V



 Algunos días después, inopinadamente, Balta se fue al pueblo. Se fue solo y directamente a la casa. Penetró al zaguán. Un revuelo espeso y de fuga reventó adentro. Sobre el tejado de enfrente posáronse varias palomas y tórtolas silvestres, de tornasolados cuellos, y asustadas agitáronse aguaitando con sus ardientes ojos amarillos, en todas direcciones. Un conejo tordillo y zahareño no supo por dónde meterse; peleó con otro, gordo y rufo, y, gritando, se atunelaron ambos por entre los nidos de las gallinas. Balta se sintió sacudido de un calofrío de inmensa orfandad; y, echando de ver las paredes tan pronto entelarañadas aun más abajo de las soleras; las hendiduras que los pájaros practicaron entre los adobes; las puertas cerradas con candado, el huerto marchito y difunto, solo salpicado de unas que otras florestardías de azafrán, recostose en el umbral de la puerta de la sala,como guareciéndose, y un llanto que él no pudo contener bañó sus mejillas. ¿Por qué, pues, lloraba así? ¿Por qué?...

 Luego tuvo un acceso de imprevista serenidad. Siguió al dormitorio, lo abrió y penetró a grandes pasos. Volvió a salir, y aclarose tosiendo el pecho, del que salió entonces uno como restallido de madera que corre, tropieza, trota y se arrastra sobre la punta de un clavo inmóvil e inexorable. Traía el espejo en una mano. Como quien no hace nada, se vio en el cristal un segundo, pero apenas un segundo de tiempo, y, apartándolo, se quedó tieso como si fuera de palo. ¿Qué vio? ¿La imagen desconocida? ¿Novio más que la suya? Miró a todas partes con modo tranquilo y amplio; miró hacia la huerta, imperturbable, seguro, iluminado.

  Esta vez Balta pareció no sobresaltarse; mejor dicho, pareció sobresaltarse demasiado, mucho, en exceso. En aquel instante insólito, no creyó haber visto a ningún extraño a su espalda, a sus flancos, como en anteriores ocasiones. Era su propia imagen la que él veía ahora, su imagen y no otra. Pero tuvo la sensación inexplicable y absurda de que el diseño de su persona en el cristal operó en ese brevísimo tiempo una serie de vibraciones y movimientos faciales, planos, sombras, caídas de luz, afluencias de ánimo, líneas, avatares térmicos, armonías imprecisas, corrientes internas y sanguíneas y juegos de conciencia tales, que no se habían dado en su ser original. ¡Desviación monstruosa,increíble, fenomenal! Desdoblamiento o duplicación extraordinaria y fantástica, morbosa acaso, de la sensibilidad salvaje, plena de prístinos poros receptivos de aquel cholo, en quien, aquel día bárbaro de altura y de revelación, la línea horizontal que iba desde el punto de intersección de sus dos cejas, desde el vértice del ángulo que forman ambos ojos en la visión, hasta el eje de lo invisible y desconocido, se rajó de largo a largo, y una de esas mitades separándose fue de la otra, por una fuerza enigmática pero real, hasta erguirse perpendicularmente a la anterior, echarse atrás, como si alcanzase la más alta soberanía y adquiriese voz de mando, caer por último a sus espaldas,empalmarse a la horizontalidad de la otra mitad, y formar con ella, como un radio con otro, un nuevo diámetro de humana sabiduría, sobre el eterno misterio del tiempo y del espacio...

  A su predio tornó Balta esa misma noche. Una vez en su lecho,se sintió acometido de angustioso frenesí, y un insomnio poblado de sombras y de febril alarma goteó toda la noche sobre sus almohadas y sobre su corazón. Por momentos amodorrábase y oscurecía todo su ser, y por momentos cavilaba con gran lucidez. Reflexionaba. En medio del silencio de la noche, desabarquillaba fibra a fibra recuerdos de lugares, fechas, acontecimientos e imágenes, deduciendo relaciones, atando cabos sobre su posición actual en la vida. Acordábase de que él era huérfano de padre y madre, y que, salvo una hermana que tenía en una hacienda remota, la única sangre suya estaba toda contenida en él y nada más. Luego pasaba su pensamiento a su mujer, y por inexplicable asociación de ideas, al espejo. Repesaba entonces sus cuitas y sobresaltos por la idea de que alguien le seguía los pasos. Se hacía mil interrogaciones sobre si estaba o no seguro de lo del espejo. Quería fijar bien los contornos de la imagen que veía en el cristal. Es forzábase a ello, sin conseguirlo; mas, si lo hubiera conseguido, se habría tapado los ojos de la imaginación y habría tenido horror. Recordó entonces vagamente lo que le dijo el amigo, el domingo, en la plaza: "...cosas y personas que yo quiero atrapar con el pensamiento, pero que pasan y se deshacen apenas aparecen". Después recordaba otras cosas. Cuando era aún maltón tenía reuniones nocturnas con numerosos muchachos, entre los que había algunos pertenecientes a principales familias del pueblo, y otros que volvían ya del Colegio, muy leídos y cultos. Referíanse entonces, a la recíproca, narraciones fantásticas y sucedidos increíbles. Uno de ellos dijo cierta noche:"A mí me pasó una vez una cosa horrorosa. Hallábame tendido, cara arriba, sobre mi cama, a eso de la hora de oración. Meditaba yo a solas, y de improviso advertí que mis pies retirábanse y se alejaban sin fin. Advertime el cuerpo estirado y crecido gigantescamente, y, lleno de miedo y de espanto, quise pararme;no podía, pues que chocaría con el techo. Empecé a gritar aterrado. Alguien acertó a ir por allí y acudió...". Balta,confundido y exhausto, golpeó la sien contra el lecho y cambió de posición en las almohadas.

