XXXVII

¡Ay! cuántas noches rumorosas, bellas

en el portal vecino me vislumbran

tus pupilas, estrellas

que no saben el vórtice que alumbran.

Pues no conoces tú, ni menos ellas,

esta alma dolorida

hoy flagelada por la adversa suerte,

ni mis odios profundos con la vida,

ni mis viejos amores con la muerte.