con la mortificación interior, estará muy lejos de llegar a la perfección.

123. Buena prueba es de esta verdad lo que le sucedió al Beato Enrique Susón, que después de veinte años de rigurosos cilicios, disciplinas y abstinencias tan grandes que sólo el leerlo mete grima, le comunicó Dios una luz por medio de un éxtasis, con la cual llegó a conocer que no había comenzado, y fue así que hasta que el Señor le mortificó con tentaciones y grandes persecuciones no llegó a la perfección (Vida, cap. 23). Con esto te desengañarás y conocerás la diferencia grande que hay de las penitencias exteriores a las interiores y de la mortificación interior a la exterior.

 

 

Capítulo XVII

 

Cómo se ha de portar el alma en los defectos que cometiere para no inquietarse y para sacar fruto de ellos

 

124. Cuando cayeres en algún defecto, en cualquiera materia que sea, no te turbes ni te aflijas, porque son efectos de nuestra flaca naturaleza, manchada por la original culpa, tan propensa al mal que tiene necesidad de especialísima gracia y privilegio, como la tuvo la Virgen Santísima para quedar libre y exenta de veniales culpas. (Concil. Trid. Sess. 6, cap. 23).,

125. Si cuando caes en el defecto o negligencia te inquietas o alteras, es señal manifiesta que reina todavía en tu alma la soberbia secreta. ¿Pensabas que ya no habías de caer en defectos y flaquezas? Si aun a los más santos y perfectos les permite el Señor algunas leves caídas y les deja algunos resabios que tuvieron cuando principiantes para tenerlos más seguros y humillados y para que piensen siempre que nunca han pasado de aquel estado, pues están todavía en las faltas de los principios, ¿de qué te maravillas tú si caes en algún leve defecto o flaqueza?

126. Humíllate, conoce tu miseria y dale a Dios las gracias de haberte preservado de infinitas culpas en que infaliblemente hubieras caído y cayeras según tu inclinación y apetito. ¿Qué se-puede esperar de la deleznable tierra de nuestra naturaleza, sino malezas, abrojos y espinas? Es milagro de la divina gracia no caer cada instante en innumerables culpas. Escandalizaríamos a todo el mundo si Dios continuamente nos tuviera de su mano.

127. Te persuadirá el enemigo común, luego que cayeres en algún defecto, que no vas bien fundado en el espiritual camino, que vas errando, que no te enmendaste de veras, que no hiciste bien la confesión general, que no tuviste el verdadero dolor y que así estás fuera -de Dios y en su desgracia. y si algunas veces repitieres por desgracia el venial defecto, ¡qué de temores, cobardías, confusiones y vanos discursos te pondrá el demonio! Te representará que empleas en vano el tiempo, que no haces nada, que tu oración es infructuosa, que no te dispones como debes para recibir la divina Eucaristía, que no te mortificas según lo prometes a Dios cada día, que la oración y comunión sin mortificación es una pura vanidad. Con esto te hará desconfiar de la divina gracia, representándote tu miseria y haciéndola gigante, dándote a entender que cada día se empeora tu alma, en lugar de aprovecharse, pues se ve con tan repetidas caídas.

128. ¡Oh alma bendita, abre los ojos y no te dejes llevar de los engañosos y dorados silbos de Satanás, que procura tu ruina y cobardía con esas razones falsas y aparentes! Cercena esos discursos y consideraciones, y cierra la puerta a todos esos vanos pensamientos y diabólicas sugestiones. Depón esos vanos temores y ahuyenta la cobardía, conociendo tu miseria y confiando en la divina misericordia. y si mañana volvieres a caer, como hoy, vuelve más y más a confiar en aquella suprema y más que infinita bondad, tan pronta a olvidarse de nuestros defectos y a recibirnos en sus brazos como amorosos hijos.

 

 

Capítulo XVIII

 

Prosigue lo mismo

 

129. Debes, pues, siempre que cayeres en algún defecto, sin perder tiempo ni hacer discursos sobre la caída, arrojar el vano temor y cobardía, sin inquietarte ni alterarte, sino conociendo tu defecto con humildad, mirando tu miseria, vuélvete con amorosa confianza al Señor, poniéndote en su presencia y pidiéndole perdón con el corazón y sin ruido de palabras, quédate con sosiego en haciendo esto, sin discurrir si te ha o no perdonado, volviendo a tus ejercicios y recogimiento como si no hubieras caído.

130. ¿No sería necio el que habiendo salido con otros a correr la joya, por haber caído en lo mejor de la carrera se estuviese en tierra llorando y afligiendo, discurriendo sobre la caída? Hombre, te dirían, no pierdas tiempo, levántate y vuelve a correr, que el que con brevedad se levanta y continúa su carrera es como si no cayera.

131. Si deseas alcanzar el alto grado de la perfección y de la interior paz, has de jugar la espada de la confianza en la divina bondad de noche y de día y siempre que cayeres. Esta humilde y amorosa conversación y total confianza en la divina misericordia has de usar en todas las faltas, imperfecciones y defectos que con advertencia o sin ella cometieres.

132. Y aunque caigas muchas veces y te veas pusilánime, procura animarte y no afligirte, porque lo que Dios no hace en cuarenta años lo hace tal vez en un instante con particular misterio, para que vivamos bajos y humillados y para que conozcamos es obra de su poderosa mano el librarnos de los defectos.

133. Quiere Dios también, con su inefable sabiduría, que no sólo de las virtudes, pero también de los vicios y pasiones con que el demonio procura y pretende derribarnos hasta los abismos, hagamos escala para subir al Cielo: Ascendamus etiam per vitia et passiones nostras, dice San Agustín (Serm. 3, Ascens.). Para que no hagamos de la medicina ponzoña y de las virtudes vicios, desvaneciéndonos con ellas, quiere Dios hacer de los vicios virtudes, sanándonos con aquello mismo que nos había de dañar. Así lo dice San Gregorio: Quia ergo nos de medicamento vulnus facimus, facit ille de vulnere medicamentum ut qui virtute percutimur, vitio curemur (Lib. 37, cap. 17).

134. Por medio de las pequeñas caídas nos da el Señor a entender que su Majestad es el que nos libra de las grandes, con lo cual nos trae humillados y desvelados, que es de lo que más necesidad tiene. nuestra altiva naturaleza. y así, aunque debes andar con mucho cuidado en no caer en ningún defecto ni imperfección, si te vieres caído una y mil veces, debes usar el remedio que te he dado, que es la amorosa confianza en la divina misericordia. Esta es el arma con que has de pelear y vencer la cobardía y los vanos pensamientos. Este es el medio que has de usar. para no perder el tiempo, para no inquietarte y para hacer progreso. Este es el tesoro con que has de enriquecer tu alma. y por aquí finalmente has de llegar al alto monte de la perfección, de la tranquilidad y de la interior paz.