Acto tercero

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La misma decoración

MERCEDES, EMILIA, LAURA y DELFINA


EMILIA.- ¡Pero qué empeño en pensar lo peor! Es cierto que la conducta de papá hace sospechosa esta demora, pero hay que descontar muchas esperanzas todavía. Un accidente, una enfermedad, una prisión por error, un olvido... Papá es bastante, bastante abandonado... Hasta una broma... Puede ser una idea esta... Sabe Dios, si no ha querido, colocándose en una situación equívoca, (A MERCEDES.) castigar tu desconfianza, y la escena que le hiciste a bordo... (MERCEDES llora.) ¡No llores de esa manera! ¿Qué dejarías para después?

MERCEDES.- Lloro y lloraré toda mi vida. No tengo la menor esperanza. ¡Qué gran infamia!

LAURA.- Podría hasta haberse muerto de repente, y como allí nadie lo conoce, tardaremos en saberlo.

EMILIA.- ¡También! ¡Él sufría un poco del corazón!

MERCEDES.- ¡Qué ha de haberse muerto! ¡No tiene tanta suerte! ¡Desgraciado!... ¡Sí es un desgraciado, más que otra cosa!... La miseria lo echó a perder. Siempre fue bueno y caballero. No jugaba; odiaba el juego... No bebía... Jamás faltaba a sus horas, y su mayor preocupación era vernos siempre felices... De repente, empezó a caer, y en estos últimos tiempos ni la sombra quedaba de aquel padre de familia... (Muy afligida.) ¡No sé cómo, francamente, se puede cambiar así a las criaturas de Dios!... ¡Y todos hemos cambiado! De mí, de la Mercedes de antes, tampoco queda nada. Me puse igual o peor que él. De ustedes, no tengo derecho a decir nada... Se educaron con nuestro ejemplo... El único sano, porque no vivió con nosotros, era el podre Damián. ¡Pobre hijito!... ¡Y ahora, para que no salga menor favorecido, lo arrastramos con nosotros, a la miseria y a la deshonra! (Pausa.) ¡Pobres de nosotros!... ¡Pobre Damián! (Llanto prolongado.)

EMILIA.- Está bueno, mamá; no llores así; te hará daño. Aguarda al menos que se confirmen tus presagios... ¡Cálmate!... ¡Trae un poco de agua colonia, Laura!... Y tú, Delfina, podrías decirle algo. ¡Eres como un juez aquí, y la mortificas! (Sale LAURA.)

DELFINA.- ¿Yo?... ¿Qué puedo decirle? Necesito tanto como ella de consuelos. Y además, no podría hacer farsas. Creo, como ella, que no hay esperanzas de nada bueno.

EMILIA.- Ahí tenés, mamá, lo que sacas con tus cavilaciones. ¡Es natural! Si los de la casa empiezan a sacar astillas, todo el mundo se cree con derecho a hacer leña. Tampoco es de buen ver que se condene a un hombre sin pruebas.

DELFINA.- ¡Caramba! En todo caso el reproche debe empezar por tu madre. Por otra parte, la posición de ustedes no es tan ventajosa como para justificar insolencias.

LAURA.- (Volviendo.) ¿Qué hay? ¿Qué pasa?

EMILIA.- (A MERCEDES, ofreciéndole un pañuelo y el agua colonia que trajo LAURA.) ¡Tomá! ¡Tené calma, pues! (A DELFINA.) ¡También es una cobardía cebarse en el dolor ajeno!...

MERCEDES.- ¡Callate, Emilia! Dejala en paz. La pobre tiene razón. ¡Es una víctima nuestra!

EMILIA.- ¡Qué tanto víctima ni tanta humillación! Sí las cosas han pasado como ustedes piensan, la vergüenza no sería para nosotros solamente. ¡Damián también es de la familia!

DELFINA.- ¿Vergüenza? Estás muy equivocada. La conducta y antecedentes de Damián, lo ponen bien a salvo de toda sombra. ¡Ya sabrá él proceder como se debe! Nadie está libre de tener por padre a un ladrón y por parientes a una banda de salteadores. Séase decente y no habrá quién se atreva a echárselo en cara.

EMILIA.- ¡Oh!... ¡Vos estabas esperando una oportunidad para mostrar tus uñas!

