Fieras afemina amorFieras afemina amorPedro Calderón de la BarcaActo III
Acto III
Para empezar la tercera jornada, no solo se contuvo el coliseo, como hasta aquí, en limitados foros; pero abriéndose el seno se dilató hasta topar con el último centro de su muro y, con ser tan grande la distancia, aún la hizo mayor la prespectiva: era un hermoso jardín cuyas calles tenían, por guarda de sus emparrados, dobladas pilastras de mármol blanco con remates de lo mismo; al pie de cada pilastra había un tiesto de porcelana con sus más usados frutos; lo que se descubría de ellas eran unos enrejados, a manera de glorietas, cubertadas de hojas y flores; de suerte que, mirando por cualquiera parte, cualquiera entrecalle era una dilatada galería; la principal estaba tan sujeta al arte que le obedecía desde su primero término al postrero, disminuyendo sus tamaños con tan ajustada regla que, huyendo los unos de los otros, cuanto iban a menos en la cantidad, iban a más en la apariencia; remataban sus líneas en un cenador y en él una fuente de varios jaspes, de cuyo surtidor se derramaban otros caños -no digo con ruido y sin agua, por no encarecer segunda vez el artificio-; en medio desta, al parecer, suma distancia, estaba un árbol natural, doradas sus hojas, cuajadas de manzanas de oro, sobre cuya copa apareció HÉRCULES en un blanco caballo alado a imitación del que se vio primero en el Parnaso. A este tiempo se levantó de la tierra batiendo también las alas y moviendo las garras y las presas un escamado dragón; conque, subiendo el uno y descendiendo el otro, partido el aire, se salieron al encuentro. Trabada la batalla, gozaban ambos de cuatro movimientos pues, elevándose el uno al tiempo que el otro se abatía y, al contrario, abatiéndose el uno cuando el otro se elevaba, se buscaban y se huían, trocando no solo las alturas, mas también los costados, pues se embestían ya por un lado y ya por otro; de cuya boreal lid duró la contienda lo que duraron estos versos.<poem>
HÉRCULES:
Ya, alado «Belerofonte»,
que, «Bucentoro velero»,
huyendo escollos de tierra,
navegas golfos de viento;
ya que la vela del ala
desplegada, del pie el remo
batido, timón la cola,
popa el anca, quilla el cuello,
proa la frente, la crin
jarcia y buque todo el cuerpo,
en alto aire, ya que no
en alta mar, a lo lejos
descubres de los dorados
celajes del verde puerto:
HÉRCULES:
(Sube el dragón y baja HÉRCULES.)
amaina, amaina y no temas
el bruto huracán soberbio
que, cuando tú el vuelo abates,
levantar intenta el vuelo;
y pues al encuentro quiere
salirte: sadle al encuentro;
que si, en nueva cetrería,
de sierpe en sacre se ha vuelto,
yo en águila de bajel
también mudaré el concepto;
pues, cuando él se cale en puntas,
le buscaré en escarceos
haciendo que sea boreal
campaña de nuestro duelo
toda la vaga región
del más capaz elemento.
HÉRCULES:
Avenado hipogrifo
que, áspid del jardín más bello,
no solo el tesoro guardas
de amables hechizos, pero
de aborrecidas beldades:
no a robar tus pomas vengo
por ser dichoso en amores
sino en aborrecimientos.
Embiste otra vez, que no
me has de poner en recelo
por más que el camada nube
traigas abortando incendios,
el relámpago en los ojos,
en los bramidos el trueno
y el rayo en la exhalación
del tósigo de tu aliento.
HÉRCULES:
La clava de Hércules es
la que te hiere; y supuesto (Cae el dragón retirado en los bastidores.)
que oír de Hércules el nombre
más que la clava le ha muerto:
¡a tierra, Pegaso!; y vea
que, a pesar de sus violentos
Vesubios, volcanes y Etnas,
introducido en el centro (Apéase y vuela el caballo.)
de sus vedados jardines,
a ella y a sus monstruos venzo.
Y tú, tronco del amor,
de tus dorados renuevos
este me da por testigo
del triunfo, no porque quiero
ni ser amado ni amar
sino vencer mis desprecios.
HÉRCULES:
¡Ha del palacio! ¡Ha del monte!
¡Salid cuantas estáis dentro
y entrad cuantos en mi busca
andáis, pues que ya no hay riesgo
que temer!
(Dentro golpes, y salen por una parte ARISTEO, LICAS, soldados y, por otra, HESPERIA, EGLE, VERUSA y YOLE y ANTEO a lo largo.)
ARISTEO:
(Dentro.)
¡Romped las puertas
de aquesas voces al eco!
HESPERIA:
(Dentro.)
Acudid al jardín todas
a ver quién causa este estruendo.
LICAS:
¡Aten al dragón, que vamos!
ANTEO:
¡Muera yo y sepa por quién es esto!
YOLE:
Mas que es alguna desdicha
que a mí me viene siguiendo.
TODOS:
¿Quién daba aquí voces?
HÉRCULES:
Yo.
HOMBRE:
¡Qué prodigio!
MUJER:
¡Qué portento!
YOLE:
Bien dijeron mis temores.
HESPERIA:
¿Este no es el hombre, cielos,
del león?
EGLE y VERUSA:
Y aun el león.
HÉRCULES:
Yo soy. ¿Qué os admira, viendo
muerto ese horrible vestiglo,
el ser yo quien le haya muerto?
Pues mal pudiera ser otro.
LICAS:
Sí pudiera, que a lo mesmo
también yo venía a las ancas,
sino que no entré acá dentro
porque no me atreví a entrar.
HÉRCULES:
En tu busca, Yole, vengo,
para que sepas quién es
Hércules y quién Anteo.
Hércules, a quien dejaste,
es el que triunfó venciendo;
Anteo, a quien elegiste,
es el que se escapó huyendo.
Muerto tu padre, su rey
me aclama Libia; el pretexto
es cumplirme la palabra
que él me dio y que yo no aprecio;
que a quien puedo prisionera
no he de tratar como a dueño
el día que por mí mismo,
avasallado su reino,
capitulé la corona
por quien las armas suspendo.
Ven, pues, que has de ser testigo
del merecido trofeo
de coronarme sin ti.
ANTEO:
No irá tal sin que primero
a mí la muerte me des.
HÉRCULES:
Si eso falta, es fácil eso.
