LIII

Arráncame los ojos cuando muera.

Arráncamelos y huye, niña hermosa,

porque abrirlos, atónito, pudiera,

por mirarte otra vez desde mi fosa.


¡Oh, nunca vayas a turbar la calma

de este ser que de ti ya nada espera!

¡Pero si piensas ir, prenda del alma,

arráncame los ojos cuando muera!