Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro quinto

☙ LIBRO QUINTO ❧

Haciendo los Atenienses guerra en Sicilia por espacio de dos años en la forma ya contada, que era más con demasiada codicia que no con buena dicha ni prospero acontecimiento. Sucedió en este medio tiempo que Alcibíades, su capitán, fue acusado en ausencia que había descubierto y manifestado en público, los secretos misterios de los sacrificios de la diosa Ceres en los cuales no había cosa de más solemnidad que el secreto y silencio; por lo cual siendo llamado de la Grecia y según se creía para ser juzgado y punido por ello, el ahora porque sabía la culpa que tenía, ahora por parecerle que no podía sufrir la gravedad del caso, teniendo por cosa indigna que así fuese acusado, secretamente se fue en destierro a la ciudad de Elis. Sabiendo después, estando allí no solamente le habían desterrado, pero también descomulgado y maldecido por todas las religiones de los sacerdotes, acordó irse para Lacedemonia, y llegado allí luego procuró inducir y conmover al rey de los Lacedemonios aconsejándole que en aquella sazón hiciese guerra a los Atenienses; pues había más disposición y oportunidad que en otro ningún tiempo, y la causa de ello era, porque


estaban turbados con la mala dicha que en Sicilia había habido. Después de estimulado este príncipe de Lacedemonia, y todo su reino para ir a hacer la guerra a los Atenienses, luego se partió y fue por todos los otros reinos de Grecia haciendo lo mismo; por manera que como si fuera para remediar un muy universal daño y matar un común incendio se juntaron todos e hicieron una general unión contra Atenas. Ved en cuanta desgracia y odio de sus vecinos habían venido los Atenienses por la desordenada codicia que habían tenido de mandar y señorear. En ese mismo tiempo Darío, rey de Persia teniendo en la memoria el odio y mala voluntad que su padre y su abuelo habían tenido contra esta ciudad, hecha compañía y confederación con los Lacedemonios por mano de Tisafernes, gobernador y prefecto de la Lidia prometió de hacerle todos los gastos de la guerra. En la verdad el titulo y nombre de hacer esto de ayudarse en favor de los Griegos era empero la realidad de la verdadera causa no se hacía sino porque se recelaba que siendo vencidos los Atenienses de los Lacedemonios, no volviesen las armas contra él. Pues quien se maravillara si las riquezas de Atenas, habiendo sido tan grandes como florecientes e ilustres cayeron; pues para oprimir y sujetar está sola ciudad se juntó la potencia de todos los príncipes de los reinos y pueblos orientales, aunque no dejará de confesar ser verdad que tampoco fueron desbaratados ni muertos con guerra flaca y sin sangre, sino belicosamente peleando unas veces venciendo y otras veces siendo vencidos, hasta que


ya consumidos y gastados, más por la variedad de la fortuna que no por las fuerzas de hombres fueron vencidos y desbaratados; que hasta en esto fueron desdichados que al principio de la guerra todos sus amigos y compañeros les faltaron. Y ESTO NO ES DE MARAVILLAR, PUES NO ES COSA NUEVA: QUE POR LA MAYOR PARTE SIEMPRE ACAECE QUE A LA PARTE DONDE LA FORTUNA SE INCLINA, ALLI TRAS ELLA SE VA TAMBIÉN EL FAVOR DE LOS HOMBRES. Alcibíades no solo ayudaba en esta guerra contra su ciudad y patria con su persona como soldado o caballero cualquiera, pero aún también con virtud e industria de prudente y animoso capitán. Porque tomadas cuatro naos se fue por toda la Asia, y con la autoridad de su nombre basto para hacer que todas las ciudades que eran sujetas y tributarias de Atenas se rebelasen y levantasen contra ella, porque todos sabían y tenían noticia de como este era un famoso y esclarecido capitán en su tierra. Y también veían que por haber sido desterrado de los suyos no habían disminuido nada de su valerosidad y esfuerzo, ni se podría decir tanto quitado por los Atenienses de capitán cuanto tomado por los Lacedemonios para lo mismo y compensaban la perdida de una señoría con los nuevos principios que veían del aumento de la otra. Aunque se puede con verdad decir que