  Su mujer reposaba a su lado, tranquila. La vieja Antuca, su suegra, que dormía en la misma pobre habitación, pareció conturbarse; balbuceó no sé qué palabras incomprensibles entre sueños, y luego lanzó algunos alaridos, como si le hiciesen doler una herida invisible y profunda. Balta se quedó adormecido.

 Al día siguiente había en su semblante una sombra aun más ensimismada y más hosca. Vio a su mujer y sus ojos despidieron un resplandor extraño.

 Temprano se ausentó a solas, sin haber cruzado palabra alguna con nadie. ¿Por qué, pues, se iba así? ¿Por qué ese inmotivado recelo para su pobre mujer? Buscaba la soledad Balta, cada día con mayor obstinación.

  –¿Qué tienes Balta? -llegó a interrogarle Adelaida-. ¿Qué te pasa, que estás así? No quieres que nos vayamos. El invierno meda miedo, Balta. ¡Vámonos, por Dios! ¡Vámonos! ¿Bueno?...

 Ella le dijo esto, asiose del brazo viril y recostó la sien suavemente rendida sobre el hombro de su marido.

 Hizo él una mueca de fastidio:

 –Te he dicho que no.

 Dos lágrimas asomaron azoradas y tímidas a los ojos de ella, al mismo tiempo que la faz taciturna y huraña de Balta tuvo una violenta expresión amenazadora.

  Adelaida solía ir con su hermanito uno que otro día al pueblo, por ver los animales de la casa. A cada retorno suyo al campo, en el marido subía la opresión interior y subía el recelo para con ella. Ya este recelo, de inconsciente y oscuro que fue en un principio, tornose consciente y claro ante los ojos de Balta. Esto aconteció un día en que alejose él de la cabaña sin rumbo, a través de los arados predios, por las planicies de mustias sarracas andinas y por los peñascales encrespados y mudos.

  Caminó incansablemente. Era de mañana y, aunque no llovía,el cielo estaba cargado y sin sol. Era una mañana gris, de esas preñadas de electricidad y de hórrido presagio que palpitan en todo tiempo sobre las tristes rocallosas jaleas peruanas, las que parecen recogerse y apostarse unas a lado de otras, a esperar insospechados acontecimientos en las alturas, ciclópeos y dolorosos alumbramientos de la Naturaleza.

 Balta iba paso a paso y, luego de haber andado largas horas por las vertientes más elevadas, se detuvo al fin junto a un montículo herboso. Subió a un gran risco, esbelto, pelado y tallado como un formidable monolito. Subió hasta la cúspide. Ahí se sentó, en el mismo borde del peñasco. Sus piernas colgaban sobre el abismo.A sus pies, en una espantable profundidad, se distinguía una prisco abandonado, al nivel de las sementeras sumergidas. Ahí se sentó Balta. Contempló con límpida mirada distraída e infantil toda la extensión circundante, hasta los horizontes abruptos y los nevados partidos en las nubes. Inclinose un poco y escrutó las tierras fragorosas que a sus plantas quedaban como arredradas y sumisas. Amenazó caer lluvia y una ráfaga de chirapa y ventarrón azotó un momento los cerros. Balta tuvo un ligero calofrío, y la cerrazón mugió y se perdió entre los próximos pajonales.

 Una calofriante desolación, acerba y tenaz, coagulose en las pupilas enfermas del cholo. Permaneció de este modo, embargado en honda meditación, por espacio de algunos minutos. Reflexionaba sobre cosas incoherentes que en azorado revoloteo cruzaban por su mente adolorida. La imagen de su mujer surgió en su memoria, y sintió entonces por ella un vago fastidio. Pero, ¿por qué? No se lo explicaría él mismo. Sí. La tuvo fastidio y una pasión extraña y dolorosa, ese azaroso amor que lo alejaba de ella y le hacía buscar la soledad con irrevocable ahínco. Preguntaba a su propia conciencia: ¿Me ama Adelaida? ¿No quiere ella a otro, quién sabe? A otro... Balta se quedó abstraído y cabizbajo, mirando hacia el abismo escarpado. A otro... Balta seguía cavilando. Su pensamiento volaba. Unos celos sutiles, como frioleros y acerados picos, sacaron la cabeza y se arrebujaron en sus entrañas, con furtivo y azogado gusaneo montaraz...

