Acto I
Fieras afemina amor
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II


Habiendo hecho blanco los instrumentos, empezó la segunda jornada con cajas y trompetas; y transmutándose la scena en populosa ciudad murada, se vio en el pequeño recinto de un teatro tan gran fortificación que, a merced del arte, cupo en ella la inmensa fábrica de altos muros, dilatadas cortinas, irregulares baluartes, a quien no poco hermoseaban, asomados como a caso por diferentes claraboyas, militares instrumentos de picas, alabardas y banderas. La principal fachada era la puerta guarnecida de pilastras, frisos y dinteles, desde cuyo torreón corrían compartidas almenas que coronaban todo el edificio. Con esta vista, y con el toque de la marcha, salieron al tablado, en formado escuadrón, algunos soldados y, detrás, HÉRCULES y ARISTEO, rey de Tesalia.


HÉRCULES:

Ya desde aquí se descubren
torreones y murallas
de la gran corte de Libia.
Prosiga otra vez la salva,
porque otra vez y otras mil,
alternando consonancias
los estruendos de Belona
y las blanduras de Aura,
entrambas de mi victoria
avisen, mezclando entrambas
lo dulce de los clarines
y lo ronco de las cajas.

HÉRCULES:

Mal «de mi victoria» dije,
pues son dos: una que haya
vencido a Aristeo, y otra
a mí, pues aunque me daba
cuidado aquella ilusión,
que se pasó de fantasma
a realidad, se llevaron
los aires de la campaña
sus memorias; que no en vano
a la ausencia, muerte, llaman,
de amor, pues falta el afecto
en donde el objeto falta;
tanto, que no sé qué diga
a Euristio si otra vez habla
en que me case con Yole;
pero excusa habrá que valga
y, si no la hubiere, ¿qué
importa que no la haya?

HÉRCULES:

Que una mujer que me dio
admiración al mirarla,
porque de la que soñé
convino en la semejanza,
no ha de alabarse de que,
abandonando mi fama,
ella sola vengó el odio
que a todas tuve. La salva
repetid, digo, otra vez
y otras mil; que hasta que salgan
a recibirme no quiero
entrar a la ciudad. Haga
alto el ejército aquí.

UNO:

¡Alto y pase la palabra!

TODOS:

¡Alto y pase la palabra!
(Vanse los soldados.)

ARISTEO:

¡Infeliz fortuna mía,
siempre a mi estrella contraria!
¿No te bastó que perdiesen,
aquellas primeras ansias
que en mí introdujo un retrato
de Yole, las esperanzas
de su padre despedido?
¿No te bastó en la campaña
haber perdido el sangriento
trance de dura batalla,
reino y libertad, sino
que prisionero me traigas,
por testigo de que Yole
haya de ser lauro y palma
del que me vence, logrando
su ventura en mi desgracia?

HÉRCULES:

¿Qué te parece, Aristeo,
que puede ser la tardanza,
de no salir de los muros
Euristio a darme las gracias?

ARISTEO:

Será que para tu triunfo
hace prevenciones varias,
y hasta estar en perfección,
arcos, músicos y danzas,
no se da por entendido
de tu venida.

HÉRCULES:

No vana
es la presumpción. Lleguemos
al muro por si se alcanza
a entender algo.

ARISTEO:

En un templo
que está del lienzo a la espalda,
parece que cantan.

(MÚSICA a lo lejos de voces bajas, en el tono que se canta después.)
HÉRCULES:

Sí,
mas no se oye lo que cantan,
porque solo hasta aquí llegan
las voces sin las palabras.
Tú dices bien: prevenciones
son.

(Sale LICAS.)
LICAS:

Dame, señor, tus plantas.

HÉRCULES:

Dos días ha que no te veo;
¿a dónde, Licas, estabas?

LICAS:

La gana de unas albricias
me adelantó de la marcha;
pero también me atrasó
de las albricias la gana
Euristio, que no hizo caso
de mí quizá porque le hagas
tú, a quien traigo mejor nueva
que a él llevé.

HÉRCULES:

Dila; ¿qué aguardas?

LICAS:

En dándome las albricias;
que no quiero aventurarlas
como esotras.

HÉRCULES:

Yo las mando,
como la que juzgo traigas.
¿Hay muchos carros triunfales
dispuestos para mi entrada
y en las calles mucho adorno?

LICAS:

No, señor, no hay deso nada.

HÉRCULES:

Pues, ¿qué hay?

LICAS:

Que no hay que pensar
excusas, medios ni trazas
para no casarte.

HÉRCULES:

¿Cómo?

LICAS:

Como ya a Yole casada
con Anteo la hallarás.
Mira si es no menos alta
victoria pues, no casado
y victorioso, te hallas
de lance hecha la disculpa.

HÉRCULES:

¿Qué? ¿Qué dices?

LICAS:

Lo que pasa.
Hoy la boda se celebra
en el gran templo de Palas,
a donde de tu venida
la voz llegó; esta es la causa
de que hasta que se concluyan,
por no dejar empezadas
las nupciales ceremonias,
a recibirte no salgan.
Y, pues ya están merecidas,
vengan las albricias...

HÉRCULES:

¡Calla,
calla, villano, si no
quieres que te arranque el alma!

LICAS:

Y como que no lo quiero.
señores, ¿a quién puñadas
se han dado en albricias?

HÉRCULES:

Pero,
¡qué digo! ¿A mí puede nada
perturbarme? Ven acá;
vuelve a decirlo. ¿Anteo casa
hoy con Yole?

LICAS:

Ni por pienso.

HÉRCULES:

¿Pues de decirlo no acabas?

LICAS:

No, que lo que dije fue
que a Yole hallarás casada
con Anteo, mas no Anteo
con Yole.

