LXXXV

–No llores– me decía–

yo te daré muy pronto la alegría

aunque me cueste la ventura mía.


Voluptuosamente

despertábase el bosque al soplo blando

del aromoso ambiente,

una mañana de febrero, cuando

entramos en el bosque de repente.

Mas ¡ay! yo entré llorando!...

Ella entró sonrïente...


Voluptuosamente

se adormecía el bosque al soplo blando

del aromoso ambiente,

aquella tarde de febrero, cuando

salimos de aquel bosque de repente.

Ella salió llorando...

Yo salí sonriente!