Figuras americanas/07
Repetiremos aquí lo que hemos dicho en el prólogo: en esta Galería de americanos ilustres no necesitamos incluir á Wáshington, que llena el universo con su nombre; ni á Bolívar, que fundó la libertad en la América española; ni á Lincoln, redentor de los esclavos; ni á Benito Juárez, salvador de Méjico. Esas grandes figuras son conocidas y celebradas en América y en todo el mundo y no tienen necesidad de biógrafos, de historiadores ni de panegiristas. Lo que nos proponemos es dar á conocer la vida de otros hombres igualmente insignes, pero menos brillantes; figuras que la juventud americana debe conocer y respetar, estudiando sus ejemplos y no olvidando sus nombres.
Una de esas figuras es la del ilustre Hámilton, modelo de ciudadanos, ejemplo de patriotas y dechado de virtudes cívicas.
Alejandro Hámilton nació en 1757. Su padre era un escocés establecido en las colonias inglesas y casado allí con una antillana de origen francés.
La colonia inglesa donde nació el que tanto había de contribuír á emancipar colonias, sigue sometida al yugo inglés. Porque Hámilton vino á la vida en una de las Antillas menores, en la de Nevis, donde vivió hasta la temprana muerte de su madre.
Á los once años de edad fué enviado el niño Hámilton á la isla de Santa Cruz, para ser colocado como último dependiente en un establecimiento mercantil. Compartía sus ásperas faenas con el estudio, distinguiéndose por su aplicación y por su afán de saber. Sus cualidades llamaron la atención, y sus parientes le llevaron á un colegio de Nueva York cuando tenía quince años.
Antes de su salida del colegio empezó á mezclarse, como toda la juventud de entonces, en la agitación precursora de la independencia americana.
El primer Congreso de la revolución, celebrado en 1771, dió ocasión á multitud de hojas, folletos y otros escritos anónimos, entre todos los cuales llamó la atención pública uno que las gentes atribuyeron á Jay, que era un jefe de partido. Su autor, sin embargo, no era otro que Hámilton, joven desconocido, político ignorado, pero pensador discreto aunque sólo tenía dieciséis años. De gallarda manera hacía sus primeras armas como escritor público nuestro joven revolucionario el colegial isleño.
En 1775 recibía la causa de la Independencia su bautismo de sangre, y entonces fué cuando nuestro hombre, por no decir nuestro niño, organizó una compañía de colegiales con el nombre de Corazones de roble. « Libertad ó muerte », fué el lema que los Corazones de roble tomaron por divisa.
De improvisado jefe de escolares ascendió á capitán efectivo en 1776. Mandando una compañía provincial llamó la atención de generales como Wáshington y Lafayette.
Traduzcamos aquí lo que ha dicho uno de sus biógrafos:
« Habiéndose distinguido en la retirada de Long-Island, en Trennot y en Princenton, Wáshinton le tomó como ayudante de campo con el grado de coronel, no tardando en ser el confidente del gran nombre de los Estados Unidos, de quien recibió siempre las más afectuosas muestras de aprecio.
» Sirvió, pues, brillantemente en la guerra de la Independencia, siendo el lazo de unión entre el improvisado ejército del país y el ejército francés, gracias á que poseía los idiomas de ambos y la confianza de Lafayette y Wáshington.
» Cuatro años después de proclamada la Independencia de los Estados Unidos, habiendo tenido un pequeño disgusto Wáshington y Hámilton, este último abandonó las armas para abrazar la carrera de abogado en Nueva- York, pues aunque casado con la hija del general Schuyler, veíase obligado á buscar nuevo modo de ganar la subsistencia.
» Tenemos ya al hombre en la plenitud de la vida, cambiado de carrera, enérgico como siempre, y siempre deseoso de ser útil á su patria y á la libertad. Á los dos años de residir en Nueva-York y de adquirir gran reputación se le mandó al Congreso.
» Los Estados Unidos pasaban entonces por una situación difícil. El ejército, durante la campaña de la Independencia, no recibió sus pagas; los oficiales estaban empeñados; la paz no estaba aún consolidada, y era de temer por todas estas causas una guerra civil.
» Hámilton en el Congreso defendió á sus antiguos compañeros de armas, y para que no se le creyera interesado, declaró antes que renunciaba todo cuanto á él correspondiera, pidiendo que fueran reconocidos los derechos de los oficiales. El Congreso, estando exhausta de fondos la Hacienda, desoyó á Hámilton, y sólo cuando el conflicto se hubo presentado decidióse á ser justo.
» Pero entonces presentó la cuestión otro cariz. Se reconocia la deuda que la nación tenía con los militares, mas no había modo de satisfacerla. La República estaba en vísperas de una bancarrota. El Congreso carecía de medios y datos para resolver la situación, pero en su seno contaba un Hámilton que, así como supo conquistar un puesto en el ejército y luego se improvisó abogado, improvisóse también hacendista. Con asombrosa facilidad dominó al punto la cuestión, ilustrando al Congreso y proponiéndole consolidar todas los deudas, tomando á cargo de la Confederación la deuda militar y las deudas de los Estados, creando la unidad financiera. Propuso, además, el establecimiento de aduanas en la costas de Norte-América, medida que se tomó con carácter de provisional, pero que ha subsistido.
