Enrique IV: Segunda parte, Acto III, Escena I

Enrique IV de William Shakespeare
Segunda parte: Acto III, Escena I



ACTO III ESCENA I

EN EL PALACIO REAL.

(Entra el Rey Enrique, en traje de interior y un paje)

REY ENRIQUE.- Ve a llamar a los condes de Surrey y de Warwick; pero, antes de venir, diles que lean estas cartas y que presten mucha atención a su contenido. Ve a prisa.

(Sale el paje)

¡Cuantos millares de mis más humildes súbditos duermen a esta hora! Sueño, dulce sueño, suave nodriza de la naturaleza, ¿qué espanto te he causado, que no quieres ya cerrar mis párpados y empapar mis sentidos en el olvido? ¿Porqué, o sueño, prefieres y te complaces en las chozas ahumadas, tendido sobre incómodos jergones, adormecido por el zumbar de los insectos nocturnos, en vez de las perfumadas moradas de los grandes, bajo doseles de lujosa pompa, arrullado por los sonidos de la más dulce melodía? O torpe dios, ¿porqué reposas con el miserable, sobre lechos infectos y abandonas la cama real, como la garita del centinela o la atalaya de la campana de alarma? Vas hasta lo alto de los mástiles vertiginosos a cerrar los ojos del grumete y a mecer su cabeza en la ruda cuna de la mar imperiosa, bajo el empuje de los vientos, que toman las olas brutales por la cima, rizan sus cabezas monstruosas y las suspenden a las nubes fugitivas entre clamores que atruenan, estruendo que despierta: a la muerte misma. ¿Puedes, ¡oh! parcial sueño, dar tu reposo en hora tan ruda al grumete aterido y, en la noche más serena y más tranquila, en medio de las comodidades y regalos del lujo, lo rehúsas a un rey? ¡Reposad en paz, humildes felices! ¡Inquieta vive la cabeza que lleva una corona!

(Entran Warwick y Surrey)

WARWICK.- ¡Mil días felices a Vuestra Majestad!

REY ENRIQUE.- ¿Cómo? ¿Ya el buen día, milord?

WARWICK.- Es más de la una de la mañana.

REY ENRIQUE.- Entonces, felices a vosotros todos, milords. ¿Habéis leído las cartas que os he enviado?

WARWICK.- Sí, mi señor.

REY ENRIQUE.- Veis pues en qué estado deplorable está el cuerpo de nuestro reino y que mal acerbo y peligroso le ataca cerca del corazón.

WARWICK.- No es aun más que un cuerpo perturbado, que puede recuperar su fuerza primitiva con buenas resoluciones y remedios ligeros; milord Northumberland se enfriará pronto.

REY ENRIQUE.- ¡Oh cielos! ¡Si pudiera leerse el libro del destino y ver las revoluciones de los tiempos allanar las montañas y el continente, cansado de su sólida firmeza, fundirse en el mar! ¡O, en otras épocas, la húmeda cintura del Océano ensancharse hasta aislar el cuerpo de Neptuno! ¡No poder ver todas las ironías de la suerte y de cuantos licores variados la fortuna llena la copa del azar! Si todo esto pudiera verse, el joven más feliz, viendo el camino a recorrer, los peligros pasados, las angustias venideras, querría cerrar el libro, tenderse y morir. No han transcurrido diez años que Ricardo y Northumberland, grandes amigos, se regalaban juntos; dos años después, estaban en guerra. Solo hace ocho años, ese Percy era el hombre más cerca de mi alma; como un hermano me ayudaba en mis trabajos, ponía a mis pies su amor y su vida y hasta iba, por mi causa, ante los ojos mismos de Ricardo, a arrojarle un cartel. ¿Pero cuál de vosotros estaba allí?

(A Warwick)

Vos, primo Nevil, lo recuerdo; cuando Ricardo, con los ojos llenos de lágrimas, vilipendiado o injuriado por Northumberland, dijo éstas palabras, que el tiempo ha hecho proféticas: Northumberland, tú la escala por la que mi primo Bolingbroke sube a mi trono (el cielo sabe que no tenía entonces tal intención; pero la necesidad inclinó tanto el Estado, que la grandeza y yo nos vimos compelidos a besarnos); el tiempo vendrá continuó, ¡el tiempo vendrá en que este crimen odioso, formando absceso, reventará en corrupción! Y siguió hablando, profetizando los sucesos de esta época, y la ruptura de nuestra amistad.

WARWICK.- Se encuentra siempre en la vida de los hombres algún acontecimiento que representa el estado de los tiempos extinguidos; observándolo, un hombre puede predecir, casi sin errar, los principales azares de las cosas, que aun no han venido a la vida y que, en su germen y débil comienzo, yacen atesorados. Esas cosas son el huevo y la progenie del porvenir. Así por la formación necesaria de éstas, el rey Ricardo ha podido crear un perfecto vaticinio de que el gran Northumberland, falso entonces para con él, llegaría, por esa semilla, a una traición mayor, que no encontraría terreno para arraigarse sino en vuestro daño.

REY ENRIQUE.- ¿Esas cosas, entonces, son necesidades? ¡Vengan, pues, como tales! Y es la misma palabra que nos apura en este momento: se dice que el Obispo y Northumberland disponen de cincuenta mil hombres.

WARWICK.- No puede ser, milord. El rumor, semejante a la voz y al eco, dobla el número de los que se temen. Quiera Vuestra Gracia acostarse. Por mi vida, milord, las fuerzas que ya habéis enviado, conseguirán esa victoria bien fácilmente. Para tranquilizaros más aún, he recibido un informe fidedigno de que Glendower ha muerto. Vuestra Majestad ha estado indispuesto desde hace dos semanas y esta vigilia inusitada agravará forzosamente vuestro mal.

REY ENRIQUE.- Seguiré vuestro consejo. Cuando no tengamos entre manos estas querellas intestinas, amigos queridos, partiremos a Tierra Santa.

(Salen)