su virtud a Alcibíades antes le causó gran odio, que no amistad para con los Lacedemonios y así los príncipes de Lacedemonia como envidiosos de su gloria, ordenaron matarle a traición; puesto caso que esto no hubo efecto, porque siendo avisado de ello Alcibíades por la mujer del rey Agis con la cual él había cometido adulterio, luego huyo y se fue a Tisafernes; capitán y prefecto de Darío que estaba en la Lidia, con el que en breve tiempo por su mucha crianza y grandes servicios alcanzo mucha gracia y estima. Y esto no es de maravillar ni tener en mucho, porque el estaba en lo más floreciente de su edad, en la cual resplandecía una muy alindada y grave hermosura de que era adornado su gesto, y no menos insigne en elocuencia entre los Atenienses, puesto caso que sabia mejor a los principios ganar las amistades de sus amigos que no conservarlas después, porque debajo de la sombra de su elocuencia estaban escondidas viciosas costumbres. Entre otras muchas cosas que a Tisafernes aconsejo que no diese tanto sueldo a la flota de los Lacedemonios porque era razón que también los jonios diesen su parte, pues por su causa se había comenzado la guerra siendo ellos sujetos y tributarios de los Atenienses, y que así mismo mirase que no debería dar bastante favor a los Lacedemonios porque debería hacer consideración y mirar que se fatigaba mucho en procurar la victoria ajena y no por la suya y que hasta tanto era obligado a dar favor y socorro a los Lacedemonios que pudiese bastar


a sostener la guerra de manera que no la pudiesen dejar por necesidades; porque le hacía saber entre tanto que hubiese discordias y disensiones entre los Griegos era poderoso el rey de Persia de poner guerra y paz entre ellos, todas la veces que bien le estuviese; y que por esta manera cuando no los pudiese señorear con las de ellos mismos los vencería. Porque si así no fuese, tuviese por cierto que vencida la guerra entre los Griegos luego él había de venir a romper guerra nueva con los que vencedores quedasen, y que por tanto le parecía que el más sano consejo de todos era procurar que Grecia se desgastase y poco a poco fuese consumiendo con continuas guerras de los unos con los otros, porque su ejército no quedase desocupado ni ocioso no teniendo entre sí que hacer, y que para esto, debía antes procurar que las fuerzas de los bandos fuesen siempre iguales socorriendo y favoreciendo continuo a la parte más flaca, y que mirase muy bien lo que hacía en esto; y que no pensase que los Lacedemonios habían de cerrar y reposar en su casa después de vencida aquella guerra, pues se sabía que ellos habían prometido con vana gloriosa jactancia que serían los vengadores de la libertad de Grecia. Muy agradable fue esta oración a Tisafernes, y así luego comenzó a poner por obra todo lo que Alcibíades le había aconsejado que fue comenzar a disminuir los bastimentos y a no darlos cumplidamente para los gastos como solía. Ni tan poco de allí en adelante les quiso dar toda la flota del rey como primero la daba, y esto


porque ni del todo fuesen vencedores, ni vencidos tampoco pudiesen venir en necesidad de dejar la guerra. Todo esto que pasaba lo hizo saber Alcibíades a los Atenienses, por lo cual le fueron enviados embajadores para tratar con el de la paz y amistad que debía hacer. Él les prometió la amistad del rey si le prometían hacer luego que la gobernación de la república Ateniense se mudase del pueblo a los senadores. Esto pidió el confiando que venida en concordia la ciudad y las ordenanzas confirmadas le harían capitán de la guerra o al menos habiendo discordia seria llamado en favor y ayuda de alguna de las partes. Pero los Atenienses que vieron delante el peligro de la guerra tuvieron por bien tener más cuidado y respeto a las cosas tocantes a su salud que no a las de su dignidad y honra. Y con esto de conocimiento del pueblo fue pasado el imperio a los senadores, los cuales como se comenzasen a haber tirana y cruelmente con el pueblo; por la soberbia natural de todos, porque cada uno tiranizaba, yendo tomando y usurpando para si el mando y poderío de los otros, por lo cual fue llamado Alcibíades por el ejército y constituido por capitán de la flota, y no se detuvo que luego en continente envió sus cartas a Atenas, diciendo que luego iría con poderoso ejército y cobraría de los cuatrocientos senadores el poderío del pueblo si ellos no le quisiesen dejar volver, leídas estas cartas los principales y más nobles del