» Fué Hámilton el verdadero iniciador, con Mádison, de la célebre Convención de Annapolis, que produjo tantos beneficios. Redactó el dictamen de dicha convención, dirigido al pueblo norte-americano, aconsejando que se reuniera otra Convención en Filadelfia para corregir los defectos y llenar las deficiencias de la Confederación. Proponía que la Constitución, después de redactada, fuera sometida á discusión popular.
» La Constitución se hizo en Filadelfia, mas no satisfacía por completo á sus autores. Sin embargo, todos reconocían la necesidad de adoptarla. Aquellos hombres tuvieron la abnegación de sacrificar una parte de sus convicciones, en aras del interés común, pero Hámilton descolló sobremanera. Tomó á su cargo hacer aceptar aquella Constitución á trece diversos Estados, que la discutieron trece veces, aprobándola, siendo preciso para llegar á tal resultado aunar intereses opuestos, acallar celos y rivalidades, para lo cual valióse siempre de armas de buena ley.
» No había bastante con esto, y Hámilton se unió á Mádison y á Jay, que representaban los distintos matices políticos, pero que estaban convencidos de que la Constitución aquella significaba la salvación del país. Los tres decidieron la publicación de una serie de artículos sobre la Constitución, cuyo trabajo se considera aun hoy día como sus mejores comentarios, y se hallan reunidos en abultado volumen bajo el título de The Federalist. Ochenta y cinco números aparecieron de esta serie, de los cuales redactó Hámilton cincuenta y uno, pero yendo todos firmados bajo el pseudónimo Publius.
» El interés que despertó la publicación de El Federalista y la campaña de propaganda emprendida por Hámilton determinaron en favor de la Constitución á todos los Estados y á todos los ciudadanos. El Federalista, no en balde calificado de « Manual de la libertad », es una de las epopeyas más simpáticas llevadas á término en favor de una causa. Apareció el número 1,° ó introducción el 27 de octubre de 1787 y el último ó la conclusión, el 15 agosto de 1788, redactados uno y otro por Hámilton.
» Cuando Wáshington ocupó la presidencia de los Estados Unidos en 1789, llamó para formar gabinete á Jefferson, jefe del partido democrático, que juzgaba escasa la independencia concedida á los Estados, y á Hámilton, que encontraba limitadas las concesiones hechas al poder central, y asoció á ambos los generales Knox y Jay.
» Hámilton desempeñó la cartera de Hacienda, donde por falta de dinero y sobra de deudas residía el gran problema de la naciente Confederación. En este caso el gran ciudadano pudo realizar sus proyectos; salvó á su país de la crítica situación financiera, levantando el crédito á gran altura, á pesar de todos los rutinarios, y aun hoy Hámilton continúa siendo el más importante entre todos los ministros de Hacienda que han conocido los Estados Unidos.
» Pidió retirarse del gabinete en 1795, contando 38 años, después de haber fundado el sistema financiero de su país. Un historiador dice al llegar á este punto : « Ministro de Hacienda y liquidador de una enorme deuda, había restablecido la fortuna del Norte América; pero se había olvidado de hacer la suya. »
« Volvió al seno de su familia y á ejercer la profesión de abogado, cuando ya el país no tenía necesidad de sus servicios; pero en 1796, con motivo de una discordia entre Francia y los Estados Unidos, originada en una torpeza del Directorio, la Confederación creyó necesario estar dispuesta para la guerra, á cuyo efecto el presidente Adams ofreció su mando á Wáshington, quien declaró que no aceptaría sino á condición de que Hámilton fuese nombrado inspector general, como así fué, siendo él quien organizó aquel ejército, de cuyo mando se encargó á la muerte de Wáshington, pero no habiendo pasado á vías de hecho las enemistades de Francia con los Estados Unidos, Hámilton volvió á la vida privada en 1801, de la que no volvió á salir.
» Sin embargo continuaba interesándose por la cosa pública, y como hubiera expresado el concepto de « hombre peligroso » que le merecía el vice presidente de los Estados Unidos, coronel Aaron Burr, que se presentaba candidato para ser gobernador del Estado de New-York, éste ofendido, le retó.
» Teniendo Hámilton justo criterio sobre el desafío, no hubiera aceptado si no temiera la pérdida de toda su influencia. Recordaba que tenía esposa, hijos y deudos; que necesitaba vivir para los demás, pero como estaba decidido y no temía el duelo, aceptó declarando ante sus amigos que dejaría tirar dos veces á su adversario y que si le llegaba el turno él no tiraría.
» El 11 de julio de 1804 realizóse el duelo en Nueva-Jersey y habiendo tirado Burr el primero, hirió á Hámilton en el costado derecho, pasando la bala á través de las vértebras. Él mismo reconoció al momento que la herida era mortal.
» El día siguiente á las dos moría después de haberse despedido de su esposa é hijos; cuando se los llevaron cerró los ojos para no verles partir.
» Tales son los principales rasgos de la vida del gran hombre que tanto contribuyó á la obra de la Independencia del Norte América y á la consolidación de tal empresa. »
Si la muerte innecesaria de un hombre es siempre dolorosa, ¡cuánto más sensible es la de un ser útil, grande, bueno como Hámilton! Por no herir á su adversario, iba dispuesto á dejarse malar. Y su adversario no era más que un ente repugnante, que procuró después á su país terrible é inútiles complicaciones, como se verá en el siguiente capítulo.