Nota: Se respeta la ortografía original de la época
LIBRO QUINTO.


I.

Ya salvo Enéas con sus naves hiende,
Merced del Aquilon, la mar oscura,
Y tornando á mirar, su vista ofende
La dejada ciudad, que arde y fulgura:
La causa no se ve; mas ¿quién no entiende
Cuánto puede en mujer venganza dura
Y obstinada pasion? Y así el viajero
Terror concibe de funesto agüero.

II.

Despues que ya se hubieron engolfado,
Y entre agua, al fin, y cielo no ven cosa
Sino el cielo y el agua, azul nublado
Sobre las naves sólido se posa
De lobreguez y tempestad cargado:
Con tristes amenazas espantosa
La ecuórea inmensidad se entenebrece;
Esfuérzanse huracanes, la onda crece.

III.

Y en alta popa el pálido piloto,
«¡Qué oscuridad,» exclama, «el polo llena!
¡Cuánto mal nos previenes no remoto,
Oh gran padre Neptuno!» Y luégo ordena
Los aparejos recoger; al Noto
Torcida vuelve la crujiente antena,
Y haciendo al remador nuevo conjuro,
Prosigue así gimiendo Palinuro:

IV.

«¡Oh magnánimo Enéas! ¡oh rey mio!
No, si me enviase celestial consuelo
El mismo Jove, saludar confío
A Italia nunca con aqueste cielo.
¿No ves cómo del véspero sombrío
Los vientos se alzan, y en contrario vuelo
Vienen furiosos á estrellarse, y cómo
Condensa el aire cerrazon de plomo?

V.

»No es dado resistir ni ir adelante:
Lidiemos no con fuerza, mas con maña,
Cediendo á la Fortuna, que constante
Ruta nos marca á nuestro rumbo extraña:
Erice fraternal no está distante,
Si ya el catado cielo no me engaña;
Y así pronto, al torcer, será que veas
El sículo confin.» Respondió Enéas:

VI.

«Ya he visto al temporal que nos maltrata,
Eso pedir, y resistir tú en vano:
Rodeos tienta, á la Fortuna acata,
Y miremos al término sicano.
¿Y habria tierra para mí más grata
Que la en que reina Acéstes, nuestro hermano,
Y el caro genitor llorando yace?
Allá mi escuadra guarecer me place.»

VII.

Viró el piloto: céfiros que implora
Hinchen los lienzos, y la flota vuela:
Ya rauda hendiendo por el mar la prora
Al puerto arriba por que el nauta anhela.
Y á abordar acertaron á la hora
En que amiga vió Acéstes ser la vela
Que desde alto peñon léjos divisa,
Y al puerto, alborozado, baja aprisa.

VIII.

Á él, á quien Ninfa concibió troyana
Que el dios Crimiso requestó de amores,
Tornar á ver los huéspedes le ufana
Que ama fiel en amor de sus mayores.
Hórrido anda con piel de osa africana,
Pertrechado de dardos voladores;
Y en pompa agreste y rústico atavío
Hospedaje les brinda franco y pio.

IX.

Enéas, convocando el pueblo entero,
En un collado hablóles eminente
Del nuevo dia al esplendor primero:
«¡Oh dardania nacion! ¡oh diva gente!
Desde que al padre á quien deidad venero
Sepultamos aquí, y ara doliente
Pusimos en su honor, si no me engaño
Cabal su curso ha concluido un año.

X.

»Éste es el dia, y éstos los lugares:
Triste, quísolo Dios, y sacro dia
Que yo solemne, levantando altares,
Do quier me hallase, allí celebraria;
Que ó ya me viese en los argivos mares,
Ya en las gétulas sirtes, ya en la impía
Micenas, ó cautivo ó expulsado,
Siempre honraria al genitor llorado.

XI.

»Hénos hoy las cenizas paternales
Á honrar dispuestos en amigo suelo,
Traidos á rendir obsequios tales
No sin visible ordenacion del Cielo.
Honradlas, pues; pedid vientos iguales,
Y que él, fundada la ciudad que anhelo,
En templo que en su honor alzado sea
Votos añales renovar nos vea.

XII.

»Acéstes, que de Teucro se gloría,
Por cada nao dos bueyes os da ahora:
Vengan á este festin en compañía
Nuestros Penates con los que él adora;
Que despues, si con rayos de alegría
Ciñere al orbe la novena aurora,
Por mí á vosotros cual primeras fiestas
Regatas en la mar serán propuestas.

XIII.

»El que en la lucha, en la veloz carrera
Ó al duro cesto á competir se atreve,
El que con mano á disparar certera
El dardo agudo y la saeta leve,
Concurran á la lid que los espera,
Y quien ganare el premio, ése le lleve.
Orad en tanto, compañeros mios,
Y de hoja en derredor la sien cubríos.»

XIV.

Calla; el materno mirto orna su frente:
Lo imita Helimo, y en su edad florida
Ascanio, y en la suya decadente
Acéstes, y otros y otros en seguida.
Va él al sepulcro entre infinita gente,
Y por sacra costumbre establecida,
Sanguínea libacion en taza doble
Ofrece, y fresca leche, y néctar noble.

XV.

Y luégo el ara de purpúreas rosas
Esparce en torno con su propia mano;
Y «¡Salve, oh padre!» clama, «y vos, preciosas
Cenizas á mi amor vueltas en vano!
¡Salve, oh ánima y sombra milagrosas!
¡No te dió, oh padre, el Cielo soberano
Llegar á Italia y cabe el Tibre amigo
La anunciada heredad gozar conmigo!»

XVI.

Tersa, en esta sazon, salir se mira
Del fondo sepulcral sierpe que ondea
Y en siete roscas de alongada espira
Con manso halago el túmulo rodea:
Cerúleas manchas, al compas que gira,
Desvuelve, con que el lomo se hermosea,
Y semejan las puntas de la escama
Aureos destellos y matiz de llama.

XVII.

Tal, mirándola el sol, Íris destella
Y de luz entre nublos se matiza.
Visto el héroe la sierpe, el labio sella
Absorto; mas recelos tranquiliza,
Que inocente entre pulcras tazas ella,
Gustando los manjares, se desliza,
Y en doméstico giro placentero
Torna á ocultarse do salió primero.

XVIII.

Ó genio tutelar de Anquíses fuere
La sierpe, ó númen que el lugar ampara,
Enéas fausto augurio de ello infiere
Y con nuevo fervor dones repara:
Dos ovejas, segun usanza, hiere,
Dos cerdos, dos novillos ante el ara,
Novillos de negral cerviz; al paso
Que néctar liba en espumante vaso.

XIX.

Con esto de las lóbregas regiones
Salvos los manes de su padre evoca;
Y, todos imitando sus acciones,
Hace cada uno lo que hacer le toca:
Quién acude al altar con oblaciones,
Ó en órden á la lumbre ollas coloca;
Quién en la hierba víctimas destriza,
Quién tuesta entrañas ó la llama atiza.

XX.

Ya los caballos de Faeton lozanos
Traen sereno el deseado dia:
Con el nombre de Acéstes, montes, llanos
El anuncio feliz corrido habia;
Y así acuden los pueblos comarcanos
En tropel rebosante de alegría,
Ya á ver los espectáculos propuestos,
Ya el prez tambien á disputar dispuestos.

XXI.

