Gerónimo Gómez de Huerta (Retrato)

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


DON GERÓNIMO GOMEZ DE HUERTA. editar


Don Gerónimo Gómez de Huerta, natural de Escalona, Doctor en Medicina por la Universidad de Valladolid, y Médico de Cámara de Felipe IV, comenzó sus estudios en las escuelas de Alcalá, manifestando desde luego un ingenio claro y pronto, y una inclinación extremada á todo género de ciencias. Una feliz casualidad le proporcionó la apreciable compañía de los dos hermanos Juan y Fernando de Mendoza, en la que logró poner en exercicio su buena disposición para las letras, y habilitarse para trabajar útilmente en la ilustración y defensa del famoso Concilio Iliberitano. El deseo universal de saber que había infundido á Huerta el trato continuo con estos dos literatos, especialmente en materia de Antigüedades, y de Historia sagrada y profana, le tenia indeciso sobre la facultad á que se había de aplicar para conseguir algún destino que pudiera darle con que vivir honradamente, ayudado de algunos cortos bienes que poseía. La Jurisprudencia de que la historia y el estudio sobre los Concilios le habian dado algunos conocimientos, le parecía la profesión mas acomodada para lograr sus ideas á la sombra de sus protectores; pero el amor que había tomado á las obras de la naturaleza en las observaciones que continuamente hacia meditando y trabajando sobre la historia que había compuesto de ella su mejor investigador C. Plinio Segundo, le obligó á decidirse por la Medicina como mas análoga. Estudiada esta ciencia sólidamente en la Universidad de Valladolid, y laureado en ella con admiración de sus profesores, la practicó por algunos años con tanto beneficio de la humanidad y de sus intereses, que á poco tiempo le aseguraron una decente subsistencia, y un concepto superior al de sus compañeros en el arte.

D. GERÓNIMO GÓMEZ DE HUERTA.
Médico de Felipe IV. Sabio naturalista y el mejor intérprete de C. Plinio. Nació en Escalona el año de 1573, y murió en Madrid el de 1643.

En este estado trató Huerta de contraer matrimonio, y lo realizó, vencidos algunos obstáculos producidos tal vez por la envidia á su crédito, con una muger de buen linage y costumbres, y de un regular patrimonio. Casado Huerta, no alteró su vida estudiosa; todo el tiempo que le dexaba libre la asistencia á los enfermos, le ocupaba en meditar sobre sus dolencias y sobre los medios de corregirlas, según los caracteres de sus respectivas indicaciones, que se conformaban mas con los principios esenciales de la Medicina. Nada holgaba en sus observaciones, como decia él mismo, quando trataba de restituir á un enfermo la salud que había perdido: su manera de vida, sus humores, su edad, el clima y circunstancias del pueblo en que vivía, y de aquel en que había nacido y estaba criado, si era distinto, el influxo de la estación, todo ocupaba su estudio, y le servia para conducirse en la investigación del origen del mal, y en el régimen en sus progresos hasta su término. Baxo de estas reglas, rara vez fallaban sus pronósticos; se le oía como á un oráculo, y se le buscaba y consultaba de todas partes.

Otro que hubiera sido ménos moderado que Huerta, y hubiera tenido mas apego que él á las riquezas, se hubiera envanecido de su sabiduría, y hubiera juntado caudales inmensos. No así Huerta, huía de los aplausos, y en muchas ocasiones se resistió á las liberalidades con que algunos pretendieron remunerar sus servicios. Este desprendimiento le acreditó mas que nunca quando habiéndosele muerto su muger, y tomado el hábito de Religioso Carmelita un hijo único que le habia dexado, abandonándolo todo, se retiró á Valdemoro, y después á la Villa de Arganda. Libre en estos pueblos de los continuos ciudados á que hasta entonces habia tenido que atender, pudo entregarse al estudio, ampliar sus obras sobre la Historia natural de Plinio, corregir las preciosas traducciones que habia hecho de varios libros de ella, y coordinar sus Problemas filosóficos, trabajos todos bien dignos de la estimación de los sabios, y de los que algunos grangearon á Huerta el renombre de Plinio Español.

Se había esparcido demasiado la fama de Huerta, para que estuviese mucho tiempo encubierto; y Felipe IV, á cuya noticia habia llegado muchas veces, le hizo llamar para Médico suyo de Cámara. Aunque este honor no podia serle indiferente á Huerta, ni ménos rehusarle; para condescender como era debido á las órdenes del Soberano, tuvo que hacer un sacrificio extraordinario de su sosiego, y trastornar todo el método de vida que con tanta satisfacción habia adoptado. Muy sensible le fue á Huerta esta mudanza: la precisa asistencia, á palacio, y otras atenciones de que no podía desentenderse, no solo le robaban el tiempo, sino que ocupaban su imaginación con especies que le distraían de meditar. Sin embargo, como sus delicias eran el estudio, acomodándose á las circunstancias de su vida, y aprovechándose de los muchos conocimientos que en el transcurso de ella habia adquirido, ya que no podía exercitarse en discursos profundos y filosóficos, se dedicó á la composición y corrección de otras obras mas agradables y menos abstractas, que fuéron el Tratado de la precedencia de España debida á sus Reyes Católicos, el Florando de Castilla, Lauro de Caballeros, en octava rima que comenzó á trabajar desde muy jóven, y el Panegírico latino de la Concepción purísima de la Virgen.

En estas dignas ocupaciones, y cumplidos ya setenta años, murió Huerta en el de 1643 con mucho sentimiento de la Corte, y de quantos le habían tratado y conocido. Se asegura que era tal la confianza que tenia en él Felipe IV, que quando supo su muerte, no obstante que aun estaba en la fuerza de la edad, prorumpió en estas palabras: No viviré yo mucho, si Huerta ha muerto; lo que en efecto se verificó, pues apénas pudo sobrevivirle cinco años. Aunque el ánimo de Huerta parece que era el de sepultarse en el Convento de Carmelitas Calzados de Valdemoro, por su última disposicion se enterró en el de Descalzos de S. Hermenegildo de Madrid, en donde yace. Fue D. Gerónimo de Huerta de un carácter dulcísimo, en extremo caritativo con los pobres, de una moral austera, y muy dado á la devoción. Lope de Vega en su Laurel de Apolo hace un digno y gracioso elogio de este sabio naturalista.


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