ANTEO:
No mucho, que si falté
a nuestro aplazado duelo
de buscarte en la batalla,
fue por no menor empeño
que el de socorrer a Yole;
y aun este lo es también, puesto
que es dar lugar a su fuga.
Y pues no hay perdido tiempo:
retírate de tu gente,
que en ese bosque te espero
donde los dos nos veamos
brazo a brazo y cuerpo a cuerpo.
Madre Tierra: en confianza
tuya voy; dame tu esfuerzo.
(Vase.)
HÉRCULES:
Ya yo te sigo: ninguno
me siga a mí o, ¡vive el cielo!,
que a quien me siga le mate.
Tú corta a esta sierpe el cuello,
que has de llevar su cabeza
hoy de Júpiter al templo.
LICAS:
¡Mal haya mi alma y mi vida
si tal cortare!
(Vase.)
HÉRCULES:
Aristeo:
guárdame estas puertas tú,
como te dije primero,
porque no se escape Yole
a quien prisionera dejo,
fiada a vosotras, en tanto
que a él mato y por ella vuelvo.
(Vase.)
ARISTEO:
Pues que no debo seguirle
yo y obedecerle debo:
perdonad que desa puerta
no me aparte, deste cielo
dijera mejor, mirando
tal hermosura.
YOLE:
Aristeo,
si algún tiempo te debí
algún mal logrado afecto
de amor, que apartó mi padre
con no mal fundados medios:
duélete de mí; no digan
que te vengaste, supuesto
que tomó mejor venganza
quien no se vengó pudiendo.
YOLE:
Padre, esposo y reino, todo,
perdí en un día; y pues reino,
esposo y padre me dejan
vida, que quizá no pierdo
por aborrecida, no
quites a mis sentimientos
la desdicha de llorarlos
que es la dicha de tenerlos.
Dame paso a aquesos montes
en cuyo áspero desierto
hallaré entre brutas fieras
quizá más acogimiento
que en sola una fiera humana.
ARISTEO:
Yole, tus desdichas siento.
A Hércules debí la vida
vencido; vencedor debo
a Hércules el honor
en que mis armas ha puesto.
Sobre esto la confianza
que de mi amistad ha hecho
me acobarda; y porque tú
ni las que me están oyendo
puedan presumir que yo
villanamente me vengo:
jueces las haré de que
hallándome entre dos riesgos,
de grosero o vengativo,
escojo del mal el menos,
pues lo vengativo infama
bien que mancha a lo grosero.
ARISTEO:
Yo vi tu retrato y vi
otra hermosura, el extremo
de lo vivo a lo pintado
pudo hacer... Mas, baste esto
para que, quien entendiere
que aquí es cortés el silencio,
entienda que no es venganza
al no servirte, sabiendo,
si hay razón para mi olvido
que no lo hay para tu ceño
pues, por no vengarme en ti,
quizá en mí mismo me vengo.
(Vase.)
VERUSA:
Todo es enigmas este hombre
en sus respuestas. Mas esto,
¿qué puede importarme a mí,
que parece que lo siento?
YOLE:
Hesperia, Verusa, Egle,
a vuestra piedad apelo,
¿dónde ocultar me podré?
HESPERIA:
Si ves que ya no tenemos
ni aun guarda para nosotras,
pues Atlante en favor nuestro
no se da por ofendido
de ver su encanto deshecho,
quizá porque anda mayor
deidad aquí, mal podremos
aventurarnos nosotras
a su enojo; y más, habiendo
dejádote en confianza
nuestra.
VERUSA:
Lo que yo te ofrezco
es por ti atreverme a una
experiencia, bien que arriesgo
de que pueda parecer
loco desvanecimiento
el darme por entendida
de que algo hermosa parezco.
La hermosura, pues, no tiene
alhaja de más aprecio
que el espejo; dél se dice
que templa la ira en poniendo
al colérico su imagen
delante; y así, aunque fiero
vuelva, yo le saldré al paso
con él, a ver si le templo
haciendo que sea menor
su enojo al verle en sí mesmo.
EGLE:
Yo te ofrezco de mi parte,
supuesto que a otros suspendo
con mi voz, ver si por dicha
a él le parase suspenso,
para que menos airado
llegue a ti.
HESPERIA:
Yo te prometo
salirle al paso también,
representándole ejemplos
en mis estudios hallados
de altos héroes que tuvieron
por mayor de sus victorias
el verse al amor sujetos.
VERUSA:
Perdona si esto no basta...
HESPERIA:
Que otras armas no tenemos
con que socorrerte, Yole.
LAS TRES:
¡Qué hermosura, voz y ingenio!
(Vanse.)
YOLE:
¡Ay de aquella que a experiencias
fía su esperanza, siendo
así que experiencias se hacen
solo a falta de remedios!
Dioses, ¿en qué parará
la lid de Hércules y Anteo,
que sobre tantas desdichas
es la última que temo?
¿Qué haré si él llega a morir?
(VENUS y CUPIDO, cantando a sus lados, sin verlos.)
VENUS:
Fingir.
YOLE:
¿Qué puede fingir mi estrago?
CUPIDO:
Halago.
YOLE:
Y, ¿qué será ese furor?
CUPIDO:
Traidor.
YOLE:
Eco, ya que a mi dolor,
de oráculo eres trasumpto:
si él muere qué haré pregunto
ELLA y LOS DOS:
Fingir halago traidor.
YOLE:
¿Más alivio a mis sospechas...
CUPIDO:
que con flechas...
YOLE:
... en fingir halagos das?
VENUS:
Más.
YOLE:
¿Que serán, no consideras,
muy...
CUPIDO:
...severas?
YOLE:
Mal, con voces lisonjeras,
persuades a mis rencores
vengarse antes con favores...
ELLA y LOS DOS:
... que con flechas más severas.
YOLE:
Dime, anuncio más cruel...
VENUS:
Que él...
YOLE:
¿Qué obra halago que se aplica?
CUPIDO:
...domestica...
YOLE:
¿Quién dirá que dél lo esperas?
VENUS:
... las fieras.
YOLE:
¿Cómo es posible que quieras,
dudando si vence o no
Hércules, que escuche yo...
ELLA y LOS DOS:
... que él domestica las fieras?
YOLE:
Y pues son vanas quimeras...
CUPIDO:
Fieras...
YOLE:
... el presumir que su ruina...