En medio el circo iluminó la aurora
Copia de premios á los ojos grata;
El verde ramo y palma triunfadora,
Preciado honor del que mejor combata:
Y armas, trípodes, vestes que decora
Purpúreo ardor, talentos de oro y plata;
Y de alto sitio súbito la trompa
Manda sonando que la lid se rompa.

XXII.

Y á par la rompen con igual arreo
Cuatro naves selectas en la armada:
Con remeros briosos, por Mnesteo
Va la rápida Priste gobernada
(Mnesteo, á quien despues ítalo veo,
Del cual, ¡oh Memio! descender te agrada):
Guias toma á su cargo la Quimera,
Que ciudad, más que nave, se creyera:

XXIII.

En triple órden de remos á ésta mueve
Con gran vigor la juventud troyana:
Sergesto generoso (á quien le debe
La gente Sergia su renombre ufana)
El gran Centauro á dirigir se atreve:
Cloanto (á quien por tronco la romana
Familia de Cluento reconoce)
La Scila azul turquí monta veloce.

XXIV.

Hay distante en el mar un risco, enfrente
De las riberas que la espuma baña:
Cuando el Cielo se entolda, el mar furente
Concentra allí su bramadora saña:
Mas á erguirse el peñon torna imponente
Cuando duerme la líquida campaña,
Y da en flanco espacioso al ágil mergo
Para enjugarse al sol plácido albergo.

XXV.

Allí una meta de frondosa encina
Enéas pone, á donde el nauta vaya
A doblar la carrera, y si lo atina,
En bajel vencedor torne á la playa.
La suerte á los caudillos determina
Puesto; cada uno en alta popa raya
Por la vestida púrpura y el oro,
Y á lo léjos esplende su tesoro.

XXVI.

Bañados con aceite reluciente
Las desnudas espaldas, y ceñidos
Con ramaje de álamo la frente,
Al banco acuden los demas, fornidos;
Y, la mano en los remos impaciente,
Y atentos al anuncio los oidos,
Codicia de loor, sed de combate
Les hinche el corazon, que duda y late.

XXVII.

El clarin resonó; y en un momento
Todos del puesto arrancan á porfía:
Retiembla el mar, retumba el firmamento
Con el náutico estruendo y gritería:
Abren los brazos al batir violento
Surcos iguales y espumosa via,
Y á un tiempo remos y tridentes proras
Las aguas por doquier rompen sonoras.

XXVIII.

No en el estadio así se precipita
Carro de dos corceles que se arroja
La palma á arrebatar, ni tal se agita
El conductor que la tardanza enoja;
El cual el volador tiro concita
Sacudiendo sobre él la brida floja;
Blande el azote, y á blandirlo atento,
Parece, de encorvado, ir por el viento.

XXIX.

Clamores suenan por el bosque umbrío
De grupos en el triunfo interesados;
Vuelve herida la playa el vocerío,
Y le vuelven en ecos los collados.
Entre gente y rumor Gias con brío
Hendió el primero los salobres vados;
Cloanto á par, mejor en remos, viene,
Bien que el peso la nave le detiene.

XXX.

Priste y Centauro en pos á una se lanzan,
Y cada cual adelantarse espera:
Alternativamente ora se alcanzan
Cuando alguna tomó la delantera;
Ora las proas ateniendo, avanzan
Con larga quilla en rápida carrera;
Ya al escollo llegando iban, en suma,
Resuelto el ponto en albicante espuma.

XXXI.

Hé aquí entre todos victorioso Gias
A su piloto reprendiendo, exclama:
«¿Por qué á derecha desviar porfías?
Torna, Menétes, do el honor nos llama:
Las otras por el mar rueden baldías;
Nuestra nave el peñon deja que lama!»
Tal dice; mas temiendo ímpio bajío
Tuerce hácia el mar Menétes el navío.

XXXII.

Y otra vez Gias con furor le intima:
«Torna, Menétes, á la izquierda!» En esto
Siente á Cloanto que le viene encima
Y á ganarle de mano acude presto:
Ya á las rocas sonantes se aproxima
Entre ellas y él lanzándose interpuesto,
Y á ambos atras dejándolos de pronto,
En bajel triunfador boga en el ponto.

XXXIII.

Al mancebo en la faz saltóle el lloro,
Y hasta los huesos le mordió la ira:
Ni oye la voz del personal decoro
Ni de los suyos la salud ya mira;
Mas de alta popa al piélago sonoro
Brusco á Menétes de cabeza tira;
Y activo en su lugar, exhorta, empeña,
Y, rigiendo el timon, va hácia la peña.

XXXIV.

Menétes, de los años abatido,
Salir apénas del abismo pudo;
Y sacudiendo el húmedo vestido
Trepa á secarse en el peñon desnudo.
Rió la juventud cuando le vido
Hundirse de cabeza al golpe rudo;
Bregar luégo, y despues que brega y nada,
Revesar la onda que tragó salada.

XXXV.

Viendo á Gias, Mnesteo la esperanza
Cobra de rebasarle. Al par rebosa
Sergesto en ella, y, el primero, alanza
Su nave hácia el peñasco presurosa:
Esta, mitad á su rival se avanza,
Mitad la Priste su costado acosa;
Y en fuerza del peligro y del deseo,
Recorriendo el bajel habló Mnesteo:

XXXVI.

«Soldados de Héctor, que la patria mia
Miró á mi lado en la final pelea!
Como en las sirtes gétulas fué un dia,
En este lance vuestro aliento sea;
Cual ya en el jonio mar, vuestra osadía,
O en las rápidas ondas de Malea.
Ni aspiro á ser primero. ¡Oh, si pudiese ...
No; á quien lo dió Neptuno, el triunfo es de ése!

XXXVII.

»Mas no el pudor postreros ir consiente;
Lo que honor manda, compañeros, pido.»
Calla; saca, á su voz, vigor su gente;
Cruje la popa al golpe repetido;
Huye la mar; anhélito frecuente
Brotan las secas fauces con sonido;
Los cuerpos dobla agitacion extraña,
Y abundante sudor sus miembros baña.

XXXVIII.

Hé aquí vencer les dió súbito caso;
Y fué así que forzando espacio estrecho,
Metió Sergesto el imprudente vaso
Entre las peñas á encallar derecho:
La roca retembló con el fracaso;
Se oyó el remo crujir cuasi deshecho
En puntas de coral, do sin defensa
Entró la proa y se aferró suspensa.

XXXIX.

Los marinos con alto clamoreo
Hacen si al pronto yertos, de ferrados
Chuzos y picas oportuno empleo
Por desclavar los remos quebrantados.
Gozoso en tanto, á buen remar, Mnesteo,
Propicios ya los vientos y los hados,
Tiende el rumbo á do el piélago declina,
Y raudo y libre por el mar camina.

XL.

Cual vuela por el campo, alborotada
Con el pavor de súbito estallido,
La paloma que tiene en la albarrada
Su dulce imperio y su amoroso nido;
Bate sobre su rústica morada
Las plumas, al salir, con recio ruido,
Y despues remontándose en el cielo
Las alas tiende en silencioso vuelo:

XLI.

Así la Priste, que fatiga tanta
Tomaba forcejando la postrera,
Con ímpetu espontáneo se levanta
Y huyendo por las ondas va ligera.
Lo primero, á Sergesto se adelanta
Con su nave entre escollos prisionera,
Y allí haciendo le deja vanos votos
E ideando volar con remos rotos.

XLII.

