Acto segundo

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La misma decoración

DAMIÁN y DELFINA


DAMIÁN.- (Ordenando papeles.) Preocupaciones tuyas, Delfina. ¿Cómo podrían quererte mal?

DELFINA.- No digo tanto, pero me doy cuenta de que incomodo. Tú las conoces bien a las muchachas, y si antes eran consentidas y caprichosas, la vida de estos últimos tiempos tiene que haberlas descompuesto del todo.

DAMIÁN.- No tan absoluto. Podría también haberlas corregido.

DELFINA.- Siempre has sido un poquito ingenuo. Es claro que contigo van a disimular, que tratan de hacerlo también conmigo, pero se les conoce a la legua el fastidio.

DAMIÁN.- ¿Te han dicho algo?

DELFINA.- ¡Se guardarían muy bien! No pierden, sin embargo, oportunidad de hacérmelo conocer con las maneras y los gestos... Por otra parte, tú procedes un poco brutalmente con ellos en tu empeño de regenerarlos, y como no pueden decirte nada, quien paga el pato yo sé quién es.

DAMIÁN.- ¿Brutalmente?

DELFINA.- A juicio de ellos, ya lo creo. Tienen demasiada vanidad para aguantar tus sermones y tus latas morales, mortificantes, hijito.

DAMIÁN.- ¡Ya verán! ¡Oh, ya verás cómo se curan! Lo que les hacía falta era un hombre enérgico, capaz de tenerlas en un puño. Papá no tenía carácter. ¡Un alma de Dios! La vieja, bien la conoces, dominada y subyugada al medio... ¿Quién podría corregirlas?

DELFINA.- Creo que acabarán con tu paciencia... Podrán perder el pelo, ¡pero las mañas!... ¡Fíjate Eduardo cómo te lleva el apunte!...

DAMIÁN.- ¡Oh!... ¡Ese es un enfermo, un degenerado!

DELFINA.- ¡Un atorrante!... Y con poca diferencia, todos están cortados por la misma tijera, empezando por tu padre...

DAMIÁN.- ¡Oh, Delfina!

DELFINA.- Hay que decir la verdad, para que no te hagas ilusiones. Comprendo y justifico tus sentimientos, pero convendrás conmigo en que la misión es más dura de lo que pensábamos, y los resultados no se ven muy claros... ¡Oh! ¡Quizá no pase mucho sin que tengamos que arrepentirnos de esta quijotada!

DAMIÁN.- Dime la verdad. ¿Te han hecho algo?. ¿Algún desaire? ¿Alguna grosería?

DELFINA.- Te repito que no. Ya lo sabrías.

DAMIÁN.- Pero empiezas a sentirte contrariada. ¿Verdad?

DELFINA.- Un poco inquieta por ti, te lo confieso, previéndote una desilusión dolorosa.

DAMIÁN.- ¡Que venga! Yo habré hecho lo posible y nada tendré que reprocharme. Ahora bien: tú, estás primero, por encima de todos. Si no te hallas a gusto, me lo dices, y a volar. ¡No quiero ocasionarle la menor contrariedad a mi mujercita!

DELFINA.- Lo sé, Damián; pero por ahora vamos bien.

Los mismos y MERCEDES

MERCEDES.- ¿Interrumpo?

DAMIÁN.- Todo lo contrario. ¡Adelante!

MERCEDES.- Creí que hablaban cosas reservadas.

DELFINA.- No, señora. Tenemos pocos secretos.

DAMIÁN.- ¿Y el viejo? No lo he visto en todo el día.

MERCEDES.- Salió por la mañana.

DAMIÁN.- Tengo que reprenderlo... Se ha vuelto muy calavera... Poco se le ve en casa...

MERCEDES.- Dice que tiene un negocio en perspectiva.

DAMIÁN.- ¡Macanas! Ya le he dicho que está jubilado.

MERCEDES.- ¿Lo necesitabas?

DAMIÁN.- Tal vez más tarde me haga falta... ¡Ah!... (Llamando.) ¡Laurita!

Dichos y LAURITA

LAURA.- ¿Llamabas?

DAMIÁN.- ¿Terminaste las circulares a máquina?

