Diferencia entre revisiones de «La reacción y la revolución : 0b»
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¿Contra quién tuvieron lugar estas tres insurrecciones?
La primera contra un gobierno conservador, que ni habia decretado la emigracion en masa de centenares de ciudadanos , como el general Narvaez, ni propuesto la derogacion de las leyes fundamentales del Estado, como Bravo Murillo, ni agobiado al país, como Alejandro Mon, con el peso de un
Tenia este gobierno declaradas en estado de sitio las ciudades mas importantes; suspensas, cuando no cerradas, las Cortes ; alzada siempre la mano contra los que, aun siendo de su mismo partido, no querian, ó por ambicion ó por patriotismo, doblarse á sus caprichos; cubierto el presupuesto de gastos con los ingresos destinados á cubrir las atenciones de mañana; impuesto un préstamo forzoso, comprometida la hacienda con una deuda flotante insoportable y un déficit de centenares de millones.
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Solo, apoyado casi exclusivamente por los que mas ó menos vivian de las arcas del tesoro, combatido por los que átoda costa pretendían ocupar sus puestos, presentado á los ojos de\ país, mas que como un gobierno inmoral, como una horda de bandidos, debia ya su sosten solo á lá voluntad del trono, cuando, vendido por uno de los hombres en que mas habia depuesto su confianza, vió levantadas contra sí mas de dos mil lanzas del ejército, dirigidas por cuatro generales. Comprendió, á no dudarlo, el peligro en que se hallaba; presumió que el fuego de la rebelion podia cundir por el resto de sus tropas; temió que la revolucion no levantase de nuevo la cabeza; mas ni cedió ni creyó que debiese aun darse por vencido. Tenia fuera de Madrid á la Reina; la trajo á Madrid el mismo dia del suceso. Tenia á las puertas de Madrid á sus enemigos; les presentó al dia siguiente la batalla. Salió vencido y ganó. Los vencedores, que esperaban la reproduccion de la jornada de Ardoz en los campos de Vicálvaro, empezaron á retirarse luego de ver defraudadas tan lisonjeras esperanzas, y le dieron pié para que creyese aun posible prolongar, y hasta afirmar, su situacion comprometida.
Ahora bien: ¿qué objeto tenia esta insurreccion militar? qué pretendían esos rebeldes generales que se retiraban despees de una victoria? Ni en el dia de la insurreccion ni en el del
No proclamaron estos generales ningun principio político, y fueron en esto lógicos. Pertenecian todos al bando conservador, y dentro de los principios del bando conservador estaba aun indudablemente el ministerio amenazado. Si se hubiesen sublevado inmediatamente despues de la reforma constitucional proyectada por Murillo, hubieran podido decir aun: Nos levantamos en favor de nuestra bandera, hollada y desgarrada; mas despues, ¿qué podian ya sino nial disfrazar sus intereses personales, ó guardar, como guardaron, el silencio? La cuestion dinástica era tambien para ellos una cuestion hasta cierto punto personal, aunque cohonestable con razones de grande interés político:se sentian ajados, y no solo por los miembros del gabinete, sino tambien por la persona de la Reina. ¿No podian muy bien seutir el deseo de vengarse de unos y otra? No les convenia, sin embargo, suscitar ni aun encubiertamente una cuestion que, presentada antes de resuelta por la voluntad del ejército, podia encenderla revolucion, y hasta hacer retoñar la guerra civil, que tantos y tan fundados temores nos inspira.