Tras Gias sigue, y á su nao pujante,
Falta ya de piloto, desafía:
Vence; sólo Cloanto va delante;
Y vuela en pos, creciendo su osadía:
Redóblase la grita estimulante
De los espectadores, que á porfía
Roncos aplauden su feliz carrera,
Y los ecos en torno hinchen la esfera.

XLIII.

Los unos, que triunfantes se creyeran,
Ya en riesgo el triunfo, coronarlo ansían:
Incompleto, la palma no quisieran;
Completo, por la palma moririan:
Los otros eso mismo osan y esperan;
Porque triunfando van, triunfar confían,
Y pudieran juntándose ambas proras
Partir el premio á un tiempo vencedoras.

XLIV.

Mas á orar atinó de esta manera
Cloanto, ambas las manos extendiendo:
«¡Oh Númenes que el piélago venera,
Cuyos dominios con mi nave hiendo!
Si el triunfo me cumplís, en la ribera
Un blanco toro en vuestro honor ofrendo;
Tiraré sus entrañas á estos mares,
Y néctar bañará vuestros altares.»

XLV.

Dijo; y á par oyó de Forco anciano
La vírgen Panopea sus acentos;
Y el coro de Nereidas soberano
Condolióse en sus huecos aposentos:
Movió la nao Portumno con su mano,
Y fugaz como soplo de los vientos,
Y no ménos veloz que alada flecha,
El hondo puerto penetró derecha.

XLVI.

Los combatientes por sus nombres llama
Enéas, y sus triunfos galardona;
A voz de heraldo resonante aclama
Vencedor á Cloanto, y le corona:
Ciñe, en suma, á su sien la verde rama;
Y á cada nave tres becerros dona,
Y que lleven les da vino abundante,
O una pieza de plata á su talante.

XLVII.

Y á cada jefe añade su presea:
Clámide áurea al principal ofrece,
De púrpura ceñida melibea
Que en doble orla gira y la guarnece:
Retejido en el fondo la hermosea
De Ida el regio garzón, que allí aparece
La espesura cruzando nemorosa,
Y leves ciervos con el dardo acosa.

XLVIII.

Figúrase allí mismo en el momento
En que robado, al parecer, anhela:
La armígera de Jove al firmamento
Le arrebata feroz, y encima vuela:
Muestra uñas corvas la ave por el viento;
Viejos que hacen al niño centinela,
Tienden palmas al aire; el aire mudo
Hieren los canes con furor agudo.

XLIX.

Loriga de oro y triple y fina malla
Relucia en los dones del trofeo:
Usóla ya en los campos de batalla,
Campos que riega el Símois, Demoleo:
Mal consiguen en hombros sustentalla
Dos esclavos, Sagáris y Fegeo;
Y así y todo, el jayan con ella un dia
Fugitivos Troyanos perseguia.

L.

Y en campos la ganó que el Símois riega
Enéas ya, cabe Ilïon divino;
Y ahora la otorga al que segundo llega,
Arma al par y ornamento peregrino.
Dos calderas, despues, de bronce entrega,
Tercer presente á quien tercero vino;
Y dos vasos de argento, muestra rara,
Que el cincel de figuras abultara.

LI.

Ya iban todos premiados, con diadema
De púrpura ceñidos, placenteros;
Cuando Sergesto, que su industria extrema,
Salir logró de los escollos fieros:
Con una banda escueta afana y rema,
Quebrantados costado y marineros;
Y en medio de la befa que le humilla,
Pide el tardo bajel la ingrata orilla.

LII.

Tal sesga sierpe, en el camino hollada
De veloz rueda, ó por viador, que herida
La deja, y medio muerta, de pedrada,
El cuerpo tuerce por lograr salida;
Con lengua ardiente, con feroz mirada
Yérguese, en parte, rebosando vida,
Y, en parte, de dolor se arrastra llena,
Y en sus propios anillos se encadena.

LIII.

Mas la nave que en remos flaqueaba,
Las velas descogiendo á puerto viene.
Enéas de Sergesto el arte alaba
Con que gente y bajel salvar obtiene,
Y le da el galardon: era una esclava
De Creta oriunda, que por nombre tiene
Foloe; en artes de Minerva, diestra;
Al seno puestos dos infantes muestra.

LIV.

Así acabada la naval porfía,
A un sitio ameno de hierbosos prados
Enéas se adelanta: en torno habia
Corvas selvas, umbríferos collados:
Del valle el fondo en círculo se amplía;
Teatro natural forman sus lados;
Y allá la multitud vuela contenta,
Y en medio el Rey con majestad se asienta.

LV.

Y con premios invita lisonjeros
Á competir en rápida corrida:
Teucros, Sicanos, á su voz ligeros
Saltan á par á do el honor convida.
Van Euríalo y Niso los primeros:
Radiante el uno en juventud florida,
Insigne el otro por su casta llama;
Bello Euríalo es; Niso le ama.

LVI.

Vino, sangre de Príamo, Dïores;
Y Patron luégo y Salio juntamente
Aquéste de tegeos genitores,
Esotro de Acarnania procedente.
Compañeros de Acéstes, cazadores,
Mancebos de gallardo continente,
Van Helimo y Panópes en seguida;
Y otros de nombre que la fama olvida.

LVII.

«Al campo, adolescentes, os convido,»
El Rey dijo á la gente congregada;
«Y á promesa gustosa dad oido:
Nadie sin dón saldrá de la estacada.
Hé aquí dos dardos de metal buido,
Cretenses, y de argento nïelada
Una hacha de dos filos: ved en esto
El comun premio á cada cual propuesto.

LVIII.

»Al más aventajado combatiente
Daráse encima, amén de la corona,
Un noble potro con jaez luciente:
Al segundo, una aljaba de amazona,
Provista, y de áureo tahalí pendiente
Que gruesa perla cual boton tachona:
Al tercero, este hermoso yelmo argivo;
Y los tres ceñirán ramas de olivo.»

LIX.

Dijo, y puestos eligen; y al instante
Que señal de partir dió la trompeta,
Cual ráfagas de viento resonante
De la raya mirando huyen la meta.
Niso, fuerte y veloz, sale adelante
Como alado relámpago ó saeta;
Corre Salio despues, distante empero;
Euríalo, lo mismo, va tercero.

LX.

Sigue á Euríalo Helimo en su carrera;
Á Helimo pié con pié sigue Dïores;
Ya, ya al hombro le hostiga, y si se abriera
Más campo á sus intrépidos furores,
Del que último volaba el lauro fuera
Ó en balanza quedaran los honores.
Ya el término llegando iban en suma,
Y el esfuerzo los músculos abruma.

LXI.

Hé aquí casi triunfante (¡infausto caso!)
En verde grama que la suerte quiso
Hubiese matizado humor escaso
De inmolados becerros, pisó Niso:
Tratara en vano de afianzar el paso
Titubeante en suelo húmedo y liso;
Llega veloz, veloz resbala, y todo
Tinto en sangre quedó, y envuelto en lodo.

LXII.

No allí Niso olvidó su amistad bella;
Mas álzase en el pérfido terreno;
Salio síguele incauto, se atropella,
Y yéndose de piés rueda en el cieno.
Euríalo veloz como centella
Adelante de todos, de ardor lleno,
Entre aplausos sin número se lanza,
Y, merced de amistad, el lauro alcanza.

LXIII.

Llega Helimo despues, y en fin Dïores.
Salio á engaño se llama, visto aquello;
Pide el prez, y á la flor de espectadores
Con su aplauso da en cara á voz en cuello.
A Euríalo protegen, sin clamores,
Virtud llena de gracia en rostro bello,
Virtud que encanta y pundonor que llora,
Y el sufragio de un pueblo que le adora.