HÉRCULES:

Pues, ¿en qué hallas
la diferencia?

LICAS:

En el solo
trastrueco de las palabras.

HÉRCULES:

¡Maldígate el cielo, amén!

LICAS:

Tente; que, si esto no basta,
habré de decir que ha sido
engañarte por si dabas
algo adelantado.

HÉRCULES:

Mientes,
que ahora es cuando me engañas;
pues aunque tú te desdigas,
no se desdice la saña
que ha introducido en mi pecho
pensar que Euristio me agravia
en la estimación, ya que
no en el gusto; pues es clara
cosa que en la estimación
ofende el que a la fe falta
de la palabra que dio.
Y aunque nunca la palabra
yo le había de pedir,
son dos cosas muy contrarias
ver él que yo no la pida
o ver yo que él la quebranta.

HÉRCULES:

Mas, ¡ay!, que no es esto solo
lo que me yela y me abrasa
tan a un tiempo; que no sé
qué fiera en el pecho inflama
tal irá que excede a todas,
con haber lidiado a tantas.
Beldad que vi en vaga sombra,
sombra que vi en forma humana,
¿a qué efecto, en brazos de otro,
a mis ojos te retratas
menos aparente y más
viva que nunca? ¿No estaba
ya apagado aquel primero
afecto que al verte causas?
Pues, ¿cómo ahora, aun en menos
visible forma que en ambas,
pues allí toda eras vista
y aquí eres imaginada,
con mayor fuerza me vences,
con mayor poder me arrastras?

HÉRCULES:

¿Qué fuera? ¡Ay de mí! Que fueran
celos, si hay celos, la brasa
que, envuelta en cenizas, no
se sabe que oculta arda
hasta que, desvanecidas
del soplo que las levanta,
lo que era ceniza es polvo,
y lo que era polvo es ascua.
Pero, ¿qué digo? ¿Yo, amor?
¿Yo, celos? No es sino rabia
de la desestimación;
y así, he de intentar vengarla,
Aristeo.

ARISTEO:

¿Qué me quieres?

HÉRCULES:

A los dos Euristio agravia
en el empleo de Yole
con Anteo: a ti en negarla
y a mí en ofrecerla; y más
viendo que es para entregarla
a un desvanecido joven
de quien ni padre ni patria
se sabe, pues solo ser
de la Tierra hijo le ensalza,
según los tesoros que ella,
rasgándose las entrañas
en despedazados montes,
para su fausto desangra,
ya de sus venas en oro,
ya de sus minas en plata.

HÉRCULES:

Pues, siendo así que, en los dos,
ofenda a un rey de Tesalia
y a un Hércules, a quien dio
en premio de sus hazañas
el alcaidía del Parnaso
Apolo, de quien es guarda,
¿cómo los dos no tomamos
de un agravio dos venganzas?

ARISTEO:

¿Qué venganza un prisionero
tomar puede?

HÉRCULES:

Temerarias
acciones el conseguirlas
aun es menos que el pensarlas.
¿Ayudárasme a ellas?

ARISTEO:

¿Cómo
puedo excusarlo si acabas
de oír que soy tu prisionero?

HÉRCULES:

No eres tal: libre te hallas
con condición de que vuelvas
a recoger tus escuadras
que, en mal fugitivas tropas,
por los montes se desmandan,
y estés a mi devoción.

ARISTEO:

Mano te doy, y palabra,
testigos haciendo a cuantos
dioses contiene ese alcázar
que Diana borra a sombras
y Apolo a luces esmalta,
de ser siempre esclavo tuyo
y estar a lo que me mandas.

HÉRCULES:

Pues vete; que yo, entre tanto,
disimulando mis ansias,
veré si hoy con mi presencia
consigo que se deshaga
esta boda antes que llegue
al tálamo su esperanza;
a cuyo efecto es el orden
que llevas tocar alarma
por ver si necesitando
de mí otra vez, la dilatan;
y de no lograrlo, puesto
que su caudillo me aclama
ese ejército, llevando
tras mí las naciones varias
de que se compone, haré
que se pongan de tu banda;
conque los dos contra toda
Libia haremos que se arda
en viva guerra.

ARISTEO:

Si tú
en mi favor te declaras,
el mundo es poco trofeo.

HÉRCULES:

Pues, ¡al arma!

ARISTEO:

Pues, ¡al arma!

HÉRCULES:

Vete, pues.

ARISTEO:

Adiós; y adiós
amorosas esperanzas,
que no hay pasión propria donde
hay ajena confianza.

(Vase.)


HÉRCULES:

Vente tú, Licas, conmigo,
que has de ejecutar la traza
con que he de disimular
mis designios en la falta
de Aristeo.

(Vase.)
LICAS:

Como sea
llevar nuevas que no traigan
albricias, yo lo haré.

HÉRCULES:

¿A mí
Euristio promesas falsas
hasta verse victorioso?
¿A mi amor celosas ansias?
Eso no; y han de ver dioses,
cielos, mares, montes, plantas,
brutos, aves, fieras, peces,
a no complacer mi saña
Euristio, Yole y Anteo,
que con más noble venganza
y a menos costa de ser
esposo de Yole ingrata,
llego a coronarme en Libia;
y aun ella, puesta a mis plantas,
ha de ver, no solo que es
mi esposa, sino mi esclava,
mostrando que no hay tan soberana
mujer que de el hombre a serlo no nazca.

(Prosiguiendo con la MÚSICA que habían cantado primero, se abrieron las puertas de la muralla y, viéndose a lo lejos mal divisadas señas de población y templo, salieron al tablado músicos y DAMAS, y detrás EURISTIO, YOLE y ANTEO.)
MÚSICA:

A la más dichosa unión,
al vínculo más estrecho
que ciñó, en amante lazo,
gala y hermosura a un tiempo:
ven Himeneo, ven Himeneo.

