Fantasía al Sr. Muriel: 3

II.
Fantasía al Sr. Muriel. Introducción del poema Granada. Poema oriental
de José Zorrilla
II. Las dos luces
III.


Las dos luces editar

Es la ecsistencia golfo que se agita
Circundando islas mil, cuyo olëaje
De la nada en las playas se limita.

Naves las almas son en que el pasaje
Hacemos de este golfo, cuyo centro
El punto es de partida en este viage.

Centro es la cuna: una isla mar adentro
En la mitad del golfo colocada,
Dó alma y cuerpo se salen al encuentro.

Al mar cada almadesde allí lanzada
Vá de una en otra isla escala haciendo,
Hasta dar en las playas de la nada:

Allí, en la inmensa eternidad cayendo,
Náufrago el cuerpo en la ribera espira
Al criador su nave devolviendo.

Amor, deleite, lujo, ambicion, ira,
Gloria, amistad, honor, fama y orgullo,
Islas con donde reina la mentira.

Desde ellas nos reclama con arrullo
Fascinador: de danzas y canciones
Nos envia al pasar manso murmullo:

A ellas con falaces ilusiones
Nos atrae y, viajeros perezosos,
Vamos haciendo escala en las pasiones.

Fé, cienia, religion… son luminosos
Faros que por las várias latitudes
Nos guian de estos mares procelosos.

«¡Voga!» nos dicen con su luz «no dudes.
¡Voga» y, pilotos de arte y esperiencia,
Vamos haciendo escala en las virtudes.

Por las pasiones vá nuestra ecsistencia
Sus riquezas gastando, y adquiriendo
Por las virtudes vá nueva opulencia.

Las naves bien lastradas al tremendo
Baiben resisten y olëaje fuerte:
Las vanas ceden al embate horrendo.

Era yo jóven: mi conciencia inerta
Dormia, cuando al mundo audáz y solo
Salí fiado en la voluble suerte.

Lëal, franco, inesperto, estraño al dolo,
Creyendo en cuanto ví con fé sincera
Mio el mundo juzgué de polo á polo.

Mi alma entónces, góndola ligera
En manos de señor jóven y ansioso
De vida mundanal y placentera,

Se dejaba guiar por el undoso
Y turbulento mar de la ecsistencia,
Ya á naufragar vecina, ya en reposo

Vogando de áura mansa á la influencia:
Al sol ardiente y á la tibia luna
Meciéndose en el mar con indolencia

Siguió siempre mi nave y mi fortuna
La dulce poesía, compañera
De mi gozo y mi afan desde la cuna:

Y con voz ora humilde, ora altanera,
Mis placeres canté, mis ilusiones
Hechicé, la ventura pasajera

De la vida fugaz en mis canciones
Celebré; y ora crédula, ora impio,
Templé mi lira con inciertos sones.

Abordé en mi demente desvario
Del golfo de la vida las riberas
Todas, sin otra ley que mi albedrio.

Sus islas visité mas hechiceras:
Gloria, amistad, amor, deleite, oyeron
Mis insensatas cántigas primeras:

Y dó quier por el golfo me aplaudieron,
Y de láuros cargaronme la frente,
Y embriagándome al fin, me embrutecieron.

Triunfé, amé, disipé, reñí insolente.
¿Qué saqué de esta vida vergonzosa?
Hastiado el corazon, seca la mente.

Mi alma, nave sin lastre, en peligrosa
Marcha me conducia abandonado
Al olëaje de la mar undosa.

Entónces recordé mi sosegada
Niñez: cuando mi madre me tenia
Sentado en sus rodillas y posada

Su mano en mi cabeza, dirigia
Mi atencion al altar donde radiante
Se elevaba una imágen de María.

Y entónces recordé la voz vibrante
Del monje que el púlpito esclamaba;
«La ecsistencia mas larga es un instante;

«Honor, gloria, poder, todo se acaba
«Con ella: solo nuestras obras viven:
«Y ¡ay del que con sus obras no se caba

«Su tumba! Todos del señor reciben
«Para el bien un talento, y Dios ordena
«Que el suyo todos para el bien cultiven.»

Recordé que esto oí en la edad serena
De la cándida fé, cuando la mente
vírgen recibe la impresion ajena

Que conserva indeleble eternamente.
Hasta entónces jamás mirado habia
Detrás demi: torneme ansiosamente

El rastro á ver de la ecsistencia mia:
¿Qué vi? la imensidad del océano
Que trás de mí desierta se estendia.

La nave de mi alma un solo grano
De lastre no llevaba, ni una sola
Flor de las islas conservó mi mano.

El rumor de una ola y otra ola
No mas en torno oía, y el profundo
Són de la mar que el corazon desola

Blando susurre ó muja furibundo.
¿Me comprendes, Muriel? te voy contando
La historia de mi alma: lo que al mundo

Nadie cuenta jamás: lo que llevando
Vá cada cual consigo, cuidadoso
En el inquieto corazon guardando.

