Fibras/Carta-prólogo de Ruben Darío

Fibras (1895)
de Alberto Ghiraldo (Marco Nereo)
Carta-prólogo de Rubén Darío
Umbra

Ocurrióseme preguntar á Ruben Dario, á pesar de que sus tendencias literarias no son las mías, si él escribiría algo que sirviera de prólogo á estos versos. — Si yo escribiera me contestó, "le caería á Vd. fuerte" — Entonces, le dije, Pido á Vd. su opinión en una página.

Efectivamente; le envié las pruebas que ofrecí y aquí están las líneas que él ha escrito y que pongo al frente de esta colección, agradeciéndolas en lo que valen, porque á decir verdad esa peluca blanca, que Dario no ha arrancado á nadie, porque es suya propia, le ha hecho decir cosas muy lindas.

Alberto Ghiraldo
Señor Alberto Ghiraldo:


Le devuelvo, mi querido Alberto, las pruebas de su libro, y con ellas va la opinión que desea. Vd. entró á la vida literaria á los quince años; felizmente nadie le llamó "niño sublime". Aparece Vd. en las columnas de La Nación con una estupenda superchería: unos versos suyos firmados, con el nombre del célebre poeta argentino Ricardo Gutiérrez. El público lo mismo que el diario, no habría advertido el engaño sin la protesta del poeta. ¿Quiere Vd. mayor satisfacción para su picardía de adolescente?

Hoy tiene Vd. veinte años, y después de su Año Literario, de ¡Ahí van! y de trabajos publicados en la prensa de Buenos-Aires, presenta este volumen nuevo de poesías.

Lo he leido, y al concluir el último verso, peco por desconfiado... Si querrá dar una nueva engañifa! me he dicho. Pues no de otro modo pienso que quiera hacerlo, quien al llegar al más bello tiempo de la juventud, se nos presenta con peluca blanca, arrugas en la frente y acompañada la melodía de sus más bellos años, con "cancamurrias de gori-gori" que diría don Juan Valera.

Y yo sé, mi buen Alberto, que es Vd. sincero; que no pretende engañarnos por esta vez; que Vd. mismo es el engañado por su propio corazón, y por la educación de su espíritu.

Ha faltado á Vd. la disciplina, el vigor moral que da la gimnasia del trabajo anheloso de un ideal, la fe, y un hermoso rostro de muchacha enamorada á tiempo. ¡Si parece men que á la edad en que nos dice tantas cosas la luminosa lengua de las estrellas, Vd. —por confesión propia—no haya tenido un solo amorío, de esos que hacen rimar á los poetas los más lindos versos, y vuelven casi poetas hasta á los sportmen y los corredores de Bolsa!

Si Vd. fuera un bachiller semileído, con su poquito de Schopenhauer en las ediciones económicas españolas, sus nociones positivistas, sus tinturas de las varias filosofías de última hora; si Vd. nombrase á Ibsen, siquiera... Pero Vd. no lee, ni quiere leer nada.

El poeta. después del Eclesiastes, dice con razón:

La chair est triste helas! et j'ai lo tous les livres!...

Usted detesta todos los libros, y en esto haya quizás una especial cordura infusa. Preferirá leer en el libro de la vida. Pero la vida no es como Vd. la mira, ni como se lo imagi ni es en su fuente inmediata en donde se ha abrevado.

Sin referirme á los defectos que pueda tener la, manifestación rimada de sus pensamientos en cuanto á forma y arte, y puesto que reconozco en Vd. uno de los más maleables al par que ricos talentos de la juventud de su país, yo quitaría por un instante de su cabeza la peluca blanca, me la pondría, y con una voz doctoral le amonestaría de la siguiente manera:

"Hay, hijo mío, en esta existencia, para los que nacen con el divino dón de los poetas, muchas serias obligaciones que cumplir, muchas graves tareas que llenar. Primero, es amar la Lira sobre todas las cosas, pues es el regalo de Dios; después, amar el amor y la fe y las rosas y el vino, como el griego Anacreonte y el argentino Guido; coronarse de flores y respetar la gramática; cantar á las hermosas mujeres y ser enemigo de los tontos; tener el arte en su valor supremo y no como asun de pasatiempo ó industria de Mousión; no adular los gustos de la general mediocridad, ni seguir las modas, que tienen la vida, de un sombrero de mujer, sino el resplandor del verdadero astro, la religión de la belleza inmortal, la palabra de los escogidos, la barca de oro de los predestinados argonautas. No creas en la gloria que dan los periódicos, ni en las cartas de los maestros vanidosos, ni en los elogios de tus compañeros interesados, ni en las sonrisas que tengas que pagar con aplausos de reciprocidad. No seas snob; y con los innovadores ó con los estacionarios, lo único que debes hacer es tener talento. No dejes apagar nunca el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura y si llegas á viejo, que tu alma esté siempre florida como en su primavera. "Y todo lo demás es literatura".

En seguida, me quitaría la peluca, y viéndole á Vd. en el triunfo de sus veinte años, tan amigo de la vida, apesar de sus versos toscos y negros, tan amante de la poesía y entusiasta por la belleza, le daría un abrazo.


Buenos-Aires, 1895.


Ruben Dario