En la muerte de ***
No de sentido llanto
raudal ardiente verterán mis ojos
ante el túmulo santo
que guarda tus despojos:
sonoro, altivo, triunfador acento
del arpa mía brotará, y mi canto
no exhalará a tus manes ni un lamento.
En la región eterna
presentóse tu espíritu tranquilo,
y de Dios la paterna
mano en el firmamento le dió asilo.
Márir triunfaste al sucumbir: prefiero,
pues, a llorarte en elegía tierna
tu muerte celebrar, buen caballero.
El laurel de la gloria
sobreará estremeciéndose sonoro
tu lápida mortuoria,
do radiará tu nombre en letras de oro.
Bardos le cantarán: un pueblo atento
le oirá conmovido, y tu memoria
durará cuanto dure el firmamento.
Águila vigilante
en tu laurel anidará, cuidando
que tu dormir no espante
de aves sinestras agorero bando.
Y cuando en noche azul tu alma dichosa
vague invisible con el aura errante
bajando a visitar tu térrea fosa,
el ave no vencida,
tendiendo ante ella sus potentes alas,
la volverá atrevida
hasta el dintel de las empíreas salas:
y allí, de Dios la bendición tomando,
descenderá trayendo a tu dormida
sombra paz sempiterna, y sueño blando.