Enrique IV: Segunda parte, Acto II, Escena IV

Enrique IV de William Shakespeare
Segunda parte: Acto II, Escena IV



ACTO II ESCENA IV

LONDRES- Un cuarto en la Taberna del Jabalí en Eastcheap.

(Entran dos mozos de taberna)

ler. Mozo.- ¿Qué diablos traes ahí? ¿Peras de San Juan? Bien sabes que Sir John no puede sufrir sus tocayas.

2° Mozo.- ¡Por la Misa, que dices la verdad! Una vez, el príncipe colocó un plato de esas peras delante de él y le dijo que ahí había cinco Sir Johns más; luego, sacándose el sombrero, añadió: ahora voy a despedirme de esos seis secos, redondos, viejos y arrugados caballeros. Eso le irritó hasta el alma; pero ya lo ha olvidado.

ler. Mozo.- Bien, entonces tápalas, y sírvelas. Ve si puedes encontrar la charanga de Mosca Muerta en alguna parte; Doña Rompe-Sábana oiría con gusto un poco de música. Despáchate; el cuarto en que van a cenar está demasiado caliente, van a venir ahora mismo.

2° Mozo.- El príncipe y Poins van a estar aquí dentro de un momento; van a ponerse dos de nuestras chaquetas y delantales de cuero. Sir John no debe saberlo; Bardolfo vino a decirlo.

ler. Mozo.- Por la Misa que va a ser una farsa de primera, una estratagema excelente.

2° Mozo.- Me voy a ver si puedo encontrar a Mosca Muerta.

(Sale)

(Entran la Posadera y Dorotea Rompe-Sábana)

POSADERA.- A fe mía, corazoncito de mi alma, me parece que estáis ahora en un buen y excelente temple; vuestra pulsación bate tan extraordinariamente como el corazón puede desearlo y os garantizo que vuestro color está tan rojo como el de una rosa. Pero, a la verdad, habéis bebido demasiado Canarias y es ese un vino maravilloso y penetrante, que os perfuma la sangre antes de poder decir: ¿qué es esto? ¿Cómo os encontráis?

DOROTEA.- Mejor que hace un momento, ¡Hem!

POSADERA.- Vamos, tanto mejor; un buen corazón vale oro. Mirad, ahí viene Sir John.

(Entra Falstaff, tarareando)

FALSTAFF.- Cuando Arturo vino a la Corte... Vaciad el orinal. Yera un buen rey...

(Sale el mozo)

¿Qué tal mistress Doil?

POSADERA.- No se encuentra bien... Unas náuseas...

FALSTAFF.- Así son todas; si no os les vais encima, se ponen malas.

DOROTEA.- Canalla fangoso, ¿es ese todo el consuelo que me das?

FALSTAFF.- Vos hacéis engordar a los Canallas, mistress Doil.

DOROTEA.- ¡Que yo los hago engordar! Los hincha la glotonería y la enfermedad, no yo.

FALSTAFF.- Si el cocinero ayuda a la glotonería, vos ayudáis a la enfermedad, Doil, las pescamos de vosotras Doil, conviene en ello, mi pobre virtud, conviene en ello.

DOROTEA.- Sí, pardiez, lo que nos pescáis son nuestras cadenas y nuestras alhajas.

FALSTAFF.- (Tarareando) Vuestros broches, perlas y botones.

Para servir como un valiente, es necesario, sabéis, avanzar con firmeza, avanzar valientemente sobre la brecha con la pica tendida, entregarse valientemente al cirujano, aventurarse valientemente sobre las piezas cargadas...

DOROTEA.- Vete a los demonios, cenagoso congrio, ahórcate con tus manos.

POSADERA.- ¡Siempre la misma historia! No podéis estar juntos sin poneros a discutir en el acto. A la verdad, sois ambos tan caprichosos como dos tostadas secas que no pueden ajustarse una a otra.

(A Dorotea)

¡Mal año! Uno debe soportar al otro y ese debe ser vos; sois el navío más débil, como dicen, el más vacío.