REY:

Ya que con digno ejemplo
(Siéntase.)
las ceremonias celebré del templo:
en este espacio en quien, no menos puro,
altar de Palas es también el muro,
podrá con más decoro
volver del dulce epitalamio el coro.

REY:

Y pues a un tiempo aplauden mi alegría
la militar y métrica armonía,
es bien que a todo acuda; y así, en tanto
que los himnos repite vuestro canto,
que en fe de culto siempre son primero,
salir a recibir a Hércules quiero
porque de mi tardanza no se ofenda
y, también, porque entienda
della la causa y sepa que la fama,
si allá premia al que lidia, aquí al que ama;
y, ofreciéndole a Yole, no se alabe
de que sabe vencer y amar no sabe.
Y ya que su deseo
fue triunfar por triunfar, y en el trofeo
que trae viene premiado,
todos quedamos bien; y pues que veo
puesta Yole en estado,
feliz el vencedor y alegre Anteo...

ELLA y MÚSICA:

Ven Himeneo; ven, ven Himeneo.

ANTEO:

De esas tres dichas, solamente en una
puede fijar su rueda la fortuna:
esa es, señora, la mía;
que, vencer al contrario, cada día
se ve, mas no se ve vencer aquella
oposición de desigual estrella
que, en la común desdicha,
puso el hado entre el mérito y la dicha.

YOLE:

Si lícito me fuera,
cúya es la dicha o mérito dijera.

REY:

Pues porque no lo digas,
ya que a entenderlo sin decirlo obligas,
el canto lo dirá: vuelvan veloces
vuestras festivas voces,
mientras que yo me ausento,
a llenar con sus cláusulas el viento.

MÚSICA:

A la más dichosa unión
de dos en quien compitieron
la tierra a puros tesoros
y a puras luces el cielo:
ven Himeneo; ven, ven Himeneo.

(Al entrarse el REY, sale HÉRCULES.)
HÉRCULES:

Yo lo debo de ser, pues que yo vengo
a vuestra invocación.

REY:

¡Extraño encuentro!
Hércules, ¿tú aquí?

HÉRCULES:

Cansado
de esperar a que tú salgas
a honrar mi triunfo y a darme
de igual vitoria las gracias,
vengo a tomármelas yo.
Fuera desto, oír se cantan
epitalamios me ha hecho
creer que debo de hacer falta,
pues, sin el novio, no sé
que ningunas bodas se hayan
celebrado y, pues lo soy
en fe de la real palabra
que me diste de que Yole
sería mía: ¿qué te espantas
de que a lograr me anticipe
el gozo con que me aguardas?

REY:

Hércules, yo...

YOLE:

No prosigas,
que yo responderé, a causa
de que desengaños suenan
mejor en labios de dama;
que no agravian aunque enojen.

HÉRCULES:

Que «blancas manos no agravian»
oí tal vez; conque tú debes
de querer hablar fiada
en que rojos labios tengan
licencia de manos blancas:
di, pues.

ANTEO:

[Aparte.]
En notable empeño,
si a reducirle no basta,
estoy.

YOLE:

Hércules: mi padre
ofreció a tus esperanzas
mi libertad, suponiendo
mi gusto; pues cosa es clara
que mi padre no querría
que me casase forzada.
Yo, viendo con el despego
que su ofrecimiento tratas,
por una parte, y por otra
oyendo que tus hazañas
son lidiar hidras, dragones
y sierpes, cuya arrogancia
desdeñó con experiencias
de amor las delicias blandas,
tanto que de aborrecer
a las mujeres te alabas:
horror te cobré; que no
soy tan neciamente vana
que fíe de mi hermosura
que me den pago a tu gracia
las puertas de aborrecida
a las viviendas de amada.

YOLE:

Y así, con este temor,
para que aquí te persuadas
a que no fue de mi padre
sino mía la mudanza:
a que me diese la muerte,
resuelta y determinada,
de Anteo amada, me atreví
a decirle...

(Cajas y trompetas.)
REY:

¿Qué es aquesto?

VOCES:

(Dentro.)
¡Al arma, al arma!

HÉRCULES:

¿Qué ha de ser?
Proseguir trompas y cajas:
lo que se atrevió a decirte;
pues, decirte que dejaras
a Hércules por Anteo, fue
decirte que aventurabas
a que por él respondiera,
en generosa demanda
de tu rompida fe, todo
el orbe diciendo...

VOCES:

(Dentro.)
¡Arma, arma!

(Sale LICAS.)
LICAS:

Acude señor...

HÉRCULES:

¿Qué es eso?

LICAS:

Novedades bien extrañas.
Aristeo, o sobornando
o amenazando las guardas,
se ha huido de la prisión
y, juntando las escuadras
que en alcance de su rey
siguieron tu retaguardia,
en formados escuadrones
vuelve doblando la marcha.
No es esto lo peor sino
que las naciones que aman
tu valor, en fe de que
él las ilustra y ensalza,
y aun los naturales mismos,
perdidas las esperanzas
de que tú su rey no seas,
a su ejército se pasan.
Conque tu gente deshecha
y la suya recrutada,
hecha frente de banderas
te presenta la batalla.

VOCES:

(Dentro.)
¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!

REY:

Acude, Hércules; ataja
tan gran novedad.

HÉRCULES:

No quiero.
Mejor será que Anteo vaya
y yo me quede a la boda.
¡Ea!, Anteo, a la campaña
y a la música vosotros
puesto que el novio no falta.
Llega tú, Yole.

