A cierto pecador impenitente,
de los que tienen conocidamente
ya en la conciencia callo,
todas las noches al cantar el gallo,
una horrible visión se aparecía.
De nada al visitado le servía
valerse de conjuros y oraciones:
tiesa que tiesa la visión impía
dos horitas con él se divertía,
sus ojazos clavándole saltones:
¡Huy! El Señor nos libre de visiones.
Una noche de invierno
en que rabiaba el hombre de furioso
con aquel pasmarote sempiterno,
va y coge una novela,
fresquita producción de autor famoso,
perteneciente a la infernal escuela
patrona del delito,
y pónese a leer a voz en grito.
Hervía el indecente novelucho
en pasos y personas discordantes.
Allí escenas de crápula y garito;
allí era ver sayones y danzantes,
hijas de emperador, disciplinantes
con máscara y hachón y capirucho,
brujas que revolaban sobre escobas,
sangre desperdiciada por arrobas
en duelos, en patíbulo y tortura,
canto de gori gori, sepultura,
y al terminar la deleitable historia,
infierno y limbo, purgatorio y gloria.
Al oír lo bestial de cierto chasco,
principió la visión haciendo gestos.
Llegaron dos pasajes nada honestos,
y a la pobre visión le dieron asco.
Bufando a cada instante,
sufrió la relación una hora justa;
pero después se le apuró el aguante,
y dando un revolcón, tomó el portante.
-Esta clase de libros no le gusta
(dijo con alborozo el visitado):
pues bien: ya tengo el exorcismo hallado.
A la otra noche, la visión en casa.
El hombre, zas, comienza la lectura;
y la visita incómoda le dura
sólo media hora escasa.
Lo que es a la tercera
no dejó la fantasma ni siquiera
dos hojas acabar; huyó diciendo:
No temas que mi vuelta se repita;
mas ya que te irritaba la visita,
sábete que un suplicio más tremendo
te ha de venir, bebiendo
la moral de tu hermosa novelita.


Escritos hay en cantidad no corta,
que ni el mismo demontre los soporta.