VENUS:
... afemina...
YOLE:
dime si hay medio mejor.
CUPIDO:
... Amor.
YOLE:
Permite que, mi temor,
crédito a tu voz no dé,
pues nada consuela oír que...
ELLA y LOS DOS:
... fieras afemina Amor...
YOLE:
... si ya, viendo mi dolor
junto todo, no te obligas
a que de una vez me digas,
qué medio me está mejor.
LOS DOS:
Fingir halago traidor;
que con flechas más severas
que él domestica las fieras,
fieras afemina Amor.
YOLE:
Pues si el favor
que por consejo me das
es fingir, desde hoy verás
viéndome contra un furor...
ELLA, LOS DOS y TODOS
...fingir halago traidor,
que con flechas más severas
que él domestica las fieras,
fieras afemina Amor.
(Vase YOLE.)
(Cantando CUPIDO y VENUS.)
VENUS:
Pues sigue tus designios
sin apurar más dellos
que ser contra un tirano
que se huye de tu imperio.
Dime, siendo como eres
el más glorioso afecto
de verdadero amor,
¿por qué su rendimiento
fías a amor fingido?
(Cantando CUPIDO.)
CUPIDO:
Porque amor verdadero,
en vez de ser castigo,
se convirtiera en premio.
Que él quiera y que no sea
querido es lo que quiero;
hállese más burlado
cuanto más satisfecho.
De amarle Yole, no
pudiera lograr luego
el que ella enamorada
le ponga en el desprecio
que le pondrá mañana
cuando mi prisionero,
trocando la acerada
clava en vil instrumento,
mi carro arrastre; y pues
aqueso dirá el tiempo,
dejemos el jardín,
en tanto que a él volvemos
a esforzar que descubran
el ignorado fuego
que él piensa que es rencor,
belleza, voz, ingenio.
VENUS:
¡Ay! Que ingenio ni voz ni belleza
no han de poder dominar sus afectos
mientras Yole no finja que llora.
CUPIDO:
Pues llore aunque finja.
LOS DOS:
Pues llore, supuesto
que no es la primera que llora fingiendo.
(Vanse y cúbrese el jardín con el bosque; y salen ANTEO y HÉRCULES.)
ANTEO:
Al sitio que apenas bruta
planta pisó, guiando vengo
tus pasos porque ninguno
nos siga y se ponga en medio.
HÉRCULES:
Di que a fin de dilatar
tu muerte, que es lo más cierto,
ya que solos estamos
y ocultos. Saca el acero.
ANTEO:
Son muy desiguales armas
espada y clava, y en duelo
aplazado, el igualarlas
es ley; y así, pues yo dejo
la espada, deja la clava
y ven a los brazos.
HÉRCULES:
Eso
ya es lo contrario, pues es
gana de morir más presto.
ANTEO:
(Aparte.)
Tú lo verás cuando veas
que cobro, en dando en el suelo,
dobladas fuerzas.
HÉRCULES:
¿Qué aguardas?
(Luchan.)
Llega, pues, y del primero
ímpetu verás si doy
contigo en tierra.
(Cae ANTEO y levántase.)
ANTEO:
¿Qué has hecho
en eso, si con mayor
valor a la lucha vuelvo?
(Luchan.)
HÉRCULES:
Más resistencia hallo en ti
de la que antes hallé, pero
no importa para que deje
de ser superior mi esfuerzo.
(Cae ANTEO y levántase.)
ANTEO:
También superior el mío
volverá a embestir de nuevo.
(Luchan.)
HÉRCULES:
[Aparte.]
¿Qué es esto, ¡cielos!, pues cuando
más le rindo, más le encuentro
fortalecido?
ANTEO:
[Aparte.]
Pues va
siempre mi fuerza en augmento,
en excediendo a la suya:
que le he de vencer es cierto.
HÉRCULES:
[Aparte.]
Como es su madre la Tierra,
sin duda ella le da alientos
cuando ella cae; y así,
no ha de volver a ella.
(Luchan.)
ANTEO:
[Aparte.]
¡Cielos!
¿Cómo ahora no me arroja?
Desalentado fallezco.
Haga maña lo que antes
era fuerza.
(Déjase caer y levántase.)
HÉRCULES:
Ahora veo,
(Luchan.)
pues que te dejas caer
tú cuando yo no te dejo,
que es señal de que la tierra
te fortalece en cayendo.
ANTEO:
Sea lo que fuere, vuelve
a la lid.
HÉRCULES:
[Aparte.]
Sí haré; ya vuelvo,
pero advertido de que,
si allá vencí sus portentos
porque me valí del aire,
he de hacer aquí lo mesmo.
No ha de caer en la tierra
por ver si en el aire le venzo (Levántale en el aire.)
haciéndole que en mis brazos
reviente.
ANTEO:
¡Valedme, cielos!
Que, oprimido sin tocar
en la tierra, desfallezco.
¿Quién creerá, cuando en los brazos
de Hércules espira Anteo,
que dando el aliento al aire
le niegue el aire el aliento?
HÉRCULES:
Quien viere que yo te arrojo
hecho pedazos al viento
y tú, enemiga Cibele,
en tu horrible obscuro centro,
a quien meciste en la cuna
construyas el monumento.
(En esta última lucha, levantó de la tierra HÉRCULES a ANTEO y, significando que en vez de arrojarle a ella le arrojaba al aire, le despidió de sí con tan arrebatado ímpetu que no se dio término entre salir de sus brazos y verle, sin verle, de la otra parte de las nubes; conque al entrarse HÉRCULES victorioso, se abrió la tierra y salió de ella CIBELE en una eminente pirámide de mármol, como construido monumento al cadáver de su hijo; la cual, mezclando ya lo furioso y ya lo compasivo, desaparecida la pirámide en recitativo estilo, cantó llorando lo siguiente.)
CIBELE:
Sí haré, y en esperanza
de que podrá mi ira
en esta infausta pira
inscribir dónde alcanza
del dolor de Cibele la venganza:
en distintas esferas,
en varios horizontes,
valida de mis montes,
conformadas hileras,
convocaré las huestes de mis fieras.
Y tú, verde gigante,
en quien el cielo estriba,
de tu fábrica altiva
venga el desdén: no cante
Hércules triunfos de Hespero y Atlante.