YOLE:

Primero
me daré, desesperada,
mil muertes.

ANTEO:

Yo, porque no
presumas que me acobardan
delicias de amor a que
deje de acudir mi fama
a horrores de Marte, iré
donde digan mis hazañas;
que, ya que no falta el novio,
tampoco el general falta.

HÉRCULES:

Pues siendo así que tú irás
y la ley del duelo manda
que se venguen en los hombres
los desaires de las damas:
también yo iré. Y porque tú
me busques en la batalla
y cuerpo a cuerpo los dos
nos veamos cara a cara:
de la parte de Aristeo
me hallarás; que mi venganza,
no solo en ti, pero en toda
Libia, ha de ser.

ANTEO:

Pues, ¿qué aguardas,
si en la campaña te espero?

HÉRCULES:

El verte a ti en la campaña.

ANTEO:

¡Al arma y Euristio viva!

(Cajas.)
HÉRCULES:

¡Viva Hércules y al arma!

(Vanse.)
REY:

([Alto.]
¡Oye, Hércules! ¡Anteo, espera!)
Fuerza es que tras ellos vaya,
por ver si con mi respeto
tanto empeño se restaura;
y si no, canas de honor
verán ser del Etna canas,
que en la cumbre obstenta nieve
y fuego en el pecho guardan.

YOLE:

Advierte...

REY:

¡Nada me digas,
ay belleza desdichada,
cuando a perder por ti voy
vida, honor, reino y patria!

(Vase.)
YOLE:

«Patria», «reino», «honor» y «vida»
dijo; y es tal mi desgracia
que otra pérdida le queda
aun con haber dicho tantas
pues, entre padre y esposo,
va en dos mitades el alma.

YOLE:

Todo va a perderse; pues
no quede en resguardo nada:
dadme un caballo. Fortuna,
no siempre seas contraria
a dichas de amor; permite
que sea suya la alabanza,
siquiera una vez, dejando
al trance de la batalla,
pues es de Hércules la ira,
ser de Yole la venganza,
por más que neutral el eco
repita ahora en voces varias...

ELLA y UNOS:

¡Viva Euristio! ¡Guerra, guerra!

(Vase.)
OTROS:

¡Viva Hércules! ¡Arma, arma!

TODOS:

¡Viva Euristio! ¡Hércules viva!
¡Guerra, guerra! ¡Al arma, al arma!

(Fíngese dentro la batalla y, cubriéndose el muro con el teatro del primero bosque, salen como asustados, oyendo a lo lejos el estruendo de las armas EGLE y VERUSA, teniendo a HESPERIA.)
LAS DOS:

¿Qué solicitas?

HESPERIA:

Oyendo
desde el alcázar al monte,
por todo aqueste horizonte,
tanto militar estruendo
sin que se pueda entender
dónde y nos haga saber
qué puede, Verusa, ser,
¿cómo es posible dejar
de salir a ver si alguno
pasa que cuenta nos dé?

(Las cajas a lo lejos.)


EGLE:

Dices bien; pero no sé
que aquí se atreva ninguno
a llegar; que si llegó
aquel valiente soldado
del león, fue derrotado
sin saber dónde; que no
llegara si lo supiera.

VERUSA:

No en vano el aviso fue
que le dimos.

EGLE:

Bien se ve,
puesto que en toda la esfera
destos cotos no paró.

HESPERIA:

Pues aseguraros puedo
que no se ausentó de miedo;
que, según lo que él contó
y nosotras vimos, era
hombre de tanto valor
que solo temía al amor;
(Las cajas.)
y ojalá no le temiera;
que, aunque no tengo esperanza
de que he de volverle a ver,
en la parte de mujer
no poca, ¡ay de mí!, me alcanza
de oír las aborrecía:
bien que en quien verle no espera,
consuelo es que a otra no quiera.

VERUSA:

A lo lejos todavía
la arma se escucha.

HESPERIA:

No sé
qué diera porque llegara
alguien aquí.

(Sale LICAS.)
LICAS:

Cosa es rara
que canse el correr a pie
aunque sea huyendo.

EGLE:

Allí
vi un hombre. ¡Ha, soldado!

LICAS:

No
habla conmigo, que yo
no lo soy.

HESPERIA:

¡Oíd!

LICAS:

¡Ay de mí!
¡Con las «ásperas» he dado!

HESPERIA:

Llegad, que no hay qué temer.

LICAS:

Sí hay, y mucho.

EGLE:

¿Qué es?

LICAS:

Saber
si es que está el dragón atado.

VERUSA:

Él no sale aquí.

LICAS:

Opiniones
hay...

HESPERIA:

¿En qué fundarlas puedes?

LICAS:

Por donde salen ustedes,
¿quién quita salir dragones?
Mas, ¿qué me mandáis?

HESPERIA:

Saber
qué rumor de armas es ese.

LICAS:

Yo lo diré aunque me pese
de haberme de detener.
Hércules, el que hizo aquí,
si os acordáis, a un león
de la boca boquerón:
porque el padre dijo «sí»
y Yole «no», se indignó;
conque, alterando la tierra
a él, por no o por sí hizo guerra
y a ella paz por sí o por no.

LICAS:

Hoy la batalla se han dado
y aunque Hércules va venciendo,
para que yo venga huyendo
no importó ser su criado.
Este es el caso; y así:
adiós, que el rumor se acerca,
pues se oye desde más cerca
decir...

YOLE:

(Dentro.)
¡Ay infeliz de mí!

EGLE:

¿Qué es aquello?

VERUSA:

Que un caballo
desbocado se despeña
desde la más alta peña
del monte.

HESPERIA:

¡Quién remediallo
pudiera!

YOLE:

Dioses, ¡favor!

