Rabiaba un carnicero
con el pícaro gato de un vecino;
y por matar al animal dañino,
separó una tajada de carnero,
y adobada con dosis algo fuerte
de un tósigo de muerte,
púsola en el tejado,
por donde a su capricho
entraba a merendar el susodicho.
Un cuervo que lo vio, partió flechado,
pilló el macizo trozo,
y a un árbol escapó lleno de gozo.
Al tiempo que iba el grajo
a trinchar el magnífico tasajo,
hete pues, que aparécese la zorra,
con gana siempre de comer de gorra,
y exclama diestra con acento blando:
-¡Ave de Jove, te saludo grata!
El cuervo preguntó a la mojigata:
¿A quién discurres tú que estás hablando?
-¿A quién? (le respondió la zalamera),
al águila altanera,
que del lado de Júpiter clemente
baja diariamente,
y echa desde la copa de esa encina
el don que por sustento me destina.
¿A qué venir disimulando ahora,
cuando miro en tu garra triunfadora
la codiciada presa,
que a esta desamparada criatura
contigo el Dios envía de su mesa?
-La zorra se figura
(para sí dijo el cuervo complacido)
que soy águila yo: locura fuera
desengañarla y deshacer el trueco.
Soltó con bizarría majadera
el robo por la zorra apetecido,
tendió las alas y se fue tan hueco.
El animal astuto
cogió contento el fruto
debido a sus indignas artimañas.
Cómelo con presteza:
convulsiones extrañas
luego a sentir empieza,
y abrásale el veneno las entrañas.
Ciertos bien conocidos perillanes,
que viven de adular a la simpleza
sin rastro de pudor, ¿no fuera bueno
que tragaran en salsa de faisanes
una dosis decente de veneno?