Filipinas 5

(Redirigido desde «Filipinas 2»)
​El Museo universal​ (1868)
Filipinas 5
 de Ventura Ruiz Aguilera

Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:

GEOGRAFÍA Y VIAJES.

FILIPINAS

(CONTINUACION.)

Vamos á concluir este apunte ó relato, copiando á continuación un documento curioso é inédito, de los que suelen autorizar con FrecuencIa los mediquillos para percibir sus honorarios.

Cuenta del curar á don Catalino Genuino hasta que muere.

1. Por el corteza santo y y los polvos que dió primero... 2 peso.

2. Por el cataplasma, siete beringenas con aquel otra gradiente. Son todo fi po:;o 2 rialís. ."

3. Lo mismo: dia que desmeya de aquel bebida del bote y puso bueno 8 peso 4 cuartas.

4. Para la ceyte de San Ignacio no tuvo efecto, por que no estaba en casa el padre. . . 2 2 pes.

5.° El cremol y magnesia junto por aquel polvo que puse mio. . . . 13 peso.

Que son en junto...... 30 peso 2 rialis 4 cuartas.

Cajes mios de los nueve dias con tres mucho trabajo y no duerme bueno, á 3 peso por todo esto 36 pesos Treinta y seis.

Que son por todo 66 pesos 2 rialis y 4 cuarta.

Dió ya conmigo la señora para jugar al panguingui:

1. 8 peso; y luego 6. . . 14 pes.

Aquel que fué la gallera dos dia 20 pes.

Honorio Bonus.

En Filipinas, cualquiera que sea la dirección del viajero, hallará bosques á derecha é izquierda de su camino. En ellos habitan familias verdaderamente venturosas. Allí nacieron; allí la fé penetró su razón; allí aman al Dios verdadero; le temen y en él esperan; allí bendicen la Providencia que les prodiga cuanto necesitan en unas cuantas varas de tierra. Tan limitados son sus deseos; tan fácil es su bienestar. Entre los indígenas, el tipo rústico es el mas dichoso de todos los tipos. Es costumbre del país que los tagalos ó indios modifiquen sus nombres propios. Los que son verdaderamente rústicos, revelan sencillez en su semblante. Son grandes sus manos, y muy bastas, lo mismo que los pies, cuyos dedos se les han puesto aplastados y desunidos á fuerza de saltar matorrales y trepar vericuetos, lo cual ejecutan con una agilidad admirable. Podrían sin duda competir con los mas escalentes gimnastas, y tienen también mucho de anfibios, siéndoles grato pasarse dias enteros en el agua, como galápagos, y contener el resuello como los mas prácticos de los buzos. Son insensibles al fuego del sol, que tuesta su piel, é indiferentes á la lluvia en cualquier ocasión que les sorprenda: las tronadas los arrullan, y los temblores de tierra los mecen agradablemente en la ignorancia del peligro que anuncian. Sin miedo, sin repugnancia, sin muchas precauciones cogen con sus manos las culebras, los lagartos y cualquiera otro reptil por venenoso que sea, y por la sencillísima razón de que no han estudiado historia natural.

La inteligencia del indio rústico carece del preciso desarrollo para que puedan atormentarle las pasiones vehementes ni arraigadas. Su memoria no retiene acontecimientos anteriores al día en que vive. Recuerda su nombre, el de su mujer y el cíe su hijo; recuerda también el de su pueblo; pero no sabe la fecha en que nació, ni da la menor noticia de uno de sus antepasados. Como no tiene relaciones de amistad íntima con nadie, ignora lo que es ingratitud; como no aspira á la superioridad del saber, de la fortuna, de la fuerza, ni de la resistencia, no se ha formado idea de la envidia; como no oye á sus prójimos elogiarle, ni escarnecerle, ni se fija en si el concepto que les merece es justo ó injusto, parcial ó desinteresado, tampoco se ha puesto á prueba su amor propio, y siguiendo este orden de reflexiones, resultaría infaliblemente que le son desconocidos todos los vicios capitales á escepcion de la pereza, efecto simultáneo de la falta de afán, que no es sino consecuencia inmediata de que el corazón disfruta una paz octaviaria.