HESPERIA:

Y más siendo, al parecer,
la que despeña mujer.

CUPIDO:

(Dentro.)
No temas, Yole, que Amor,
aunque a otras despeña, a ti,
porque en su triunfo te empeñes,
hará que no te despeñes.

YOLE:

¡Ay infelice de mí!

(Al decir YOLE este verso, desde no poca altura cayeron abrazados al tablado ella y CUPIDO y dejándola desmayada entre las tres, volvió arrebatadamente a desaparecer representando en el aire los siguientes versos.)
CUPIDO:

En mis brazos has caído,
segura estás. ¿Quién creyera
que para que aborreciera
la socorriera Cupido?
Mas, ¿quién no lo creerá, al ver
que Amor, atento a su queja,
para aborrecer la deja
a donde la ha menester?

(Vase.)
HESPERIA:

Lleguemos por si, por dicha,
no habiendo muerto podemos
su vida amparar.

LAS DOS:

¡Lleguemos!

LICAS:

¡Yole es!

VERUSA:

¡Qué ansia!

EGLE:

¡Qué desdicha!

HESPERIA:

¿Yole hermosa?

YOLE:

¿Quién me llama?

HESPERIA:

Quien en albricias de que
vivas, atenta a la fe
con que te estima y te ama,
mil vidas diera. ¿Qué ha sido
esto?

YOLE:

Que viendo, ¡ay de mí!,
que contra el que aborrecí,
habían los que amé salido,
que fueron padre y esposo,
llevada de mi valor,
mejor diré de mi amor,
de un caballo apenas osó
tomar a la rienda el tiento
y la noticia al estribo,
el fuste al borrén, y altivo
pasarle de bruto a viento,
cuando al lado de los dos
al embestir me mostré;
si lo sintieron no sé,
mas sé que al encuentro, ¡ay Dios!,
primero arbolada flecha
el rostro a mi padre hirió
y del caballo cayó.

YOLE:

Yo, humana víbora hecha,
desesperada a morir
en su venganza, me entré
en la batalla; y tal fue
la violencia del batir
el ijar que, desbocado
el corcel, de espuma lleno,
rompió el alacrán al freno
y la montada al bocado.
Tanto la cólera mía
fue que al verme despeñar
me holgué solo por quitar
la sospecha de que huía.
Pero como al desdichado
aun la muerte se escasea,
cruel piedad que cúya sea,
no sé, un céfiro alado
en el aire me detuvo,
haciendo que la caída,
menos violenta, mi vida
guardase; y aun después tuvo
tan doblados los favores
que si con presteza suma
me dio allí lecho de pluma,
aquí me le da de flores.
(Cae desmayada.)

LAS TRES:

Entrémosla donde pueda
repararse y descansar.

(Retíranla entre las tres.)
LICAS:

Id mientras voy yo a avisar
a mi amo dónde queda,
ya que el militar espanto
tregua pone a la batalla.

(Vase LICAS y sale ANTEO.)
ANTEO:

¿Quién en el mundo se halla
en tanta aficción, en tanto
desconsuelo como yo?
Pues, con Euristio la vida
y la batalla perdida,
el ejército aclamó
a Hércules su rey, en fe
de que él le cumpliría
la palabra que le había
dado, en el instante que
se sepa dónde paró,
bárbaramente entendiendo
que a solo escapar huyendo
de la batalla salió,
que es lo que también de mí
pensará en viendo que no
parezco tampoco yo
dél retado; siendo así
que, desbocado el caballo,

ANTEO:

Yole salió, y yo tras ella,
donde fue fuerza el perdella
de vista, conque me hallo
habiéndome desmontado
por penetrar la aspereza
en busca de su belleza,
sobre rendido, obligado,
o viva la encuentre o no,
a dos contrarios extremos:
pues muerta ambos la perdemos,
y viva la pierda yo.
Bien que, porque viva, diera
mil vidas mi suerte esquiva;
que a precio de que ella viva,
poco importa que yo muera
de tanta celosa pena
como que en la edad de un día
amanezca para mía
y anochezca para ajena.

ANTEO:

¡Yole hermosa! No responde.
¡Bella Yole! No me escucha:
o mucha desdicha o mucha
ventura es la que esconde.
¿Quién, cielos, me dirá della?
Mas, ¿quién decirlo podrá
como la Tierra, si ya
quien fue rosa no es estrella?
Fecunda madre del hombre
en común y, en singular,
madre de un hijo a quien dar
quisiste alma, vida y nombre:
ya que me dio tu piedad
los tesoros que me dieron
tanto lustre que pudieron
crecer mi felicidad
a esposo de Yole bella,
dime dónde iré a buscalla;
hállela yo aunque el hallalla
venga a ser para perdella.
Y si esto no mereció
mi llanto, siquiera di
si es que vive Yole.

MÚSICA:

Sí.

ANTEO:

¿Qué? ¿No se despeñó?

MÚSICA:

No.

ANTEO:

Pues ya que, madre piadosa,
te permites oír, ¿por qué
no te dejas ver?

CIBELE:

(Canta.)
Sí haré.

ANTEO:

De clavel, jazmín y rosa,
nuevo iris al parecer
forma una bella guirnalda
a la tierra de esmeralda
y al cielo de rosicler.
Sacra deidad, si mi idea
no miente, entre sus fulgores
viene derramando flores
de la copia de Amaltea
y, iluminando horizontes,
trae tras su vario celaje
todo el bruto vasallaje
de los senos de los montes
que de un risco en otro yerra;
como en sacrificios suele
ante el ara de Cibele,
que es la diosa de la tierra,
a mí se acerca veloz,
como que hablarme procura:
¡oh, iguálese a su hermosura
la dulzura de su voz!

