Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro cuarto

☙ LIBRO CUARTO ❧

Antiguamente en los tiempos pasados la Sicilia dicen que estaba conjunta y pegada con la Italia por una angostura de tierra; a manera de garganta hasta que después, viniendo el mar de arriba que llaman muy impetuoso hirió con sus bravas ondas allí tan recio que rompiendo aquel poco de tierra y metiéndose por medio, dividió la Sicilia de la Italia, de la manera que se divide un miembro de todo el cuerpo. Es aquella tierra de suyo delgada y flaca y muy llena de cavernosidades. Las cuales como fístulas o caños se pueden penetrar todas, de manera que ella está toda expuesta a los soplos de los vientos y muy dispuesta y aparejada para crear incendios de fuegos y para después sustentarlos mucho tiempo por la natural fuerza del mismo suelo. Porque dicen que dentro es toda betún y azufre, de donde viene que el aire metido dentro de aquellas concavidades luchando con el fuego muy continuo y en muchos lugares unas veces echa humo y otras llamas y grandes vapores. Por esta causa en conclusión dura por tantos tiempos el incendio del Monte Etna, y aún por donde más viento lanza por


aquellos respiraderos de las concavidades acontece muchas veces echar grandes montones de arenas. El más propincuo lugar o promontorio de la Italia se llama Regio que ahora es Ríjoles, y la causa de este nombre es porque en griego nombran con este nombre lo roto; y así por esta manera fue llamado de ese nombre porque de allí se rompió la isla toda. Y no es de maravillar que tanta muchedumbre de fábulas se cuente de este lugar pues la naturaleza acumulo y junto en el tantas cosas y tan de maravillar; porque cuanto a lo primero el mar en aquel estrecho es no solamente cálido pero hirviente y estuoso, lo que en otra parte no acontece; y así mismo no contentas las aguas con ser así hirvientes también corren con un recio y muy cruel ímpetu, tanto que no solo espanta a los que le experimentan y navegan, pero aún también a los que de lejos le vieren. Es tanta la disensión de las aguas unas con otras y la repugnancia que traen las ondas entre sí que, concurriendo de todas partes, que cierto parece cosa de batalla, el ver unas huyendo se sorben y consumen al profundo y hondo abismo, con muy grandes remolinos; y las otras como vencedoras se levantan a la más sublimada altura. En la una parte se oye el rumor grande del hirviente mar a manera de bramidos los cuales son causados del hervor y estruendo de las aguas, en la otra se oyen como gemidos también así mismo cansados de las ondas que se sorben y van consumiendo por las cavernas y concavidades de la tierra. Se aumenta sobre todo esto aquellos fuegos perpetuos tan vecinos del


Monte Etna y el incendio de las Islas Eolias que parece que con las mismas olas se incita y enciende; por ser cosa imposible que en tan poco espacio de tierra tantos años se pudiese haber sustentado tanto fuego si con el nutrimiento del humo no se sostuviese. De aquí pues ha nacido y tomado su principal principio y origen todas las inventadas fábulas de Escila y Caribdis; de aquí se creyeron ser verdaderos aquellos ladridos de los perros y de las fingidas formas y simulacros monstruosos que de ellas dicen, porque los marineros navegando por allí espantados con los remolinos del mar que se van aumentando les parece que el agua con el continuo combate y elevación de las ondas ladra; lo cual causa el apresurado, continuo e hirviente ímpetu que se quebranta y va asentando en las playas o riberas. De la misma causa también provienen los continuos fuegos del Monte Etna; porque aquel concurso de las aguas lleva consigo el viento todo lo que, en el medio toma a lo hondo, y allí como ahogado lo tiene tanto tiempo hasta que metido en los respiraderos y cavernas de la tierra, de mantenimiento para el fuego. Además de esto la proximidad de Sicilia con Italia y así mismo la similitud de aquellas partes finales y alturas o promontorios la cual cosa, así como en nosotros parece que causa admiración, en los antiguos ponía espanto; porque tenían creído que aquellos montes algunas veces venían unos contra otros y que juntándose tomaban en medio los navíos y los despedazaban. Porque a la verdad no fue fingido esto por los antiguos a causa de la dulzura de las fábulas, sino, verdaderamente


