Ensayos de crítica histórica y literaria/Dos palabras al lector

Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Dos palabras al lector


D

urante las largas veladas del invierno del pasado año, cuando deberes profesionales me retenían en la tranquila capital de la Confederación helvética, solía distraer mis ocios recorriendo las páginas de antiguas revistas, en las cuales hube yo de publicar varios trabajos históricos allá por los tiempos en que aún flotaba la bandera española en el Golfo de Méjico y en el Archipiélago de Magallanes. Indudablemente aquellos trabajos eran por demás someros y no me propuse otro fin al escribirlos que popularizar en la América

Española, donde tenían su público adecuado las Revistas á que los dedicaba, figuras preeminentes de la política europea y de la fecunda literatura castellana de nuestra Edad de Oro.

Releídos los mencionados artículos al cabo de algunos años, me parecieron menos mal de lo que yo temía y, acaso llevado por el amor de padre que ciega muchas veces, sentí la tentación de coleccionarlos en un tomo, si bien modificando ciertas opiniones que sustentaba cuando los compuse y que posteriores estudios y reflexiones me han obligado á atenuar en unos casos y á fortalecer en otros con nuevos raciocinios.

Había ya corregido todos los opúsculos á que vengo refiriéndome, cuando creí necesario todavía proceder á seleccionarlos con más severo espíritu de crítica, arrojando al cesto de los papeles inservibles aquellos que por sobrado rudimentarios como el relativo á Góngora, ó por harto poco documentados como el concerniente al Maestro Tirso de Molina, no eran dignos de que en ellos se fijase la atención de los lectores en una época en que eruditos de la talla del Sr. D. Emilio Cotarelo, escritoras tan notables como la señora doña Blanca de los Ríos de Lámperez y polígrafos de renombre tan universal como el señor Menéndez y Pelayo han sabido espigar con tanta fortuna y pericia por el vastísimo campo de la investigación literaria.

Tal vez me remuerde la conciencia por no haber sido tan riguroso con mis estudios ligerísimos sobre Richelieu, Mazarino, Olivares y Mariana; pero aunque paré mientes al principio en la extensión y escrupulosidad de algunas obras dedicadas á retratar la época en que florecieron el primero y tercero de dichos personajes y quise por ello hacer la debida justicia á mis pobres ensayos, reflexioné después acerca de la escasa afición á la lectura de que nuestros compatriotas adolecen; y, sospechando que muy pocos habrán tenido paciencia para leer los luminosos trabajos históricos del Sr. Hanotaux y de D. Antonio Cánovas del Castillo, á causa de la amplitud de los mismos, me sentí animado por la esperanza de que mis artículos alcancen por su brevedad mayor fortuna entre nuestros conciudadanos. Quizás el amor propio me haya sugerido este argumento para disculpar mi osadía y, si acaso fuese así, pido de antemano perdón á los indulgentes lectores.

La benevolencia y el aplauso con que acogió el culto auditorio del Ateneo de Madrid la conferencia que pronuncié hace dos años sobre la «Psicología y costumbres del pueblo escandinavo» y la insistencia con que, á partir de aquella fecha, han venido encareciéndome doctísimas personas la utilidad de publicar las ideas contenidas en dicha disertación, me han decidido á recopilar los conceptos esenciales de mi discurso en unas cuantas cuartillas, que ofrezco en el presente volumen á la consideración de cuantos se interesen por la organización social y política y por el estado moral de los habitantes de los países árticos.

La discusión de la Memoria sobre el tema «La Iglesia y el Estado ante la Historia y el Porvenir» redactada por el señor D. Tomás Elorrieta, Primer Secretario de la Sección de Ciencias históricas del Ateneo de Madrid en el curso de 1904 á 1905, impulsóme á intervenir en defensa de los imprescriptibles derechos de la Iglesia Católica y fué causa de los dos discursos insertos en este libro. Vacilé al darlos á la estampa entre publicarlos tal y como aproximadamente salieran de mis labios en aquellas turbulentas sesiones y ofrecerlos á la consideración del que leyere revestidos de una forma menos personal y más didáctica, y acabé por dar la preferencia al estilo oratorio, tanto porque de esta suerte queda más fielmente transcrito el proceso de mi pensamiento durante las incidencias del debate, como por estimar que así daba yo provechosa variedad al texto de mi nuevo libro.

Los artículos dedicados al examen crítico de las obras originales de los señores D. Fernando de Antón del Olmet, D. Enrique de Mesa y D. Luis Valera, marqués de Villasinda, y respectivamente tituladas: Queralt hombre de mundo, Flor pagana y Del antaño quimérico fueron compuestos tomando por guía, más que á la antigua y sincera amistad que me une con los autores, á la estimación intelectual que ellos merecen. Tal vez por esta razón mis modestos juicios hubieran podido ser calificados de malévolos si los hubiese lanzado á las columnas de la prensa periódica á raíz de la aparición de aquellas obras, cuando quizás el elogio incondicional y ampuloso, siquiera sea superficial en demasía, es en concepto de casi todos los autores el más eficaz como estímulo de la curiosidad del público. Temeroso de que mis criticados amigos fuesen de esta opinión, en lugar de remitir á cualquier Diario ó Revista los trabajos aludidos, preferí enviárselos á los interesados para que hicieran de ellos el uso que juzgaran más útil á sus intereses pecuniarios y artísticos. Transcurrido ya un lapso de tiempo prudencial desde la fecha de la publicación de aquellos libros para que puedan ser mis críticas obstáculo á la venta de los ejemplares ni á la fama de los autores, puesto que ya el público profano tiene forzosamente que haber dictado su tácita é inapelable sentencia, no dudo en incluir en este tomo las hojas manuscritas dedicadas á consignar la impresión que dejaron en mi espíritu las tantas veces nombradas producciones de los señores Antón, Mesa y marqués de Villasinda.