Callaron sobre toda reforma política, y no se atrevieron á poner mas que la palabra moralidad en sus labios; palabra verdaderamente simpática y consoladora para el pueblo; mas hoy, bajo los sistemas de gobierno que nos rigen, indefinible, falta de valor y de sentido. Bajo sistemas de gobierno en que la ficcion suplanta el derecho, las razones de conveniencia prevalecen sobre las razones de justicia, el desarrollo natural de los principios proclamados engendra y legitima la insurreccion y subleva contra la ley la fuerza; la impotencia de un partido para dominará los demás impone como una necesidad el proselitismo burocrático; el censo es una
Entre los cuatro generales habria uno, tenido con razon ó sin ella por hombre pensador, que no podia desconocer estas verdades; pero debió tambien comprender que las palabras huecas son las que mas seducen á los pueblos, y no vacilaria en tomarla por bandera. Los hombres pensadores no siempre son los mismos en el silencio del gabinete y en medio de la agitacion del teatro de la vida
No soltaron prenda alguna de importancia los insurrectos hasta llegar al corazon de la Mancha, donde, antes que darse por vencidos, pretirieron hacer una completa abjuracion de sus principios. La insurreccion
El programa de Manzanares, se ha dicho, bastó para poner en combustion el reino. El pueblo quedaba libre por él de organizarse en juntas, reunirse en cortes generales y darse la constitucion mas conforme á sus ideas políticas y á sus principios de gobierno. El pueblo podia aspirar, por consiguiente, á la revolucion mas radical posible, sobre todo cuando, á mayor abundamiento, habia de ser inmediatamente armado. ¿Cómo habia de permanecer desde entonces inactivo?
Prestábase efectivamente á tanto el programa de Manzanares; mas importa mucho que no confundamos las causas de hechos de una misma índole. El ejército de Cataluña y muchos pueblos de Andalucía pudieron muy bien sublevarse respondiendo tan solo al último llamamiento de los insurrectos de Vicálvaro; mas el norte de España, y aun parte del oriente y mediodía, no se levantaron al grito de O'donnell en la Mancha, sino al grito de Espartero en Logroño y Zaragoza.
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Este odio, acumulado en su corazon durante once años, tuvo el pueblo de Madrid ocasion de explayarlo y lo explayó. Lo explayó sin obedecer á influencias de partido, sin tener mas armas que las que arrancaba á sus contrarios, sin escuchar sino la voz de sus instintos. Los partidos conspiraban hacia tiempo, mas sin fruto, sin tener otro resultado que el de reconocer cada vez mas su propia disolucion y su impotencia. Unidos primero, desunidos luego, compactos otra vez, se sintieron siempre fuertes para agitar las masas, débiles para organizarias y disponerlas á los azares de un combate. Desacreditados los antiguos conspiradores, y poco menos que desconocidos los nuevos, trabajaban todos en vano para reunir los mil elementos revolucionarios que andaban acá y acullá dispersos. No habia, por otra parte, armas, faltaba dinero, escaseaban las cabezas organizadoras. La víspera, el mismo dia del combate, no se confiaba aun en el buen éxito de la revolucion que se esperaba. Todas las esperanzas se hallaban reducidas á que unos pocos hombres decididos se apoderasen por sorpresa del gobierno civil y armasen al pueblo con algunos centenares de armas guardadas en el fondo de unos sótanos.
Llega el 17 de julio, y ¿cuándo y por quién se empieza á verificar el movimiento? Cuando ya el trono ha sucumbido ante el aspecto amenazador de las provincias, cuando el gabinete San Luis ha bajado las gradas de Palacio, sonrojado el rostro de vergüenza, cuando ha caido el objeto de las iras del pueblo, un grupo de hombres casi desconocidos baja al parecer sin rumbo fijo, desde la calle de Alcalá á la Puerta del Sol, desde la Puerta del Sol á la casa de la Villa, de la casa de la Villa á la del gobierno de provincia, y sin mas defensa que su buen deseo, se decide á exigir de la guardia las armas de los sótanos. Cierra la guardia las puertas sin amenazar siquiera al pueblo, y da lugar á que traten con maderos de forzar la entrada. Ceden los municipales, abren paso á los amotinados, les enseñan el lugar donde están las armas, y bajan estos á la calle pertrechados los mascon sus fusiles.
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Están armados ya, pero ¿qué han de hacer de esas armas? Anochece; unos dirigen sus pasos á Palacio, otros al Parque en busca de mas pertrechos de guerra, otros divagan por las calles sin objeto, otros, guiados ya por jóvenes de mas intencion, se apoderan de la casa dela Villa y organizan una junta, condenada á deliberar entre los gritos de una parte del pueblo, que presiente el peligro y exige medios de defensa, mientras otra se ceba en entregar al fuego todo el ajuar de los ministros caidos.