pueblo espantados y atemorizados con estas amenazas al principio tentaron de dar por traición su ciudad a los Lacedemonios; pero como no sucediese como deseaban viendo que no podían conseguir sus intentos se fueron desterrados. Alcibíades libertada su patria de aquel entramado mal con mucha diligencia armo su flota, y se partió a hacer la guerra a los Lacedemonios y en este tiempo ya Míndaro y Farnabazo; capitanes de Lacedemonia, lo estaban ya esperando con su armadura muy a punto. Trabada la batalla los Atenienses lo hicieron tan bien que salieron victoriosos. En aquella batalla se perdió la mayor parte del ejército y casi murieron todos los capitanes de los enemigos y fueron presas ochenta naos, y pasados algunos días, los Lacedemonios pasaron su guerra del mar en la tierra en donde fueron vencidos por segunda vez. Con estos males, quebrados y debilitados, pidieron paz a los Atenienses, la cual no alcanzaron; porque la impedían aquellos a quienes la guerra era más provechosa. En este medio tiempo los Siracusanos, ayudadores de los Lacedemonios fueron llamados de su tierra, por causa que los Cartaginenses habían venido a hacer guerra a Sicilia, por lo cual quedando desamparados los Lacedemonios, Alcibíades con su victoriosa armada comenzó a entrar por la Asia robando y destruyendo muchas de sus ciudades, y así peleando y venciendo fue siempre cobrando y sometiendo debajo de su mano e imperio muchas de las ciudades que se habían revelado contra los Atenienses y tomando otras de nuevo


y añadiéndolas al imperio de Atenas, por la cual forma tornada a recobrar la antigua gloria del mar, la cual aumento e hizo mayor con el alabanza de haber así mismo vencido por tierra, se volvió a su ciudad donde tan amado y deseado era de todos sus ciudadanos. En todas las batallas pasadas había tomado doscientas fustas con muy grandes y ricos despojos. Tornado pues el ejercito con tan grande triunfo toda la gente los salió a recibir, y con gran placer y contentamiento estaban mirando y loando a todos los caballeros que venían, pero principal y más señaladamente a Alcibíades a ver el cual toda la multitud de la ciudad por diversas partes concurría: y puestos los ojos en él se estaban como admirados loándole y echándole bendiciones como si del cielo fuera enviado por los dioses para su consolación y remedio. Considerando la gran victoria que de sus enemigos había habido loaban lo mucho que por su tierra había hecho y así mismo le admiraban de lo que contra ella estando desterrado hizo; y de esto ellos mismos lo excusaban diciendo que para hacerlo así había tenido mucha justicia y que además de esto lo que había hecho había sido con ira y provocado a ello, y afirmaban solo el haber sido de tanto peso que por él se había perdido el imperio, y después tornado a cobrar maravillándose mucho de ver que a cualquier parte a que él se acostaba, a ella iba siempre la victoria, y que con el maravillosamente se inclinaba la fortuna, y después se tornaba a mudar. En conclusión, a él le honraron con todos los géneros de honras que


pudieron imaginar; y no solo como hombre, sino como a dios. Y contendían entre si unos con otros sobre cual había sido mayor la afrenta con que le habían desterrado, o la honra con que le habían tornado a llamar y recibir. ¿Qué más se puede decir? Si no que con gran fiesta le salieron a recibir llevando consigo para congratularle aquellos dioses con cuyas maldiciones había sido descomulgado primero. En tanto grado en esto se quisieron extremar, que aquel a quien poco antes habían prohibido y denegado toda ayuda hermana, ya le procuraban beatificar y poner en el cielo. Satisficieron de las injurias con honras, los daños con dones, las maldiciones con ruegos y plegarias. No hablaban de la batalla siniestra de Sicilia, sino en la victoria de Grecia. No en las naos perdidas, sino en las ganadas, ni se acordaban de Siracusa, sino de la Jonia y el Helesponto. Por manera que Alcibíades ni en deshonra ni en favor fue jamás recibido con medianos deseos de los suyos, sino siempre excesivos. Entre tanto que estas cosas en Atenas pasaban, los Lacedemonios eligieron por su capitán a Lisandro, y le dieron cargo de toda la armada y flota, y Darío; rey de Persia, quitando a Tisafernes la prefectura y gobernación de la Lidia y la Jonia, puso en su lugar a Ciro, su hijo, con la ayuda y favor del cual se tornó otra vez a levantar la esperanza de la fortuna primera de los Lacedemonios porque les prometió grande ayuda de gente y dineros. De esta manera aumentados los Lacedemonios y cobradas nuevas fuerzas y esfuerzo, de súbito fueron acometer