DOROTEA.- ¿Puede acaso un débil navío vacío soportar semejante tonel repleto? Tiene dentro todo un cargamento de Burdeos. Nunca habéis visto un barco con la bodega tan cargada. Vamos, seamos amigos, Jack; vas a partir a la guerra y si te volveré a ver o no, es cuestión que a nadie interesa.

(Vuelve el mozo)

MOZO.- Señor, el porta-insignia Pistola está ahí abajo y desea hablaros.

DOROTEA.- ¡Que el diablo se lleve a ese camorrista! No le dejéis entrar aquí; es el pillo de boca más sucia que hay en Inglaterra.

POSADERA.- Si arma camorras, que no entre aquí; no, a fe mía, que tengo que vivir entre mis vecinos; no quiero pendencieros. Tengo buen nombre y buena fama entre la gente más honorable... Cerrad la puerta: aquí no me entran camorristas. No he vivido hasta hoy para tener camorras ahora; cerrad la puerta, por favor.

FALSTAFF.- ¿Puedes oírme, posadera?

POSADERA.- Os lo ruego, pacificaos, Sir John; no entran pendencieros aquí.

FALSTAFF.- Pero óyeme, es mi porta-insignia.

POSADERA.- ¡Ta! ¡ta! ¡ta! no me habléis de eso, Sir John. Vuestro insigne fanfarrón no entrará por mis puertas. Me encontraba el otro día en presencia de maese Tísico, el diputado- y como me dijera (no más tarde que el miércoles último)... Vecina Quickly-, me dijo... Maese Mudo, el predicador, estaba también allí... Vecina Quickly, me dijo, recibid a la gente culta; porque, añadió, tenéis mala reputación... Bien sé yo porqué me decía eso... Porqué, pero, sois una mujer honrada y estimada; en consecuencia, tened mucho cuidado con los huéspedes que recibís. No recibáis, dijo, gente camorrista. No entran aquí... Os habríais maravillado de oír a maese Tísico. ¡No, nada de camorristas!

FALSTAFF.- No es un camorrista, posadera, es un petardista inofensivo; podéis acariciarlo con tanta seguridad como a un perrillo faldero; no haría frente a una gallina de Berbería, apenas erizara ésta las plumas y se pusiera en defensa. Hazle subir, tú, mozo.

POSADERA.- ¿Un petardista, decís? Mi casa no está cerrada a ningún hombre honrado ni a ningún petardista; pero no quiero camorras. Mi palabra, me siento mal cuando alguien habla de pendencias. Ved, señores, como tiemblo, mirad, os lo aseguro.

DOROTEA.- En efecto, posadera.

POSADERA.- ¿No es verdad? Sí, a fe mía, tiemblo como una hoja; no puedo sufrir los camorristas.

(Entran Pistola, Bardolfo y el Paje)

PISTOLA.- Dios os guarde, Sir John.

FALSTAFF.- Bien venido, porta-insignia Pistola. Vamos, Pistola, os cargo con una copa de Canarias; descargad sobre nuestra posadera.

PISTOLA.- Voy a descargarle dos tiros, Sir John.

FALSTAFF.- Es a prueba de bala, señor mío; dificilmente podréis entrarle.

POSADERA.- No tragaré ni pruebas ni balas; no beberé sino lo que me de la gana, por el placer de ningún hombre, ¿estamos?

PISTOLA.- A vos, pues, mistress Dorotea; preparaos, que os cargo,

DOROTEA.- ¿Cargarme a mí? Te desprecio, asqueroso bribón. ¿Cómo? ¡Vos, mendigo, vil pillete, canalla, tramposo, harapiento! ¡Atrás, villano mohoso, atrás! Este bocado es para tu amo.

PISTOLA.- ¡Nos conocemos, Dorotea!