LAURA.- No; recién empezaba...

DAMIÁN.- ¡Caramba!... Te dije que las necesitaba temprano.

LAURA. - ¡No puedo hacer todo a la vez! La tarea de la casa me roba medio día.

MERCEDES.- No exageres, hija. Lo que te roba el tiempo a vos son los folletines y las novelas.

LAURA.- ¡Mejor!

DAMIÁN.- Mejor no; peor. Es mucha desconsideración. Muy bien que para pedir, no se quedan cortas.

LAURA.- ¡Apareció aquéllo! Hermanito, si has de echarnos en cara lo que nos das, bien podrías guardártelo.

MERCEDES.- ¡Desagradecida! ¡Retírate de acá!... ¡Parece mentira!

DAMIÁN.- ¡Déjala, mamá! ¡No te alteres! (A LAURA.) ¡Tú te pones inmediatamente a hacer las circulares! ¿Oyes?

LAURA.- Sí, hombre; las estoy haciendo. Digo que por demorarme un poco no merezco tanto rezongo.

DAMIÁN.- Está bueno.

LAURA.- (Yéndose.) ¡Claro que está bueno! (Mutis.)

MERCEDES.- ¡Desgraciadas! (La sigue.)

DAMIÁN.- Déjala; no le digas nada.

DELFINA y DAMIÁN; luego TOMASITO

DELFINA.- ¿Has visto?

DAMIÁN.- ¡Ah!... Las voy a enderezar. Veremos quién es más fuerte.

DELFINA.- ¡Ingenuo!

DAMIÁN.- ¡Qué insolentes!... ¡Pero qué insolentes! (Se pone a trabajar.) ¡Oh!... ¡Ya las verás mansitas, y suaves como un terciopelo!

DELFINA.- (Se acerca por la espalda y lo acaricia.) ¡Pobre cabecita mía! ¡Le van a salir canas! (Lo besa en la cabeza.)

TOMÁS.- (Por foro.) Aquí trae el mensajero esta carta para vos.

DAMIÁN.- ¡Gracias!... Firmá el recibo. (Lee.) Del comisario de Río Gallegos. Ha llegado hoy del Sur. Me espera aquí cerca, en la agencia. Voy a verlo. Si viene alguien a buscarme, que espere. ¡Hasta luego!

TOMÁS.- Ya que vas salir dale el recibo al mensajero.

DAMIÁN.- ¡Caramba con el mocito comodón! ¡Llévelo usted, con toda su alma! (Salen por el foro DAMIÁN y TOMÁS.)

DELFINA y MERCEDES; luego EDUARDO

MERCEDES.- (Entrando.) ¿Salió Damián?

DELFINA.- Sí, pero volverá enseguida.

MERCEDES.- ¿Encontraste el anillo que se te perdió, hijita?

DELFINA.- No, señora. Lo he buscado por todas partes.

MERCEDES.- Es muy extraño. ¿Dónde lo habías dejado?

DELFINA.- No recuerdo bien. Creo que sobre el lavatorio, en mi cuarto. No se preocupe. Tal vez haya caído al depósito de aguas.

MERCEDES.- ¡Cómo no me voy a preocupar! El otro día, un medallón; ahora un anillo... ¡Es mucha coincidencia!

DELFINA.- ¿Quién podría robarme? La sirvienta es de mi absoluta confianza.

MERCEDES.- ¿Damián sabe?...

DELFINA.- ¿Para qué decírselo?

MERCEDES.- ¡Bueno! No le cuentes nada. Yo tengo que aclarar eso.

DELFINA.- Señora, ¡si no vale la pena!

MERCEDES.- Para ti no tendrá importancia... Para mí sí, y mucha. No debo tolerar que se abuse de la bondad de mi pobre hijo.

DELFINA.- ¿Qué cavilaciones son esas, señora?

MERCEDES.- ¡Nada! ¡Déjame! ¡Nada! Prométeme no decirle una palabra a Damián, ¿eh? Después lo sabrás todo.

DELFINA.- Como usted quiera, mamá. (Ademán de irse.)

EDUARDO.- (Entrando, a DELFINA.) Decíme, cuñadita: ¿me tenés miedo?

