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ÓPIMAS MIESES

L

a tierra herida parece gemir bajo la ancha hoja victoriosa que se hunde en su entraña. El arado se abre camino haciendo á un lado la maleza segada el día antes. En lo alto del carro de hierro va el conductor.

Atras, siguiendo el surco, la mano ágil del sembrador arroja la semilla como una lluvia de oro. Se abre la mano y el grano de trigo cae para ser cubierto después por el humus fecundante.

Hay mucha luz en el aire. La atmósfera tiene una transparencia de cristal de roca. En los ojos de los labradores hay triunfo y alborozo. Cruzan cantando el himno de la vida bajo la gran gloria del sol. Son los altivos conquistadores, los soberbios heraldos del porvenir, que á su paso van dejando incubado el desierto.

La naturaleza habla entonces al alma del hombre. Hay cantos de esperanzas y de júbilos, que parecen descender de lo alto envueltos en ondas musicales de misterio; y el semblante de los trabajadores se ilumina adquiriendo tintes de aurora. Tienen la visión de la cosecha.

Ante sus miradas surje el campo florecido, la espiga abundante, fecundada por los rayos del gran luminoso que les dora la frente llenándoles el alma de calor y fuerzas nuevas.

Por eso la alegría les rebosa en el rostro. El músculo enérgico y la paz interior revelada en sus fisonomías dicen que el cuerpo está sano y el alma contenta.

¡Eso es vida! As[ puede desafiarse el porvenir sin temores y sin debilidades. No pueden tenerlas, ellos, los bravos y serenos luchadores que á su paso van dejando incubado el desierto. No pueden tenerlas los que aman la vida por la vida misma, por los encantos que ella tiene en sí, y que la tierra, buena y generosa madre, les ofrece devolviéndoles el gérmen hecho planta vigorosa en su vientre profícuo.

Llevan sol en el alma y por eso la amargura no nubla nunca las frentes de esos bravos y serenos luchadores, de anchos pechos y mirada libre, cuyas existencias se desenvuelven arrulladas por los cantos de la grande y fuerte, bella y sabia, amante y siempre joven y robusta Diosa.

La alegría tiene vida germinativa en sus corazones, donde se abre como en las ramas la flor.

La esperanza es para ellos, la brega del día. Ella constituye el futuro.

El fruto de mañana podrá ser arrebatado por el torbellino. ¡Qué importa! ¡Quién piensa en eso! La semilla ha sido arrojada y el árbol, lozano y fuerte, volverá á erguirse desafiando las iras del cielo. La simiente no sucumbe, la raíz queda en tierra y el retoño suele brotar con más empuje, con más poderosa fuerza de espansión.

Eso puede leerse en los semblantes de los trabajadores que abren el surco y arrojan el grano de trigo como lluvia de oro sobre el tajo anhelante hecho en la tierra virgen.


FIN