CIBELE:
Pues estás ofendido
del vuelo del Pegaso:
arma contra el Parnaso,
de quien la guarda ha sido;
castigue Apolo el verle destruido;
las ninfas que inspiraron,
siguiéndole veloces,
contra el amor sus voces,
bien que no las lograron,
¡ahora lloren lo que allá cantaron!;
del Helicón la frente,
del Castalio la cima,
una agobie, otra gima,
sin que llore su fuente,
aun para el llanto seca su corriente;
todo el verdor que encierra
su seno se destruya:
¡resulte en culpa suya
el dolor de la Tierra!
¡Arma contra el Parnaso! ¡Guerra, guerra!
(Vase.)
(Toda la MÚSICA y cajas.)
MÚSICA:
¡Arma contra el Parnaso! ¡Guerra, guerra!
(Cúbrese la apariencia y sale VERUSA con un espejo, deteniéndola ARISTEO.)
ARISTEO:
¡No pases de aquí!
VERUSA:
¡Desvía!
Que en vano tenerme quieres
puesto que tú solo eres
guarda de Yole y no mía.
ARISTEO:
Que fuera parar el día
no lo dudo; pero advierte
que el procurar detenerte
no es usar jurisdición
sino superior razón
que me obliga.
VERUSA:
¿De qué suerte?
ARISTEO:
De tu alcázar has salido
al monte; y viendo tan nuevas
acciones como que llevas
a él tu espejo, he presumido
que, loco y desvanecido,
Narciso retar intente
tu hermosura y que, valiente
ella a igualar el cotejo,
lleva el cristal de tu espejo
contra el cristal de su fuente.
Y aunque tu valor infiera
ver cuán sin ventaja alguna
se arme de solo una luna
quien de todo un sol pudiera:
con todo eso yo quisiera
tenerte, no porque arguya
no ser la victoria tuya,
sino por ver si podría
hacer que en la muerte mía
te ensayes para la suya.
VERUSA:
Muy al contrario has creído,
que no es contra una belleza
sino contra una fiereza
el cristal que he prevenido.
Y así, que vuelvas te pido
a la puerta y este paso
me dejes donde no acaso
Hércules me halle al volver
antes que a Yole.
ARISTEO:
Temer
debo que a algún gran fracaso
de su ira llegue el extremo,
y así, no quiero impedir
medio que pueda servir
contra lo mismo que temo.
VERUSA:
Pues, ¿qué aguardas?
ARISTEO:
Tan supremo
poder tu hermosura tiene
que él me aparta y me detiene.
VERUSA:
Pues débale el que te aparte;
y más cuando hacia esta parte
es Hércules el que viene.
(Retírase ARISTEO y salen HÉRCULES y LICAS.)
LICAS:
Si ya los aires venenos
de Anteo fueron, ¿dónde vas?
HÉRCULES:
Con una ansia a Yole más
y a mí con una ansia menos;
que será, de dudas llenos
mis sentidos, un pesar
que hace placer al mirar:
que son pesar y placer
que no tenga a quien querer
y que tenga a quien llorar.
LICAS:
¿Que no tenga a quien querer
y que tenga a quien llorar
es placer que hace pesar
y es pesar que hace placer?
¡Plegue a Dios...!
HÉRCULES:
¿Qué hay que temer?
LICAS:
¿Qué sé yo? Pero recelos
que traen penas y consuelos,
plegue a Dios no sean, señor,
no haber a quien quiera amor
y haber a quien llore celos.
HÉRCULES:
¿Celos ni amor para mí?
Pero, ¿qué dama es aquella?
LICAS:
La que campa de más bella
entre las tres.
HÉRCULES:
¿Dónde, di,
Yole está? Pues, ¿cómo así
la espalda me vuelves?, ¿no
merezco respuesta yo?
VERUSA:
El semblante de tu ira
tanto de ti me retira
que su temor me obligó
a intentar irme sin verte.
HÉRCULES:
¿Tanto asombro? ¿Tanto espanto?
VERUSA:
Fácil fuera decir cuánto.
HÉRCULES:
¿De qué suerte?
VERUSA:
Desta suerte.
Tú mismo en ti mismo advierte
si espanto y asombro das.
(Mírase al espejo.)
HÉRCULES:
¡Yo soy este! Ya con más
causa a mi descuido riño,
pues no me debió el aliño
verme a una fuente jamás.
¡Qué varia naturaleza
es en su desigualdad!
¡Qué mal dice una fealdad
en brazos de una belleza!
Si es tan grande mi fiereza,
¿qué mucho que la luz pura
huya de la sombra obscura
y que le haga novedad
ver a la mostruosidad
en brazos de la hermosura?
Disculpada, Yole bella,
en cierta parte se halla.
¿Qué digo? Que el disculpalla
ya camina hacia querella...
HÉRCULES:
Pero si por otro ella
me dejó; pero si yo
maté a por quien me dejó
y si en su memoria queda,
y si hay cómo yo pueda
borrarle della, ¿quién vio
tan rara contrariedad?
Quítame esa luna impura,
no vea yo que es tu hermosura
espejo de mi fealdad.
Ya sin verme, a mi crueldad
vuelvo: a Yole llevaré
donde por testigo esté
que Libia a su rey me iguala.
(Sale EGLE cantando.)
EGLE:
Guarda corderos, zagala;
zagala no guardes fe...
HÉRCULES:
Mas, ¿quién pudo suspender
mi nuevo furor ahora?
EGLE:
... que quien te hizo pastora
no te libró de mujer.
HÉRCULES:
¿No te bastó, Hércules, ver
tu horror sino que después
suspenso a una voz estés
que trae tras tu desaliño?
EGLE:
La pureza del armiño
que tan celebrada es...
HÉRCULES:
¿Y qué haré yo desta piel
si a otros ropajes me aplico?
EGLE:
... vístela con el pellico
y desnúdala con él.
HÉRCULES:
Voz que en disfraz de zagala
persuades a no sé quién
que deje purezas y ame:
¿por quién lo dices?
EGLE:
No sé;
por divertirme, esta letra,
por más sabida canté,
no porque con nadie hablase
más que con el aire.
HÉRCULES:
Pues
ni aun con el aire has de hablar
de que culto se le dé
al amor cuando yo voy
no a amar sino a aborrecer.
EGLE:
Pues, ¿qué te ofende que yo
diga sin saber por quién?
(Canta.)
Aquella amorosa vid
que enlazada al olmo ves,
parte pámpanos discreta
con el vecino laurel.