DELFINA.- ¿Yo?... ¿Por qué?

EDUARDO.- Entonces, antipatía... Siempre nos desencontramos. Entro a una parte, y vos volás.

DELFINA.- ¡Oh!... ¡Qué pavada! Me voy porque tengo que hacer.

EDUARDO.- No pienso detenerte. ¡Seguí nomás!

DELFINA.- ¡Qué rico tipo! (Mutis.)

EDUARDO.- (A MERCEDES.) ¡Esta ya empieza a escamarse!

MERCEDES.- ¿Qué querés decir?

EDUARDO.- ¡Que nos está tomando el tiempo! No es zonza como Damián.

MERCEDES.- ¡Bueno fuera que no!... ¡Son tan sinvergüenzas ustedes!

EDUARDO. - A mí no me metás en danza, que no hago mal a nadie, ¿sabés? ¡Apuntá para otro lado!.. Si todos hicieran lo que yo, esta casa sería un paraíso... Pero, no. Son malos, peleadores, orgullosos, derrochadores..., y... ¡qué sé yo!... ¡Embromarse, pues! Y les garanto que otra bolada como ésta no se les presentará jamás... (Pausa.) ¿Qué tenés que estás tan triste?

MERCEDES.- Nada; que hasta ladrones aparecen en casa. Figúrate que a Delfina le desapareció un anillo.

EDUARDO.- ¿Un anillo?... ¡Ya sé dónde está!

MERCEDES.- ¿Dónde?

EDUARDO.- En el «Pío». Preguntale a Tomasito.

MERCEDES.- Ya lo he pensado. ¡Seguro que fue él!

EDUARDO.- ¡Naturalmente! Está muy adelantado ese chico. ¡Verás cómo hace carrera!... ¿Querés que lo llame? Va a ser divertido. Aguardá un poco.

MERCEDES.- No, Eduardo. La cosa no es para bromas. Con esos juguetes han acabado de perder al muchacho.

EDUARDO.- (Llamando.) ¡Tomás!... ¡Tomás!... ¡Tomáaas!...

MERCEDES, EDUARDO, TOMASITO

TOMÁS.- (Entrando.) ¿Eh?... ¡No precisas gritar tanto!... ¿Qué querés?

EDUARDO.- Te llama tu madre.

TOMÁS.- (A MERCEDES.) ¿Vos?. ¿Qué hay?

MERCEDES.- Decime, hijo: ¿por qué no me pediste plata si necesitabas?

TOMÁS.- ¿Yo?... ¿Cuándo?... ¡No entiendo!

EDUARDO.- No pierdan mucho tiempo en discusiones. Las cosas se hacen derechas. Dale la papeleta a la vieja y se acabó todo.

TOMÁS.- ¿Qué papeleta?

EDUARDO.- O decile dónde lo vendiste.

TOMÁS.- ¿El qué?

MERCEDES.- El anillo que le robaste a Delfina, sinvergüenza.

TOMÁS.- Yo no he robado nada, ¿sabés?

EDUARDO.- ¡Bueno! Lo encontraste tirado, ¿no es cierto?

TOMÁS.- Digan ustedes. ¿Se figuran que tratan con un chiquilín?... ¿Quieren sacarme de mentira verdad? ¡No sean idiotas, hagan el favor!...

EDUARDO.- Si eres tan hombre, debés tenés el valor de tus actos. Se dice: «sí, vieja; yo le espianté el anillo a la otra, ¿y qué?» ¡Para algo ha de servir el no tener vergüenza!

TOMÁS.- ¿Y por casa, cómo andamos?

EDUARDO.- ¡Buenos, gracias! ¿Y tu familia?

MERCEDES.- ¡Por favor!... ¡Basta!... ¡Basta!... ¡Basta, por Dios! A ver, tú: ¿dónde negociaste esa alhaja? ¡Pronto!

TOMÁS.- ¿Te has enloquecido? ¡Avisá!

MERCEDES.- ¿Dónde está? Decímelo, porque soy capaz de contárselo todo a Damián.

TOMÁS.- ¡Cuidado, no me asusta ese papanatas!

