A Adelaida
De mi sueño arrebatado
por el raudo torbellino,
parto. ¡Adiós! ¿En mi camino
volveré a hallarte? No sé.
Mas te juro que tu imagen
y de tu voz el sonido,
en mi alma y en mi oído
por do vaya llevaré.
Niña hermosa, enamorada
de lo bello y lo sublime,
¿cuando yo esté lejos, dime,
pensarás tal vez en mí?
Tortolilla de ojos dulces,
casta flor de aroma henchida.
¿De mi estancia y mi partida
quedará un recuerdo en ti?
Amistad tierna y sincera,
hija de honda simpatía,
germinó en el alma mía
y me avasalló tenaz:
amistad, pasión más fuerte
que el amor tempestuoso,
enemigo del reposo,
turbador de toda paz.
Amistad nunca mudable
por el tiempo o la distancia,
no sujeta a la inconstancia
del capricho o del azar:
sino afecto siempre lleno
de tiernísimo cariño,
tan puro como el de un niño,
tan inmenso como el mar.
Cuanto a ti te da contento,
cuanto a ti te pertenece,
mi cariño al par merece,
me contenta al par a mí.
Yo amaré lo que tú ames,
yo odiaré lo que aborrezcas,
yo vendré cuando me llames
aunque esté lejos de ti.
Y en el duelo, en la ventura,
en la corte, en el desierto,
siempre, siempre estará abierto
para ti mi corazón;
y tu casa y tu familia
con las mías mi fe uniendo,
viviré en las dos, no haciendo
nunca entre ambas distinción.
El recuerdo de las horas
que pasé en tu compañía,
de la inquieta vida mía
el cansancio aliviará;
mi espíritu vagabundo
en la noche solitaria
de tu casa hospitalaria
por en torno vagará.
Cuando ensalce en mis cantares
el valor de algúnguerrero
o la prez de un caballero
en tu padre pensaré.
Cuando pinte en mis leyendas
una dama ilustre, altiva,
generosa, compasiva,
a tu madre copiaré.
Cuando leas en mis versos
la pintura de palacios,
que del aire en los espacios
vierten luz y alegre son,
di: «El recuerdo de las noches
que ha pasado en mis salones,
ha prestado a estos renglones
su halagüeña inspiración.»
Y cuando en noche apacible
tu caballo a escape lleves,
y entre los átomos leves
del polvo que elevará
veas tu sombra movible
que al lado tuyo camina,
que va mi sombra imagina
en la que contigo va.
Y ¡quién sabe si algún genio
de la excelsa poesía
podrá a hacerte compañía
mi vaga sombra evocar?
¿Quién sabe si en la fe pura
de tu corazón amigo
podrás ver que voy contigo
y con mi espíritu hablar?
¿Quién sabe si un aura vaga
por los vientos peregrina
o una errante golondrina
te traerán nuevas de mí?
¡Oh Adelaida!, nunca dejes
de velar en torno tuyo.
Parto: ¡adiós!… pero no huyo,
no me pierdo para ti.
—
Mas tú partes también; hondos pesares
te arrebatan también a tierra extraña
y de las vegas que el Pisuerga baña
nos alejamos ambos a la par.
París a ti con la salud te brinda:
Madrid a mí con el afán y el duelo.
¡De allá te traiga con salud el cielo!
Yo… me arrojo en los brazos del azar.
¡Adiós!… y por si a vernos no volvemos,
Adelaida gentil, sobre la tierra,
este papel en que mi fe se encierra
sirva de nudo santo entre los dos.
Partamos, pues: ya siento los carruajes.
¡Adiós, o flor de virginal fragancia!
Diso por ti vele en la revuelta Francia:
¡Ruega tú en Francia por tu amigo a Dios!