Fábulas en verso castellano/LI
Tantos y tales trabajos hicieron pasar las fieras al más inocente bruto, a la pacífica oveja, que a Júpiter hubo al cabo de pedir que discurriera cómo buscaba camino para aliviar sus miserias. Júpiter le dijo: -Veo, y harto de verlo me pesa, mansa criatura mía, que te he dejado indefensa. Para suplir esta falta, elige el medio que quieras: las armas que más te agraden, te dará mi omnipotencia. ¿Quieres que dientes agudos en tus mandíbulas crezcan, o que tus pies se revistan de fuertes garras que hieran? -No quisiera yo, señor (respondió la pretendienta) cosa que me asemejara a la raza carnicera. -¿Será mejor que introduzca mortal veneno en tu lengua? -No, que me aborrecerán lo mismo que a las culebras. -¿Quieres que te arme de cuernos y a tu frente dé más fuerza? -No, que entonces, como el chivo, no me hartaré de pendencias. -Pues, hija, yo sólo puedo salvarte de una manera: para que no te hagan daño, preciso es que hacerlo puedas. -¿Preciso? (la oveja exclama, dando un suspiro de pena): prefiero entonces a todo mi flaca naturaleza. La facultad de dañar gana de dañar despierta, y por no hacer sinrazones, vale más el padecerlas. Júpiter enternecido bendijo a la mansa bestia, y ella no volvió jamás a pronunciar una queja.