EDUARDO.- ¡Así me gusta!... ¡Juan sin miedo!

TOMÁS.- ¡Callate, atorrante!

EDUARDO.- ¡Confesá, no seas pavo! Ganarás más... La vieja te da la plata para que lo saqués y te armaste otra vez... ¡Tenés con qué divertirte!

MERCEDES.- Es que soy capaz de denunciarlo a la policía.

TOMÁS.- ¡Van a denunciar!... Ustedes tendrían más vergüenza... ¡Bueno!... Si es el que yo encontré -uno de viborita- está en «Las tres bolas», vendido. ¡No dieron casi nada!... ¡Tanto ruido para una zoncera!...

MERCEDES.- ¡Está bien!... ¡Fuera de acá!...

TOMÁS.- ¡Uno pide plata... tiene sus compromisos!... ¡No le dan ni medio, y... es claro!... (Mutis.)

EDUARDO.- ¡Naturalmente!

MERCEDES.- ¡Perdularios!... Serví una vez para algo, Eduardo. Vestite y andá a buscarme esa alhaja.

EDUARDO.- ¿Yo? ¡No te jorobés!... ¡No tengo tiempo!... Mandalo al chico. (Mutis.)

MERCEDES.- Está bien; iré yo.

MERCEDES, EMILIA y LAURA.

EMILIA.- (En traje de calle.) No; no me olvido.

LAURA.- Pasate por la «Ciudad de Londres» a preguntar por el vestido. Ya debía estar en casa.

EMILIA.- ¡Bueno! ¿Ajusta bien el cinturón, atrás?

LAURA.- Muy bien,

MERCEDES.- ¡Oh!... ¿Y dónde vas tú?

EMILIA.- A pasear.

MERCEDES.- ¿Sola?

EMILIA.- No; ¡con el vigilante! ¿Será la primera vez que salgo sola, acaso? ¿O tenés miedo que me pierda?

MERCEDES.- Tú sabes que a Damián no le gusta.

EMILIA.- ¡Como el señor nos acompaña tanto, puede prohibirlo!... ¿Qué tiene de particular, vamos a ver?... ¿Qué tiene de particular que salga una mujer sola en este Buenos Aires? ¡Se conoce que vienen del campo, él y la gazmoña de su mujer, una doña Remilgos que todo lo encuentra de mal ver, y que es, al fin y al cabo, la que le mete esas simplezas en la cabeza al otro!. ¡La figura para darnos consejos y enseñarnos lo que es bueno o malo!

MERCEDES.- ¡Ya basta, mujer! Te pregunto, simplemente, a dónde vas.

EMILIA.- A las tiendas. ¿Estás conforme?

MERCEDES.- Medita un poco; no gastes mucho... No hay que tirar esa cuerda... Podría estallar y volveríamos a las andadas...

EMILIA.- ¡Oh!... ¡Perdé cuidado! (Vase por foro.)

MERCEDES.- (A LAURA.) Y tú, hijita, a ver si concluyes esas circulares.

LAURA.- ¡Sí... señora! (Vase por primera izquierda.)

MERCEDES y JORGE, luego DAMIÁN

MERCEDES.- (A JORGE que entra por foro.) ¡Ah! ¿Viniste?...

JORGE.- ¡Ya lo ves!

MERCEDES.- ¡Es muy bonito lo que estás haciendo! Te duró bien poco la buena conducta. ¿Dónde pasaste la noche?

JORGE.- No sé.

MERCEDES.- En algún garito, ¿verdad? Damián ha preguntado varias veces por ti.

JORGE.- ¿Para qué?

MERCEDES.- Te precisa.

JORGE.- ¿Sabés quién ha muerto esta madrugada? El mayor García.

MERCEDES.- ¿Murió? ¡Qué suerte para la pobre familia!

JORGE.- No era malo. Otro desgraciado como yo y como tantos otros... ¡Vieras qué cuadro en la casa! No tenían, materialmente lo que se llama un centavo. Algunos de los más amigos hemos resuelto cotizarnos para el luto de la familia. (Pausa.) ¿Cuánta plata tenés para el gasto?