a Alcibíades; el cual con cien naos andaba por toda la tierra de Asia, robando los pueblos y destruyendo los campos que muy ricos y fértiles estaban con la larga paz; en donde le sucedió que no mirando como le convenia por si y anhelando, deteniéndose con la dulzura del robo, descuidado dieron sobre él sus enemigos en tiempo que andaban todas sus gentes derramadas sin miedo ni sospecha de acechanza ni sobresalto ninguno, y con su arrebatada venida fácilmente le desbarataron, y fue tan grande la matanza que se hizo en los que andaban esparcidos por aquellos campos, que se puede bien decir ser sin comparación mayor la mortandad, heridas y daño que los Atenienses en aquella sola vez recibieron, que todo el que a sus enemigos en diversas otras habían hecho. Por lo cual vinieron los Atenienses en tanto descontento y desesperación, que luego a la hora quitaron a Alcibíades de capitán, y en su lugar eligieron a Conón, creyendo habían sido vencidos no por la fortuna de la guerra, sino por engaño y traición del capitán, y afirmaban que aún tenía más en la memoria las ofensas que primero le hicieron que todas las honras y beneficios después hechos; y que si había vencido la primera vez no lo había hecho por dar la victoria a ellos tanto como por mostrar y dar a entender a sus enemigos que capitán habían menospreciado, y por venderles también a ellos más cara la alegría de la victoria pasada con la tristeza grande de la excesiva perdida presente. Y todas estas cosas eran verosímiles y creíbles


en Alcibíades según era la sutileza de sus astucias y vivezas de ingenio grandes y el amor de los vicios y corrupción de costumbres muy mayor. Puestas las cosas en este estado, Alcibíades temiendo el impetuoso furor del pueblo, acordó partirse en voluntario destierro. Conón el otro capitán que en su lugar había sido elegido, considerando y teniendo ante los ojos aquel tan grande capitán a quien había sucedido, aderezo su flota luego con gran diligencia y destreza, más faltándole gran número de gente para tantas y tan buenas naos; porque los más esforzados todos fueron muertos en la desastrosa guerra en Asia. Por cuya causa les fue necesario se armasen los viejos y los mancebos aun no barbados, con los cuales hicieron el número de su ejército de gentes tan debilitadas y sin fuerzas, que venidos a verse con los enemigos luego, a la primera refriega y encuentro sin dilación ninguna fueron vencidos, y como eran de flacas fuerzas a cada paso los mataban y a los que huían los tomaron presos. Por esta manera que no solo de aquella vez pareció quedar destruido el imperio de los Atenienses, pero aun también el nombre y la fama, por la cual batalla habiendo perdido todas sus cosas vinieron en tanta miseria y desesperación, que viendo ser ya acabados todos los que podían tomar armas para defenderse, determinaron acoger y recibir por ciudadanos todos los peregrinos que viniesen a su ciudad y junto con esto dieron libertad a los esclavos. Y perdonaron a todos los que por cualquier crimen o maleficio hubiesen sido condenados


y de esta congregación y juntamiento de hombres formaron su ejército, con el cual aquellos que poco antes eran señores de toda Grecia, ahora aún apenas pueden defender su libertad. Ved cuan grandes son las adversidades de los hombres, y las varias mudanzas de la fortuna. Pero no por eso ellos dejaron de querer de nuevo tornar a tentar la fortuna de la mar, porque era tanta la virtud de sus ánimos, que, aunque poco antes se habían visto desconfiados de la propia salud y vida, ya ahora no desconfiaban de la victoria. Mas no era aquella gente que con ella se bastase a poder defender la fama y nombre de los Atenienses, ni tampoco aquellos tenían el vigor y las fuerzas con que los Atenienses solían acostumbrar a ser vencedores ni tenían tanto saber ni destreza en la guerra aquellos, los cuales no se habían criado en el ejército y en continuo real sino en la cárcel, por cuya causa todos fueron muertos o presos que no escapo ninguno, sino fue solo Conón su capitán el cual temiendo la crueldad de los Lacedemonios huyendo de ellos se fue con ocho naos hacia Evágoras, rey de la isla de Chipre. Lisandro, capitán de los Lacedemonios muy alegre con la victoria viendo sus cosas tan bien sucedidas y prosperas no poco burlaba y escarnecía de la fortuna de los Atenienses, y luego envió a Lacedemonia las naos que había tomado cargadas de los ricos despojos que en aquella presa había habido, y para esto las hizo adornar con aparato y manera de triunfo. Además de esto todas las ciudades que eran tributarias de los Atenienses, las cuales con el