A qué esa junta? ¿No hay acaso gobierno en la corte? ¿Ha abjurado el trono su prerogativa? Córdoba no tiene aun formado el nuevo gabinete, mas reasume en tanto en sí todos los poderes públicos. Está con la Reina cuando la junta de la Villa va á presentar al trono las pretensiones políticas del pueblo; la ve con ira, la despide con orgullo, y comete á poco la grave falta de mandar á sus tropas que hagan fuego contra los numerosos grupos que recorrian, llenos de júbilo, las calles, creyendo realizada ya la fusion entre el ejército y el pueblo. Suenan de improviso descargas por la calle Mayor, por la Carrera, y sobre todo en la Plaza, atacada por tres distintos puntos, mientras se trataba de organizar la poca gente armada que habia podido recogerse. ¡Asesinato tan inmotivado como impío! Asesinato que habrán de lamentar siempre los partidos, y mas aun que los revolucionarios
La junta de la Villa se disolvió, y reinó un silencio sepulcral en todas las calles del centro durante el resto de la noche; mas no sucedió asi en el distrito del Nordeste
Amaneció el 18. El ministerio nuevamente constituido formuló su programa; mas ni pudo hacerse oir ya del pueblo airado , ni logró tranquilizar los ánimos con el prestigio de sus nombres. Figuraba todavía en él, como ministro de la Guerra, Fernando Fernandez de Córdoba, el director en jefe de las descargas de la víspera; figuraban en él hombres, como el duque de Rivas y Rios Rosas, que pertenecían conocidamente al bando moderado; figuraban en él progresistas, como Laserna, acusado ya hace tiempo de ser tan reaccionario como los conservadores. El pueblo, que veia regadas las calles de la corte con la sangre de sus hijos, no se dió, ni podia darse ya, por satisfecho. El fuego de la insurreccion estalló por segunda vez en los distritos de Norte y Mediodía.
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O la corte no temia al pueblo, ó si le temia, debió naturalmente concebir que no se contentaria con cambiar de nombres. El pueblo no comprende esos términos medios, á que tan aficionados son los hombres públicos. Entre conservadores y conservadores no ve distancia alguna; la ve solo entre conservadores y hombres del progreso. Si se sentia con fuerzas para levantarse, es claro que no podia hallar razon para descargar el golpe contra una fraccion y respetar la otra, siendo ambas á sus ojos enemigas. Los hombres de la oposicion conservadora lo habian comprendido bien, cuando evitaban en lo posible llamar en su apoyo el brazo de ese mismo pueblo.
Mas ¿es que efectivamente la corte no temía al pueblo? ¿Cómo no recordaba las jornadas del 48, en que se
El poder, sobre todo el poder real, no escarmienta nunca. El es ya tarde pronunciado fatidicamente por los franceses á su soberano Luis Felipe, no habrá turbado de seguro el corazon de ningun monarca, ni aun en los momentos de mayor peligro. Y hé aquí principalmente por qué siguió la insurreccion en Madrid
Tuvo aun el trono, sin embargo, una fortuna inesperada, la de dar con un hombre que, sin ser decididamente revolucionario, inspiraba cierto respeto á los revolucionarios. Este hombre , cuando vió que no podia ya cortar el paso á la insurreccion, se hizo el general en jefe de los insurrectos. Oyó que estos pedian una junta, se apresuró á organizaria, y quedó en ella, como era natural, de presidente.
¿A quién habia de volver los ojos el trono al considerar comprometida su existencia , sino al presidente de esta misma junta? Se echó por de pronto en manos del anciano general, que, al parecer, juró salvarlo, é hizo luego resonar entre la muchedumbre armada el nombre de un héroe popular, el nombre de Espartero, revestido con el titulo de presidente del consejo de ministros.