DOROTEA.- ¡Fuera de aquí, vil ratero, inmundo tarugo, fuera de aquí! Por este vino, que os encajo el cuchillo en ese cachete enmohecido si os atrevéis conmigo. ¡Fuera, botellón de cerveza! ¡Truhán repleto de imposturas! ¿Desde cuando, señor mío? ¿Y todo por esas charreteras en los hombros? ¡Gran cosa!

PISTOLA.- Eso merece que te estruje la gorguera.

FALSTAFF.- Basta, Pistola; no quiero que estalléis aquí. Descargaos fuera de nuestra compañía, Pistola.

POSADERA.- No, mi buen capitán Pistola; aquí no, mi querido capitán.

DOROTEA.- ¡Capitán! Abominable y maldecido estafador, no tienes vergüenza de oírte llamar: ¿capitán? Si los capitanes fueran de mi opinión, te apalearían por engalanarte con ese título antes de ganarlo. Tú capitán, ¡villano! ¿Y porqué? ¿Por haber maltratado una pobre p... en un burdel? ¡Capitán, él! ¡Que te ahorquen, canalla! Un hombre que vive de ciruelas podridas y de galleta seca. ¡Un capitán! Estos bellacos concluirán por hacer la palabra capitán tan odiosa como la palabra poseer, que era una excelente y buena palabra antes de ser mal empleada. Los capitanes deberían prestar atención a esto.

BARDOLFO.- Vamos, desciende, te lo ruego, buen porta.

FALSTAFF.- Escucha, Dorotea.

PISTOLA.- ¡Que no me voy! Te lo declaro, Bardolfo; ¡la voy a hacer pedazos, me voy a vengar sobre ella!

PAJE.- Te lo ruego, vete.

PISTOLA.- Primero quiero verla condenada, en el maldito lago de Plutón, en el abismo infernal, en brazos del Erebo y en las más viles torturas. Retirad líneas y anzuelos, ¡digo! ¿Fuera? ¡Fuera, perros! ¡Fuera, traidores! ¿No tenemos a Irene aquí?

POSADERA.- Buen capitán Pistola, tranquilizaos; es ya muy tarde; os lo ruego, agravad vuestra cólera.

PISTOLA.- ¡Vaya una broma! ¿Acaso las bestias de carga, rocines de Asia hartos y huecos, incapaces de andar treinta millas al día, pueden compararse con los Césares y los Caníbales y los Griegos Troyanos? No, antes sean condenados con el rey Cerbero y que ruja el cielo. ¿Vamos a rompernos el alma por tales nimierías?

POSADERA.- Por mi alma, capitán, ¡son esas palabras muy amargas!

BARDOLFO.- Vamos, partid, buen porta; aquí va a haber barullo.

PISTOLA.- ¡Que los hombres mueran como perros! ¡Que las coronas se den como alfileres! ¿No tenemos a Irene aquí?

POSADERA.- Mi palabra, capitán, que no tenemos aquí nada semejante. ¡Mal año! ¿Creéis que lo negaría? En nombre del cielo, ¡calmaos!

PISTOLA.- Entonces come y engorda, bella Calípolis. Vamos, dame un poco de vino. Si fortuna me tormenta, sperato me contenta. ¿Temer las andanadas, nosotros? No, ¡que el diablo haga fuego! Dadme de beber; y tú, mi dulce bien, reposa aquí a mi lado.

(Coloca su espada en el suelo)

¿Pondremos punto final aquí? ¿Los etcétera no valen nada?

FALSTAFF.- ¡Pistola, quiero estar tranquilo!

PISTOLA.- Suave hidalgo, beso tu puño... ¡Bah! hemos visto los siete astros.

DOROTEA.- Echadlo escaleras abajo; no puedo aguantar este enfático bribón.

PISTOLA.- ¡Echadlo escaleras abajo! ¿Cómo? ¿No conocemos acaso las jacas galenses?

FALSTAFF.- Hazlo rodar, Bardolfo, como un tejo. Si no hace nada aquí sino decir sandeces, está aquí demás.

BARDOLFO.- Vamos, baja.

