Diferencia entre revisiones de «El hombre mediocre (1926)/Capítulo V»

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{{encabezado|[[El hombre mediocre]]|[[José Ingenieros]]}}
 
'''<center>{{t2|CAPÍTULO V </center>}}
 
{{c|'''<center>LA ENVIDIA''' </center>}}
 
<center>{{c|[[El hombre mediocre: 6#I. LA PASION DE LOS MEDIOCRES|I. La pasión de los mediocres.]] - [[El hombre mediocre: 6#II. PSICOLOGíA DE LOS ENVIDIOSOS|II. Psicología de los envidiosos.]] [[El hombre mediocre: 6#III. LOS ROEDORES DE LA GLORIA|III. Los roedores de la gloria.]] - [[El hombre mediocre: 6#IV. UNA ESCENA DANTESCA: SU CASTIGO |IV. Una escena dantesca: su castigo.]]</center>}}
 
 
__NOTOC__
 
===='''<center>{{t3|I. LA PASION DE LOS MEDIOCRES </center>====}}
 
La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el acíbar que paladean los impotentes. Es un venenoso humor que mana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia. Por sus horcas caudinas pasan, tarde o temprano, los que viven esclavos de la vanidad: desfilan lívidos de angustia, torvos, avergonzados de su propia tristura, sin sospechar que su ladrido envuelve una consagración inequívoca del mérito ajeno. La inextinguible hostilidad de los necios fue siempre el pedestal de un monumento.
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Por deformación de la tendencia egoísta algunos hombres están naturalmente inclinados a envidiar a los que poseen tal superioridad por ellos anhelada en vano; la envidia es mayor cuando más imposible se considera la adquisición del bien codiciado. Es el reverso de la emulación; ésta es una fuerza propulsora y fecunda, siendo aquélla una rémora que traba y esteriliza los esfuerzos del envidioso. Bien lo comprendió Bartrina, en su admirable quintilla:
 
{{bloque centro|
<center>''La envidia y la emulación pa-''</centerbr>
<center>''rientes dicen que son; aunque''</centerbr>
<center>''en todo diferentes al fin tam-''</centerbr>
<center>''bién son parientes el diamante''</centerbr>
<center>''y el carbón.''</center>
}}
 
La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces. La envidia es una cobardía propia de los débiles, un odio impotente, una incapacidad manifiesta de competir o de odiar.
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Toda la psicología de la envidia está sintetizada en una fábula, digna de incluirse en los libros de lectura infantil. Un ventrudo sapo graznaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué brillas?
 
===='''<center>{{t3|II. PSICOLOGíA DE LOS ENVIDIOSOS </center>====}}
 
Siendo la envidia un culto involuntario del mérito, los envidiosos son, a pesar suyo, sus naturales sacerdotes.
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===='''<center>{{t3|III. LOS ROEDORES DE LA GLORIA </center>====}}
 
Todo el que se siente capaz de crearse un destino con su talento y con su esfuerzo está inclinado a admirar el esfuerzo y el talento en los demás; el deseo de la propia gloria no puede sentirse cohibido por el legítimo encumbramiento ajeno. El que tiene méritos, sabe lo que le cuestan y los respeta; estima en los otros lo que desearía se le estimara a él mismo. El mediocre ignora esta admiración abierta: muchas veces se resigna a aceptar el triunfo que desborda las restricciones de su envidia. Pero aceptar no es amar. Resignarse no es admirar.
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supone que le han tomado en cuenta y que se advierte su presencia: sueña que le han nombrado, aludido, refutado, injuriado. Pero todo es un simple sueño; debe resignarse a envidiar desde la penumbra, de donde no consigue que le saquen. El que tiene conciencia de su mérito, no se presta a inflar la vanidad del primer indigente que le sale al paso pretendiendo distraerle, obligándole a perder su tiempo; elige sus adversarios entre sus iguales, entre sus condignos. Los hombres superiores pueden inmortalizar con una palabra a sus lacayos o a sus sicarios. Hay que evitar esa palabra; de algunos criticastros sólo tenemos noticias porque algún genio los honró con su puntapié.
 
===='''<center>{{t3|IV. UNA ESCENA DANTESCA: SU CASTIGO </center>====}}
 
El castigo de los envidiosos estaría en cubrirlos de favores, para hacerles sentir que su envidia es recibida como un homenaje y no como un estiletazo. Es más generoso, más humanitario. Los bienes que el envidioso recibe constituyen su más desesperante humillación; si no es posible agasajarle, es necesario ignorarle. Ningún enfermo es responsable de su dolencia, no podríamos prohibirle que emitiera acentos quejumbrosos; la envidia es una enfermedad y nada hay más respetable que el derecho de lamentarse cuando se padecen congestiones de la vanidad.