HÉRCULES:
¿Qué hechizo tiene esta voz
que me obliga a suspender
mi enojo? Pero, ¿qué digo?
El acento, Egle, detén;
que sobre darme los ojos
horror al llegarme a ver,
los oídos suspensión
al llegarte a oír, no sé
que falten ya contra mí
sino los labios también
que en favor de Yole quieran
persuadir a mi altivez
que hay amor.
(Sale HESPERIA.)
HESPERIA:
¿Qué altivez pudo
negarlo cuando se ve
Júpiter en lluvia de oro,
Marte en cautelosa red,
Saturno amando a una estatua,
Apolo amando a un laurel?
Y descendiendo a lo humano,
que en las tablas que heredé
de Atlante no solo vi
lo pasado, mas también
lo futuro, ¿qué valiente
héroe no será o fue
triunfo de Amor? Hablen cuantos
su carro arrastran en que
o son fieras de su yugo
o son huellas de su ex.
HESPERIA:
Julio César por Cleopatra;
por Drusila, Augusto el rey;
Masinisa por la bella
Sofonisba, hasta el cruel
Nerón por Popea; Jasón
por la gran Medea, después
Teseo por Ariadna,
Eneas por Dido y con él
Paris por Helena, Antonio
por Faustina y... ¿Para qué,
procediendo en infinito,
te repito más que haber
visto a Aquiles, por Deidamia,
en hábito de mujer
cuando...?
HÉRCULES:
No prosigas, no
lo digas; que no ha de ser
consecuencia el que obren mal
para que yo no obre bien.
Ni el espejo ni la voz
ni el ingenio han de poder
templar mi enojo.
(Sale YOLE.)
YOLE:
Pues pueda
el arrojarme a tus pies,
donde ni vida ni reino
te pido por interés
de confesarme rendida
sino solo que me des
licencia para que diga,
ya que he de morir, por qué.
YOLE:
Argante, un vil agorero,
dijo a mi padre, después
de la palabra que dio,
que en aquese azul dosel
había visto que de entrambos
había un hijo de nacer
que violentamente había
de darle la muerte. Él,
creyendo su vaticinio,
que es muy fácil de creer
lo peor, por que me hallases
casada me impuso en que
me echase yo a mí la culpa,
dando, como hice, a entender
que tu horror me había obligado;
YOLE:
siendo así, que no lo fue,
su violencia; porque yo
nunca a Anteo quise bien
ni mal a ti; antes si fuera
permitido a una mujer
de mis prendas confesar
que tu fama, tu altivez,
tu valor... Pero esto baste,
que más dije que pensé
cuando dije que «no mal»;
que es casi decir que «bien».
Dígalo cuando veloz
el desbocado corcel,
saliendo de la batalla
me trajo al monte; que aunque
vi que Anteo me seguía,
deste alcázar me amparé
por estar en él segura
tanto de ti como dél.
YOLE:
Y dígalo el que ahora, oyendo
su muerte, ¡ay de mí!, no sé
si es que tengo que sentir
o tenga que agradecer.
Y ya que el hado ha cumplido
sus amenazas, al ver
muerto mi padre a las manos
de un hijo tuyo, pues lo es
tu rencor, y mío, pues yo
soy la que en mí le engendré
con lo que fingí, ¿qué aguardas
para darme muerte o que
me lleves como a rendida
a coronarte por rey?
Que a mí me baste que todos
hayan llegado a saber
que hubo sobrenatural
causa aquí y...
HÉRCULES:
La voz detén;
que aunque es verdad que pudiera
no solamente creer
una causa, pero dos
sobrenaturales, pues
antes de verte te vi;
y consiguiendo después
la hermosa manzana veo
que, prodigiosa, también
me hace, con tu desengaño,
dichoso en amor: no sé
qué sueño, poma, cristal,
cantos ni ejemplos mover
hayan podido mi afecto
hasta verte llorar; que es
sin duda el llanto el mayor
hechizo de la mujer.
HÉRCULES:
Levanta del suelo; llega,
llega a mis brazos, y ven
donde tu reino te admita
y la posesión te dé
de tu heredada corona;
que el victorioso laurel
que me da su aclamación
ya no es mío, tuyo es,
de albricias de que no es tuyo
ni su amor ni mi desdén.
LICAS:
Gracias a Dios que te veo
puesto en razón una vez.
HÉRCULES:
Venid, pues, venid con ella
todas sirviéndola, y den
a toda Libia noticia
festivas voces de que
Yole es su reina y quien ella
elija será su rey.
YOLE:
¿A quién puedo elegir yo
que pueda estarme más bien
que ser hoy reina y esposa
de quien rendida era ayer?
(Aparte.)
(Si bien lo supieras; pero
presto lo sabrás.) Y pues,
dos veces felice, Libia
me llega a reconocer,
una vez como heredera
y como esposa otra vez,
dejando las asperezas
de intratables montes, ven
a mis palacios, de donde
trocando la bruta piel
a real púrpura, que en fin
lo exterior del parecer
gana más afectos cuando
da que amar y no temer,
galán en público salgas;
YOLE:
a cuyo efecto seré
yo la primera que, entre
mis damas, me veas torcer
en hilados copos de oro
blandas hebras que después
ellas, en varios dibujos
sobre la encendida tez
de la grana, asentarán
con tales primores que
dude Tiro si sus campos
matizados a merced
de la broca y de la abuja
dan flores de rosicler;
en cuyo espacio no habrá,
porque más gustoso estés,
instante que no sea todo
gozo, música y placer.
HÉRCULES:
Mal podrá no serlo allá
si ya desde aquí lo es.
VERUSA:
Las tres, pues ya en estos montes
sin la guarda del vergel
no está seguro el alcázar,
contigo iremos a ser,
si esta dicha merecemos,
tus criadas, y a tener
parte en los reales adornos
de igual majestad.
YOLE:
No iréis
sino con mis amigas
y compañeras las tres.
HÉRCULES:
Bien dices: yo las estoy
agradecido también,
y estimo el que vayan.
EGLE:
Sea
en festivo parabién,
todas cantando y bailando.
LICAS:
Estotra ha dicho más bien.
HESPERIA:
Empieza, Egle, tú; que todas
te seguiremos después.
LICAS:
Gracias a Dios que llegó
el día de algún placer.
(Cantando EGLE.)
