La Poda


-¿No es usted, por casualidad, el estrangulador de la niña Angela Chèze?

-Desgraciadamente, no -responde el transeúnte.

-Y en el asesinato de madama Dreyfus, ¿no ha tenido usted arte ni parte? -le preguntan a otro transeúnte.

-Me han confundido con «el joven rubio» a quien se supone autor de esta muerte; pero M. Cochefert ha desechado esta pista.

-¿Ha tomado usted alguna vez ajenjo con Leca?

-No, que recuerde.

-Le toca usted algo a Manda?

-No es verdad que seamos parientes.

-¿Y a la Casco de Oro, le ha tocado usted alguna cosa?...

-A la Casco de Oro... le diré a usted...

Tales son los diálogos que se oyen diariamente en las calles de París.

Se bromea. Al encontrarse dos amigos se saludan así:

-¡Hola, Leca...!

-¿Que tal, Manda?...

Como alguien enteró a la Policía de que se supuso en tiempos que yo era el autor del célebre coup de toreador que mató a la Bigot, me han visitado dos gendarmes, a ver si resultaba ser el joven rubio que cultivaba no sé qué relaciones con madama Dreyfus, de edad provecta.

Y así vivimos. No pudiendo ser habidos los asesinos, la Policía no tiene más remedio que detener a las personas que no presentan cartel de estranguladoras.

Esto le pasó al joven Roberto L., detenido por dos guardias cuando iba con su respetable familia a oir un sermón cuaresmal del padre Ollivier.

-¿Por qué me prenden? -preguntaba él, todo desolado.

-Porque se supone que es usted el novio asesino de la anciana Dreyfus.

-¿Pero en qué me lo han conocido ustedes?

-En que es usted joven y rubio.

Deshecho el error, la Policía le puso en libertad -dice Le Matin- avec force excuses. Con todas las excusas que se quiera; pero el hombre pasó la noche en claro, de pensar que le llevaban a la guillotina. Después, la cosa varió de aspecto, porque desde entonces anda por ahí recogiendo ovaciones.

-¡Qué joven! -exclaman, rezumidas, las vecinas. Decían que era él quien había asfixiado a madama Dreyfus.

¡Ah, esa madama! Los periódicos publican su retrato, que la representa como una vaca recién ordeñada; su calle, su tienda, su dormitorio, su cadáver, toda la lira, y al asesino se le va formando una leyenda. ¡Lo que yo siento no haber matado a madama Dreyfus!...

Marcel Prevost, muy fino, ha pedido perdón a España por tener que decirle que necesita «europeizarse».

¡Marcel Prevost coincidiendo con Silvela, resulta la madama Dreyfus del joven rubio!... Sí. Cuando un literato coincide con Silvela es que ha pasado a mejor vida...

La Tribuna italiana, sin pedir perdón, ha dicho, analizando el crimen de Brierre, que debe uno preguntarse si es solamente un acto de degeneración individual o si no constituye una nueva prueba de que hay algo de maleado en el organismo moral de esta sociedad.

Me aterra la idea de que vengan dos gendarmes a decirme:

-Queda usted detenido.

-¿Por lo del hombre cortado en pedazos?

-No. ¡Por psicólogo!

Porque, como observa acertadamente Millot, así como la Monarquía inglesa da lecciones a la República francesa, recogiendo a los revolucionarios rusos, italianos, alemanes y españoles que la República expulsa, la Monarquía belga da lecciones a la misma República, recogiendo los Avariés, de M. Brieux, expulsados por la censura de la República francesa.

Dejemos, pues, comentarios a La Tribuna y lucubraciones que podrían conducirme al empalamiento; pero consignemos hechos que están, como quien dice, en la memoria del mundo.

Todos los años, por este tiempo, empieza un horrible calvario de niños y niñas. Padres y madres que martirizan a sus hijos hasta que los dejan sin vida; hombres sádicos que atropellan odiosamente niños y niñas, y luego los estrangulan. Ayer mismo se descubrió que un jardinero ha cometido con los chicos y las chicas de una escuela atropellos que no pueden contarse a nuestro público. Y recordemos a Brierre.

Reos, como el homicida de María Lademet, salen de la prisión de Fresnes alegando que reinciden en el crimen porque están requetebién en dicha cárcel. Otros, como el bello chulapón asesino Martín, ni siquiera entran en Fresnes, porque los Jurados les absuelven con aplausos de sus damas.

Los presidiarios de las colonias francesas tienen para ellos y sus hijos atenciones y cuidados que envidiarían los honrados proletarios de Europa, según ha referido un escritor de Le Journal.

Y la Casco de Oro, con toilette principesca, entregándose -según Le Matin- a amorosas efusiones con Manda en el gabinete del juez instructor de la causa.

Creo que La Tribuna lleva razón en decir, como Hamlet, que hay algo podrido en Dinamarca. -Pero es que en otros países pasa otro tanto. Por ejemplo, en Alemania, no hace mucho que personas respetabilísimas atropellaron niñas de un colegio.

-Pues eso quiere decir que en todas partes huele, y no a ámbar, y que se hace necesaria una poda general...