Cayó en la red del pescador artero
un barbo jovencito.
¡Allí fue trabajar el prisionero
para romper el cáñamo maldito!
Chupa, muerde, batalla, 
deshilacha el torzal, quiebra una malla,
y al fin se libra del peligro fiero.
-¡Caramba! (prorrumpió) ¡de buena escapo!
Viviré en adelante sobre aviso.
Quien me pesque otra vez, ya ha de ser guapo. 
Mas una cosa de comer diviso,
que a merced de las olas sobrenada,
por un hilo sutil a un palo atada.
Es, si no me equivoco,
pan, y buena ración; pues me la emboco. 
Tírase al cebo el pez sin más recelo,
y al salir de la red, tragó el anzuelo.


Así, con sus propósitos ufana,
se arroja en pos del apetito loco
de yerro en yerro la prudencia humana.