por el gran miedo y admiración que en los pensamientos y ánimos de los que por allí pasaban se concebía e imaginaba, porque es tal la naturaleza de aquel lugar, que a los de algo apartado y lejos le miran, les parece un seno y profundidad de mar, y que no hay por allí paso ninguno, y cuando se va llegando algo más, les parece así mismo que los montes se van apartando y alejando el uno del otro aunque antes se les había figurado estar juntos. Esta Sicilia primero tuvo por nombre Trinacria, y también se le llamó Sicania. Habitaron en ella primero los Cíclopes, después de muertos estos, sucedieron en el reino y señorío de esta isla Eolo, después de él, cada ciudad por si vino a ser poseída y tiranizada por algún tirano de los cuales en aquella isla abundaba; porque en aquellos tiempos no hubo tierra en el mundo donde tantos viviesen. Del número de estos fue Anaxilao el que con justicia contendió contra la crueldad de los otros, y no le aprovecho después poco su templanza; porque muerto como dejase sus hijos pequeños encomendó la tutela de ellos y la gobernación del reino a Micito; esclavo suyo, hombre de maravillosa fe y lealtad. Y fue tanto el amor que los ciudadanos en su memoria mostraron, que tuvieron por bien y halagaron de antes sujetarse y obedecer a un esclavo que no desamparar los hijos del rey. Los principales de la ciudad sin mirar ni tener respeto a su misma dignidad permitieron que la majestad real fuese administrada por un esclavo. Mucho tiempo también los cartaginenses hicieron guerra contra los tiranos por ganar y sujetar a su imperio


esta isla, y en esta contienda anduvo entre ellos muy variada la ventura de la victoria, hasta que, al fin muerto Amílcar; el capitán suyo, fueron ellos vencidos cesaron por algún tiempo. En esta sazón entre los reggios se levantó contienda y disensión popular, y como los moradores se dividieron en dos parcialidades, en un bando envió a Hímera; ciudad antigua de Sicilia, por favor, de adonde les fueron enviados unos soldados viejos que allí estaban que ellos decían veteranos. Estos vinieron, y echados de la ciudad los del bando contrario, ellos tomaron por fuerza y ocuparon para si la ciudad, muertos aquellos en cuyo favor habían venido, poseyendo tiránicamente la tierra con las mujeres e hijos de los compañeros. En lo cual hicieron una tan hazañosa maldad, cuanto nunca tiranos hicieron; de manera que a los reggios les fuera mejor el ser vencidos que vencer. Porque de cualquier manera que fuera, porque puesto caso que ellos siendo vencidos y sobrepujados en la guerra, los hicieran vivir en servidumbre, o que constreñidos por necesidad fueran forzados a perder su tierra y a ir desterrados, a lo menos no fueran como después fueron degollados en sus propias casas y templos delante de los altares de los dioses, ni dejaran su tierra con las mujeres e hijos por presa y robo a tan encruelecidos tiranos. También los de (Egesta) Catania; ciudad de Sicilia, viéndose oprimidos y fatigados por los de Siracusa, que es otra ciudad noble; que ahora se llama (Selinunte) Camarina, desconfiando de sus fuerzas, pidieron favor y socorro a los


Atenienses, los cuales con deseo de mayor señorío, que poco antes habían conquistado y señoreado toda la Asia y la Grecia o por temor que los siracusanos; los cuales habían hecho hace poco una poderosa flota, no se juntasen con los lacedemonios, acordaron en enviar a Lamponio, su capitán, con muy gruesa armada para que so color de ayudar a los catanos tentasen de haber el imperio de Sicilia. Este hecho a los principios les sucedió bien, porque casi siempre fueron vencedores, desbaratando a sus enemigos, y con esto más animados acordaron tornar a armar otra mayor flota, y enviaron con ella dos capitanes llamados Laques y Caréades, los cuales venidos en Sicilia hallaron que los catanos se recelaban de ellos, o porque ya estaban hartos y cansados de la guerra, tornándolos a enviar a Atenas trataron e hicieron las paces con los camarios, pero después andando el tiempo los camarios no queriendo estar por los conciertos, rompieron las paces. Por cuya causa fueron forzados los catanos a tornar a pedir segunda vez socorro a los atenienses y enviaron a sus embajadores para esto, los cuales fueron en hábitos y atavíos viles y bajos y con los cabellos y barbas largas y con todo aquel habito de tristeza que ellos más idóneo y conveniente les pareció para mover misericordia, y así feos y maltratados entraron en el senado o ayuntamiento, y allí con muchas lágrimas suplicaron les fuese concedido el favor que habían de demandar. Y tan buena maña se dieron en suplicar esto que