 El silencio de la mañana era absoluto. Balta sacudió la cabeza y empezó a rascar con la uña una salpicadura de barro en su leonado pantalón de cordellate. Pero, inmediatamente, cayó de nuevo en el mismo tema: su mujer. "¿No quiere ella a otro, quién sabe?...". A otro... Su pensamiento, al llegar a este punto, se caía,se ahogaba. Tal un remanso que de súbito se quebranta y se rompe en una pendiente. ¿Podía su mujer amar a otro? Otra vez sacudió la frente. Había hecho desaparecer la mancha de barro de su vestido. Púso se de pie, y estuvo así, inmóvil, un instante. El aire empezaba a agitarse con violencia y quiso arrebatarle el amplio sombrero de palma. Lo aseguró bien, y, como si no quisiera alejarse más de allí o estuviese atado a aquel pináculo, volvió a sentarse en el filo de la roca. Ahora se puso a pensar en lo bella y dulce que era Adelaida y en que él era, en cambio, tan poco parecido... Volvió a mirar el acantilado de la cordillera y se le trastornó la cabeza. Con la velocidad del rayo, cruzó por su cerebro la fugitiva idea, sutil, imprecisa, de un ser vivo, real, de carne y hueso, innegable, a cuya existencia pertenecía la imagen del cristal. Alguien es, indudablemente. Alguien debía ser. Balta demudose y vaciló. Creyó sentir en el aire una presencia material oculta, de una persona que le estaba viendo y oyendo cuanto él hacía y meditaba en aquel instante. Creyó percibir su aliento y, aun más, una palabra suelta, tañida en voz baja, muy bajita, que se escabulló rápidamente. Balta la buscó con las narices y los ojos y los oídos por entre las rugosas depresiones de la peña. Tenía encendidas las mejillas y los ojos inyectados de sospecha y de cólera. El viento volvió a soplar formidable y amenazador. Iba a llover.

  Sí. Alguien le seguía. Alguien que así esbozaba y denunciaba,a su pesar, su presencia, en rumor volandero, en imagen fugaz, en roce taimado, en impune esquinazo de piel... Balta hizo un agudo mohín de furiosa indignación. Estiró el cuello, en ademán de escuchar hacia arriba, perplejo, arrobado, como hacen las aves asustadas, cuando pasa por lo alto un vuelo tempestuoso de águila, cóndor o gallinazo fúnebre. El cielo estaba negro y muy bajo. Sí. Alguien le seguía. Un bribón desconocido o un amigo bromista. Balta sintiose burlado. "A lo mejor -se dijo- alguien está jugando conmigo...". Y se indignó más todavía. Acordose dela tarde de junio, en que por primera vez sorprendió al intruso,con el auxilio del espejo, en el corredor de la casa del pueblo.Recordó también que cierto caballero de la aldea, a quien traicionaba su mujer, sorprendió al traidor precisamente por un juego de espejos que una feliz coincidencia puso ante sus ojos.Otra vez pasó su pensamiento a Adelaida. Y pensó: ¿cómo era que ella no se hubiera percibido en ninguna ocasión de la presencia de aquel sabueso? ¡Adelaida ama al otro! ¡Al del espejo! Sí. ¡Oh cruel revelación! ¡Oh tremenda certidumbre!...

 Caía el granizo. Un pastorcillo fue a guarecerse con unas dos ovejas en el redil abandonado, y hacía reventar en las costillas del viento su honda. Dio unos gritos melancólicos en el abismo,donde las herbosas quebradas rezumaban ya, y a sus gritos respondió el sereno peñasco majestuoso con el eco cavernoso y de encanto de la inconciencia inorgánica; eco invisible y opaco y recocido, con que responde la dura piedra soberana a la cruda voz del Hombre; manera de espejo sonoro, en cuyo fondo impasible está escondida la simiente misteriosa e inmarchita de inesperadas imágenes y luces imprevistas... Acaso aquí habría hallado también Balta la propia resonancia, retorcida y escabrosa, la desconocida imagen que, ya en el espejo, ya en el manantial o en las corrientes, le acechaba y relampagueaba ante sus ojos estupefactos y salvajes.

 La tragedia aquel día abandonó la médula del alcanfor milenario, que hace de viga central en el hogar, y, al morder el primer vaso capilar de los círculos internos de la zona de la madera, tropezó de pronto con un viejo parásito miserable que aún sobrevivía a la época sensible del árbol; le quiso despreciar la tragedia, y ya iba a internarse en el fibroso bosque, cuando el aire empezó a agitarse con violencia y quiso arrebatar el amplio sombrero de palma de Balta sobre la roca. La tragedia enmendose, y a viva fuerza echó a sus lomos al intruso...