DELFINA.- Hablo porque me provocan. No aguardaba oportunidad alguna. He tratado de hacerles todo el mayor bien, pudiendo, con una palabra, disuadir a mi marido de su chifladura sentimental, mientras que en pago ustedes me sacaban el cuero... Ahora mismo estaba resuelta a callarme la boca, a pesar de la catástrofe que nos amenaza, pero, visto que no tienen ustedes ni nociones de delicadeza, les prometo que me han de oír.

EMILIA.- Puedes empezar... Ya nos has dicho ladrones Y salteadores... ¡Adelante!... ¡Mordé, mordé!... (Señala a MERCEDES.) Ahí tenés una buena presa... una mujer medio muerta de sufrimiento... ¡Te la cedo, perversa!...

Las mismas y EDUARDO

EDUARDO.- (Saliendo.) ¿Qué bochinche es éste?

DELFINA.- Tus hermanitas.

EDUARDO.- ¡Oh!... ¡Son una monada mis hermanitas! ¡Como el padre!... (A LAURA y EMILIA.) ¡Fuera de aquí, moralla!... (A DELFINA.) ¿Qué te hacían, cuñada? Seguro que te achacaban las culpas del robo. Para aquélla. (Por LAURA.) la lectora de folletines, eres una malvada que quiere sumir en la deshonra a una familia pobre, pero virtuosa... Esta otra (A EMILIA.) es más Paul Bourget... Te encontrará un alma complicada, llena de recovecos... ¡Son literatas las dos... y muy distinguidas!... ¡Moralla!... ¿Qué asco, no?... ¡Y milagro que no estaba Tomasito en la reunión!... ¡Otro!... (Cambiando.) ¿No hay detalles nuevos?

DELFINA.- Ninguno.

EDUARDO.- ¿Y Damián?

DELFINA.- Por ahí... buscando noticias.

EDUARDO.- ¿Ves? Ese muchacho se va a convencer recién de que es zonzo del lado izquierdo... ¡Fíjate en la vieja! Papel lucido, ¿eh?... ¿Qué dirá Damián cuando se confirmen las cosas? Apuesto a que le da por la tragedia. (Declamando.) ¡Oh, padre!... ¡Estamos deshonrados!... ¡Infeliz!... ¡Ay de mí!... (Natural.) Y la voz de la sangre, y el respeto filial, y los sacrificios honrosos, y... toda esa punta de macanas que han inventado los escritores y poetas para tener de qué ocuparse. El otro día leí en un diario que no sé cuál poeta había hecho mal en tratar cosas tan sagradas como la familia, el amor filial y qué sé yo... Fíjate cómo nos conocen los críticos... ¡Bueno!... ¿No me llevan el apunte?... ¡Me voy!... Están muy viernes santo... Me voy. (Vase.)

DELFINA.- También yo. (Vase.)

EMILIA- ¡La insolente ésa!

MERCEDES.- ¿Por qué son tan malas? ¿Qué ganan con empeorar la situación?

LAURA.- ¡Nosotras no la hemos buscado!

EMILIA.- ¿Debíamos consentir a esa intrusa que nos pusiera por los suelos?

MERCEDES.- ¡Mientras no dijera más que la verdad!

EMILIA.- ¡Oh!... ¡Muy bonito! Nuestra obligación habría sido ofrecer la otra mejilla para el cachete, ¿no?

MERCEDES.- No hablemos más.

MERCEDES, EMILIA, LAURA y DAMIÁN; luego DELFINA y EDUARDO

DAMIÁN.- (Por el foro.) ¡Nada!

MERCEDES.- ¿Nada, hijo mío?

DAMIÁN.- He ido a la agencia. En la lista de pasajeros no está el nombre. Es seguro que no ha vuelto. También, si nos ha hecho pasar estas angustias por dejado, así será la reprimenda. ¿Y Delfina?

MERCEDES.- En su cuarto, supongo.

DAMIÁN.- ¿Está muy afligida?

MERCEDES.- ¡Cómo no, hijo! Como todos nosotros... ¡Ah! Si me hubieras escuchado cuando fui a buscarlo a bordo, nos ahorraríamos tanta inquietud... No me hiciste caso, y estamos sufriendo las consecuencias...

DAMIÁN.- ¿Cómo hacerle una ofensa tan grande al pobre vicio? Decirle: «papá, no tengo confianza en usted, quédese»... ¡Eso, nunca!

MERCEDES.- Fue demasiada buena fe la tuya.

DAMIÁN.- Pues, a pesar de todos tus recelos, y de ese empeño que te noto, de prepararme a bien morir, no acabo de inquietarme del todo.