EGLE:
Sea para bien...
MÚSICA:
Sea para bien.
EGLE:
... que Hércules y Yole
en culto a Amor den...
CORO SEGUNDO:
Sea para bien.
EGLE:
... él su fortaleza
y ella su desdén.
CORO PRIMERO:
(De todas.)
Sea para bien.
CORO SEGUNDO:
(Dentro.)
No sea para bien...
(Dentro CALÍOPE.)
CALÍOPE:
... ni diga el Amor
que dejó por él...
CORO SEGUNDO:
No sea para bien.
CALÍOPE:
... Hércules su fama,
Yole su altivez.
CORO SEGUNDO:
No sea para bien.
HÉRCULES:
Oíd, escuchad, ¿qué contrario
eco puede ser aquel?
(Sale ARISTEO.)
ARISTEO:
Una bellísima tropa
de ninfas, Hércules, es;
y viene hacia aquí.
HÉRCULES:
Que sea
quien fuere: al canto volved.
CORO PRIMERO:
Sea para bien
que Hércules y Yole
en culto a Amor den
él su fortaleza
y ella su desdén.
(Salen las NINFAS.)
CORO SEGUNDO:
No sea para bien...
CALÍOPE:
... que diga el Amor
que dejó por él
Hércules su fama,
Yole su altivez.
No sea para bien.
CORO PRIMERO:
Sea para bien.
CORO SEGUNDO:
No sea para bien.
LICAS:
¡Lindas ninfas del Parnaso,
para echarnos a perder
nuestro alborozo!
HÉRCULES:
¿Qué es esto,
Calíope?
CALÍOPE:
¿Qué ha de ser?
¿Cómo es, Hércules, posible
que con tal descuido estés
de la guarda en que el Parnaso
puso Apolo en tu poder
cuando por ausencia tuya,
o otra causa que no sé,
Cibele, no solo haciendo
sus riscos estremecer
pero titubear sus cimas,
al fiero temblor cruel
de un embate y otro embate,
de un vaivén y otro vaivén,
su ruina amenaza, pero,
amotinando también
sus fieras, no hay flor que no
talen, siendo de su sed
dañado tósigo hoy
el que era antídoto ayer?
HÉRCULES:
¡Qué escucho! ¿Cibele toma
en él venganza porque,
ofendido, Apolo en mí
castigue mi ausencia? Ven,
Calíope, y venid todas
conmigo; que habéis de ver...
YOLE:
¿Tan presto quieres dejarme?
[Aparte.]
¡Oh, no se vaya antes que
ejecute mi venganza!
HÉRCULES:
No llores, que no me iré
si tú has de sentirlo.
CALÍOPE:
¿Cómo
atrás te vuelves?
HÉRCULES:
No sé.
CALÍOPE:
¿Qué es de tu valor?
HÉRCULES:
Bien dices.
YOLE:
¿Qué es de tu amor?
HÉRCULES:
Dices bien.
CALÍOPE:
Volved a acordar su fama.
YOLE:
Mi amor a acordar volved.
CORO PRIMERO:
Sea para bien
que Hércules [y Yole
en culto a Amor den
él su fortaleza
y ella su desdén.]
CORO SEGUNDO:
No sea para bien
ni diga el Amor
[que dejó por él
Hércules su fama,
Yole su altivez.]
YOLE y CALÍOPE:
En fin, ¿en qué te resuelves?
HÉRCULES:
¿En qué me he de resolver?
Piérdase todo y no tú,
que es lo más que hay que perder.
Calíope, dile a Apolo
que si me oyó alguna vez
que sé vencer y no amar,
ya sé amar y no vencer.
Ven, Yole.
YOLE:
Porque no vuelva,
¡volved al canto otra vez!
CALÍOPE:
¡Volved otra vez al canto
por si obligarle podéis!
CORO PRIMERO:
(Todos.)
Sea para bien,
que Hércules [y Yole
en culto a Amor den
él su fortaleza
y ella su desdén.]
CORO SEGUNDO:
(Todos.)
No sea para bien
ni diga el Amor
[que dejó por él
Hércules su fama,
Yole su altivez.]
UNA:
Sin admitir nuestra queja
se va.
CALÍOPE:
¿Quién pudo creer
que Hércules abandonara
su fama por su amor?
UNA 2ª:
Quien
sepa que sabe el amor
vencer aún más fieras que él.
CALÍOPE:
Con todo, no por vencidas
nos hemos de dar; y pues
a quien le trató tan mal
trata de premiar tan bien:
¡quejémonos dél!
TODAS:
(Cantando.)
¡Quejémonos dél!
CALÍOPE:
(Canta.)
¿Por qué, ceguezuelo dios,
aunque lo diga otra vez,
a quien te trató tan mal
tratas de premiar tan bien?
TODAS:
Quejémonos dél.
(Dentro CUPIDO.)
CUPIDO:
Esperad, no os quejéis, no os quejéis
hasta ver que cautelas de Amor
tal vez son piedad y castigo tal vez.
(Sale CUPIDO.)
CALÍOPE:
Ya que a nuestra queja atento
te deja, Cupido, ver:
dinos, ¿qué quieres decirnos
en eso?
CUPIDO:
Que no os quejéis,
(Cantando.)
hasta ver que cautelas de Amor
tal vez son piedad y castigo tal vez.
TODAS:
¿Cuándo hemos de verlo?
CUPIDO:
Cuando
desengañadas lleguéis
a ver que entre mis astucias
hay fineza que es desdén
en cierta crueldad piadosa
que pasa a piedad cruel.
TODAS:
Sí; mas, ¿cuándo será?
CUPIDO:
Presto;
y tanto que, al parecer,
vuele el tiempo con mis alas
que son más ligeras que él.
Venid, pues, venid conmigo,
que no solo habéis de ser
testigos de mi venganza
pero ministros también
de su castigo.
CALÍOPE:
Tras ti
iremos hasta saber...
TODAS:
(Cantando.)
... si es verdad que cautelas de Amor
tal vez son piedad y castigo tal vez.