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Mas la Junta, que debió desde luego dársela, no se la dió, ó por sentirse impotente, gracias á lo contradictorio de sus elementos, ó, como dijo en aquellos mismos dias uno de sus miembros , por limitarse al objeto que desde un principio se propuso, y respetar la iniciativa revolucionaria, que de derecho corresponde al pueblo; y sucedió que lo que no hizo la Junta, hicieron á no tardar los conservadores, y aun muchos hombres del progreso que, bajando á confundirse entre los verdaderos héroes de aquellas jornadas luego de pasadas las horas supremas del peligro, proclamaron, como en 1843, la union de los partidos liberales, rémora indudablemente fatal para una revolucion que debia marchar á pasos de gigante.
¿Se propondría tambien la Junta esperar en silencio á Espartero para deponer intacta en sus manos la situacion creada por el pueblo? Mas ¿cómo no vió entonces que una situacion que se prolonga es susceptible de falsearse, y que la de julio de hecho se falseaba
Me olvidaba, empero, de que la misma junta de Gobierno se atrevió á prejuzgar al fin cuestiones las mas trascendentales, falseando, del mismo modo que las de distrito, la revolucion que tan generosamente le confiaron. El pueblo, lo he dicho ya, no se acordaba del trono; ella se empeña en evocar ese recuerdo, y en que figure junto al retrato de Espartero el de Isabel II. El pueblo, aunque siempre dispuesto á aceptar las instituciones destruidas por sus enemigos, no habia vuelto aun los ojos á lo pasado; ella se empeña en volverlos por él, dejando de recordar que representaba, no el pueblo del 57 ni el del 43, sino el pueblo del 54. El pueblo no imaginó siquiera que debiese limitarse el ejercicio de las libertades individuales; ella, instrumento ciego de los bastardos sentimientos de la prensa vieja, tuvo la osadía de resucitar leyes de imprenta bárbaras y absurdas.
¡Qué representantes para el pueblo! Los de la primera junta de la casa de la Villa no aciertan en media noche sino á redactar una exposicion que van á presentar humildemente á los piés del trono, sin tener detrás
¡Qué lástima para la revolucion y aun para la paz de España! No ignoro que la Junta, por la heterogeneidad política de sus elementos, era incapaz de formular un buen programa; no ignoro tampoco que, atendida la anarquía de ¡deas y de principios que reinaba poco antes de la lucha, aun el programa mas bien formulado y lógico no habria llegado á ser nunca el eco fiel de la voluntad del pueblo; mas ¿podrán cohonestar tan tristes circunstancias que la Junta renunciase primero á toda iniciativa, y coartase luego los medios con que podia espontanearse el país, y dejar conocer en un tiempo dado sus pretensiones revolucionarias? Le perdonaria gustoso todas sus faltas, con tal que hubiera puesto la libertad de imprenta, la de reunion y la de peticion al abrigo de toda compresion gubernamental y de la tiranía de las turbas; pero, además de atentar abiertamente contra la primera, no soltó nunca en público ni una palabra sola que pudiera cortar de raíz ciertos desmanes, y dar á entender al pueblo la necesidad y el deber de respetarla. Yo luí entonces el primero que me atreví á presentar una bandera al pueblo. Dos horas despues de publicada mi hoja (1) me habia ya visto preso', allanada mi casa, recogidos los
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He repetido a propósito al tratar de esos demócratas los cargos que habia formulado contra el cuerpo completo de la Junta, por presentarse en ellos mucho mas notables, y por decirlo así, con circunstancias agravantes. Reanudaré ahora el hilo de los acontecimientos.
Esperábase con impaciencia en Madrid desde la tarde del 19 al general Espartero, mas se le esperaba en vano. Espartero no venia; suceso que no dejaba de traer, despues
Los que en aquella época estaban con Espartero en Zaragoza han venido todos confirmando lo mucho que vaciló sobre si debia ó no ponerse en camino de la corte, lo mucho que debieron instarle sus mas ardientes partidarios para que no prolongase la penosa situacion de nuestro pueblo. Envió primero á Allende Salazar con un pliego de condiciones para Isabel II; aceptadas ya, tardó aun en llegar algunos dias.
