XVI

Cruzó como un relámpago el vacío,

bajo el trémulo palio de las frondas;

y cayó, de cabeza, en pleno río,

destrozando el espejo de las ondas.


Tres veces resurgió su cuerpo impuro

–su cuerpo encenegado en la molicie–

y otras tantas hundióse en el oscuro

fondo, bajo la rota superficie.


Después... flotó el cadáver en el agua,

en donde el sol, al expirar, ponía

el último reflejo de su fragua.


¡Y el cadáver se fue... con las abiertas

pupilas asombradas: lo seguía

un callado cortejo de hojas muertas!


  • * *



¡Agucé mis ternuras hasta vivir de hinojos

a sus plantas, en éxtasis: tal fue mi idolatría

sin ver más luz que el lampo divino de sus ojos,

ni ansiar más gloria que una: llamarla mía, mía.


Un pescador la extrajo del agua el otro día.

La vi... Y entonces tuve frenéticos antojos

de ceñirme a su yerta carne por si podía

animar el turgente mármol de sus despojos.


Me contuvo un amigo... el más amado: un hombre

cuyo nombre me callo... porque no importa el nombre.

–No te enloquezcas– dijo –ya que no fuiste experto:


esa mujer que serte constante y fiel juraba,

te engañaba conmigo, y, oye: Nos engañaba

con otro... ¡y por ese otro, es por quien ella ha muerto!