PISTOLA.- ¿Cómo? ¿Vamos a proceder a las incisiones? ¿Empiezan las sangrías?

(Desnudando la espada)

¡Que la muerte me arrebate dormido y abrevie mis tristes días! ¡Que crueles, profundas y anchas heridas desenmarañen el copo de las tres hermanas! ¡A mí, Atropos, a mí!

POSADERA.- ¡Qué gresca colosal!

FALSTAFF.- Muchacho, dame mi espada.

DOROTEA.- ¡Te ruego, Jack, te ruego, no desenvaines!

FALSTAFF.- (Desenvainando y empujando a Pistola) ¡A ver si me bajas la escalera!

POSADERA.- ¡Esto se llama un tumulto de verdad! Voy a renunciar a tener casa antes de volver a pasar por estos trances y terrores. Eso es, un homicidio, ¡estoy segura! Por favor, por favor, envainad esas espadas desnudas.

(Salen Pistola y Bardolfo)

DOROTEA.- Te suplico, Jack, tranquilízate; ese pillo se ha ido. ¡Qué valiente p... querido eres, Jack!

POSADERA.- ¿No estáis herido en la ingle? Me pareció que te tiraba un puntazo traidor a la barriga.

(Vuelve Bardolfo)

FALSTAFF.- ¿Le habéis echado fuera?

BARDOLFO.- Sí, señor. El bribón está borracho. Le habéis herido en el hombro, señor.

FALSTAFF.- Semejante pillete, ¡atrevérseme!

DOROTEA.- ¡Briboncillo querido! Pobre monino, ¡cómo sudas! Deja que te enjugue la cara...Ven ahora, ¡canalla! ¡Ah! bandido, te amo en verdad. Eres tan valeroso como Héctor de Troya, más que cinco Agamenones y diez veces más que los nueve héroes. ¡Ah! villano!

FALSTAFF.- ¡Miserable esclavo! ¡Voy a darle un manteo!

DOROTEA.- Hazlo, si tienes corazón; si lo haces, te recompensaré entre dos sábanas

(Entra la música)

PAJE.- Ha llegado la música, señor.

FALSTAFF.- Pues que toque; tocad, maestros. Siéntate en mis rodillas, Doil. ¡Inmundo fanfarrón! Se me escapó de entre las manos como azogue.

DOROTEA.- ¡Es cierto, por mi fe y tú le seguías cómo una iglesia! ¡Ah! mi gentil p..., lechoncillo de San Bartolo, ¿cuándo cesarás de pelear durante el día y estoquear por la noche y empezarás a empaquetar tu vetusta persona para el otro mundo?

(Entran por el fondo de la escena el príncipe Enrique y Poins disfrazados de mozos de taberna)

FALSTAFF.- Calla, mi buena Doil. No me hables como una calavera; no me hagas recordar mi última hora...

DOROTEA.- Dime, ¿qué carácter tiene el príncipe?

FALSTAFF.- Un buen muchacho insignificante; habría sido un buen panetero, un buen peón de molino.

DOROTEA.- Dicen que Poins es muy espiritual.

FALSTAFF.- ¡El espiritual! ¡El diablo se lleve ese macaco! Tiene el espíritu más espeso que la mostaza de Tewksbury; no hay en él más imaginación que en un mazo.

DOROTEA.- ¿Y porqué le quiere tanto el príncipe?

FALSTAFF.- Porque ambos tienen las piernas del mismo tamaño; y juega bien al tejo; y come congrio con hinojo; y traga cabos de vela como frutas en aguardiente; y cabalga en un palo como los chiquillos; salta a pie junto por encima de los bancos; y blasfema con gracia; y se calza muy justo, como pierna de muestra; y no promueve riñas contando historias secretas; y en fin, porque tiene otras facultades de mono, que atestiguan un espíritu mezquino y un cuerpo flexible. Por eso el príncipe le admite a su lado; porque el príncipe mismo es otro que le vale. Si se pesaran, el peso de un cabello haría inclinar la balanza.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Y no cortaremos las orejas a esa maza de rueda?

