Vasco Núñez de Balboa (Retrato)
VASCO NUÑEZ DE BALBOA.
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Las primeras tentativas que hiciéron los Españoles para establecerse en tierra firme de América fueron inútiles y desgraciadas. El genio y temperamento de los habitantes, mas belicoso y robusto que el de los Isleños; la aspereza salvage del terreno, que solo presentaba montañas fragosas, pantanos nocivos é intransitables, y horribles desiertos; un clima cruel armado de frios y calores igualmente insufribles, rechazaban de todas partes á los Europeos cansados de luchar sin fruto con tan espantosos estorbos. Así se malograron las expediciones de Ojeda y de Nicuesa: y hubiera tenido el mismo fin la de Enciso, á no haber ido con él un hombre superior á tos obstáculos que la naturaleza y la fortuna le oponían á cada paso.
Este fue Vasco Nuñez de Balboa, que nació en Xerez de Badajoz hácia el año de 1475. El fue quien alentó á sus compañeros, que desmayados con la pérdida de la nave y de los víveres que en ella llevaban pensaban en volverse á las Islas, y les indicó el parage del Darien como mas á propósito para establecer su Colonia; guiólos allá, arrojaron á los Indios, y formaron su población. Desde entonces, confiados en su prudencia y esfuerzo, quitaron el mando de la Colonia á Enciso, que no sabia mas que atesorar, y se le dieron á Balboa, que sabia gobernar y combatir. La dirección no podía confiarse á mejor caudillo: osado en sus proyectos, activo en executarlos, con un ánimo que nunca se vió desmayar en los peligros, y con una resistencia que las fatigas jamas pudieron abatir, era al mismo tiempo agasajador, franco y popular con todos; y sus Soldados que le veian vestirse y alimentarse como el mas inferior de ellos, consolar á los unos, alentar á los otros, y ser siempre el primero en las facciones y en los trabajos, le adoraban, y le seguían animosos adonde quiera que los llevaba. Enciso volvió á España á proseguir en la Corte sus quejas y su resentimiento, mientras Vasco Nuñez se ocupaba en asegurar su Colonia, y en pacificar las naciones salvages que le rodeaban.
Aterró á las unas con la superioridad de sus fuerzas, y se ganó las otras con la amistad y los presentes. Recorrió la tierra comarcana, y toda día tuvo que reconocer el dominio Español. En una de estas correrías sus compañeros disputaban sobre el oro, que pesaban en una balanza: un Indio presente á la disputa, echando á rodar el oro y la balanza, ¿por qué reñir, les dixo, por tan poco? Si tanta ansia teneis de oro que abandonais por él á vuestra patria, y atravesáis tantos mares, yo os diré donde podeis ir á saciar vuestro deseo con ese metal despreciable á nuestros ojos: y en seguida les dió noticia del mar del Sur, y de las ricas naciones que habitaban sus costas, aconsejándolos que para aquella empresa era preciso que fuesen en mas número que los que entonces eran.
Con este aviso Balboa dió la vuelta al Darien, hizo sus preparativos, y se puso en marcha para descubrir el mar y las regiones que tantas riquezas prometían. Enormes dificultades embarazaban la empresa. Los Indios, á modo de enxambres, se oponían en las llanuras: los pantanos ocupaban los valles, los torrentes se despeñaban de las cumbres, y las montañas escarpadas, que forman el Istmo, y resisten el embate de los dos mares impracticables por todas partes, no dexaban un momento de descanso á los acosados Españoles. Al cabo de veinte y cinco días de una marcha desesperada, el Océano Pacífico se mostró á los ojos de Balboa, que atónito y gozoso dió gracias al Cielo por el descubrimiento; y entrándose en las olas, tomó posesión del mar en nombre del Rey de Castilla. Así se abrió este nuevo y vasto campo á la navegación y al comercio de la Europa.
Los Españoles, después de haber tomado noticias del Perú, regresaron á la Colonia subyugando y destruyendo las tribus enemigas que encontraron en su tránsito. Es preciso decirlo: mas de una vez Balboa se dexó llevar de la violencia y la codicia, que han deslucido la reputación de nuestros descubridores. Ya estos borrones que obscurecen su gloria han sido denunciados á la posteridad por los filósofos; pero nosotros observaremos solamente, que saliendo aquellos Españoles de un pais donde en siete siglos no se había respirado mas que guerra y combates, la mayor parte de ellos sin educación alguna, encontrándose en un mundo nuevo, mudo y terrible á sus ojos, donde la sed, el hambre, la guerra y la fatigo los desesperaban, no era tanto de extrañar que sus corazones terribles se desnudasen tal vez de todos los afectos sociales, y que su brio y energia degenerasen en ferocidad y violencia.
La Colonia crecia y prosperaba baxo la dirección de Balboa, quando llegó al Darien Pedrarias Dávila, enviado de la Metrópoli para gobernar el Istmo. De todos los Españoles que pasáron los mares, fue este el mas infame y abominable. Sin ninguna de las dotes brillantes que hiciéron ilustres á los descubridores, sin hacer bien alguno por la prosperidad de la Colonia, era avaro, cruel, envidioso, implacable vengativo. Juró eterno rencor á Balboa, no pudiendo sufrir el resplandor de sus talentos y de sus empresas: empobrecióle con residencias, le privó varias veces de su libertad; y el domador del Istmo, y descubridor de las riquezas del Sur, se veia miserable y olvidado en aquella tierra, que él habia conquistado con su valor, y gobernado con su prudencia.
La Corte al fin conoció su yerro, y nombrando á Balboa Adelantado en todos los paises que descubriese, dió órden á Dávila para que le auxiliase en sus empresas. Este triunfo de su rival acabó de encender aquel espíritu iniquo y vil. A costa de grandes fatigas se habian hecho ya los preparativos para la expedició del Perú; ya Balboa, seguido de los muchos voluntarios que su valor, su fama y su fortuna le atraxéron, se hallaba en la Isla mayor de las perlas aguardando la sazon de salir al mar, y empezar la carrera de trabajos y de gloria que despues holló Pizarro; quando el sospechoso Dávila, abusando de su confianza, le envió a llamar, y luego que le tuvo en su poder, le hizo prender y condenar á muerte. En vano la Colonia entera, estremecida y llena de indignación, pedia la vida de un hombre de tantas esperanzas: todo lo atropelló la violencia de Pedrarias, y la sentencia se executó en la plaza de Acla con llanto universal de quantos la miráron. Sucedió este desastre en 1517, y con él se dió la señal á la ruina sangrienta que preparaba la suerte á los descubridores y conquistadores del Perú.