LXIV.

Favorécenle á par altas razones
Que hace Dïores, que su palma espera:
Palma, si Salio de los grandes dones
Ninguno ha de llevar, suya y postrera.
Y dijo Eneas: «No temais, garzones:
El órden de los premios nadie altera;
Ni vuestros fueros mi amistad lesiona
Si al valor desgraciado galardona.»

LXV.

Y una piel de leon da á Salio, armada
Con áureas garras y hórridas guedejas.
Niso entónces habló con voz turbada:
«Si ese honor á vencidos aparejas
Y tanto un contratiempo te apïada,
Para Niso, señor, ¿qué premio dejas?
Mio es el triunfo, si la suerte esquiva
Que á Salio hirió despues, no me derriba.»

LXVI.

Habla, y del golpe el afeante signo
Muestra, hablando, en el cuerpo y triste cara.
Oyóle el Rey y sonrió benigno,
Y un rico escudo le ordenó llevara:
Fue éste del mozo egregio premio digno:
Lo hizo Didameon con arte rara,
Y al templo de Neptuno do pendia,
Argivo brazo lo arrancara un dia.

LXVII.

Cesó la competencia de esta suerte;
Y Enéas señalando férreo guante:
«Ahora,» dijo, «el que se sienta fuerte,
Ceñido el puño indómito levante.
Lucio novillo al que á vencer acierte,
Con cintas y oro el asta rutilante,
Daré por galardon: gentil celada,
Por consuelo, al vencido, y una espada.»

LXVIII.

Con murmullo del vulgo circunstante,
Lleno Dáres alzóse de ufanía:
Él solo, en Troya, á Páris arrogante
A contrastar lidiando se atrevia;
Y él solo á Bútes, triunfador gigante,
Que, de orígen bebricio, pretendia
Llevar sangre de Amico, invicto en guerra,
Cabe el túmulo de Héctor echó á tierra.

LXIX.

Tanto como en la fúnebre palestra
Soberbio entónces levantarse pudo
Cuando dejó al jayan sola su diestra
Tendido en la sangrienta arena y mudo.
Soberbio ahora se levanta, y muestra
Los hombros fornidísimos desnudo;
Y un brazo y otro vigoroso extiende,
Y los aires azota por do hiende.

LXX.

En medio del innúmero gentío
Otro igual campeon se busca en vano:
Nadie á aceptar se atreve el desafío,
Nadie del cesto á rodear la mano.
El, sin par, á su juicio, en poderío,
Saluda á Enéas y prosigue ufano
Sin que en mudo homenaje instantes pierda.
De una asta asiendo al toro con la izquierda:

LXXI.

«¿Qué más quieres que aguarde, hijo de Diosa?
El dón se me adjudique, pues ninguno
Su fuerza con mis fuerzas medir osa.»
Los Teucros barbotaban de consuno
Apoyando la súplica orgullosa.
Con ruego en tanto Acéstes importuno
Reprende, incita á Entelo, que á su lado
Yace en el verde césped reclinado:

LXXII.

«Tu nombre de valiente entre valientes
¿Qué sirve, Entelo, sin tan buenos dones
Con tanta calma en paz llevar consientes?
Hoy de Erice divino y sus lecciones
¿No es deber patrio que el honor sustentes?
La fama que asombraba estas regiones
¿A dónde se oscurece? ¿Qué se han hecho
Los despojos pendientes de tu techo?»

LXXIII.

Entelo respondió: «No son extraños
Valor y amor de gloria al pecho mio;
Mas siento ya de la vejez los daños,
Mis miembros ciñe ya rígido frio.
Yo si hoy tuviese el que en mis verdes años,
Cual le goza ese audaz, ardiente brío,
No el premio disputara, sí la palma;
Que ocupe el premio vil, lo llevo en calma.»

LXXIV.

Habló Entelo; y volviendo por sus fueros,
Se alza, y dos cestos en el campo lanza
Con que Érice ostentara en golpes fieros
Con los ligados brazos su pujanza.
Ven los siete boyunos recios cueros
Graves de plomo y hierro á hercúlea usanza,
Y todos se imaginan con asombro
Del buey la talla, y del atleta el hombro.

LXXV.

Más que de paso el mismo Dáres cía;
Y mudo con la mano el grande Enéas
El enorme volúmen revolvia
De los gruesos anillos y correas,
Y díjole el anciano: «¿Qué sería
Si de Hércules las armas giganteas
Hubieses visto, y la espantosa hazaña
Que hizo estas playas funeral campaña?

LXXVI.

«Fué hijo Érice, cual tú, de Vénus, y esos
Los correones son que usaba en lides:
¿Esparcidos los ves de sangre y sesos?
Los mismos son con que paró ante Alcídes;
Y yo tambien con vigorosos huesos
Los blandí contra fuertes adalides
Guando áun léjos la edad miraba ingrata
Que ambas mis sienes esmaltó de plata.»

LXXVII.

Y á Dáres retorciendo la mirada:
«Mas si rehuyes, campeon troyano,»
Prosigue; «si á tu Rey piadoso agrada,
Y al mio, que combate por mi mano,
Fuerzas equiparar en la estacada,
Gustoso á justos términos me allano:
¡Ea! las armas de Érice te cedo;
Las troyanas depon, y pon el miedo.»

LXXVIII.

Áun bien no lo hubo dicho, se adelanta,
Y del doble ropaje se desnuda,
Y en pecho, brazos, músculos, espanta
Ver su nerviosa robustez membruda:
Ya, en medio el campo, colosal se planta;
Y dando Enéas término á la duda,
Trae de iguales cestos sendos pares,
Y á Entelo de ellos arma y arma á Dáres,

LXXIX.

Y en simultáneo arranque de osadía
Ya éste en puntas de piés y aquél se adreza;
Los brazos uno y otro al aire envía,
Cautelosa hácia atras la alta cabeza:
Trábanse por las manos; á porfía
Crecen amagos, y la lucha empieza
Entre el púgil que mueve ágil la planta
Y el jayan que disforme se levanta.

LXXX.

Va el jóven en su edad esperanzado;
Fia el viejo en su mole, aunque flaquean
Las rodillas y el cuerpo treme helado;
Y ambos con vano afan tiran, golpean:
Hiérense aprisa al cóncavo costado:
Ronco el pecho resuella: menudean
Por orejas y sienes las puñadas:
Las mandíbulas crujen martilladas.

LXXXI.

Firme está Entelo; mas con pronta vista
Ve por do heridas, ladeando, ahorre;
El otro el campo mide, y por do embista
Entradas busca, á embestir acorre:
Tal tropa audaz, de máquinas provista,
Soberbio muro ó enriscada torre
Que medite arruinar, asalta, embiste;
Torna á atacar, y el torreon resiste.

LXXXII.

El brazo Entelo, amenazando estrago,
Alza descomunal; mas ve de arriba
Venir, Dáres, con tiempo, el fiero amago,
Y hurta el cuerpo veloz y el golpe esquiva:
Hirió el furioso combatiente en vago,
Y enorme por su peso se derriba,
Cual rueda hueco pino, dando espanto,
En bosques de Ida ó cumbres de Erimanto.

LXXXIII.

