XXI

Cuando tú quebrantaste el juramento

aquél... (¡y en qué ocasión!) en mi alma muda

floreció en un momento

el árbol ponzoñoso de la duda.


Cuando a infame traición luego ayudaste

casi en tu propio hogar... la flor bendita

de la fe, que en mi espíritu sembraste,

cerró su cáliz y rodó marchita.


Si ese árbol vive aún... ¿la culpa es mía?

Si se secó esa flor... ¿mía es la culpa?

Si todo efecto fue de tu falsía,

¿quién, al verte sufrir, no me disculpa?