miedo de los dudosos acontecimientos y casos de la guerra confiando en su fe y palabra de su voluntad le habían entregado, y de esta manera no dejo cosa ninguna al señorío de los Atenienses sino fue la propia ciudad. Llegadas estas nuevas a Atenas todos los vecinos de ella dejadas sus casas discurrían por la misma ciudad y su tierra de unas partes a otras temerosamente y preguntándose entre sí quien había sido la causa y principal inventor de aquella fama y esto con tanta agonía, que no bastaba detener en sus casas a los niños su imprudencia, ni a los viejos la flaqueza, ni a las mujeres su delicado sexo, porque a todos penetro, y hasta en lo íntimo calo el sentimiento de tan grande maldad en todas las personas. Después de esto se juntaron en la plaza y allí de día y de noche lloraban con lamentables y tristes quejas la fortuna publica; unos lloraban la falta de sus hermanos, otros la de padres, y algunos las de hijos y parientes, y finalmente los amigos más queridos y estimados que los propios parientes. Allí con los casos y los desastres particulares juntaban la queja pública. Juzgando ya, y no sin doloroso sentimiento, ser ya llegado el momento en que ellos juntamente con su patria habrían de fenecer; pareciéndoles sin comparación, más miserable la fortuna de ellos que habían quedado vivos, que no la de los otros que ya estaban muertos. Allí traían a la memoria y ponían ante los ojos, el cerco, el hambre, y la soberbiosa crueldad de los enemigos vencedores. Se acordaban así mismo de la caída e incendio de la ciudad, la


captividad y miserable servidumbre que esperaban padecer. Considerado todo esto, juzgaban haber sido mejores las caídas pasadas, porque aquellas con solo ascender y derribar los edificios se habían fenecido quedando los padres e hijos libres. Pero ellos no tenían como antes naos en las cuales se pudiesen acoger, ni ejercito con cuya virtud pudiese rehacer los muros más hermosos que antes. Estando, haciendo este gran sentimiento (sobre la casi ya perdida ciudad) de aquí donde sobrevienen los enemigos y ponen su cerco sobre ella. Puesto el cerco y cerradas las puertas de la ciudad, ponían en gran necesidad y estrecho a los de adentro aquejándolos de hambre, porque sabían que ni dentro tenían muchas provisiones, ni de fuera les podían entrar, porque tenían puesta guarda para que no se les pudiese meter de nuevo. Con estos males los Atenienses debilitados después de haber padecido larga hambre y haber visto las continuas muertes de los suyos demandaron paz, sobre la determinación de la cual, en si sería bien concedérselas o no, estuvieron dudosos los Lacedemonios y sus amigos y confederados muchos días, porque a muchos de ellos les parecía que se debía raer de la memoria el nombre de los Atenienses y ser consumida la ciudad con fuego. Los Lacedemonios respondieron que en ninguna manera harían tal cosa, porque no era justo que de dos ojos que tenía Grecia le sacasen uno. Antes les prometieron paces con tal condición que derribasen dos lienzos del muro que caía hacia el promontorio Pireo,


y les entregasen las naos que les habían quedado, y que además de esto tomasen treinta regidores de estos de Lacedemonia para que los rigiesen, y en todas estas leyes y condiciones vinieron los Atenienses, y con este concierto se entregó la ciudad a Lisandro para que la reformase. El año que esto sucedió, fue muy insigne y memorable, así porque en él se ganó Atenas, como porque también murió Darío rey de los Persas, y fue desterrado el rey Dionisio, el cual tenía tiranizada a Sicilia. Mudado el estado de Atenas, también se mudó la condición de los ciudadanos, porque los treinta regidores que los Lacedemonios les dieron por gobernadores, luego a la hora se hicieron tiranos, porque a los principios ordenaron y constituyeron tres mil para su guarda que apenas había otros tantos en la ciudad según los grandes estragos que habían recibido, y como si este fuera pequeño número para conservar la ciudad, tomaron aún más otros setecientos de los mismos vencedores, y luego comenzaron de hacer matanza en los ciudadanos, haciendo principio en Alcibíades de quien mucho se recelaban no tornase otra vez a la ciudad so color de liberarla. Y como supieron que había partido e ido huyendo ante Artajerjes rey de los Persas, enviaron con mucha diligencia tras el quien le matase. Alcanzado, como no le pudieron matar públicamente, le pusieron fuego en una cámara donde dormía y allí le quemaron. Hecho esto, viéndose los tiranos libres del miedo que de este tenían, creyendo que él había