Levántanse ambos campos con rüido,
Y un grito al cielo lanzan simultáneo:
Acude Acéstes, viéndole caido,
A ayudar al amigo y coetáneo:
Surge él sin quiebra de ánimo ó sentido;
Antes fuego de cólera espontáneo
Arde en su pecho, el pundonor le pica,
Y el probado valor fuerzas duplica.

LXXXIV.

Y ya en rápida fuga, impetüoso,
Tirando golpes de una y otra mano,
Sin parada, sin vado, sin reposo,
Persigue á Dáres por el ancho llano;
Cual turbion que los techos fragoroso
Azota con granizo, el héroe insano
Hiere á ciegas con furia borrascosa,
Y á Dáres acomete, envuelve, acosa.

LXXXV.

No sufre Enéas que adelante siga
La encarnizada obstinacion de Entelo,
Y del campo, ya muerto de fatiga
Saca á Dáres con voces de consuelo:
«¿Demente estabas? ¡Ah, infeliz! te hostiga
No humana fuerza, pero el mismo Cielo;
Cedes á un Dios; rendirte no te pese.»
Dijo; y manda su voz que la lid cese.

LXXXVI.

En torno del vencido en ese instante
Llega fiel uno y otro camarada,
Y, flacas sus rodillas, vacilante
La cabeza, la boca ensangrentada
Y el ornato dental roto y nadante,
Llévanle al puerto. Morrïon y espada
Reciben advertidos, y se alejan,
Y el toro al vencedor y el lauro dejan.

LXXXVII.

El cual del lauro y con su toro ufano,
«Ved, pues, ahora, y ponderad,» decia,
«¡Oh hijo de Diosa! ¡oh ejército troyano!
Cuál en mi juventud la fuerza mia
Hubo de ser, y Dáres de mi mano
Cuál muerte, á no salvarle, probaria.»
Dijo, y plantóse del novillo enfrente,
En alto puesto el brazo prepotente;

LXXXVIII.

Y á plomo entre ambos cuernos, guarnecida
La mano descargó cual duro hierro:
Húndese el cráneo, y trémulo, sin vida,
En tierra con su mole da el becerro.
«¡Salve, Erice inmortal!» clamó en seguida:
«Puestas las armas, con que triunfos cierro,
Más bien que la de Dáres, en memoria,
Yo dó y consagro esta ánima á tu gloria.»

LXXXIX.

Luégo al juego del arco el Rey troyano
Invita, y premios pone. De la nave
Que Seresto gobierna, con su mano
Va él mismo y fuerte arbola el mástil grave;
Y alígera paloma al aire vano
En el tope suspende (atada el ave
A una cuerda, la cuerda al mástil fija)
A donde el tiro el flechador dirija.

XC.

Llegan de ellos; y un casco que reciba
Las suertes, traen en medio. La primera,
La de Hipocon, el de Hírtaco, con viva
Aclamacion del vulgo, saltó fuera.
Coronado la sien de verde oliva,
Reciente prez de la naval carrera,
Oyó, en segundo término, Mnesteo
Grato sonar su nombre á su deseo.

XCI.

Tocóle á Euritïon salir tercero:
Hermano tuyo, oh Pándaro divino,
(¡Tú que al campo de Aquivos, el primero,
Lanzaste, compelido del destino,
El dardo de discordia mensajero!)
Del fondo del almete al aire vino,
Postrer nombre, el de Acéstes, que ahora ufano
En lid de mozos á terciar va anciano.

XCII.

Todos con brazo en arco arman pujante,
Y sacan primas flechas del aljaba:
Ante todas, del nervio rechinante
Arrancó la que el de Hírtaco ajustaba:
Hiere el viento, y al mástil que delante
Mira, parte veloz, y en el se clava:
Al golpe tembló el palo; alas agita
Medrosa el ave, y el concurso grita.

XCIII.

Tendió el arco avanzándose forzudo
Mnesteo, vuelto á lo alto ojos y flecha;
Mas no tanto que al ave hiriese, pudo
La férrea punta encaminar derecha:
Rompió empero la cuerda y líneo nudo;
Y libre el pié de la atadura estrecha,
La paloma veloz sacude el vuelo
Entre nubes plomizas por el Cielo.

XCIV.

Euritïon, ya el arco apercibido,
Tiró, invocando á Pándaro en su ayuda,
Al ave que de nublo opaco vido
Salir aleteando, flecha aguda:
Alcanzóla en su vuelo envanecido;
Ella el hincado astil trayendo muda,
Dejando por allá la dulce vida,
Al suelo vino en mísera caída.

XCV.

Solo Acéstes quedaba, ya baldío,
Y la palma perdida y la esperanza;
Mas del brazo ostentando el arte y brío
Y del arco sonante la pujanza,
Vuelta la faz al ámbito vacío,
Apunta en vago, la saeta lanza,
Y ocasiona, no entonces entendido,
Milagro aéreo de infeliz sentido.

XCVI.

Confirmaron despues con voz tardía
Adustos vates el infausto agüero:
Y fué así que inflamado discurria
Entre celajes el volante acero;
Con fuego señaló su etérea via
Y apagóse en los aires; cual lucero
Que vaga desquiciado por la esfera
Arrastrando su ardiente cabellera.

XCVII.

Al Cielo los medrosos corazones
Ambos pueblos levantan juntamente;
Mas no igualó con fúnebres visiones
El gran Enéas la vision presente;
Antes sonrie cumulando dones,
Y á Acéstes abrazando, al par rïente,
Aunque grave el semblante, de alegria,
«Lleva, ilustre monarca,» le decia:

XCVIII.

«Lleva esta copa, de labores rica
(Que del Olimpo el reinador, no en vano
Con esa aparicion me significa
El honor que te debo soberano):
Mi anciano genitor te la dedica;
Recíbela, dón suyo, de mi mano:
A él el tracio Ciseo ántes la diera
Insigne prenda de amistad sincera.»

XCIX.

Dice; y ciñe á su sien envejecida
Verde rama, y triunfante le pregona.
A Euritïon, que disputar no cuida,
Cual pudo, muerta el ave, la corona,
Premió inferior á Acéstes. En seguida
Al que nudos deshizo galardona;
Y á aquel con recompensa honra postrera
Que la flecha en el palo hincó primera.

C.

Enéas, no el cértamen concluido,
Llamado habia al de Epito á su lado,
Tutor del tierno Yulo, y á su oido,
Fiel á secretos, confió un recado:
«Vé, corre; á Ascanio dí que si instruido
Tiene y á la carrera adeliñado
Su escuadron de muchachos, más no tarde,
Y honre al abuelo con vistoso alarde.»

CI.

Él mismo á la esparcida concurrencia
Manda dejar los campos escombrados:
Llegan ya, y con gallarda continencia,
En caballos del freno bien guïados,
Avanzan de sus padres en presencia
Niños de hoja menuda coronados;
Y al verlos desfilar, rumor que halaga
A un tiempo en ambos pueblos sordo vaga.

CII.

Dos de agreste cerezo jabalinas
Con punta herrada llevan todos ellos:
Aljaba al hombro, algunos: de oro finas
Cadenas caen de los ceñidos cuellos.
Despártense en tres bandas peregrinas,
Doce en cada una, los garzones bellos;
Y, en competencia igual de su edad tierna,
Agil cada una un capitan gobierna.

CIII.

¿Veislo? mandando va su compañía,
Hijo, Polítes, tuyo, el pequeñuelo
Príamo, que del nombre se gloría
(Cual de él ítalos nietos) de su abuelo:
Monta un corcel de los que Tracia cria,
Gallardo, bicolor, que el duro suelo
Con alba mano denodado huella,
Y lleva en la alta frente alba una estrella.