MERCEDES.- ¡Pero, Jorge!... ¿Es posible que hasta la memoria hayas perdido? ¿Por quién me tomás? ¿Olvidas que nos conocemos tanto?

JORGE.- ¿Qué te pasa?

MERCEDES.- ¡Venir a hacerme el cuento del tío! A mí, que aun no has abierto la boca y que ya te adivino lo que vas a decir. ¡Vamos, hombre!... Confesá que vienes de la carpeta, donde pasaste la noche y casi todo el día; que perdiste: que debés o querés desquitarte, y no habiendo encontrado ningún infeliz a quien estafar, te volvés a casa, a ver si yo te saco de apuros...

JORGE.- ¡Pues te ha fallado la perspicacia! No buscaba ningún pretexto. Coincidió el pedido con la noticia... Nada más... Que he jugado, es cierto, y perdí... Plata ajena... de Damián. Trescientos pesos que me entregó para hacerle un giro.

MERCEDES.- ¡Mientes otra vez! No te ha entregado nada. ¿Te crees que no te vigilo?...

JORGE.- ¡Muchas gracias!

MERCEDES.- Y he de evitar por todos los medios que te hallés en ese caso. Sí tú no tienes miramientos para tu hijo, yo sí, y no consentiré que lo exploten. ¿Me has entendido? ¡No lo consentiré!... ¡Parece mentira que sean tan miserables!

JORGE.- Yo necesito dinero esta misma tarde; es un compromiso de honor.

MERCEDES.- Antes de venir Damián no te preocupaba tanto ese honor... Has olvidado compromisos mayores.

JORGE.- Es forzoso que los consiga. ¿Podés ayudarme?

MERCEDES.- No.

JORGE.- De algún lado saldrán. Voy a recostarme un rato... Cuando regrese Damián, me despiertan.

MERCEDES.- ¡Cuidado con recurrir a él! Te repito, para tu gobierno, que si hasta hoy le he ocultado a nuestro hijo tu verdadera conducta, la menor tentativa que hagas contra él bastará para que lo cuente todo, aunque se hunda esta casa. ¡Que no se te olvide! (JORGE vase por segunda izquierda.)

DAMIÁN.- (Foro.) ¿No vino nadie?

MERCEDES.- Nadie...

DAMIÁN.- ¿Quieres llamarla a Delfina?

MERCEDES.- (Inquieta.) ¿Qué?... ¿ocurre algo?

DAMIÁN.- No; una carta.

MERCEDES.- ¡Ah!... (Vase por foro.)

DAMIÁN.- (Que la sigue con la vista.) ¡Es curioso! (Ocupa su escritorio.) La pobre vieja, desde que vine vive sobresaltada por el temor de desagradarme... ¡Pobrecita!...

DAMIÁN y DELFINA

DELFINA.- ¿De vuelta tan pronto?

DAMIÁN.- ¡Ya lo ves!... ¿Me pagas las albricias?... Te traigo una carta de Santa Cruz. Te escribe Lola.

DELFINA.- ¡Qué alegrón! ¿También Thompson escribió?

DAMIÁN.- Sí; con varios encargos. La verdad es que me pone en un serio conflicto.

DELFINA.- (Leyendo la carta.) ¡Mirá qué suerte! Me dice que salvaron todas sus majadas, a pesar de que los temporales han sido espantosos... (Pausa.) ¡Ah!... ¡Empeñados en que vayamos este verano!...

DAMIÁN.- (Buscando en el escritorio.) ¿No has visto aquel memorándum con las salidas de los vapores para el Pacífico?... ¡Ah!... Lo encontré... (Revísalo.) ¡Oh! El quince sería muy tarde!... ¡Pero no hay más remedio!... ¿Cómo haría, caramba?...

DELFINA.- ¿Qué te pasa?

DAMIÁN.- ¡Un clavo, hija! Figúrate que a Thompson se le vence una letra en Montevideo y me manda pedir que se la retire.

DELFINA.- No veo la dificultad. Lola me habla de eso en la carta.

DAMIÁN.- El caso es que tendría que embarcarme esta misma tarde.

DELFINA.- ¿Te embarcas?