Lo que el hombre no dice vergonzoso,
Mas lo que á solas piensa en el momento
En que cierra su párpado al reposo.

Iba yo, pues, al olëaje lento
Del golfo de la vida en la barquilla
De mi alma vogando, el pensamiento

Tornado á mi niñez, de toda orilla
Lejos, el corazon triste y vacío
De lo pasado, viendo que la quilla

Del alma no dejaba entre el brabío
Olëaje señal, y nuevo rumbo
Dar meditando al barquichuelo mio:

Y hé aquí que de las ondas al balumbo
Avanzando al azar ciego y perdido
De olas en olas y de tumbo en tumbo,

Ví una isla á lo lejos; decidido
Torné á ella mi próa y tomé suelo
En pais para mí desconocido;

La Isla de la Razon era, que el cielo
Puso en mitad del viaje de la vida.
La rica nave, el débil barquichuelo

Que allí aporta sin rumbo, la perdida
Brújula cobra y desde allí dirige
Su viaje á fácil playa. Guarecida

La Razon de esta isla, en ella rige
Como reina, teniendo en su ribera
Dos luces siempre ardiendo y una elije

De las dos el que arriba, su postrera
Travesía al hacer: cada uno enciende
Su antorcha en una y, breve ó duradera,

Con esta luz su travesia emprende,
Cuerdo o desatinado, el navegante
Que á sí no mas en la eleccion atiende.

De saltar en su isla en el instante
«De la fé es esta luz, del siglo es esta»
Me dijo la Razon: y, vacilante

En la dificil eleccion funesta
Entre la fé y el siglo, al ama mia
Entre las luces de ambos dejó puesta.

La antorcha de la fé no despedia
Mas que un rayo de luz tranquilo y puro,
Que por la límpia atmósfera subia

Recto á perderse en el azul oscuro
De la pura region, que el ojo humano
No contempló jamás fijo y seguro.

A la luz de la fé nada cercano
Sobre el ház de la tierra se alcanzaba:
Pero en la altura del zenít lejano

Veiase una estrella y se dudaba
Si la luz de la fé de ella venia,
O la luz de la fé se la prestaba.
Yo entre la tierra y la region del dia
Este rayo comun juzgué, y no en vano,
Que comunicacion establecia.

Circundaba este rayo soberano
Rico enjambre de abejas luminosas
Con alas de oro, cuanto mas cercano

Al resplandor su vuelo mas hermosas:
Y en el centro del rayo refulgente
Labraban sus panales oficiosas.

Quemábalas al fin el foco ardiente
Y en lugar de en cenizas convirtiéndolas
En bellísimas aves, de repente

La luz del rayo místico impeliéndolas,
Tomaban vuelo hácia el zenít palomas,
Aguilas, cisnes garzas y oropéndolas;

Y abrasada su miel, suaves aromas
Ecsalaba que en la áura derramandose
Embalsamaban mar valles y lomas.

La luz del siglo, móvil elevándose,
Culebreaba con llamas refulgentes
De su foco en redór desparramándose,

Formando con sus llamas transparentes
Un bello árbol de luz que reflejaba
Los colores del iris esplendentes.

Bajo este árbol radiante vejetaba
Innumerable coleccion de flores,
En la que muchedumbre se criaba

De mariposas, ricas en colores,
Agradables en forma y movimiento,
Y en gala incomparables y en primores.

Susurro vago y apacible y lento
Con sus alas hacian y en contorno
De aquel árbol de luz giros sin cuento:

Mas al fin deslumbradas y al bochorno
Del fuego enloquecidas, acerdándose
Al foco abrasador, del rico adorno

De sus puros colores despojándose,
Poco á poco en la luz se iban lanzando
Y unas tras otras en la luz quemándose;

Y un poco de humo fétido ecsalando,
Polvo las mariposas se volvian,
Su sitio ante la luz á otras dejando.

Mas bellas las abejas renacian
En la luz de la Fé, y las mariposas
Polvo en la luz del siglo se volvian.

¿Quien de aquestas dos luces misteriosas
La alegoría mística no advierte?
La miel de las abejas oficiosas,

Que en aroma á su luz la fé convierte,
Son las obras del hombre, que embalsaman
Su memoria triunfante de la muerte.

EL polvo que de sí cuando se inflaman
Las mariposas sueltan, son las horas
Que en el siglo sin fruto se derraman.

Estériles así ó germinadoras
Son, sin fé, mariposas nuestras vidas
Y abejas con la fé trabajadoras;

Las almas naves à la mar partidas,
Ricas, seguras, con la fé vogando,
Con el siglo, sin lastre, sumergidas.

Todas de la Razon van arribando
A la lisla: en sus luces toman fuego
Y siguen à las costas navegando.

Yo, que há ya siete lustros que navego
Por la ecsistencia, á la razon arribo
Y en su luz tomo de mi antorcha el fuego:

Y el escaso talento que recibo
Del señor para el bien, constante abeja
Labrando mi panal, con fé cultivo.