MERCEDES.- No debes hacerte ilusiones. Piensa en lo malo.

DAMIÁN.- A no ser por tus confidencias, sobre la afición al juego de papá, te juro que estaría lo más fresco. ¿Por qué no me contaste eso antes, cuando llegué, al enterarme de tus desdichas? Si algo triste me sucede, no tendré que hacerte más que ese reproche.

MERCEDES.- No quise aumentar tu disgusto. Pensé poder corregirlo.

DAMIÁN.- ¿Y dónde jugaba?

MERCEDES.- ¡Vaya uno a saberlo!... ¡En tantas partes!... (Pausa.) Decime, ¿si hubiera ocurrido la desgracia, tendrías cómo reponer eso?

DAMIÁN.- No, mamá; ni la mitad. ¡Será una deshonra completa!

MERCEDES.- ¡Oh, qué desgracia! (Llora de nuevo.)

DAMIÁN.- No me hagas acordar de eso, porque entonces sí que me... que me... ¿no ves?... Ya estoy todo nervioso... ¡Sería horrible! ¡Una cosa sin levante!... (Llaman.) ¿Qué?... ¿Llaman?...

MERCEDES.- Corro a ver. (Sale. DAMIÁN se pasea nervioso. Mercedes volviendo.) ¡Un telegrama! ¡Un telegrama! (Se lo da.) ¡Oh, gracias a Dios!

DAMIÁN.- Vamos a ver.

MERCEDES.- ¡Abrilo pronto! ¡Pronto!

DAMIÁN.- (Como indeciso.) ¡Vaya!... ¡Me da... un... no sé qué!...

DELFINA.- (Que con EDUARDO ha acudido a las voces.) ¡Traé para acá, flojo! (Le arrebata el despacho. Lee.) «Letra Thompson no ha sido retirada.»

MERCEDES.- ¡Ay, Dios santo! (Cae abrumada sobre una silla.)

DAMIÁN.- (Demudado.) Permitime un poco ese despacho. (Lee.) «Letra Thompson no ha sido retirada»... De modo... De modo... Que... ¿Es cierto? ¿Es cierto?... Pero... Pero... pero... ¡Ah!... ¡No puede ser!... ¡Al viejo le ha sucedido algo!... Estoy en hora... Me voy a buscarlo a Montevideo... ¡Quién sabe si no está enfermo!.. ¡Ah, sí, me voy!... ¡Mi sombrero!... ¿Dónde está?. ¡Mi sombrero! (A voces.) ¡Mi sombrero, he dicho!

DELFINA.- Tomalo. (Se lo da.)

DAMIÁN.- ¡Adiós!

DELFINA.- Escúchame. Piensa un poco lo que has de hacer. No te precipites.

DAMIÁN.- Pero, hija; ¿Cómo quieres que no me precipite si está en juego nuestro porvenir?

EDUARDO.- Haceme caso. No vayas a Montevideo. Perderías el tiempo. El viejo está aquí.

DAMIÁN.- ¿Cómo lo sabes? ¿Lo has visto?

EDUARDO.- Lo conozco. No se ha ido.

DAMIÁN.- (Alterado.) Pero ¿Cómo no se va a ir, si yo estuve con él a bordo, hasta el último momento?

EDUARDO.- Sé lo que te digo. Tenía un metejón por ahí... Bajó del vapor, atrás tuyo, fue a pagarlo; después se metió a jugar por ver si cubría el déficit, y la plata se le hizo humo. Verás cómo aparece hoy o mañana. En cuanto no tenga con qué dormir en el hotel, se viene a rondar la casa para entrar cuando esté seguro de no toparse contigo.

DAMIÁN.- ¿De modo que tú también estás convencido de que me ha estafado?

EDUARDO.- ¡Quién podría dudarlo!

DAMIÁN.- Y dime, ¿Tú concibes que haya en el mundo gente tan infame?

EDUARDO.- (Silbando.) ¡Fíííío!... ¡Resmas, che!

DAMIÁN.- ¿Y padres tan desalmados, tan indignos, tan bellacos?

EDUARDO.- Abundan igualmente.

DAMIÁN.- Pues yo no me convenzo. Hay cosas que no caben dentro de la envoltura humana. ¡Y esta es una de ellas! Al viejo le ha pasado algo y yo debo encontrarlo.

EDUARDO.- ¿Dónde?