(Rasgándose las nubes que eran cielo del bosque, apareció en lo más alto de la frente del teatro CIBELE, diosa de la tierra, en un trono de flores que a manera de guirnalda iluminaba el aire con ocultas luces. Traía en una mano la copia de Amaltea derramando flores y en la otra la rienda de encarnadas colonias con que al parecer gobernaba, uncida, la ferocidad de cuatro leones que tiraban desde la tierra el trono; a cuyo tiempo aparecieron, por entre unos y otros bastidores, diversos animales como en acompañamiento de su diosa; la cual, en blando movimiento, bajó hasta la punta del tablado en recitativo estilo, cantando ella y respondiendo el coro.)
CIBELE:

(Cantando.)
Feliz y infeliz amante,
pues compitiendo entre sí
te hizo feliz el nacer
y el amar te hizo infeliz:
ya dejo por ti,
en lechos de mayo, regazos de abril.

MÚSICA:

Y a su voz el eco responde sutil
que rompe los aires dejando por ti...

ELLA y MÚSICA:

... en lechos de mayo, regazos de abril.

CIBELE:

Cibele soy, de la tierra
tan fecunda emperatriz
que, del confín oriental
al occidental confín,
en todo su ámbito hermoso
no hay reservado país
que sus montes y sus mares
no descansen sobre mí;
fieras y flores lo digan
viendo a mis plantas rendir
lo vegetable su tez,
lo sensible su cerviz,
dejando por ti
en lechos de mayo, regazos de abril.

CIBELE:

Motejada de que solo
para el aire concebí
fruto y flor, y me quedé
no más que con la raíz,
por obstentarme deidad
que pudiese competir
con cuantas contiene el coro
de ese celeste zafir,
como gusano que hila
su mesma vida de sí,
a ti te engendré sin más
padre que mi mesmo ardid.
Viendo que tu nacimiento
creyó no más que el gentil,
porque nadie le dudara,
no tan solo te ofrecí
sin reservarte diamante,
perla, esmeralda o rubí:
en plata todo el Pactolo
y en oro todo el Ofir.

CIBELE:

Mas viéndote hoy en dos riesgos
de amar y de competir,
a cautelarte de entrambos
quise a tus voces venir,
dejando por ti
en lechos de mayo, regazos de abril.
El uno, que es cuidado
de Yole: no hay que sentir
su muerte; que Yole vive
más donde no he de decir
por no empeñarte en el riesgo
de que es preciso morir
si vas a buscarla. El otro,
que es el de haber de reñir
con Hércules, cuyas fuerzas
nadie pudo resistir:
llega a los brazos con él;
que aunque él una vez y mil
te arroje a la tierra, ella
te sabrá restituir
dobladas fuerzas con que
puedas volver a la lid.

CIBELE:

Y en cuanto a que tú no sepas
de Yole y Hércules sí:
no temas que a verla llegue,
pues, cuando pretenda ir
a buscarla, sabré yo
tanto la senda impedir
que no se atreva a pisarla.
Y pues ya quedas aquí
sabiendo que vive Yole,
y cómo has de resistir
a Hércules y que él no irá
a verla, vuelva el sutil
aire a repetir sus ecos
en tanto que yo al pensil
de mi retirado albergue
vuelvo de donde salí
dejando por ti...

MÚSICA:

Dejando por ti...
Y a su voz el eco responde sutil...

ELLA y MÚSICA:

En lechos de mayo, regazos de abril.

(Desapareció midiendo con la MÚSICA la distancia de lo alto.)
ANTEO:

¡Oye! ¡Escucha! No tan presto
te ausentes sin permitir
que de tanta admiración
cobrado diga...

(Dentro LICAS, HÉRCULES y ARISTEO.)
LICAS:

Hacia aquí
es la senda.

HÉRCULES:

Pues no dejes
en su alcance de seguir
la vereda.

ANTEO:

Gente viene:
forzoso es al monte huir
quien a todo un vencedor
ejército trae tras sí.
Pues está segura Yole,
duélete, ¡oh cielo!, de mí:
no haya tan mal ejemplar
como que pueda decir
que hallé piedad en la tierra,
y no en el cielo.

(Vase.)
(Salen HÉRCULES, ARISTEO y LICAS.)
LICAS:

Hacia aquí
vuelvo a decir que es la senda
del hespérico país.

HÉRCULES:

Pues guía, ya que te afirmas
en que Yole quedó allí.

ARISTEO:

Si pudiera aconsejar
a quien me toca servir,
dijera, Hércules, que no
está el triunfo en adquirir
tanto como en mantener
lo adquirido. Siendo así,
pues, que te hallas aclamado
rey, ¿no es mejor acudir
a establecer esta vez
que dejarlo por venir
tras un afecto que puedes
lograr después?

HÉRCULES:

Para mí
ni el triunfo ni reino importan
tanto como destruir
encantos de Amor llevando
esclava a Yole a asistir
a mi coronación. Vea,
ya que a un hijo aborto vil
de la Tierra prefirió
a Hércules, que merecí
ser su rey a menos costa
que su esposo.

LICAS:

Ya de aquí
de sus torres se descubren
los homenajes.

HÉRCULES:

A abrir,
a pesar del fiero monstruo
que los vela sin dormir,
sus puertas iré, si fueran
de diamante.

ARISTEO:

Y yo tras ti,
que uno es aconsejar cuerdo
y otro es restado morir.

LICAS:

Yo no, que uno es morir loco
y otro es tratar de vivir.

HÉRCULES:

Ven pues; que, juntos los dos,
¿quién nos ha de resistir?

CIBELE:

(Dentro.)
Quien, en defensa de Yole,
lo impedirá.

LOS DOS:

¿Cómo?