CIV.

Por segundo caudillo Átis figura,
Claro abolengo vuestro, Acios romanos:
Iguales en la edad y la ternura
Andan Atis y Ascanio cual hermanos.
Llega éste al fin, primero en la hermosura,
En un potro de climas africanos:
A él la cándida Dido ántes lo diera
Insigne prenda de aficion sincera.

CV.

Los demas en sicanos pisadores
Vienen, del viejo Acéstes, cabalgantes,
Agólpanse en tropel espectadores
Troyanos, desfilando los infantes;
Y al ver á éstos de antiguos genitores
Los semblantes copiando en sus semblantes
Que la esperanza y el temor demudan,
Con estruendo de aplausos los saludan.

CVI.

Luégo que el circo hubieron recorrido
Tal que viese cada uno al que aguardara,
El de Epito de léjos un silbido
Dió de repente, y sacudió su vara:
A galope lanzándose, al chasquido,
Cada banda, del centro se separa;
Mas, no bien la segunda seña oida,
Vuelven, blandiendo el dardo, fácil brida.

CVII.

Y á hacer tornando lo que hicieron ántes
Las cuadrillas se apartan, se avecinan;
Vueltas dan y revueltas elegantes;
Giros, tornos, enredan y combinan:
Y en juegos á combates semejantes,
Ya dan la espalda; ya á volver atinan,
Y amagando, venablos abalanzan;
Ya, hechas las paces, de concierto avanzan.

CVIII.

Como hienden delfines la onda fria;
Nadando, al mar Carpacio, en varios modos;
Cual marañada, inextricable via
En la alta Creta con sus mil recodos
El laberinto pérfido tejía
Porque, en calando, se perdiesen todos;
Así los pequeñuelos se cruzaban
Y tal madeja, entrando, huyendo, traban.

CIX.

Estas fiestas á imágen de batallas
Fué Ascanio el que en los campos italianos
Primero instituyó, cuando en murallas
Ciñó á Alba Longa y protegió sus llanos:
Enseñados pudieron practicallas
Los Latinos, y luégo los Albanos:
Hoy de Troya apellido el juego toma
Y el escuadron que lo ejercita en Roma.

CX.

Niño entónces Ascanio todavía,
Con esotros mozuelos sus iguales
Al glorïoso abuelo estos hacía
Honores, si festivos, funerales:
Celebraba la alegre compañía
En los sículos campos juegos tales;
Mas trocó la Fortuna en un instante
Con torvo ceño el plácido semblante.

CXI.

Fué así que en ese medio, rencorosa,
Mal sanada la llaga que encubria,
Juno del Cielo á Íris vaporosa
A las naves ilíacas envía:
A la húmida ninfa la gran Diosa
Impetu añade en la region vacía
Y del arco la adorna de colores,
Miéntras vuelve en secreto sus dolores.

CXII.

Ella parte invisible, vuela aprisa,
Ve el inmenso concurso, tuerce al puerto;
Las anchas playas vacilante pisa
Y todo siente estar mudo y desierto:
Al fin las damas de Ilïon divisa
Que en cóncavo remoto, al mar abierto,
Honrando á Anquíses lágrimas le daban,
Y en el lóbrego mar la vista clavan.

CXIII.

Y así, con mustia faz y ojos inmotos,
Con una voz, la que el dolor les presta,
«Mares cruzamos ya,» dicen, «ignotos;
¡Oh, y cuánto de agua por salvar nos resta!»
Por lograr firme asiento elevan votos;
Hablar de un más allá, pesar les cuesta;
Y hé aquí, miéntras derraman sus querellas,
Íris astuta se desliza entre ellas.

CXIV.

Veste aérea y gentil fisonomía
Poniendo la Deidad, la frente anciana
De Beroe usurpó, que, esposa un dia
Del ismario Doriclo, andaba ufana
Con su nombre, su prole y su hidalguía;
Y, entre ancianas ilustres falsa anciana,
«¿Qué aguardamos, ah míseras!» les dice:
«¡Pobre generacion! ¡suerte infelice!

CXV.

»Fortuna impía del acero griego
Nos reservó para mayores males:
Cumplidos van, desde que á Troya el fuego
Devoró, siete círculos añales:
La tierra hemos corrido, el ponto ciego,
Y medido los cercos siderales;
Y áun vamos por el mar, nao combatida,
A Italia que burlando nos convida.

CXVI.

»Érice fraternal está presente;
Aquí Acéstes bondoso nos ampara;
Y podemos en base permanente
La Patria restaurar. ¡Oh Patria cara!
¡Oh Dioses rescatados vanamente!
¡Qué! ¿y nunca el patrio muro, nunca un ara
Troyana hemos de ver, ni un Janto amigo?
¡Venid! ¡Las naves incendiad conmigo!

CXVII.

»Yo en sueños ví que antorchas esgrimia
La sombra ilustre de Casandra fiera,
Y, «A Troya aquí reedificad!» decia:
«Ésta, ésta es nuestra patria verdadera.»
No consiente demoras, á fe mia,
Tan gran vision, ni la ocasion da espera.
Hé aquí ofrezco á Neptuno cuatro altares:
¡Hachas dános y ardor, Dios de los mares!»

CXVIII.

Dice, y de fuego resplandece armada;
Alza la mano, y de piedad desnudo
Flamígero tizon lanza á la armada;
Pásmanse todas con asombro mudo.
Pirgo, entre ellas en años avanzada,
Que á la prole de Príamo fué escudo,
Nodriza á tantos hijos oficiosa,
«No es de Doriclo,» dice, «no, la esposa;

CXIX.

»Ni es sér mortal, matronas, lo que veo:
Notad de insigne majestad señales,
El porte, de la vista el centelleo,
Voz divina y fragancias celestiales.
La retea Beroe su deseo
De hacer á Anquíses honras funerales
Con nosotras aquí, distante ahora
(Yo enferma la dejé) frustrado llora,»

CXX.

Ellas perplejas á la flota en tanto
Revuelven maliciosas las miradas:
El interpuesto mar les causa espanto,
Mas las llaman regiones anunciadas.
Oscilan entre amor y deber santo,
Cuando Íris de repente á sus miradas
Toma vuelo, y una ala y otra ala,
Trazando un arco inmenso, abre é iguala.

CXXI.

En frenesí convierten sus arrojos
Con la vision espléndida las damas:
Teas clamando lanzan, y, despojos
Del consagrado altar, hojas y ramas:
Van ministros de estrago los manojos;
Y dando rienda á las voraces llamas
Remos trepa y escálamos Vulcano,
Cruje y las gayas popas lame ufano.

CXXII.

Llevó al anfiteatro y sepultura
Santa de Anquíses, la noticia Eumelo;
Vuelven luégo á mirar, y en nube oscura
Ven trémulas pavesas ir al Cielo.
Tuerce al campo de horror y desventura
De su alegre carrera Ascanio el vuelo;
Con vano afan por detenerle, al paso
Salen sus ayos con aliento escaso.

CXXIII.

Y él, «¡Desgraciadas! ¿qué furor extraño,
Qué error,» les dice, «os precipita ciego?
¿Pensais que á argivos campos haceis daño?
¡Oh, á vuestras esperanzas pegais fuego!
Yo vuestro Ascanio soy: ved si os engaño.»
Dice, y el morrïon, disfraz del juego,
Deposita á sus plantas, y les muestra
La faz amiga y la inocente diestra.