de ser el vengador de su patria, de allí en adelante comenzaron a agotar las reliquias de la estirpe ciudadana con muertes y robos. Como sintieron que en hacer esto desagradaban a uno de los de su compañía llamado Terámenes; el cual los reprendía, le mataron también para espanto y escarmiento de todos los otros. Por esta manera tratados ninguno de los ciudadanos que podía huir quedaban en la ciudad yéndose cada uno por su cuenta se derramaban por toda Grecia. Ved este caso que aun hasta esta ayuda les era negada a los sin ventura, porque los Lacedemonios habían hecho pregonar que ninguno recibiese en su ciudad desterrados, de manera que les fue forzado irse a Argos, a Tebas todos, en donde no solamente pasaron su destierro seguros, pero aun tomaron esperanza de recobrar su ciudad como ahora contaremos. Había entre los desterrados un varón de noble linaje y no menos ilustre por su persona llamado Trasíbulo, el cual pensó ser justo y razonable ponerse a cualquier peligro, por defensa de su patria y por la salud común, y con este propósito juntados todos los desterrados tomo el fuerte de Filí, que estaba dentro de los términos de los Áticos. Para hacer esto no les falto el favor de algunas ciudades las cuales con toda voluntad se le daban, movidas a ello por la gran compasión que tenían de tan crueles y desastrosos casos. Entre los otros Ismenias rey de los Tebanos, aunque no podía con las fuerzas públicas, los ayudo todo cuanto le fue posible. Lisias, orador siracusano, que en


aquella razón estaba en destierro, les envió quinientos hombres de guerra bien armados y pagados a su costa para defensa y ayuda de la elocuencia de aquella madre patria. En esta manera se trabo una muy áspera y cruda guerra hasta tanto que vino la cosa a estado, que como los unos peleasen por recobrar su tierra y los otros por defender lo ajeno, los tiranos que floja y descuidadamente peleaban, fueron los de valeroso ánimo y fuerzas vencidos y hechos tornar huyendo para la ciudad, agotada ya con sus matanzas, la cual así mismo despojaron también de sus armas, después de hecho esto teniendo por sospechosos los Atenienses y temiéndose de traición de ellos, a todos los desterraron de las cercas afuera y ponían sobre los rotos muros gente extraña y forastera para que los defendiesen a ellos y se conservasen en su tirana señoría. Allende de esto intentaron corromper a Trasíbulo prometiéndole hacerle compañero en el Imperio y uno de los Treinta, pero como no lo pudieron afectar, pidieron ayuda a los Lacedemonios, la cual habida tornaron a pelear otra segunda vez, y aquí murieron Critias e Hipóloco, los más crueles tiranos de todos; y los otros vencidos y devastados huyeron de sus enemigos. Y viendo ser la mayor parte de ellos Atenienses, Trasíbulo con voz alta los comenzó a llamar preguntando porque huían, pues para ellos era la victoria, y que antes deberían ayudando al vengador de la común libertad quedarse con el que era vencedor, que no irse con los fugitivos enemigos; que


mirasen que su ejército también era de ciudadanos y no de enemigos ni extraños, y que el no tomo las armas para quitar nada a los vencidos sino para restituirles lo que otros les habían quitado y que aquella guerra no la hacía contra la ciudad sino contra los Treinta Tiranos de ella. Y allende de esto les trajo a la memoria las leyes comunes, los sacrificios y compañía que en las guerras pasadas habían tenido, les rogo se doliesen de ver que ellos siendo ciudadanos anduviesen desterrados y ya que ellos tenían paciencia para servir que sirviesen y no le fuesen impedimento a él para tomar la ciudad con los suyos y que él les daría la libertad después a ellos. Tanto obraron estas palabras, que vuelto el ejercito a la ciudad, luego mandaron a los Treinta Tiranos se saliesen y se fuesen a Eleusis; sustituidos en su lugar por Diez para la gobernación de la república, los cuales no espantados por nada de lo que había pasado por los otros, ni tomando en ellos ejemplo también se fueron por el mismo camino de crueldad y tiranía. Andando estas cosas en el estado y forma dicha, en Lacedemonia se denunció como los Atenienses se habían tornado a levantar y encender en guerra. Para apaciguarlos fue enviado Pausanias, el cual llegado a Atenas movido a compasión de ver a los ciudadanos andar desterrados les restituyo su tierra, y mando que los diez tiranos se pasasen con los otros a Eleusis. Las cosas por esta forma hechas como la paz ya quedasen asentada, pasados algunos días, súbito los tiranos