DAMIÁN.- Es que no puedo... Mañana es la reunión de acreedores de la famosa compañía de Malvinas, y no puedo faltar. Forzosamente debo mandar a alguien, y ya es muy tarde... ¡Ah!... ¡Tanto cavilar!... ¡Al viejo!... ¿Quién mejor que él?

DELFINA.- ¿A tu padre?

DAMIÁN.- Naturalmente.

DELFINA.- No tan natural

DAMIÁN.- ¿Cómo?

DELFINA.- Digo, no más. ¿Para qué molestarlo?

DAMIÁN.- ¡Sería bueno que no lo hiciera con gusto! (Viendo entrar a JORGE.) ¡Aquí lo tenemos! ¡No podías haber llegado más a tiempo!...

Dichos y JORGE. (Por primera izquierda)

JORGE.- ¿Sí?

DAMIÁN.- ¿Tienes algo urgente que hacer?

JORGE.- Según y conforme... Estééé... Se ha muerto un amigo mío... Era muy íntimo... el mayor García...

DAMIÁN.- ¿Y debes ir al entierro? Pues yo te necesito para algo más importante. El finado sabrá perdonarte. ¿Estarías dispuesto a salir esta misma noche para Montevideo?... Una comisión de confianza absoluta...

JORGE.- ¡Hombre!... La verdad es que...

DAMIÁN.- ¿No te agrada?

JORGE.- ¿De qué se trata?

DAMIÁN.- De un pago y varias otras diligencias sin importancia. Un viajecito rápido y entretenido.

JORGE.- ¿Tú no puedes hacerlo?

DAMIÁN.- En absoluto.

JORGE.- ¡Bueno!... ¿Cómo no?... ¡Sí no hay otro remedio!... Tendría que hacer una diligencia antes.

DAMIÁN.- No queda mucho tiempo. Una hora escasamente.

JORGE.- ¡Oh! Me despacho pronto.

DAMIÁN.- Entonces, arreglas tu asunto y yo me voy a esperarte en la dársena. A bordo te daré todas las instrucciones... ¡Te hago aprontar una maleta y te la llevo al vapor; así no pierdes tiempo!

JORGE.- Eso es; así voy derecho.

DAMIÁN.- No me faltes. Mirá que se trata de algo muy urgente.

JORGE.- (Yéndose.) ¡Perdé cuidado!

DAMIÁN.- ¡Ah!... Sí vas temprano y no me encuentras en el vapor de la carrera, estaré a bordo del «Chubut», allí cerquita no más. (Vase JORGE foro.) Felizmente, me libré del empacho... ¡Ufff!... ¡Lo que voy a tener que hacer esta noche para ordenar ese papelerío de las desgraciadas Malvinas! (A DELFINA.) ¿Quieres llamarme a algunas de las muchachas? Hay que preparar esa maleta. ¡Oye!... Dale la mía; es cómoda y segura.

DELFINA.- Me parece bien. (Mutis.)

DAMIÁN, y EDUARDO

EDUARDO.- (Foro.) ¿No dejé una baraja por aquí?

DAMIÁN.- No he visto nada.

EDUARDO.- ¿Dónde la habré dejado? Se me ha ocurrido una idea para inventar un solitario, y no puedo encontrar las cartas. (Pausa.)

DAMIÁN.- Decíme, Eduardo: ¿te gustaría ir al Sur?

EDUARDO.- ¿A qué?

DAMIÁN.- A trabajar.

EDUARDO.- No me hablés.

DAMIÁN.- ¡Bueno! A cambiar de aire, a curarte.

EDUARDO.- ¡Muy aburrido!

DAMIÁN.- Tengo unos amigos, propietarios de un gran establecimiento. Irías allí, en tu calidad de neurasténico, y te aseguro que, antes de un mes, la salud y el espíritu de trabajo de aquella buena gente, te contagiaría. ¡Es tan fácil abrirse camino por allá!

EDUARDO.- ¡Por lo bien que te fue a vos!

DAMIÁN.- Porque me metí en otras cosas... ¿A que no te resuelves?

EDUARDO.- No me sentaría el clima. Mucho frío en el Sur.