CIBELE:

Así.

(Apenas desde lo alto pronunció CIBELE este medio verso, cuando se oyeron en el aire truenos y en la tierra temblores; y abriéndose en ella un volcán que atravesaba todo el tablado, arrojó de sí tan condensados humos que obscurecieron el teatro, bien que sin molestia del auditorio porque estaban compuestos de olorosas gomas, de suerte que lo que pudiera ser fastidio de la vista, se convirtió en lisonja del olfato.)
HÉRCULES:

¿Qué es esto, cielos?

ARISTEO:

Un fiero
temblor de tierra que abrir
su centro intenta en quebradas
grietas.

(Sale humo.)
HÉRCULES:

Y no solo a fin
de que sus cavados senos
quieran el paso impedir,
pero de que sus funestas
bocas arrojan de sí
(El terremoto.)
entupecidos vapores
que, en pirámides, subir
se ven a empañar la tez
de todo el azul viril.

ARISTEO:

¿Quién vio que el Vesubio en Libia
humo exhale?

LICAS:

Yo lo vi
por señas, que el verlo fue
de puro ciego.

(Terremoto.)
HÉRCULES:

Aun a mí
la vista perturba, pues
ni veo alcázar ni jardín.

ARISTEO:

En pardas nieblas la Tierra
nos le ha sabido encubrir.

HÉRCULES:

Como es la madre de Anteo,
sin duda intenta impedir
ultrajes de Yole; pero
no lo podrá conseguir:
que si de la tierra el centro
conjura ella contra mí,
contra ella el del aire yo
(Terremoto.)
moveré. Quédate aquí,
Aristeo, por si en este
tiempo Yole intenta ir
donde yo no sepa della,
tú lo sepas con seguir
sus pasos.

ARISTEO:

De mí confía
el que no falte de aquí.

HÉRCULES:

En ese seguro voy,
como dije, a prevenir,
pues no puedo por la tierra,
por el aire entrar. Tras mí
ven, Licas.

[Vase.]
LICAS:

Sí haré, que aunque es
tan malo el andar tras ti,
peor fuera el que aquí quedara.

(Vase.)


ARISTEO:

No fuera; pues, ya de aquí
ausente Hércules, la Tierra
sus cimas vuelve a cubrir,
el humo a desvanecer
y el alcázar a lucir.
Y si no me engaño, una
dama viene por aquí.
¿Si será Yole? Mas no;
que, aunque yo nunca la vi,
nunca tampoco borré
las especies que imprimí
de su retrato: no es ella.

(Sale VERUSA.)
VERUSA:

Yole, del desmayo en sí
volvió apenas cuando de otro
dolor se tornó a afligir,
que es no saber de su padre
ni de la batalla el fin.
Compadecida a su llanto,
por si fuera tan feliz
que con una buena nueva
la pudiera divertir,
al monte salgo; allí un hombre
está. ¿Sabreisme decir,
caballero, que en el traje
bien el serlo descubrís,
en qué paró la batalla
de cuyo rumor oí
en estos montes los ecos?

ARISTEO:

No me atrevo a discurrir
en cuál os esté mejor:
o oír la ganancia o oír
la pérdida, cuando os veo
tan cuidadosa; y así,
hasta saber qué deseáis
saber, nada he de decir,
por no aventurar que pueda
ser lo que hayáis de sentir.

VERUSA:

Aunque siempre de la patria
el cariño lleva, a mí
sus victorias o sus ruinas
no me tocan.

ARISTEO:

Quizás sí,
ya que no a vós, a persona
de cuya parte venís.
Decidla que un forastero
que hallasteis acaso aquí
no quiso deciros nada.

VERUSA:

Harto en eso me decís.
Quedad con Dios.

(Vase.)
ARISTEO:

Él os guarde.
En toda mi vida vi
igual hermosura, ¡cielos!
¿Qué fuera que un infeliz,
que ni vencido una vez
ni otra vencedor, decir
pudo su pena? Mas esto
no es ahora para aquí;
baste que para aquí sea
no dejarla de seguir,
por verla otra vez.

(Vase ARISTEO, y salen HÉRCULES y LICAS.)
LICAS:

Señor,
¿esto es caminar o huir?

HÉRCULES:

Volar quisiera que fuera,
Licas, hasta descubrir
de la cumbre del Parnaso
la verde cima.

LICAS:

Eso sí:
volvámonos a ser guardas
de ninfas, gente feliz
y alegre. ¿Qué Yole o Libia?
Como habitar en país
a donde todo es cantar,
danzar y bailar y, en fin,
todo es paz y nada es guerra...

HÉRCULES:

Hablaste como hombre ruin.

LICAS:

No tanto que mienta, pues
ya se escuchan desde aquí,
al tiempo que don Pegaso,
en el último perfil
del monte, batiendo el ala
tremola al aire la crin,
dulces músicas: ¿no oyes
sus blandos acentos?

HÉRCULES:

Sí,
acerquémonos a ver
lo que llegamos a oír.

