CXXIX

Tus pupilas radiantes,

son dos vivos diamantes

que brillan, engarzados, en un húmedo broche

de azabache... ¡por eso, día son y son noche!

Tus ojos, niña mía,

noche son y son día,

porque en ellos hay huellas

de soles incendiarios y de heladas estrellas.

Yo amo sus resplandores

y adoro sus negrores:


Sus resplandores rasgan de mi vida las nieblas,

y me dan blando abrigo sus cálidas tinieblas.

Por tus pestañas filtran tus ojos vivas llamas,

como su luz los astros por las tupidas ramas.

¡Alumbra de tus ojos con el foco divino


las punzadoras zarzas de mi largo camino!

Y, para que no sangren después de heridas tantas, otra vez, en el mundo, mis doloridas plantas.

¡Señálame, en la vida, los mejores senderos,

con el lampo piadoso de esos dulces luceros!

Y, cuando me recline bajo la tierra oscura,

pon tus ojos, abiertos, entre mi sepultura!