POINS.- Vamos a darle de palos delante de su p...

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Mira si el marchito viejo no tiene la cabeza pelada como un loro!

POINS.- ¿No es extraño que el deseo sobreviva tanto tiempo a la facultad de satisfacerlo?

FALSTAFF.- Bésame, Doil.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Saturno y Venus en conjunción este año! ¿Qué dice de eso el almanaque?

POINS.- (Señalando a Bardolfo y a la posadera) Mirad ese triángulo de fuego, su escudero, lamiendo los archivos de su amo, su libro de notas, ¡su consejera!

FALSTAFF.- Me besoteas con adulonería.

DOROTEA.- No, en verdad; te beso de todo corazón.

FALSTAFF.- ¡Soy viejo, soy viejo!

DOROTEA.- Te quiero más que a cualesquiera de esos mocosuelos.

FALSTAFF.- ¿De qué tela quieres tener un vestido? Recibiré dinero el jueves; mañana tendrás una gorra. ¡Vamos, una alegre canción! Se hace tarde; vamos a acostarnos... Cuando no esté aquí, ¿me vas a olvidar?

DOROTEA.- Por mi vida que me vas a hacer llorar si me repites eso. Verás si me pueden probar que me haya acicalado una sola vez antes de tu vuelta. Vamos, oye el final de la canción.

FALSTAFF.- Vino, Paco.

PRÍNCIPE ENRIQUE Y POINS.- (Avanzando) ¡Al instante, al instante, señor!

FALSTAFF.- (Observándoles) ¡Ah! ¡ah! ¡un bastardo del rey! Y tú, ¿no eres un hermano de Poins?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Oh! globo de continentes impuros, ¿no tienes vergüenza de la vida que haces?

FALSTAFF.- Mejor que la tuya; yo soy un caballero, tú un arrancado mozo de taberna.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Exactísimo; ha venido a arrancarte de aquí por las orejas.

POSADERA.- ¡Que el Señor preserve tu Gracia! ¡Por mi alma bien venido a Londres! ¡Que el Señor bendiga tu dulce cata! ¡Jesús mío! ¿Habéis vuelto, pues, del país de Gales?

FALSTAFF.- ¡Oh! h. de p..., compuesto de locura y majestad, por esta flaca carne y corrompida sangre, (poniendo la mano sobre Dorotea) ¡bien venido seas!

DOROTEA.- ¿Cómo, gordo indecente? ¡Te desprecio!

POINS.- Quiere alejar vuestra venganza y echarlo todo a chacota; no os descuidéis.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Inmunda mina de cebo, ¿que viles palabras sobre mí has pronunciado hace un momento delante de esta honesta, virtuosa y culta damisela?

POSADERA.- ¡Bendito sea vuestro buen corazón! Todo eso es, en verdad.

FALSTAFF.- ¿Me has oído tú?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Sí; me habrás reconocido sin duda, como el día que echaste a correr en Gadshill; sabrías que estaba detrás de ti y has hablado de esa manera para probar mi paciencia.

FALSTAFF.- No, no, no, no es así; no creía que pudieras oírme.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Entonces voy a obligarte a confesar la premeditación del insulto y entonces sabré como tratarte.

FALSTAFF.- No ha habido insulto, Harry, palabra de honor que no ha habido insulto.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Que no? ¿Y no me has denigrado? ¿No me has llamado panetero, peón de molino y no sé que más?

FALSTAFF.- No ha habido insulto, Hal.

POINS.- ¡Que no ha habido insulto!

FALSTAFF.- Ningún insulto, Ned; ninguno, honesto Ned. Lo he despreciado ante los malvados, a fin de que los malvados no le cobren afección; en lo que me he conducido como un amigo cariñoso y un súbdito fiel, por lo que tu padre me debe dar las gracias. Ningún insulto, Hal; ninguno, Ned: ni sombra de insulto, muchachos.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y ahora, por miedo puro, por simple cobardía, ¡injurias a esta virtuosa damisela, para reconciliarte con nosotros! ¿Es ella uno de los malvados? ¿Lo es tu posadera, aquí presente? ¿Lo es este muchacho? El honesto Bardolfo, cuyo celo arde en su nariz, ¿es también de los malvados?