DAMIÁN.- No sé. En algún lado... En la calle. En la policía... En un hospital...

DELFINA.- ¡Damián!

DAMIÁN.- No se inquieten. Volveré. (Vase por foro. DELFINA llora.)

EDUARDO.- ¡Venga, cuñada, venga! La acompaño... No crea que estoy loco. Tal vez sea el más cuerdo... ¡Qué asco! ¿No? (Vase con DELFINA por segunda derecha.)

MERCEDES, LAURA y EMILIA; luego JORGE

LAURA.- (A EMILIA.) Y ahora, che, ¿Qué será de nuestra vida?

EMILIA.- Ritornamo al antico.

LAURA.- ¡Pero papá es un sinvergüenza!

EMILIA.- ¡Qué sinvergüenza ni sinvergüenza! ¡Es un infeliz! ¡Más canalla es este otro, que siendo rico, nos ha dejado hundidos en la miseria! ¿Acaso el pobre viejo, que ha sacrificado la mitad de su vida para educar y hacer gentes a ese par de ingratos, no tenía derecho a exigirles en recompensa que le proporcionaran una vejez decorosa? ¡Ellos son los bellacos!... Uno atorrante: el otro es un bruto egoísta y tacaño. ¡Linda esperanza de padres!... (Se va rezongando. LAURA la sigue, por izquierda. A poco entra JORGE por el foro, derrotado, avanzando con alguna cautela.)

MERCEDES.- (Viéndolo.) ¿¡Vos!? (Corre hacia él.) ¡Jorge!... ¿De dónde vienes?... ¿Qué es lo que has hecho?... ¡Jorge!...

JORGE.- Déjame. No me preguntes nada. Lo hecho, está hecho, y se acabó.

MERCEDES.- ¿Has tenido el valor de cometer una infamia tan horrible?

JORGE.- No me digas nada. ¿Qué sacamos con hacer escenas? Escandalizar sin provecho. ¿Damián sabe ya?

MERCEDES.- No, no lo sabe. Se lo he dado a entender, pero no quiere creerlo. No concibe un padre tan malvado. Ha salido a buscarte.

JORGE.- ¿Tendrá para reponer eso?

MERCEDES.- No; me lo acaba de confesar... ¡Nada!... Dice que sería su ruina y su deshonra. ¡Ya lo ves!. Dinero ajeno... Lo culparán a él...

JORGE.- Si es así, me queda un medio de salvarlo...

MERCEDES.- ¿Cuál?

JORGE.- Pegarme un tiro.

JORGE.- ¡No! ¡No! ¡Jorge! ¡Una locura no se enmienda con otra!

JORGE.- Se lo tendrá que pegar él, entonces.

MERCEDES.- (Horrorizada.) ¡Mi hijo!... ¡Oh! ¡No! ¿Por qué sos tan cruel? ¿Por qué me dices esas cosas tan brutales? No hay necesidad de que se mate nadie. ¿Se ha hecho el daño?... ¡Pues a sufrir las consecuencias!... ¿No va a pasar nada, verdad? ¡Prométemelo, Jorge! ¡Dame ese consuelo a cambio de todo lo que me has hecho sufrir!

JORGE.- ¡Quedate tranquila!... Depende de cómo torne el otro las cosas... Yo me voy a meter en la cama... Van tres noches que no duermo, y no puedo más... Hablale a Damián... Yo no tendría cara para presentarme ante él... Contale todo... Que juego... Que soy un vicioso incurable, y que... que... y que he abusado vilmente de su confianza...

MERCEDES.- ¡Qué golpe para el pobre muchacho!

JORGE.- Tú puedes encauzar bien la situación, de manera que el otro no las torne por un lado muy trágico. Ahora, si no lo consigues, tendrás que resignarte a aguantar mi sacrificio...

MERCEDES.- ¡Oh! Si depende de mí, te juro que todo se arregla...

JORGE.- ¡Ojalá! ¡No puedo más de fatiga! (Se aleja.)

MERCEDES.- Sí, acostate. (Deteniéndolo.) Permíteme una cosa. (Lo registra cuidadosamente a fin de cerciorarse si tiene armas.) Sin esto, no estaría del todo tranquila. (Mutis JORGE por primera derecha.)

MERCEDES, luego DAMIÁN, después DELFINA

MERCEDES.- Ahora al otro. (Revisa los cajones del escritorio y saca un revólver. Al huir con él tropieza en la puerta del foro con Damián que entra.)