CXXIV.

En pos de Ascanio presurosos tiran
Su padre mismo y los demas Troyanos.
Mas ya las tristes en lo que hacen miran,
Y á ocultar su vergüenza, por los llanos
Que extiende la ribera, mustias giran
Huecas peñas buscando: á sus hermanos,
Vueltas en sí conocen, y les pesa,
Libres de Juno, de la aleve empresa.

CXXV.

Pero el voraz incendio, áun no contento,
Sus indómitos ímpetus no afloja:
De las húmedas tablas el asiento
Arde estoposo, y grueso humo arroja:
Consume las carenas fuego lento:
Vana es la onda esparcida que las moja,
Ni hay ya luchar con la arraigada llama,
Cuando hé aquí suplicante el Rey exclama:

CXXVI.

«¡Oh Júpiter supremo! Si de humanos
Males, cual usas, áun piedad hoy tienes;
Si no en uno maldices los Troyanos,
Esta última porcion de nuestros bienes
Salva de azar cruel, fuegos insanos:
Mas si á muerte merezco me condenes,
Destruye de una vez nuestra esperanza,
Y húndame el rayo aquí de tu venganza!»

CXXVII.

Rasgado de sus hombros el vestido
Y ambas las manos extendiendo al Cielo,
Así Enéas con férvido alarido,
O muerte ó salvacion pide en su duelo;
Y áun bien no hablara, cuando nublos vido
Con que el aire oprimir amaga al suelo;
La esfera en un momento se ennegrece,
Ronco trueno las cumbres estremece.

CXXVIII.

Y ya sin más tardar, de los collados,
Acompañados del fragor del viento
Rios descienden á inundar los prados
Furiosos con hinchado movimiento:
Ciego á los buques va medio abrasados,
Las popas cubre el rápido elemento,
Y oprimiendo el vapor, que al fin apaga,
Libra las naves de la peste aciaga.

CXXIX.

Cuatro habia el incendio devorado;
Con cuyo acerbo caso que intimida,
Enéas vacilante, acobardado,
No sabe por cuál rumbo se decida:
Si en Sicilia su nido asiente, al hado
Mal sumiso, que léjos le convida,
O si á Italia persiga, al hado atento;
Y la duda tenaz le da tormento.

CXXX.

Náutes entónces, venerable anciano
Por la tritonia Pálas adivino,
A quien ella dotó con larga mano
De ingenio insigne y de infalible tino,
Interrogado respondió, no en vano,
Ya sobre muestras del furor divino,
Ya lo que el hado inevitable ordena,
Y al héroe hablando, su inquietud serena:

CXXXI.

«¡Hijo de Diosa! al fin llegar porfía
Que una vez y otra vez marcó tu síno:
Tenaz luchando un dia y otro dia,
Vencerás los rigores del destino.
Ahí Acéstes está que se gloría
De su orígen superno: en tu camino
Te dé su luz, y á su favor sincero
Los restos fia del estrago fiero.

CXXXII.

»Quienquier de tu alta empresa lleve enfado,
Las matronas, cansadas de los mares,
Los ancianos; en fin, cuanto á tu lado
Mezquino, flojo, inválido notares,
Quede todo de Acéstes al cuidado:
Funden ellos aquí muros y altares,
Y de Acéstes merced, de Acesta el nombre
Al nido que afiancen, grato asombre.»

CXXXIII.

Alentó el sabio al Rey; mas le destroza
Con nuevas dudas que á su mente inspira.
Y ya la húmida Noche en su carroza
Que negra copia de caballos tira,
Ocupa el firmamento. En esto goza
Ensueño seductor el héroe, y mira
La apariencia bajar del padre amado
Que á hablarle empieza con benigno agrado:

CXXXIV.

«Hijo, más caro que mi propia vida
Miéntras las auras respiré vitales;
Tú, á quien prueba Fortuna encrudecida,
A partir de Ilïon, con tantos males!
Jove en tu auxilio de enviarme cuida;
Jove, que de las sedes celestiales
Del afan se conduele que te aqueja,
Y el voraz fuego de la flota aleja.

CXXXV.

»Vé, y cumple sin temblar las prevenciones
Que anciano consultor te hace sinceras:
Flor de mancebos, recios corazones
Llevar debes de Italia á las riberas:
Allí con tus valientes campeones
Gentes has de postrar duras, guerreras.
Mas ántes avendrá que te regales
Bajando á las moradas infernales.

CXXXVI.

»Harás, en pos de mí yendo, hijo mio,
Cruzando el hondo Averno, oficio grato
Que yo no habito el Tártaro sombrío,
Mas los campos Elíseos moro y trato,
Deliciosa comarca, gremio pio:
Una maga de púdico recato,
Si hartas víctimas negras inmolares,
Te llevará á los místicos lugares.

CXXXVII.

»Y la prole y ciudad que te destina
Fortuna, entónces mirarás presente.
Mas ahora, adios: la Noche ya declina
Y con soplos me acosa el Orïente
De sus potros fogosos, que avecina.»
Así hablaba la sombra, y de repente
Húrtase al hijo y á su amante empeño
Cual humo vano ó fábrica de un sueño.

CXXXVIII.

Y él, «¿Por qué de mis brazos se desliza
Tu imágen? ¿no te curas de mi ruego?
¿Huyes? ¿me dejas?» clama; y la ceniza
Resucitando incontinente, el fuego
Que aletargado dormitaba, atiza:
Sacra masa y colmado incienso luégo
Al Dios ofrece que á su pueblo ampara,
Y humilde á la alma Vesta honra en el ara.

CXXXIX.

Consumó el sacrificio, y convocados
Sus amigos, Acéstes el primero,
Repite los oráculos sagrados
De su padre, de Jove mensajero;
La voluntad pronuncia de los hados
Y su propia intencion franco y sincero:
No hay á sus planes quien demoras teja;
Acéstes coronarlos aconseja.

CXL.

Madres se alistan que en los nuevos techos
Fundar asientos de familias deban:
Quédanse á par cuantos vulgares pechos
De grandes cosas ambicion no llevan.
Tostados bancos, mástiles deshechos,
Vuelan los otros á mudar; renuevan
Remos, jarcias, con mano diligente;
Número escaso, mas resuelta gente.

CXLI.

Marca el troyano Rey con el arado
De la ciudad el ámbito; sortea
Los solares del campo rodeado
Para edificios, y esto manda sea
Troya, y eso Ilïon. Alborozado,
Cordial troyano, Acéstes, á la idea
Del nuevo reino, tribunal y plaza
Designa, y al Senado fueros traza.

CXLII.

Luégo á Vénus Idalia, venerada
De su pueblo, en el vértice Ericino
Dedica, por pacífica morada,
Un templo de los astros convecino:
De Anquíses al sepulcro hace se añada
Culto, y ministro, y bosque peregrino;
Y banquetes ordena, y alegrías,
Y piadosos oficios nueve dias.

CXLIII.

Ya llegaba el momento: el Austro insiste
Convidando á la mar blanda y serena:
Alzase lloro femenil, y triste
La corva playa con lamentos suena:
En el abrazo último resiste
Amor á desatar dulce cadena:
Las madres mismas que la mar temian,
Ni áun la osaban nombrar, partir querrian.

CXLIV.