con tanta necesidad demandaban que luego conmovieron el pueblo que de suyo era prono e inclinado a misericordia. Tanto que, condoliéndose de los gravámenes, acusaron y condenaron a los capitanes Laques y Caréades, porque se habían venido con sus gentes de Sicilia. Por esta manera incitados tornaron a aparejar grande flota para la que eligieron por capitanes a Nicias, Alcibíades y Lámaco. A los cuales tornaron a enviar cuantas fuerzas y poder a Sicilia que no solo los enemigos sino a los mismos en cuyo favor iban ponían espanto y temor grande. De ahí a pocos días fue acusado en Atenas Alcibíades, y mandado llamar para darle la pena que por su delito contra el habían sentenciado. Nicias y Lámaco, que quedaron por capitanes, pelearon dos veces por tierra con buena dicha y suceso. Y después de esto, poniendo cerco sobre la ciudad de Siracusa así por mar como por tierra tuvieron cercados a sus enemigos, de manera que no podían salir a parte ninguna y les quitaron todo el acarreo de provisiones que por la mar les traían. Y por esta causa enflaquecidos y desmayados los siracusanos fueron forzados a buscar socorro, y así enviaron a sus embajadores a Lacedemonia de a donde les fue enviado a solo Gilipo capitán. Porque en él solo les parecía les enviaban todo el socorro y ayuda del mundo. Este Gilipo oído el género de guerra, y como ya el estado de los siracusanos se inclinaba e iba disminuyendo algo ya decaído, cogidas ayudas así de la Grecia como Sicilia hizo su asiento en los lugares que vio ser más


convenientes para la guerra. Encontrase dos veces con los enemigos, y entre ambos fue vencido, pero la tercera vez mato a Lámaco, él un capitán ateniense, e hizo huir a los enemigos y libro a los siracusanos del cerco en el que estaban. Después de esta batalla, los atenienses se fueron a guerra naval pensando por allí valer y ser más poderosos. Lo cual entendido Gilipo luego envió a Lacedemonia por naos y socorro. Lo cual sabido por los atenienses ellos también enviaron en lugar de Lámaco; capitán muerto, a Demóstenes y Eurimedonte con mucho mayor número de gentes y de todas las otras cosas necesarias para la guerra, para cumplir lo que de antes había faltado en el ejército. Así mismo los del Peloponeso de común acuerdo de todas las ciudades, por el contrario, enviaron grandes ayudas a los siracusanos. De tal manera se fue aumentando la cosa que no parecía, sino que la guerra de Grecia se había toda pasado a Sicilia según las poderosas fuerzas con que los unos y los otros peleaban. Venidos pues a juntarse estos dos ejércitos el uno contra el otro en Sicilia en la primera batalla naval fueron vencidos los atenienses perdieron sus reales con todas las riquezas de hacienda y dineros que allí tenían así pública como privada y sobre todos estos males vencidos ya también por tierra Demóstenes uno de los capitanes suyos comenzó a decir que sería bien se partiesen de Sicilia y daba la razón y justa causa de ello diciendo que se debería partir luego pues estaban en tiempo que aun sus cosas estaban fatigadas pero no de todo punto


pérdidas y que por lo tanto le parecía que no era sano consejo perseverar en una guerra comenzada con tantos y tan des auspiciados y malos principios que en sus casas y ciudad había otras guerras más graves y por ventura más peligrosas o infelices para donde convenía guardar todo aquel aparato y munición de guerra. Nicias otro de los capitanes ahora por vergüenza de la mala cuenta que había dado de lo que le habían encomendado, o por miedo de ver perdida la esperanza de sus ciudadanos, o porque sus hados y su suerte así lo querían porfió toda vía que se quedasen y por esta vez a rehacer su batalla naval, y de la tempestad de la primera fortuna se pusieron en esperanza de pelear pero el poco saber de los capitanes también fueron vencidos esta vez como las demás y la principal causa de ser lo que fue que acometieron a sus enemigos los siracusanos estando ellos en unas angosturas del mar donde se retrajeron para defenderse. En esta refriega perdieron a Eurimedonte; el uno de sus capitanes, el cual peleando varonil y animosamente delante de todos como esforzado capitán murió y los siracusanos faltando el echaron fuego y fueron quemadas treinta naos de que él era capitán. Vencidos también por otra parte Demóstenes y Nicias sacaron su ejército a tierra con pensamiento que mejor podrían escapar huyendo por la tierra que no por mar y para hacer esto dejaron ciento treinta naos que tenían a su cargo las cuales luego tomo Gilipo; capitán de los lacedemonios. Y hecho esto


yendo en el alcance de los que huían muy gran parte de ellos prendió y mato. Demóstenes viendo perdido su ejército, por no venir en poder de sus enemigos, con su misma espada voluntariamente se mató. Pero Nicias no queriendo no queriendo mirar lo que cumplía, ni ser inducido a imitar el ejemplo de Demóstenes se dejó prender, y con la infamia de su prisión y cautiverio en gran manera acrecentó el estrago y la dolorosa perdida de los suyos.