DAMIÁN.- ¿Qué es eso? ¿Qué vas a hacer con esa arma? ¡Traiga eso acá! (Se lo arrebata.)

MERCEDES.- ¡No! ¡Dámelo, Damián!... No iba a nada... Quería esconderlo, porque tengo mucho miedo.

DAMIÁN.- ¿Miedo de qué?

MERCEDES.- No sé... ¡Por favor, dámelo!... ¡Me moriría de pena!

DAMIÁN.- Tómalo. (Se lo devuelve.) ¿Dónde está mi padre?

MERCEDES.- ¿Ya sabes?

DAMIÁN.- ¿Dónde está, pregunto?

MERCEDES.- El no se atreve... Me encargó que te lo dijera... ¡Todo se ha perdido!. No vayas a perder la cabeza, hijo mío.

DAMIÁN.- ¿Dónde está, pregunto? Se que ha llegado y quiero verlo.

DELFINA.- (Por segunda derecha.) No te alteres, Damián. No remediaremos nada. Ven, siéntate. Vaya a llamarlo, señora.

DAMIÁN.- Y quédese usted. Déjenos solos.

MERCEDES.- Voy enseguida. (Vase primera derecha.)

DAMIÁN.- ¿Has soñado una cosa igual, Delfina?

DELFINA.- Es horrible, pero no irremediable. Thompson es muy caballero y sabrá comprender tu situación. Yo le escribiré a Lola también...

DAMIÁN.- (Anonadado.) ¡Horrible! ¡Horrible! ¡Horrible!

DELFINA.- Sería mejor que nos fuéramos a Santa Cruz por el primer transporte ¡No te desesperes así! (JORGE asoma tímidamente.)

DAMIÁN, DELFINA y JORGE

DAMIÁN.- (A JORGE, que sale y permanece alejado.) ¡Adelante, señor!... ¡No tenga vergüenza! Cuando has tenido el descaro de venir a esta casa, te suponía con la comedia preparada. Avanza, pues... ¿O esperas que vaya a recibirte?

JORGE.- (Rehaciéndose.) ¿Qué tienes que decirme?

DAMIÁN.- ¡Hombre, nada! ¡Nada grave! Pedirte perdón por esta molestia que te causo... ¿Estás borracho?

JORGE.- Tal vez. No sería difícil.

DAMIÁN.- ¡Cuidado con exasperarme con tus respuestas, porque no respondería de mí!

JORGE.- Los jueces, no pierden la calma.

DAMIÁN.- ¿Tú no te das cuenta exacta de todo el mal que me acabas de hacer?

JORGE.- Exactísima. Tanto que podría economizarte todo el interrogatorio, repitiendo las preguntas que yo mismo me he dirigido antes de cometer el crimen, mientras lo cometía, y después de realizado. Todo fue con deliberación, y consciente. Te haría ahora mismo un alegato de bien probado, con la certeza de impresionarte. Sé que no podrás reponer la plata ajena robada, la que yo acabo de robarte, y como de algún modo debes justificarte, me pongo por completo a tu disposición.

DAMIÁN.- ¿Para qué?

JORGE.- Te ofrezco un suicidio.

DAMIÁN.- ¡Que te has de matar! Es un nuevo recurso. ¿Pretendes impresionarme, verdad? Te equivocas de medio a medio... El que pensó matarse hasta hace veinte segundos fui yo. ¡Yo! ¡El inocente! Pero desistí, al verte en ese tren de envilecimiento cínico! Para los hombres como tú, hay un solo castigo: la cárcel. Y tú, en la cárcel por robo, o sea el hecho de que yo haya entregado a mi padre a los tribunales para que lo condenen, será mi justificación más cabal. Hemos terminado. Si es cierto que te pones a mi disposición debes marchar en el acto a la policía... ¡En el acto!... ¡Ya!... ¡Ya!... (JORGE se va al foro sin decir palabra. DAMIÁN mantiene un gesto final imperativo. JORGE, antes de irse, vuelve la cara resignada y decidida y vase.)

DELFINA.- (Dulcemente.) ¡Damián!

DAMIÁN.- ¡Oh, Delfina! ¡Tengo ganas de llorar! ¡De llorar a gritos!... (Se deja caer, sollozando, en una silla.)

DELFINA.- (Acariciándolo.) ¡Sí, llore, llore mucho, mi pobre Quijote!...


Telón lento