AARON BURR




Este militar americano se improvisó como otros muchos en la guerra de la Independencia. Su primera profesión fué la de abogado; pero á poco de terminar sus estudios ingresó en el ejército revolucionario que se formaba entonces para combatir á los ingleses. Era popular en el ejército, no sólo por su bravura, sino también por el fogoso entusiasmo que le inspiraba la causa de la emancipación.

Sus servicios militares, debidamente apreciados por sus jefes, le valieron ascensos repetidos. En 1778 era ya teniente coronel; pero poco después abandonó el servicio militar sin que se conozca la verdadera causa. Sus biógrafos dicen que se había quebrantado gravemente su salud y que no podía soportar las fatigas de la guerra; pero en su tiempo se decía otra cosa: que estaba descontento por no haber obtenido un puesto que ambicionaba. Esta hipótesis es verosímil, pues Burr era ambicioso, díscolo, descontentadizo é insubordinado. Creemos, pues, que algún desaire sufrido, alguna pretensión no satisfecha ó algún deseo burlado, le impulsaron á romper su espada y abandonar las filas.

Se estableció Burr en Albany, dedicándose otra vez á ejercer la abogacía; pero se agitaba mucho como político ambicioso y hombre audaz que era, gustando más de perorar en público y de gritar en los clubs que de defender á sus clientes en los tribunales de justicia. Tal vez por eso mismo fué nombrado senador, distinguiéndose en el Senado por su actividad é inteligencia. Antes de tomar asiento en el Senado de los Estados Unidos, fué una temporada procurador general de Nueva York.

Los dos partidos, republicano y demócrata, luchaban entonces como ahora y se combatían con saña. Burr era uno de los jefes más visibles del partido republicano, y como tal figuró en 1800 en la lucha presidencial. Los dos candidatos más favorecidos fueron Burr y Jefferson, que obtuvieron igual número de votos. El empate debía ser resuelto por el Congreso y éste designó á Jefferson para presidente de los Estados Unidos, á Burr para vicepresidente.

Siendo vicepresidente de la República fué presentada su candidatura para gobernador de Nueva York, cargo que anhelaba el ex coronel Burr, que siempre ambicionaba alguna cosa y no tenía bastante con ninguna.

Muy combatida fué la candidatura del vicepresidente para gobernador, y uno de los que más la combatieron fué el célebre Hámilton, político severo y ciudadano virtuoso. La elección no fué favorable á Burr, quien despechado por su derrota y juzgándose ofendido por uno de los escritos de Hámilton, le mandó sus testigos.

Alejandro Hámilton no pudo ó no quiso negar á su adversario la reparación que le pedía y se batió con él.

En Nueva Jersey tuvo lugar el encuentro, que fué á pistola, y allí cayó mortalmente herido el valeroso Hámilton, en el mismo sitio donde su hijo mayor había perecido en otro lance no hacía muchos meses.

La muerte de Hámilton fué desastrosa para Burr, que perdió las simpatías de sus mismos partidarios y no fué reelegido.

Burr se despidió del Senado con un discurso elocuente; pero su actividad no le consentía permanecer ocioso y emprendió un largo viaje á las despobladas regiones del Oeste. Conocidos como eran su ambición y su carácter, el viaje de Burr dió pasto abundante á la murmuración. Pero la verdad es que entonces fué calumniado por los que supusieron que intentaba separar los Estados del Oeste, y por lo que llegaron á insultarle llamándole emperador ó rey del Misisipí.

Lo que Burr se proponía era conquistar el virreinato de Méjico, expulsar de allí á los españoles y agregar nuevos Estados á la Confederación. Y puede ser que eso mismo no lo pensara seriamente, pues dado su talento no podía desconocer que la empresa era difícil. Creemos que sus planes de conquista eran totalmente simulados y sin más objeto que recobrar la popularidad que había perdido. Porque, en efecto, una parte del pueblo de los Estados Unidos tiene la manía del engrandecimiento, sueña constantemente en anexiones y aspira á la posesión de todo el continente americano. Cada nuevo Estado que se crea ó que ingresa en la Federación, supone una estrella más en la bandera de los Estados Unidos. Trece eran las estrellas del pabellón americano á raíz de la independencia y son ya más de cuarenta. Los partidarios de la conquista ó de la anexión de toda América dicen que su pabellón irá aumentando el número de estrellitas, hasta que anexado todo el Nuevo Mundo luzca el pabellón americano la estrella salvadora, única, grande, que llaman ellos « estrella americana » ó « estrella del destino ». Estas ilusiones son hijas de una interpretación aventurada y falsa de la llamada « doctrina de Monroe ».

La idea de Burr era popular en los Estados Unidos, que ya hoy poseen una parte muy considerable de lo que fué en otro tiempo territorio mejicano. Pero no es fácil destruir una República tan valerosa como la de Méjico; no se destruye una gloriosa nacionalidad que tiene historia ilustre y vida propia; no ha de conquistar toda la América, desde el círculo polar al cabo de Hornos, ese coloso que con todas sus grandezas aún no ha vencido á los apaches.

Pero volvamos á Burr.

Sus manejos en la frontera de Méjico le valieron una acusación: la de atentar á la seguridad y los derechos de un país amigo. Las reclamaciones del gobierno de España dieron lugar á un proceso contra Burr, que fué reducido á prisión en 1807.

Burr se defendió á sí mismo con mucha habilidad, logrando convencer al tribunal de que no había organizado expedición alguna. Fué declarado inocente, se le puso en libertad y volvió á ejercer su profesión de abogado.

Este hombre que tanto había figurado murió en la obscuridad en 1836.

Había nacido en Newart en 1757.