Gregorio Castañeda Aragón ha ido elaborando sin premura su inventario marítimo.
Ancoras y esparavelas, banderas al sol, pájaros en las jarcias. Las velas
pescadoras que trazan sobre azul su geometría de tiza. Los mástiles que tejen
crepúsculos trasatlánticos. Una marimba ilumina la taberna.
Gregorio Castañeda Aragón entra a la taberna para fumar un pensamiento de
viajes a la luz de la marimba: “Rodear la tierra. Un mar hoy, otro mañana”. El
vespertino paisaje de los faros y las grúas le comunica emociones de navegación.
Y deletreando nombres de vientos y de islas escribe sus poemas teñidos por la
temperatura de los puertos.
Pero como la poesía de los puertos ha sido inventada por los sedentarios (afirma
Paul Morand con precisión de técnico en paisajes y valijas) Gregorio Castañeda
Aragón se queda en la taberna frente al mar. Enciende su pipa, despliega sus
mapas de imaginación, consulta el rumbo de las constelaciones oceanógrafas. Y
antes de hacer girar sus versos en la rosa de los horizontes cardinales, atraviesa
la música de la marimba y escucha los relatos de la marinería para inquirir la
distancia y el color del mar no visto.
Texto anterior: Sinopsis de Berta Álvarez