(Al entrarse los dos, empezó a descubrirse un monte cuya eminencia, casi de improviso, frisó las nubes con la cumbre y los bastidores con la falda; de suerte que no dejó más foso el teatro que su mismo foro y un pedazo de nuevo cielo que a espaldas suyas, por entre tremoladas bandolinas y quebradas peñas, fingía lejanos horizontes. Ocupaba su cima el Pegaso, extendidas las alas como haciendo sombra al risco de CALÍOPE, principal musa de las nueve, desde cuyo superior asiento derribaban los peñascos sus últimos perfiles. Estaban todos coronados de frondosa arboleda y, entre uno y otro tronco, una y otra ninfa: Urania y Polonia a la diestra mano, y Tersícore y Clío a la siniestra. Debajo de las cuatro, en segundo descanso que hacía con adelantadas proyeturas más corpulento el monte, estaban a un lado Melpómene, Erato y a otro Euterpe y Talía. Eran sus ropajes como los de los signos y los meses, diferenciándose solo en haber trocado el campo azul al nácar, confrontando matices aquí con las flores si allá con las estrellas. En el corazón de el monte corría tan artificiosa fuente que, sin agua ni sonido de agua, no se echaba menos ni el agua ni el sonido. Estaban, pues, las nueve como divertidas en sus siempre festivos solaces, cantando, desasida de la fábula, esta letra.)
MÚSICA:

Ruiseñor que volando vas
cantando finezas, cantando favores,
¡oh, cuánta pena y envidia me das!
Pero no, que si hoy cantas amores,
tú tendrás celos y tú llorarás.

HÉRCULES:

Todo el coro de las ninfas
junto está. Mas, ¡ay de mí!;
que parece que la letra
conmigo ha hablado, al oír,
para que se irriten más
mis vengativos rencores
y amor no sean jamás...

MÚSICA

Pero no, que si hoy cantas amores...

ELLA y MÚSICA:

... tú tendrás celos y tú llorarás.

HÉRCULES:

Sagradas hijas de Apolo,
a quien desde este cenit,
por cuantos círculos corre
hasta su opuesto nadir,
para coronar los rizos
de vuestro peinado, Ofir
flores dora ciento a ciento,
luces brilla mil a mil:
vuestro Hércules, por quien
en estos montes vivís
seguras de incultas fieras
amedrentadas de mí,
por quien a la excelsa cumbre
nadie se atrevió a subir
sin pasar porta de Apolo,
que yo he de cerrar y abrir,
a beber de los cristales
en que aquel don infundís
que, abandonando lo útil,
se pagó de lo sutil:
hoy contra una hermosa fiera
favores viene a pedir,
no para amarla, no, pero
para aborrecerla sí.

TODOS y MÚSICA:

¡Ay de ti!
¡Que vencer a las fieras
no es vencerse a sí!

(Cantando CALÍOPE.)
CALÍOPE:

Hércules: ya tus hazañas
sabemos, y que por ti
templaron, Fama y Apolo,
la lira con el clarín.
Ya sabemos que en Tesalia
la Hidra pudiste rendir;
en el Abismo al Cerbero
y en Calidonia al espín.
Que al león venciste en Libia,
donde pudiste adquirir
lo sagrado del laurel,
lo sangriento de la lid.
Que perdonaste, sabemos,
de la Hespéride el jardín,
mas no sabemos que puedas
a ti vencerte; y así...

ELLA y MÚSICA:

¡Ay de ti!
¡Que vencer a las fieras
no es vencerse a sí!

CALÍOPE:

Quejoso de Yole vienes,
procurando desmentir,
con razones de vengar,
sin razones de sentir.
Teme el ardid del amor:
que es tan cauteloso ardid
que tal vez para vencer
hace maña del huir.
Teme su disimulada
traición: que sabe vestir
los desaliños del áspid
de las galas del jazmín.

CALÍOPE:

No te vengues si te quieres
vengar de Yole; que vi
muchas veces que el dejar
alcanza más que el seguir.
Y si estos avisos no
te bastan a reducir:
en mi voz y en la de todas
oirás una vez y mil...

ELLA y MÚSICA:

¡Ay de ti!
¡Que vencer a las fieras
no es vencerse a sí!

HÉRCULES:

Bella Calíope, a quien
siempre tocó el presidir
al castalio coro: no
desconfíes del gentil
espíritu que me ilustra;
que dejé de conseguir
de Amor, que es fiera de fieras,
la victoria; a cuyo fin,
por vuestro Pegaso vengo:
que le lleve, permitid,
a que en los golfos del aire
sea alado bergantín;
que, a pesar del huracán,
que levanta contra mí
la Tierra, madre de Anteo,
tomen puerto tan feliz
que deshaga los prodigios
de su encantado pensil.

CALÍOPE:

Si en tu peligro nosotras
no habemos de concurrir:
lo que tú puedes tomar,
¿para lo qué has de pedir?

HÉRCULES:

Dices bien, sube por él,
pues tú también has de ir.

LICAS:

¿Dónde?

HÉRCULES:

En sus ancas.

LICAS:

¿Sus ancas
yo?

HÉRCULES:

¿Por qué no?

LICAS:

Porque si
él es rocín de poeta
y nunca pudo sufrir
ancas su puchero, ¿cómo
sufrirá ancas su rocín?

(Vase.)
HÉRCULES:

Anda, cobarde; y vosotras
quedad en paz hasta oír
mi triunfo.

TODAS:

Antes, porque no
te empeñes en él, tras ti
iremos todas diciendo...

HÉRCULES:

¿Qué es lo que habéis de decir?

TODAS:

(Cantando.)
¡Ay de ti!
¡Que vencer a las fieras
no es vencerse a sí!

HÉRCULES:

¿Y cómo iréis?

TODAS:

Desta suerte.

HÉRCULES:

Pues venid todas, venid;
veréis de cuán poco os sirve
el escuchar... ¿Qué decís?

ÉL y TODAS:

¡Ay de ti!
¡Que vencer a las fieras
no es vencerse a sí!

(Cantar las musas este estrebillo, repetirle el coro, volar el Pegaso a la nubes, CALÍOPE al centro y las ocho a distantes partes llevándose consigo a pedazos el monte, fue tan uno que, al verle deshecho, apenas pudo percibir la vista el cómo; conque, causando más novedad en todos lo que dejaron ver que lo que vieron, acabó la segunda jornada.)