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El círculo de la Union se contentó con aplaudir estrepitosamente al orador y citarse para la hora en que debia adelantarse á recibir al Duque, que atravesó en medio de un entusiasmo general las calles mas principales de la corte hasta llegar al palacio de los reyes. Entró aquel mismo dia O'donnell, que habia dejado precipitadamente su ejército de Andalucía al saber que estaba llamado Espartero á dirigir los negocios del Estado; y entró recibiendo tambien, aunque en menor escala, los aplausos y vítores del pueblo. El pueblo no podia menos de reconocer en él la primera causa de su emancipacion política, y no fué bastante el ardiente amor que profesaba al Duque para que no se sintiese movido á manifestar al primero sus simpatías y su agradecimiento. Ya antes habia colocado debajo del retrato de Espartero el del mismo O'donnell y el de los demás generales insurrectos. ¿No es acaso sabido que el pueblo aprecia raras veces los actos de los hombres por el fin que los determina, y muchas, casi siempre, por sus inmediatos resultados?
Así las cosas, ¿qué habia de hacer Espartero al tratar de organizar un ministerio? ¿Podia prescindir de O'donnell? ¿Podia olvidar esa oposicion conservadora, que habia sido la primera en promover la alarma, que habia iniciado el movimiento, que tenia una representacion en la junta de Gobierno, que disponía de ciudades importantes en Andalucía y contaba con fuerzas del ejército? Mostrarse exclusivista ¿no hubiera podido dar orígen á una nueva guerra? Un hombre mas revolucionario que Espartero, que hubiese llevado una idea verdaderamente grande y poderosa, y tenido una fe ardiente en el valor político y social de su bandera, hubiera sabido, á no dudarlo, arrostrar toda clase de peligros; mas Espartero, que, como llevo dicho, habia creido necesario esperar que el pueblo mismo formulase sus deseos; que, como acreditan hechos anteriores, no sabe dirigirse nunca al fin que se propone sino por sendas tortuosas y á la sombra de actos á cual mas contradictorios, ¿cómohabia de sentirse con bastante valor para despejar desde luego una situacion complicadísima? Halagó y se dejó halagar de O'donnell, aceptó una fusion que se oponía probablemente á sus miras y hasta á sus mismos sentimientos, y confió á su rival t nada menos que el ministerio de la Guerra, es decir, la fuerza, que es la ley de los tiempos revolucionarios. O'donnell, segun fama, no quiso pasar por menos; y hé aquí ya llevada la contradiccion política del seno de la junta de Salvacion al seno del Gobierno.
Mas tenernos ya, como quiera que sea, un poder constituido, y antes de entrar en la historia de sus actos, creo indispensable echar una ojeada sobre la conducta y la posicion de todos los partidos. ¡Cosa rara y por demás notable! Cuando en la prensa nadie se habia atrevido aun á poner en cuestion la monarquía, un periódico conservador, uno de los que mas se habian ensañado contra el gobierno de Sartorius, publicó un artículo en que, sin preceder explicaciones de ningun género, sin motivar nada, sin indicar su objeto, dijo que las futuras Cortes Constituyentes estaban llamadas á resolver si se habia de dejar en el trono á Isabel II, llamar á Montemolin, substituir los Borbones por los Braganzas, ó proclamar abiertamente la república. Era tenido este diario á la sazon por el órgano mas autorizado de los hombres de Vicálvaro; ¿no parece que esto confirmaba los rumores esparcidos desde los primeros dias de la insurreccion de junio, sobre las mudanzas dinásticas á que estos hombres aspiraban?
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El artículo vino al día siguiente reproducido en todos ó en los mas de los periódicos, pero tambien sin comentarios. Nadie 'se atrevía á tocar aun aquella cuestion abrasadora, nadie á recoger el guante. Recogiólo, sin embargo, un hombre de fuera de la prensa, un escritor demócrata, Garrido. Publicó á los pocos dias este claro y fácil escritor un folleto titulado Espartero y la Revolucion, en que resolvió con bastante lógica el problema, decidiéndose por una república bajo la presidencia de Espartero.