POINS.- Contesta, viejo olmo muerto, contesta.

FALSTAFF.- El diablo ha echado ya la garra sobre Bardolfo de una manera irrevocable; su cara es la cocina privada de Lucifer, en la que asa sin cesar borrachones. En cuanto al muchacho, si bien tiene un ángel bueno cerca de él también el demonio le domina.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- En cuanto a las mujeres...

FALSTAFF.- Una de ellas está en el infierno hace rato y allí arde, ¡la pobre alma! En cuanto a la otra, le debo dinero; si por eso debe ser condenada, lo ignoro.

POSADERA.- No, te lo garantizo.

FALSTAFF.- No, no creo que lo seas. Creo que por ese lado puedes estar tranquila; pero hay otro motivo grave contra ti y es permitir comer carne en tu casa, contra lo que manda la ley; por lo que me parece que vas a aullar.

POSADERA.- Todos los fondistas hacen lo mismo. ¿Que son uno o dos cuartos de carnero en toda una cuaresma?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Vos, gentil dama...

DOROTEA.- ¿Qué dice Vuestra Gracia?

FALSTAFF.- Su Gracia dice algo contra lo que su carne se rebela.

POSADERA.- ¿Quién golpea tan fuerte la puerta? Ve a ver, Paco.

(Entra Peto)

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Peto! ¿Qué hay? ¿Qué noticias?

PETO.- El rey vuestro padre está en Westminster y hay allí veinte mensajeros llegados del Norte casi exhaustos; al venir aquí, he encontrado y dejado atrás, una docena de capitanes, sin sombrero, sudorosos, que golpeaban a las puertas de las tabernas, preguntando a todo el mundo por Sir John Falstaff.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Por el cielo, Poins, que me encuentro culpable en profanar tan locamente el tiempo precioso, cuando la tormenta del desorden, como el viento del Sud que negros vapores arrastra, empieza a caer sobre nuestras cabezas desnudas y desarmadas. Dame mi espada y mi capa. Buenas noches, Falstaff.

(Salen el Príncipe Enrique, Poins, Peto y Bardolfo)

FALSTAFF.- Y ahora que llegaba el trozo más apetecible de la noche, ¡tener que partir sin comerlo!

(Llaman a la puerta)

¿Otra vez golpean?

(Vuelve Bardolfo)

Y bien, ¿qué es lo que hay?

BARDOLFO.- Debéis ir a la corte inmediatamente, señor; una docena de capitanes os esperan ahí abajo.

FALSTAFF.- (Al Paje) Paga a los músicos, pillete. Adiós, posadera. Adiós, Doil. Ya veis, muchachos, como los hombres de mérito son rebuscados; los inservibles pueden dormir, cuando el hombre de acción es solicitado. Adiós, mis buenas criaturas. Si no me expiden de prisa, os volverá a ver aquí antes de partir.

DOROTEA.- ¡No puedo hablar!... ¡Si mi corazón no está por estallar!... Adiós, mi Jack adorado, cuídate mucho.

FALSTAFF.- ¡Adiós, adiós!

(Salen Falstaff y Bardolfo)

POSADERA.- ¡Adiós! Hará, para los guisantes verdes, veinte y nueve años que te conocí. ¡Un hombre más honorable y de corazón más sincero!... Vamos, ¡adiós!

BARDOLFO.- (De dentro) ¡Doña Rompe Sábana!

POSADERA.- ¿Qué hay?

BARDOLFO.- (De dentro) Decid a Doña Rompe-Sábana que venga a donde está mi amo.

POSADERA.- ¡Corre, Doil, corre; corre, buena Doil!

(Salen)