Cuantos han de quedarse, en sus fatigas
Parte al troyano Rey piden ahora:
El con palabras los consuela amigas,
Hijos á Acéstes los entrega, y llora.
Manda á las Tempestades enemigas
Matar una cordera; á Érice adora;
Tres becerros tambien manda le maten,
Y que en órden los cables se desaten.

CXLV.

Yérguese él en la prora, coronado
De hojas menudas de sagrada oliva:
Un vaso empuña, al piélago salado
Intestinos arroja, y néctar liba.
En popa aura terral hiere de grado
Alejando las naves de la riba;
Bogan el remo, y al batir contino
Cubren de espuma el líquido camino.

CXLVI.

No halla en tanto á su afan Vénus sosiego;
Vuela á Neptuno, y «El que Juno abriga
Odio irreconciliable,» gime, «al ruego,
Neptuno ilustre, á descender me obliga;
Que no su ira cruel, su rencor ciego
Amansan años ni piedad mitiga,
Ni lo que ordena el hado ó Jove manda
Su indómita ambicion quiebra ni ablanda.

CXLVII.

»Eterno es el furor que su alma siente;
Que no bastó á su cólera sombría
Haber talado la ciudad potente
Que en la ancha Frigia dominaba un dia,
Ni arrastrar las reliquias de su gente
Por senda de martirio. Todavía
Al pueblo hundido en perseguir no cesa
En sus huesos nadantes y pavesa!

CXLVIII.

»La causa ella sabrá de tanta saña:
Yo sé, y las ondas líbicas tú mismo
Viste cómo á manera de montaña
Encrespó amenazando cataclismo;
De Eolo en el favor fió; se engaña;
Mas era su intencion cielo y abismo
En uno confundir; y así la impía
Insolente tus reinos invadia.

CXLIX.

«Hoy, ¡qué horror! á las hembras roba el tino,
Y las naves ardiendo á los Troyanos,
Fuerza á Enéas, cerrándole el camino,
A dejar en destierro á sus hermanos.
Haz siquiera que al Tibre laurentino
Estos últimos restos lleguen sanos,
Si ya al muro las Parcas prometido
No han de negarles; si lo justo pido.»

CL.

Respondió el Dios que el ponto señorea:
«Pon confianza en el imperio mio,
Que en mis reinos naciste, Citerea,
Y ya á Enéas mostré mi afecto pio:
Yo mil veces, por él, si el mar ondea
Las nubes conjurando á estrago impío,
Serené la amenaza; y no hice ménos
En tierra que del piélago en los senos.

CLI.

»Janto y Símois me saquen verdadero:
Cuando Aquíles con furia impetüosa
Por la espada inmoló tanto guerrero
Que contra el muro de Ilïon acosa;
Cuando, enfrenando su ímpetu ligero
El álveo, que en cadáveres rebosa,
El Janto por las márgenes gemia
Ni hallar lograba hácia mis reinos via.

CLII.

»Yo á tu hijo entónces arranqué á la muerte
En nube con que entorno le rodeo,
Viéndole ménos bienhadado y fuerte
Combatir con el hijo de Peleo;
Ni vacilé en librarle de esa suerte
A pesar del furor de mi deseo,
Que hundir yo ansiaba la ciudad perjura,
Ya (¡mal pecado!) de mi mano hechura.

CLIII.

»¿Qué dudas, pues? ¿qué temes por Enéas?
Yo lo mismo que entónces, ahora siento:
El al puerto de Averno que deseas
Llegará con su gente á salvamento:
Habrá sólo uno que anegarse veas,
Escogido holocausto.» Así el aliento
Neptuno á Vénus vuelve; y ya bizarro
Con arreos de oro orna su carro.

CLIV.

Pone á los brutos el bañado freno,
Dales con fácil mano suelta brida,
Y por el mar, magnífico y sereno,
En su carroza va de azul teñida:
Tiéndese igual sobre el materno seno
Bajo el eje tonante la onda erguida,
Y cuanto nublo encapotó la esfera
Su fuga por los aires acelera.

CLV.

Acompañan en torno al Dios marino
Grandes cetos y rápidos tritones;
Glauco y su coro, y Palemon de Ino,
Y Forco y sus revueltos escuadrones:
Hienden á izquierda el reino cristalino
Las hijas de sus húmidas mansiones:
Talía allí, Cimódoce campea,
Tétis, Melite, y blanda Panopea.

CLVI.

En la mente de Enéas indecisa
Bullen en tanto imágenes amenas:
Manda arbolar los mástiles aprisa
Y las velas tender por la entenas:
No hay, lonas al izar, mano remisa;
Ya á este lado, ya á aquél las sueltan llenas;
Tuercen cabos, retuércenlos á una;
Mueve miéntras la escuadra aura oportuna.

CLVII.

Palinuro adelante firme guia
La flota, que á su espalda se aglomera:
Marchan, y á la órden obediente, fia
Cada nave en la nave delantera.
Casi la vaporosa Noche habia
Tocado á la mitad de su carrera;
Y al pié del remo, de temor seguros,
Duermen los nautas en los bancos duros.

CLVIII.

Dejó en esto las célicas regiones
Ligero un Sueño que las sombras hiende;
Mudo vuela, y fatídicas visiones
Trayendo, ¡oh Palinuro! á tí desciende:
Sentado en la alta popa, las facciones
De Fórbas toma, y seducirte emprende:
¡Mísero! que con voces de dulzura
Ya el falso diosecillo te conjura:

CLIX.

«¡Hijo de Yasio, Palinuro mio!
Mira cómo resbala blandamente
Llevado de las ondas el navío;
¡Qué propicio que espira el manso ambiente!
Un rato al soporífero rocío
Inclina ya la fatigada frente;
Hora es de descansar: duerme sin miedo,
Que yo en tanto por tí velando quedo.»

CLX.

Alzó el otro los párpados apénas
Y dijo: «¿Lo que vale la semblanza,
Quieres que olvide yo, de olas serenas?
¿Que ponga en monstruo aleve confianza
Pretendes por ventura? ¿Me encadenas
Porque entregue mi Rey á la mudanza
De mar y viento, de quien tantas veces
Probé las veleidades y dobleces?»

CLXI.

Dice, é inmóvil se afianza, y traba
Del gobernalle con ahincado empeño;
Mira á los astros, y en los astros clava
Los mustios ojos resistiendo al sueño.
Mas ya una y otra sien le golpeaba
El Dios con su balsámico beleño
En las aguas del Lete humedecido,
Y los ojos le anega en alto olvido.

CLXII.

No bien los miembros el sopor le afloja
Cuando el sueño sobre él se precipita;
Mas no del gobernalle le despoja
Ni de su asida posicion le quita,
Antes al mar con el timon le arroja
Y áun parte de la popa: llama, grita
Cayendo el triste; nadie oyó su acento;
Y el Dios aleteando huye en el viento.

CLXIII.

Segura, empero, prosiguió la flota
Del favor de Neptuno protegida.
Mas hé aquí ya se acerca en su derrota
A la roca, otro tiempo tan temida,
De las Sirenas, que la mar azota,
De albos huesos de náufragos guarida;
Y léjos con monótonos bramidos
Resuenan los escollos combatidos.

CLXIV.

Notó Enéas entónces que á la armada
Falta el piloto y perecer podria;
Y con mano acudiendo acelerada
La noche toda él mismo el timon guía;
Y entónces exclamó con voz ahogada:
«¡Pobre amigo! ¡fiaste en demasía
De cielo bonancible y mar serena;
Yacerás insepulto en triste arena!»