Pienso que de mi fé duda no deja
En ningun corazon mi alegor,
Pues mi alma en sus luces se refleja.

¿Que és un poeta? Un ave en la sombria
Selva del mundo por su Dios lanzada
Para llenar sus senos de armonía:

Mas no para gorgear desatinada
Dia y noche, la selva ensordeciendo,
Malgastando la voz que le fué dada

Para elevarla audaz sobre el estruendo
Mundanal, y con fé consoladora
La gloria de su Dios enalteciendo.

No al poeta se dió la voz sonora
Como engañosa voz á la sirena
Ni como al cocodrilo voz traidora;

La del poeta el ánimo serena
Del hombre por la tierra peregrino:
Dulce y divina voz que le enagena,

La patria celestial de donde vino
Recordandole siempre y aliviando
La fatiga mortal de su camino.

¡Ay del poeta que, sin fé cantando,
Solo murmullo efimero levanta
Como el agua y el aire susurrando!

¡Ay del poeta que su fé no canta
Y la gloria del pueblo en que ha nacido,
Enronqueciendo en vano su garganta

Mariposa y no abeja! — Tal ha sido
La causa que, tenáz, de esta obra mia
En el asiduo afan me ha sostenido.

Cambia con mi razon mi poesia
Y á la luz de la fé recapacito
Que he sido mariposa hasta este dia.

Há siete lustros que la tierra habito,
Ave insensata que en la selva trina
Con inútil gorgear, y necesito

Utilizar la inspiracion divina
Que al poëta dá Dios, el sacrosanto
sino compliendo á que mi sér destina.

Y hé aquí porque cuando hoy mi voz levanto,
Cristiano y Español, con fué y sin miedo,
Canto mi religion, mi patria canto.

Con mi destino cumplo como puedo;
Y si sucumbo por llenarle, en suma
Con Dios en paz y con mi patria quedo.


Ahora, Muriel, en alas de mi pluma
Volvamos al dintel de mi poema;
(Puesto que es fuerza que de tál presuma.)

En tanto, pues, que en la jornada estrema
Tocamos, ven conmigo hácia Granada,
Régio floron de la oriental diadema.

Ven de mi narracion la no trillada
Senda siguiendo: al arabesco estilo
La encontrarás de flores alfombrada.

No es un camino real tirado al hilo
Derecho y espacioso, mas conduce
Por medio de un vergel al régio asilo

Del alcázar Muslim, y se introduce
Antes por bib-arrambla dó las flores
Verás mas bellas que el Genil produce.

Fátima la Zegrí, perla de amores,
Cual su nombre lo dice: la Azafía
Cándida como el suyo: la en labores

Estremada Jarifa: albor del dia,
La dicha así por su beldad, Zoraya:
Zaida, que fuego en el mirar tenia:

La espejo de constantes Almeraya:
Zelinda, la orgullosa Alpujarreña:
Borina, préz de la murciana playa:

Zora, la voluptuosa Malagueña:
Zobeika, la rival de Sarracina:
Lindaraja, la ardiente Zahareña,

Y cuantas tubo, de beldad divina
Prodigios humanados, nobles moras
La conquistada corte Granadina.

Haliarás en mi libro encantadoras
Leyendas, orientales fantasías,
Que mas dulces tal vez te haran las horas:

En rimas pobres, pues al fin son mias,
Pero alhagueñas para aquel que aprecia
La Hispana gloria y los pasados dias.

No encontrarás los númenes de Grecia
Invocados en él: genios distintos
Asisten á mis héroes en su récia

Caballeresca lid; bajo sus pintos
Los templos de la Cruz no dan ya paso
A Vénus ni á Pluton, ni en los recintos

De la Alhambra jamás trotó el Pegaso:
Que elrayo vivo de la Fé Cristiana
Cegó á las Musas y quemó el Parnaso.

Hallarás en mi libro, á la Africana
Usanza, algo escesiva galanura,
Pues fiel la lira con la accion se hermana

Y el tono que la dá seguir procura:
Mas no el poema juzgues de la vaga
Leyenda de Al-hamar por la lectura.

Su narracion fantástica divaga
Enfática y difusa á cada punto
Por su argumento celestial, que alhaga

Tal vez, mas talvez cansa; su conjunto
Ni en forma, ni en estilo dá en efecto
De mi poema idea, aunque su asunto

Se encuentra al del poema tan afecto
Que, á faltar la leyenda, desmembrada
Su accion pareceria é imperfecto

Su plan, como palacio sin portada.
Tal es mi obra.— Ahora penetremos,
Muriel, en el recinto de Granada.

¡Y ojalá que á sus términos estremos,
Como á risueño fin de alegre viaje,
Al compás de mi cántico lleguemos!

¡Y plegue á Dios que el bárbaro ropaje
De mi cuento Muslim vuelva con pompa
Manto imperial el albornoz salvage!

¡Y plegue á Dios que, cuando el canto rompa,
Se me torne el laüd que me acompaña
La de Homérico són épica trompa,
Que el éco lleve de mi voz á España.