Filipinas (Ensayo) 2

El Museo universal (1868)
Filipinas 2
de Bernabé España

Nota: Se ha conservado la ortografía original.

De la serie:

GEOGRAFIA Y VIAJES.

FILIPINAS.

(CONTINUACION.)

La Calle del Rosario, cuya vista, tomada desde la casa del señor Vízmanos es adjunta, es una de las mas principales y concurridas de la provincia de Manila por su posición topográfica, sus buenos edificios, sus anchas aceras y la infinidad de tiendas chinas de comercio que contiene; y hasta llegará á ser hermosa, cuando se sustituya la especie de cobertizos que hoy la afean en gran parte, por un soportal ó galería corrida como la ya iniciada en el nuevo pasaje de Norzagaray, no siendo un despropósito decir, que el estado de riqueza y cultura de una población, de nada puede inferirse mejor que de su ornato público; y si bajo tal concepto y por lo que representa la calle que nos ocupa, fueran á calcularse os adelantos del país filipino, no hay duda que se le consideraría á una altura mucho mas elevada que la que imparcialmente debe concedérsele, mientras que por desgracia no tenga muchas calles como la del Rosario.

Hay en la capital del archipiélago varias casas de recogimiento para las jóvenes solteras, que se llaman Beateríos, en donde ejercen las labores propias de su sexo y se dedican á las prácticas religiosas. Usan todas un traje igual, que no deja de tener algo de pintoresco. Llevan una ancha falda ó saya negra de lana ó de seda; algunas de ellas, que por lo regular son españolas, visten el manto antiguo, también negro, atado á la cintura y echado sobre la cabeza, que se usó en tiempos pasados en toda España. Otras, llevan una mantilla (lambo) de pifia ó de otra tela mas ordinaria, de color de castaña amoratado, y con mucho lustre de gomas; esta mantilla va suelta y únicamente prendida en la cabeza: á algunas jóvenes les sienta bien y les hace suma gracia.

La india ó cigarrera elegante de Manila y Cavile, es asi mismo un tipo especial. Aunque su traje es en la esencia idéntico al de las restantes indias, según hemos dejado apuntado anteriormente, en la forma, el tapis lo lleva hoy la india rica con mas coquetería que hace algunos anos. Es un mero adorno de menguadas proporciones que le da cierto aire de desaliño, y que parece puesto por casualidad y como cayéndose, al mismo tiempo que ciñe su esbelta cintura. Es esencialmente limpia, y sus baños en el rio y en los esteros, son hasta repetidos en un mismo día. De joven, horda en pina con destreza y habilidad estraordinarias; y concluye una pechera sombreada, con la mayor perfección. Corta con gracia una camisa de sinamay; y además de ataviarse ella misma con sus labores, la sirve su trabajo para vivir con mas desahogo. Toca el arpa con destreza, y con ella se acompaña, cantando «n tono triste y voz algo nasal, el cundiman en tagalo, y el Hobenhamet ó arrullo en español. Es en estremo aficionada á las fiestas y procesiones de los pueblos.

La mestiza española de buena fortuna, también se distingue de las demás de su raza por el valor de las alhajas con que se adorna, por el calzado lujoso que lleva (como digimos en otro lugar), y que es en estremo gracioso cuando se encierra en él un pie blanco, diminuto y de sonrosarlo talón, y porque toca el arpa y el piano con la perfección que es posible a quien na aprendido sin principios ambos instrumentos. Para la mestiza, constituye el baño un verdadero placer, y acude á él á menudo con sus amigas, en banca (bote) con alegresmúsicas, ó en carruaje. Nada muy bien y se deleita en esta ocupación largo tiempo: en tales dias, deja suelta su abundante cabellera hasta que se seca perfectamente; oye misa en las fiestas de guardar, y besa respetuosamente la mano de sus padres, después de rezar la oración por la noche. Sus manjares predilectos son las golosinas del pais.

El gobernadorcillo de Filipinas es otro personaje original, que, aunque parece de poca importancia por sus pequeñas proporciones, es de lo mas interesante para el gobierno y prosperidad del pais. Las órdenes emanadas del superior gobierno y de los señores alcaldes mayores, poca utilidad podrían producir en el archipiélago, sin la humilde y leal cooperación de los gobernadorcillos de los pueblos. Estos, son los que se llaman en España alcaldes pedáneos, y son la autoridad municipal ordinaria encargada en cada lugar de su gobierno inmediato. Transigen en su principio las demandas litigiosas, las divergencias que se suscitan, y oyen las quejas ó reclamaciones. En asuntos criminales, forman las primeras diligencias sumarias, y con los reos, las remiten al superior juzgado: actúan siempre con dos testigos acompañados, y hacen las veces de escribanos públicos. Conocen y fallan las demandas civiles cuya cantidad no esceda de 23 pesos, según unos, y de dos taeles de oro, según otros. Las faltas ligeras pueden juzgarlas y castigarlas con algunos azotes. Se tallan obligados a cuidar de la tranquilidad pública, buen órden y policía del pueblo de su mando, y hacer cumplir y ejecutar las órdenes superiores, para "lo cual tienen á "su disposición suficiente número de subalternos, llamados tenientes, que en casos dados les suceden en el mando. Cuentan además con un juez de policía, con otro de sementeras, para que éstas se elaboren á su debido tiempo, para dirimir las diferencias entre amos y criados, y castigar á los morosos ú holgazanes. Y por último, tienen otro juez de ganados, para que éstos no carezcan de sus marcas y en los tiempos de siembra estén guardados en sus pastos.