Pero el diario conservador habia ya entonces cejado. Propúsose, al parecer, con aquel suelto explorar la opinion pública, y retiró su proposicion, aunque «de una manera embozada
El partido conservador, que no carece de hombres de talento, conoció pronto los peligros que habia para él en sentar problemas susceptibles de soluciones tan distintas. Comprendió además su verdadera situacion, su situacion precaria; comprendió que estaba gravemente herido, y que solo á fuerza de habilidad y de prudencia podia sostenerse en pié contra la voluntad de sus falsos aliados, y conservar su participacion en el banquete de los poderes públicos. Encareció sin cesar la necesidad de la union de los partidos liberales, pintó diestramente la situacion de julio combatida por los tiros del absolutismo y los fuegos de la democracia, ponderó en cuantas ocasiones pudo el heroismo de los generales de Vicálvaro, se ingirió mañosamente en los grandes comités electorales, sin aspirar á aparecer de una manera ostensible entre los primeros hombres; no mostró ira ni desden al oir resonar la firme voz de la juventud en el seno de sus reuniones numerosas, calló hasta sobre lo que mas dolorosamente le afectaba, transigió en lo posible con las ideas y principios nuevos, alzó la voz con tanto ó masbrio que los demás partidos contra las víctimas designadas por el dedo de la revolucion á la cólera del pueblo. Si, como ahora, se hubiese atrevido á presentarse en el terreno de una oposicion abierta y decidida; si, como ahora, se hubiese empeñado en dirigir sus justos y acertados ataques contra el partido progresista; si, como ahora, no hubiese vacilado en recordar su grandeza ni en cubrir con el velo de la sospecha la cabeza del soldado de Luchana, ni contaria hoy con buenos adalides en el parlamento, ni lograria desprestigiar á sus inmediatos enemigos, ni hubiera alcanzado mas que exasperar
¿Qué táctica ha desplegado en efecto este partido
de sus adversarios; ni ha tenido la suficiente ciencia para determinar y formular nuevamente sus principios conforme a las aspiraciones de la juventud que ha aparecido tras él en el campo de las luchas político-sociales. Temiendo por una parte desaparecer en el ancho seno del partido moderado, por otra verse suplantado por la democracia, y no acertando nunca á amojonar bien el estadio que le separa de los demás bandos políticos, ha oscilado siempre y se ha visto condenado unas veces á confundirse con los conservadores, rechazado por los demócratas; otras á hacerse demócrata, sintiendo tras si el paso invasor de los conservadores. Hombres que se atreven á llevar por lema de su política el progreso, no han buscado su fuerza en un pasado que habia de ser para ellos de fatal memoria, y han reducido todo su sistema de gobierno á exhumar cadáveres, á dar vigor á leyes muertas en su espíritu y su letra. Cuando el pueblo, de mejor instinto, se contentaba con haber destruido por no saber edificar de nuevo, ellos volvían ya los ojos á la Constitucion de 1837. No sabian, á lo que parece, con cebir cómo una nacion pudiese vivir durante meses sin una ley fundamental, es decir, sin límites, sin trabas; [y se mostraron cien veces mas asustadizos que los conservadores. ¡ Con qué desprecio no miraron luego esa prensa nueva, esa prensa que se levantaba del fondo de la revolucion con aspiraciones tan modestas, tan candorosas y sencillas! Ellos, que habian puesto el grito en el cielo porque un gobierno conservador habia elevado á 120,000 reales los 40,000 de depósito exigido por la ley de imprenta de 1837, pidieron con ahinco al Gobernador civil que exigiese desde luego los 40,000 á los periódicos recientemente publicados, como si la diferencia del mas al menos pudiese dejar de hacer la ley odiosa. Así tiene hoy una situacion tan anómala este partido. Ni aumenta su cuadro de oficiales, ni deja un solo dia de perder soldados, y está condenado á desaparecer muy pronto del catálogo de los demás partidos.
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