Gesta/Naturales/Vidalita

VIDALITÁ

¡A

diez centavos!...

Décimas de contrapunto para cantar con guitarra!...

Con la gorra en la nuca, sin mirar á nadie. con los ojos caídos, el aire de sonámbulo, el pillete vendedor aturdía á los pasajeros con un grito estentóreo y continuado que parecía imposible saliera de su pequeña garganta.

El niño había trepado á la plataforma delantera del coche cuando el vehículo cruzaba, con rapidez vertiginosa, la plaza donde se alza la estatua del héroe; dió tres saltos de gato y quedó aferrado en la mitad del tranvía, prendido de uno de los extremos del asiento.

Desde allí siguió aturdiendo al desgraciado cuyo órgano auditivo venia á quedar en línea horizontal con su boca, que no cesaba en su tarea y se movía con movimientos de máquina, imprimiendo cierta regularidad á aquello que para algunos era desordenada gritería y que para el pobre niño representaba una serie de estudios llevados á cabo en esa escuela de profesores inflexibles que se llama miseria.

Él, que había cursado todas las asignaturas de los años preparatorios de esa rígida academia, sabía bien que el hombre aquel á quien aturdía y metía por los ojos el papel sucio donde estaban impresas las vidalitas falsificadas, le pagaría el precio estipulado por su autor con la comisión inclusive.

Efectivamente, después de repetir varias veces las exclamaciones de regla, el pillete estiró su mano alargando al pasajero uno de los papeles impresos. Este sacó de su bolsillo un billete mínimo y lo pasó al muchacho que descendió del tranvía con la cara vuelta al frente. Echó el cuerpo hacia el suelo, formando un ángulo obtuso con el tablón del estribo, y se arrojó quedando como clavado en la calle, sereno y tranquilo á la espera del nuevo coche en el que repetirá la escena, haciendo lo mismo con los sucesivos hasta que el último de sus papeles impresos vaya á parar á manos del último de los aturdidos por su estentórea voz.

Después, cuando lleguen las sombras, tomará tranquilo el camino de su casa y su silueta pálida se perderá en los barrios obscuros que cruzará con las manos en los bolsillos y cantando entre dientes el verso que sirvió de pié para la vidalita falsificada:

Palomita blanca
Vidalitá
Que voló y se fué.

Y así llegará el pobre niño hasta las puertas del hogar entonando esos tres versos en que el hijo del suburbio ha sintetizado las melancolías de su alma triste y huraña...