XL

Cuando acabó el ateo,

con su frase vibrante y atrevida,

de eliminar a Dios... dijo: –No creo

en ese ser injusto.


Y, enseguida,

nos habló de sus penas.


La ancha frente

inclinó melancólico y sombrío...

y exclamó, distraído, de repente:

–¡Qué infeliz soy... Dios mío!