(Al irse las NINFAS en seguimiento de CUPIDO, transmutado el pasado jardín en real salón, volvió a desabrochar todo su fondo el coliseo; de suerte que, repetidas las verdaderas elegancias del pincel en los mentidos lejos del noble engaño de sus prespectivas, se vio en igual distancia lo deleitable de un vergel convertido en lo majestuoso de un palacio. Era toda su fábrica de variados jaspes a colores, cuanto más distantes, más unidos. Estribaban sus colunas en agobiados leones de bronce, a quien correspondían de bronce también los capiteles. Sobre sus cornisas enlazaba su arquitrabe un dorado artesón, dosel de todo su edificio. Tan bien avenidos desde su embasamiento a su techumbre y desde su portada a su retrete se hallaban en él pinceles y buriles, que se dudaba si todo de una pieza le hubiese el buril pintado o el pincel esculpido. Este era el cuerpo de la sala; pero el alma della: hermosa tropa de bizarras damas ocupadas en laboriosos ejercicios. Unas hilaban copos de oro que otras devanaban y otras, en bastidores y almohadillas, daban a entender que aprovechaban sus tareas. Solazado HÉRCULES entre Hespérides y damas, y sobre rica alfombra al lado de YOLE, en una almohada recostado gozaba absorto ambas delicias así en lo que vía como en lo que escuchaba cuando las damas, al mudo compás de sus labores, cantaban, no fuera del propósito, esta letra.)
MÚSICA:
Esto que me abrasa el pecho
no es posible que sea amor
sino un rabioso dolor
del mal que el amor me ha hecho.
HÉRCULES:
¡Qué bruto el tiempo viví,
Yole, que viví y no amé!
Mas, digo mal; que no fue
vivir: durar solo sí.
¿Estas delicias en sí
tenía Amor? ¡Qué mal he hecho
en tratarle con despecho!
Mas, ¡qué mucho no sabía
que tan dulcemente ardía...
ELLA y MÚSICA:
... esto que me abrasa el pecho!
YOLE:
No menos necia vivía
quien, porque otro lo mandaba,
ni aborrecía ni amaba,
y cautelosa fingía
que amaba y que aborrecía;
y entre desdén y favor,
ignorando lo mejor,
decía: «Este afecto fingido,
si es posible que sea olvido...
ELLA y MÚSICA:
... no es posible que sea amor.»
HÉRCULES:
Tan anticipado fue
tu raro prodigio en mí
que te vi antes que te vi
y amé sin saber que amé.
Cómo fue, no sé; mas sé
que, domeñado el furor,
como dure tu favor,
siempre en mi pecho amoroso
será un halago piadoso...
ÉL y MÚSICA:
...si no un rabioso dolor.
HESPERIA:
La primera vez que vi
a Hércules, y que me dio
la vida aunque me obligó,
como nunca presumí
volverle a ver, no sentí
lo que ahora; pues sospecho
que, al verle cuán satisfecho
ama engañado, no sé
cómo el bien le pagaré...
ELLA y MÚSICA:
...del mal que el amor me ha hecho.
MÚSICA:
Esto que me abrasa el pecho...
YOLE:
No cantéis; y pues rendido
Hércules al sueño queda:
escucha, Egle; Hesperia, aguarda;
oye, Verusa.
LAS TRES:
¿Qué intentas?
YOLE:
Que, pues no ignoráis que ha sido
cuanto le he dicho cautela,
a darme venganza venga
de la muerte de mi padre
y de Anteo y de que quiera
coronarse en Libia rey.
¿Qué mejor ocasión que esta?
Ayudadme, por si acaso
entre las ansias despierta,
a que con aqueste acero
le dé muerte.
HESPERIA:
Considera
que no queda tan vengado
el que de una vez se venga
como el de muchas, ni hay
dolor para una soberbia
como ultrajarla y dejarla
vida para que lo sienta:
pongámosle en tal desaire
que Libia corrida vea
si le aclamó una victoria
que le degrada una afrenta.
(Aparte.)
Esto es pagarle la vida
con la vida.
YOLE:
Bien lo piensas
y yo no mal el desaire.
LAS TRES:
¿Cómo?
YOLE:
De aquesta manera:
quítale esa clava tú
mientras le ciño esta rueca
yo; y ahora, todas vosotras,
la nunca peinada greña
de su cabello de cintas,
en desaliñada trenzas
prended.
UNA:
¡Qué hermoso le vamos
dejando!
YOLE:
Tú ahora, Hesperia,
a los soldados de guardia,
porque si airado despierta
nos hallemos defendidas,
manda que toquen trompetas
y cajas, y que entren todos
con armas, y que le prendan,
llevándole desta suerte
donde Libia vea,
si hay hombres que las agravian,
que hay mujeres que las vengan.
VERUSA:
Yo, segunda vez usando
del espejo, a otra experiencia
examinaré su luna,
tan contraria como era
allá para que se temple
y aquí para que se ofenda.
EGLE:
Yo en satíricos baldones
motejaré su soberbia.
HESPERIA:
Yo, en acordadas noticias.
(Dentro TODOS.)
TODOS:
¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!
HÉRCULES:
¿Qué nuevo rumor, qué nuevo
estruendo de armas inquieta
mi solaz? ¿Dónde la clava
está, para que con ella
castigue a quien...? Mas, ¿qué miro?
¿Qué transformación es esta
que pudo hacer que en tan torpe,
vil instrumento se vuelva
al tiempo que dicen otros... (Dentro las cajas y trompetas.)
TODOS:
... «¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!»
HÉRCULES:
Pues, ¿cómo, si dar no puedo
paso ni mover la lengua?
¿Qué delirio, qué letargo
tanto de mí me enajena
que me da a entender que yo
no soy yo?
VERUSA:
Pues no lo entiendas;
vuelve a mirarte.
(Pone el espejo.)
HÉRCULES:
¿Esto más?
¿Yo con mujeriles señas?
HESPERIA:
¿Qué dirás ahora de Aquiles?
HÉRCULES:
Diré...
(Cantando EGLE.)
EGLE:
Por Deidamia bella
vistió mujeriles galas
peinando el cabello en trenzas.
YOLE:
No dirás sino que Yole,
vengando en él sus ofensas,
vengó también las de todas
las mujeres.
VOCES
(Dentro.)
¡Arma! ¡Guerra!
YOLE:
Entrad todos.
HÉRCULES:
No los llames;
y pues las tres experiencias
de ingenio, hermosura y voz
no movieron mi soberbia
hasta que lloraste tú,
pues no hay desdoro que sienta
sino el que tu amor me engañe:
el verme a tus pies te mueva,
no sé si diga llorando
y, sí lo sé, en clara muestra
de que lágrimas de amor
son el uso desta rueca.