No contamos los alguaciles, ni tenientes de barrio, todos sujetos y subordinados á las órdenes del gobernadorcillo.

Otro de los séres racionales y notables de Filipinas es el cochero, el cual se forma de un indio audaz que se compromete á dirigir un par de caballos, sin que haya precedido para ello ensayo alguno. Su título consiste en la palabra que da ante el amo de desempeñar bien su cargo. Andrés, Luis, Felipe, Pancho, ó como se llame, ha sido antes que cochero, bata ó librea, portero, mozo de cuarto, sota y cocinero; porque es de advertir, que en Manila y Cavite, desde la cocina á la cuadra hay un sólo paso. Luego que la inesperíencia del cochero ha puesto á prueba la solidez del carruaje y el sufrimiento de los caballos, y que ha agotado la paciencia y el bolsillo de sus primeros amos, empieza á figurar como cochero esperimentado. Reducido á sus propias fuerzas, sólo con el trascurso del tiempo y resabiando caballos, consigue dirigirlos medianamente; asi es, que es muy raro el que llega á manejar las riendas con alguna maestría, y por eso puede uno asegurar sin temor de equivocarse, que de cada ciento de los que van en el pescante, los noventa y cinco no saben ser cocheros. El que llega á despuntar, se engríe sobremanera, y no quiere servir mas que á un amo rico, que posea pareja de mucho trote, para que los caballos que guie pasen, trotando, á los demás. Viste el trage de los restantes indios, ó la librea que su amo le entrega para que se engalane, y no desperdicia ocasión en que pueda lucrarse medio peso, ya cercenando la ración de miel y palay, que han de comer los caballos, ya confabulándose con el zacatero y admitiéndole menor número de manojos de yerba que los estipulados, para partir como buenos hermanos, á fin de mes, el importe de la diferencia.

La Buyera tampoco deja de ocupar un puesto distinguido entre los pobres indios. Es la mujer que vende el sabroso masticatorio de que tanto uso hacen aquellos, compuesto de betel, cal y areca. ó como dice la huyera, de temo, apog y bonga. La buyera habla poco, y no canta mas que en la cuaresma, que la emprende con las lamentaciones de Jeremías, y á voz en cuello se ocupa de ésto toda la noche. La huyera es una crónica viva de la población; á todos conoce, y hasta sabe la historia de cada uno, porque su tienda es un punto de reunión donde se murmura de todo. Cuando tiene su ligao ó novio, es indispensable proveerle de cigarrillos á cada paso, y hasta de dinero. Limpia como es, sencillamente vestida y sentada en su lancape partiendo bongas y doblando buyos, es el símbolo de la laboriosidad; con un capital" muy pequeño, se _ enriquece y enriquece á otros.

El indio anciano lleva en sus manos un pequeño instrumento que parece una geringa de caña, pero es un canuto grueso con un mango de madera. Este aparato, se llama calicut, y le sirve para machacar la nuez de bonga y el betel, que con la adición de un poco de cal de ostras, apagada, constituye el buyo. El vicio que tienen los indios de masticar este compuesto, es tal, que con mas resignación soportan el liamr bre y la sed, que no la falta del buyo. El trage de los filipinos ancianos se distingue del de los jóvenes, en que es mas sencillo y holgado. Un pantalón ancho de guingon y una camisa de sinamay ó de algodón con as mangas dobladas y el cuello suelto, forman todo el equipo con que cubren su cuerpo. La cabeza y los pies van desnudos ordinariamente, pues sólo para preservarse de los rigores del sol ó de la lluvia suelen llevar un sencillo salacot y una especie de sandalia. El calicut acompaña al matandá, y en los momentos en que no hace uso de él, lo lleva colocado entre la pretina ó la correa que sujeta al pantalón. Aun cuando la vejez es precoz en aquellas latitudes, por lo mismo que la juventud es anticipada en comparación con los países distantes de la zona tórrida, no es raro hallar en Filipinas longevidades notables. Se ven personas á la edad de 70 años ocupadas diariamente en las rudas faenas del campo. El indio viejo es por lo común apacible y benévolo, y gusta mucho del juego de cartas conocido con el nombre de panguingui.

(Se continuará.)

Bernabé España.