Creo haber discurrido al escribirlas si no con infalibilidad, carisma inasequible á la mísera condición humana, por lo menos con sinceridad absoluta no exenta del influjo que en mi alma ejerce la simpatía que me causan los escritores de quien trato.

Ordenando apuntes referentes á la Historia de España en el siglo XVII, tomados al azar en diferentes momentos de mi vida, tropecé con el borrador de la carta por mí dirigida á un preclaro humanista ya difunto para remitirle el primer ejemplar de mis Paisajes. Recordé entonces que la colección de poesías de este nombre salió á la luz pública sin prólogo, é impulsado por la predilección que siento por este fruto de mi pobre ingenio, incluyo la expresada carta en el volumen presente, deseoso de que Paisajes obtenga, aunque póstumos, los mismos honores que obtuvieron sus hermanos Joyeles bizantinos, Retratos Antiguos y Noches blancas.

Por otra parte, he creído conveniente que de un modo duradero quede consignado cuál era mi orientación al escribir mi tercer libro de poesías, no para procurarme el placer de probar andando el tiempo mi consecuencia en materia literaria, á la manera con que gustan de comprobar la suya en política ilusos radicales, sino, por el contrario, con el objeto de dejar bien establecidos jalones que me permitan dirigir miradas retrospectivas á mis juicios de ayer y poder compararlos con los que formule mañana; porque yo, lejos de anhelar que mis lectores alaben la perseverancia de mis pareceres, prefiero que echen de ver en mis críticas lo mucho que yo simpatizo con cuantos piensan que el variar de opinión es señal de sabiduría.

El artículo que consagro al llamado Modernismo, en el libro á que sirven de prólogo estas líneas, ha sido escrito recientemente á propósito de la hostilidad apasionada y desprovista de fundamento serio que ciertos incipientes críticos han demostrado recientemente á todo cuanto tienda á consagrar los méritos de los escritores que han precedido al novísimo movimiento de la literatura contemporánea. Las razones que me han impulsado á volver por el crédito de las tendencias que representa la labor que es blanco de tan injustos ataques no encuentran aquí su lugar adecuado y fuera redundancia el esbozarlas siquiera, ya que cumplidamente he tratado de aducirlas y desarrollarlas en el texto.

Hallábame yo disfrutando una licencia en esta Corte, de vuelta de la de Suecia, en donde desempeñaba el cargo de Secretario de la Legación de Su Majestad Católica, cuando el que lo era entonces del Ateneo, D. Mariano Miguel de Val, antiguo y muy querido amigo mío, me encomendó la tarea de escribir un discurso acerca de D. Gaspar de Núñez de Arce, en honra de cuya memoria preparaba la docta Casa de la calle del Prado, una velada literaria.

Deseoso de suplir con mi solicitud en cumplir tan halagüeño cometido la falta de condiciones para llevarlo á cabo con acierto, compuse aceleradamente la oración inserta en este tomo que no llegó á hacerse pública, porque al fin no pudo realizarse el póstumo homenaje proyectado.

Ignoro si el que desde el curso académico del pasado año se proyecta para enaltecer la memoria de mi egregio é inolvidable amigo D. Juan Valera, acabará por correr la misma suerte. En la duda, y como sentiría profundamente que cuantos conocen los vínculos de constante admiración y afecto que me unieron al Patriarca de las letras españolas creyeran que andaba yo por demás remiso en ofrecerle el tributo que el corazón me dicta, decídome á poner fin á estos humildes Ensayos de crítica histórica y literaria con el discurso que por encargo de la Mesa de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, escribí durante el último curso, para ser leído en la velada necrológica que pensaba dicha Sección dedicar á D. Juan Valera y que al fin no pudo verificarse por una serie de causas que no es este el momento oportuno de enumerar; pero que fueron absolutamente ajenas á la voluntad decidida de cuantos individuos dirigían en aquella sazón los trabajos dé la mencionada Sección de Literatura.

Creo haber explicado suficientemente los motivos que me han inclinado á publicar los trabajos históricos y literarios que constituyen el libro que me atrevo á someter ahora á la benevolencia de los aficionados á este género de disciplinas, á quienes, á ejemplo de José María de Heredia en la dedicatoria de sus célebres Trofeos, deseo que cuándo los lean experimenten un placer tan noble como el que yo he experimentado al escribirlos.


Madrid 2 de Febrero de 1907.