Sometido como los demás séres de la especie, á trabajar para satisfacer sus necesidades, calcula instintivamente la reducción de estas, para verse libre de ocupaciones el tiempo mayor posible. En su presupuesto de gastos, están suprimidas innumerables partidas absolutamente precisas en cualquiera otra situación que la suya. En primer lugar, goza de una salud envidiable, en términos que se supone suficiente á combatir cualquier enfermedad, comiendo como los perros media docena de yerbas entre laxantes y astringentes. Después, le sucede que no ha menester aljofaina ni jabón para lavarse, porque cuenta con el rio. En vez de navajas de afeitar, posee magníficas conchas de almeja que le sirven de pinzas, y con las cuales arranca de raiz pelo á pelo todos los de su rostro. Para comer, le son inútiles silla, mesa, servilletas, platos, vasos y cubiertos; para dormir, tarda lo mismo sobre un sofá de muelles que sobre un peñon de piedra-granito. Su reloj es el firmamento; y el día, le marca únicamente dos horas que componen las veinte y cuatro del hombre culto: la luz y la oscuridad. Para alumbrarse de noche, le basta su organización especial; porque vé lo mismo que los murciélagos y las lechuzas. Como precaución para circunstancias críticas, tiene un arado, una red y un cuchillo que usa constantemente á la cintura; con el tarda en satisfacer su tributo el tiempo que se emplea en corlar tres reales de bejucos, ó en hacer un salacot.

Para sus ratos de holganza, tiene su gallo, cuyas plumas acaricia con un afecto entrañable, y cuyo cauto es tan grato á su oido, que no lo renunciaría por los sublimes acentos de la Patti ó de la Malibran. Si se propone jugar con algún verino, hace cuatro rayas en la tierra, y coge media docena de piedrecillas; con esto, suple todas las combinaciones de una baraja, y podría arriesgar todas las fortunas del orbe, si de ellas dispusiera.

Su traje consiste ordinariamente en un calzón azul remangado hasta las rodillas, y cuando tiene precisión de salir del bosque en que habita, usa además una camisa del mismo color del calzón y un salacót de caña sin adorno alguno. Los zapatos, son para él una moda tan ignorada, como los guantes, los calcetines y el corbatín. Su casa ocupa un sitio muy pintoresco. Está situada a media milla del camino real, oculta entre ramaje, y rodeada por un cerco de palitroques. Es de nipa, y tan pequeña, que sólo tiene una habitación á que es preciso subir por una escalera casi perpendicular y de tres tramos muy distantes entre sí.

Los muebles, se reducen á un canapé de caña, una mesa sumamente baja y una estera muy vieja arrollada en una almohada cerca de un calan colocado en un rincón inmediato á la puerta. Frente á ésta, se hallan pegadas á las nipas, con arroz cocido, una estampa de nuestra Señora de Anlipolo, otra de la Soledad de Cavile y otra del Santo Sepulcro. Desde una de las ventanas, se ve un marranillo atado á uno de los harigues, y agrupadas en distintos sitios, las cenizas de las hojas secas que sirven á prima noche para ahumar la habitación, ahuyentando por este medio los mosquitos. Debajo de la casa, hay una pequeña máquina hecha con caña y palma brava, que tiene por objeto descascarar el arroz. Fuera del cerco y á distancia de diez pasos, hay un lodazal donde suele acostarse un carabao, sacudiéndose continuamente las moscas, con las orejas y con el rabo. En aquel espacio tan reducido, tiene el indio rústico reunidas su familia y su fortuna: allí pasa la mayor parte de sus dias, sin contarlos ni advertir la menor diferencia de los unos á los otros, hasta que amanece aquel en que por dos de sus vecinos, es conducido en una hamaca al pueblo, donde le sigue su familia afligida para cerrar sus ojos.

(Se continuará)

Bernabé España.