encendidos en ira doliéndose con decir que les parecía regia cosa sufrir que los desterrados fuesen restituidos en la ciudad y ellos por el contrario desterrados, como si la libertad ajena fuera servidumbre suya, por esta causa movieron guerra contra Atenas. Sabido por los Atenienses llamándolos como para hablar y consultar la paz con ellos y para restituirles el imperio poniéndoles en el camino por donde venían una celada y tomados allí todos como animales, fueron muertos y sacrificados por la paz. Las gentes que ellos habían desterrado y llevado consigo estos tiranos fueron tornados a recibir en la ciudad, y por esta manera, el pueblo que estaba dividido en muchos miembros fue reducido todo a un cuerpo, y por qué no quedase de allí en adelante entre ellos lugar de discordia, ni disensión ninguna, se juramentaron todos debajo de graves maldiciones y penas, que nunca jamás traerían a la memoria, ni recordarían las pasiones y discordias pasadas, sino que las dejarían olvidar por siempre. En este medio tiempo los de Tebas y Corinto, enviaron sus embajadores a los Lacedemonios, pidiéndoles parte de la presa que con guerra y peligro común habían ganado, y como no se la diesen, no determinaron entonces hacer abiertamente la guerra contra los Lacedemonios, pero callando y disimulando, tomaron tanta ira, que de allí en adelante siempre mostraron el gran deseo que tenían de tomar la venganza de ellos. En esta coyuntura sucedió la muerte de Darío, rey de Persia, el cual haciendo su testamento mando que de dos hijos que tenía; que eran


Artajerjes y Ciro, Artajerjes que era el mayor sucediese en el reino, y Ciro se quedase con las ciudades de la Jonia y de la India que anteriormente tenía a su cargo. Ciro pareciéndole que en esto su padre le hacía agravio no quiso estar por ella, y a esta causa ocultamente aparejaba guerra contra su hermano. Artajerjes avisado de esto, le hizo llamar ante sí, y venido Ciro, por todas las vías que podía, negaba y procuraba disimular haber tenido jamás propósito de hacer tal guerra, y no pudiendo tanto como el quisiera y fuera necesario mostrar su inocencia, en este caso vino a confesar, que si quería hacer guerra, que no era contra su hermano sino contra otros. Artajerjes lo hizo luego prender y tener a buen recaudo, aunque con cadenas de oro, y todavía le mataría si la madre no lo impidiera. De ahí a pocos días, Ciro libre de sus prisiones, prosiguió lo que había intentado, y ya no encubiertamente ni por vía de disimulación, sino clara y abiertamente, publicándolo a todo el mundo y demandando ayuda de todas partes, y señaladamente a los Lacedemonios. Los cuales acordándose que este los había socorrido muy bien con gentes y dineros contra los Atenienses, por gratificarle la buena obra, determinaron dársela, y pareciéndoles que en esto ofendían a Artajerjes, fingieron no saber contra quien la pedía por ganar gracias entre ambos, y no perder la amistad de ninguno porque no sabían cuando los habría menester, y por esta vía les parecía a ellos que, si el rey venciese, sería fácil cosa de alcanzar el perdón con manifestar su


ignorancia. Venidos los hermanos en batalla, el uno contra el otro se encontró, y fue su ventura que Ciro hiriera primero a Artajerjes, el cual como se sintió llagado, puestas las espuelas a su caballo se escapó, huyendo del peligro. Quedando Ciro cercado de la gente de guarda de su hermano, fue muerto por ellos luego a la hora, y de esta manera quedando Artajerjes vencedor, gozo de la presa y ejercito de su hermano. En esta batalla en favor de Ciro había diez mil griegos, los cuales pelearon tan valerosamente, que por la parte donde estaban, vencieron a sus enemigos, y aun después de la muerte de Ciro no basto todo el ejército de Artajerjes para sobrepujarlos con fuerzas, ni después tomar con engaño ninguno, ni a impedirles que, por medio de todas aquellas bravas naciones y bárbaras gentes, y por espacio de tantas tierras dejasen de pasar, y con mucha honra y gloria tornasen a su tierra.