No te duelas de mi fama,
que no quiero que te duelas
sino de mi amor. Mi dueño,
mi bien, mi esposa y mi reina,
no cautelosa...
YOLE:
Es en vano.
Las cajas y trompetas vuelvan,
y entrad todos.
(ARISTEO, LICAS y soldados.)
TODOS:
¿Qué es aquesto?
ARISTEO:
Hércules postrado en tierra
con viles armas llorando.
LICAS:
Si hay días en las bellezas:
hoy debe de ser su día,
pues tan hermoso despierta.
ARISTEO:
¿Qué es esto, Hércules?
HÉRCULES:
No sé;
que apenas, y bien «a penas» ,
no sé si muero o si vivo.
YOLE:
¿Qué ha de ser sino que vea
no tan solo Libia, pero
el mundo, cuán vil, cuán ciega
fue deponiéndome a mí
y obligándome a que sea
forzada esposa de un bruto
la infame aclamación vuestra?
Si el valor os movió, viendo
que es él el que vence fieras,
¿cuánto es más valor el mío?
Pues es clara consecuencia
que vence a las fieras quien
al que a fieras vence: venza.
UNO:
Dice bien, nobles isleños;
pues es Yole vuestra reina
y Hércules, afeminado,
ni oye ni mira ni alienta:
no forcéis su libertad.
TODOS:
¡Viva Yole! ¡Hércules muera!
ARISTEO:
¿Qué haré, cuando a mí me toca
su ofensa aquí y su defensa?
YOLE:
Prendedle, pues.
HÉRCULES:
Mal podréis;
que aunque aquí no me defienda
porque sois muchos y estoy
sin armas, yo iré por ellas,
valiéndome de la fuga
ahora, mientras no me vuelva
en mí mi valor.
YOLE:
¡Seguidle!
TODOS:
¡Muera Hércules!
NINFAS y CALÍOPE:
No muera
ni le sigáis, porque estamos
nosotras en su defensa.
YOLE:
¿Cómo en su defensa? ¿No es
también mi venganza vuestra?
CALÍOPE:
Sí, Yole; mas si tú vivo
para que sienta le dejas:
nosotras también queremos
que viva para que sienta.
Date a prisión al Amor.
NINFAS:
Él nos envía a que vengas
a ser fiera de su carro.
HÉRCULES:
Mal puedo hacer resistencia
cuando hay fuerza que confiese
que contra el amor no hay fuerza.
CALÍOPE:
Llevadle todas en tanto
que yo, dulcemente tierna,
invocando las deidades
de Cupido y Venus bella,
intento ver si consigo
que, en fantástica apariencia,
se deje mirar triunfante
bien como le representa
ya pinceles y ya plumas.
TODOS:
¿Cómo?
CALÍOPE:
De aquesta manera.
(Canta.)
¡Ha de los bellos jardines,
ha de las hermosas selvas
de Chipre, trono de Venus
y cuna de Amor!
(Dentro CUPIDO y VENUS.)
LOS DOS:
(Cantando.)
¿Qué intentas?
CALÍOPE:
(Cantando.)
Que iluminando los vientos
y floreciendo la tierra
vea el teatro del mundo
tu triunfo; para que vea,
quien quiso que las mujeres
esclavas del hombre sean,
que él es su esclavo pues es
esclavo de Amor por ellas.
LOS DOS:
Ya, a tu invocación, los dos
damos piadosa respuesta
que repitirán tus ninfas
diciendo en voces diversas...
(Cantando.)
«Para que suenen mejor
sus cláusulas lisonjeras,
de Hércules en deshonor:
que si él domestica fieras,
fieras afemina Amor.»
(A la invocación de CALÍOPE respondieron VENUS y CUPIDO, no solo en voz, pero en efecto; pues dando a entender que en fantástica apariencia se gozaban en dejarse ver triunfantes, con la repetición de la pasada copla salieron al tablado, en festiva tropa, primero las musas, delante del carro, cantándoles la gala, y después, coronados de laurel, algunos cautivos en acción que forcejaban al movimiento de sus ruedas. Era su diseño imitación de aquellos que, ya en pinturas o ya en historias, nos acuerdan los romanos triunfos. Su altura se medía con el tercer cuerpo de las primeras colunas y su longitud con el tercer término del tránsito. Desde las cartelas de proa hasta los cartelones de la popa resplandecía recamado de cogollos y follajes de oro, y en sus faldones bosquejudos algunos héroes, como atropellados de su huella. En su eminencia venían VENUS y CUPIDO con HÉRCULES a las plantas; y, habiendo repetido la MÚSICA la aclamación, prosiguió la representación la suya.)<poem>
LOS CAUTIVOS:
Todos cuantos el imperio
conocimos de tus flechas
y al pértigo de tu carro
vamos moviendo las ruedas,
confesaremos que es
tu mayor victoria esta.
LAS NINFAS:
Y cantándote la gala
las sonoras voces nuestras,
dirán, en plectros y plumas,
que son de la fama lenguas...
MÚSICA:
... para que suenen mejor
sus cláusulas lisonjeras,
de Hércules en deshonor:
que si él domestica fieras,
fieras afemina Amor.
HÉRCULES:
Nada podréis decir ya
que menos dolor no sea
que ver que traidora, Yole,
sin amor al Amor venga.
Y así será mi valor
el que en las voces primeras
diga para más dolor...
ÉL y MÚSICA:
... que si él afemina fieras,
fieras afemina Amor.
TODOS:
¡Todos su triunfo sigamos!
ARISTEO:
Pues otra mayor le resta.
TODOS:
¿Qué es?
ARISTEO:
Que vean que, de todas
las gracias, es la belleza
la que en su segundo triunfo
se corona la primera,
si ser de Verusa, yo,
esclavo también merezca.
VERUSA:
Esa dicha es mía.
LICAS:
Según
eso, pues vengadas quedan
las damas en una parte
y, en otra, por más suprema
coronada la hermosura,
prometerme puedo della
el perdón, diciendo todos,
puestos a las plantas vuestras...
TODOS y MÚSICA:
Para que suenen mejor
sus cláusulas lisonjeras
de las damas en favor:
que si él domestica fieras,
fieras afemina Amor.
(Con este aparato, majestad y pompa, cantando unos y representando otros, se escondió el carro, se desplegó la cortina y dio fin la comedia.)