Gotas de sangre/Un bravo hombre

Un bravo hombre


A pesar de las comparaciones establecidas por algunos periódicos parisienses que, a falta de novedades en este período agónico de la Exposición, adornan desmesuradamente el asesinato de Agustina Durand, muerta por un desconocido en la casa de amor que ella tenía, tal crimen no debe compararse a los asesinatos de María Jouin, Luisa Lamier y Josefina Bigot. No es un caso de sadismo. Es un vulgar asesinato, cuyo único móvil fue el robo. En los asesinatos de María Jouin, Luisa Lamier y Josefina Bigot hubo otra clase de perversidades. En lo que sí hay absoluta paridad es en el ideal, llamémosle así, que perseguían aquellas jóvenes víctimas. El pelaje es el mismo. La casta es igual. Como las Jouin, Lamier y Bigot, la Durand pertenecía al género trés parisien que yo describí en estos términos.

«Trabajaban a su modo. Llevaban escrupulosamente sus respectivas contabilidades, anotando los ingresos y los egresos y haciendo balances de fin de año. Por lo demás, honradas muchachas, según declaración de porteras y vecinos. No daban escándalo, eran atentas con todo el mundo, no se excedían en gastos, pagaban puntualmente sus inquilinatos, y... «eran respetadas en la vecindad». Cada una de ellas tenía una libreta en la Caja de Ahorros. Amasaban ahí centenares de francos, y habiéndolo calculado todo, tenían la seguridad de poder retirarse en tal o cual parte con el botín del amor, a vivir tranquilamente de las economías que acumularon en muchos años de trabajo. Y todas ellas pensaban en la casita campestre, en el interesado provinciano que santificara con el matrimonio una vida de largos años de prostitución, en el respeto del villorrio, y en el cortés saludo del alcalde, que deja la acera «á madama Tal, cocotte retirada».

En el caso concreto de Agustina Durand, lo que más sorprende es que, persiguiendo el ideal de tener renta, no vivió sólo como cortesana, sino ayunando como un Pappus. En efecto, si son exactas las informaciones de la autoridad que instruye esta causa, Agustina Durand hacía años que tomaba por todo alimento «arenques y ensalada». Cornely ha dicho que en Francia todo el mundo tiene renta. Agustina Durand no quería ser la excepción de esta regla general; y para acaparar la renta cuanto antes, ayudaba la prostitución con el arenque. ¡Pasar la primavera de la vida comiendo ensaladas como una canaria, y tragando arenques ahumados y otros embutidos peores, para vivir de renta en la vejez! Considerado desde el punto de vista del negocio es... la cebada al rabo.

Otro aspecto psicológico de este crimen es la conducta de la familia de la interfecta. ¡Respetable familia de provincias! Gente digna, repugnábanle los tejemanejes de Agustina. Gente acomodada, -uno de los hermanos es director de una fábrica en Corbeil,- no la sacaron del arenque ni de lo otro. Gente práctica, ha descorrido el velo del incógnito tan pronto como se averiguó que la Durand tenía buenos billetes de mil; y aunque antes no quería saber de la indigna que la deshonraba, ahora quiere llamarse a la parte, habiendo venido a París a reclamar el fruto del trabajo con que Agustina deshonró a su parentela.

Ce brave homme, observan los periódicos, refiriéndose a un hermano de la víctima, a fait comprendre qu'il venait surtout pour la succession.

¡Que no se figure nadie que el hermano ha venido a llorar sobre el destripado cadáver expuesto en la Morgue, ni recordando el ingrato destino de su hermana, ni la dieta de arenque a que se había sometido ella mientras se embutía él bistecazos en provincias! No. «Él ha venido sobre todo por la herencia.» Por eso es un brave homme en nuestros tiempos; y cuando vuelva al pueblo con los 17.000 francos de la meretriz, el pueblo le hará una ovación.