DAMIÁN.- Hombre: podría mandarte al Chaco... ¿Mucho calor, verdad? ¡Muchacho!... Tú no puedes continuar así, sin más perspectivas que los cuadrados del puerto. ¡Es una vergüenza!

EDUARDO.- Si te incomodo me voy de acá.

DAMIÁN.- No digo eso. Haz la prueba. ¡Si te aburres, te vuelves! Por el próximo vapor lo mando al chico.

EDUARDO.- ¿A Tomasito?

DAMIÁN.- Pienso sacar de él un hombre útil.

EDUARDO.- ¿Para qué sirve esa moralla? ¡Tiempo perdido! Es un canallita perfecto. La escuela de papá...

DAMIÁN.- ¡Hombre!

EDUARDO.- ¡Tiempo perdido! Vos siempre fuiste medio zonzo. Convencete, hermano.

Dichos; DELFINA y luego LAURA

DAMIÁN.- (A DELFINA.) ¿Aprontan eso?

DELFINA.- Ya va a estar.

EDUARDO.- (A DAMIÁN.) Che, ¿sabés que tu mujer me cree loco y me tiene miedo?

DAMIÁN.- ¿Cómo es eso?

EDUARDO.- Huye de mí.

DELFINA.- No le hagas caso; es una broma. ¡Le ha dado fuerte!

DAMIÁN.- No creas que tu facha inspira mucha confianza.

LAURA.- (Por el foro, con una caja en la mano.) Me han traído el vestido que me regalaste. ¿Vas a pagar la cuentita?

DAMIÁN.- ¡Cómo no! Dámela. (Leyendo.) ¡Ta, ta, ta! ¡Esto no puede ser!

LAURA.- ¿Cómo?

DAMIÁN.- Mi generosidad, hijita, no llega a tanto. ¡Doscientos pesos!... ¡Una friolera!...

LAURA.- Tú me prometiste...

DAMIÁN.- Y mantengo la promesa, pero no puedo costear tanto lujo.

EDUARDO.- ¡Así me gusta!

LAURA.- (A EDUARDO.) ¡Atorrante! (A DAMIÁN.) Estééé... Las circulares están prontas...

DAMIÁN.- Me alegro mucho.

LAURA.- Y ahora... (Por la caja.) ¿Qué hago con esto?. El hombre espera.

DAMIÁN.- ¿Lo piensas? ¡Devolverlo, devolverlo en el acto!

LAURA.- Pero es una vergüenza.

DAMIÁN.- ¡Con vergüenza y todo, se devuelve!

LAURA.- (Arrojando la caja.) ¡Muchas gracias!. (Vase derecha.)

EDUARDO.- ¡Ja, ja, ja!...

DAMIÁN.- ¿Querés hacerme el favor de entregar eso, Eduardo?

EDUARDO.- ¿Yo?. ¡Bueno, sí! (De mala gana.)

DELFINA.- ¡Dejáselo! ¡Pobre!... (A DAMIÁN.)

DAMIÁN.- De ningún modo. ¡Caramba con las pretensiones de la señorita!

DELFINA.- ¡No seas malo!... ¡Déjaselo! ¡Para lección basta con el susto!...

DAMIÁN.- Consiento por esta vez... Y me voy... Es tarde... Tomá para esa cuenta. (Le da el importe.) ¡Hasta luego! (Vase foro.)

DELFINA.- Aguarda, te daré la maleta. (Lo sigue.)

EDUARDO.- (Llamando.) ¡Laura! ¡Laura! Ya se fueron. Vení, vení, no seas pava.

LAURA.- ¿Qué querés?

EDUARDO.- (Por la caja.) ¿Ves esto? Te lo regalo. ¡Después dirás que soy un inservible!

LAURA.- ¡Ah!... ¡No lo quiero!...

EDUARDO.- ¡Qué no vas a querer!... Me empeñé con Damián, y ya lo ves. ¡Tengo una influencia bárbara, che! Decime. ¿No has visto mi baraja? (Entra por el foro MERCEDES.) ¡Mirá qué paqueta la vieja!... ¡Cualquiera diría que viene de «Las tres bolas», de comprar el anillo!... ¿Apareció la vivorita?

Dichos, MERCEDES; luego DELFINA

MERCEDES.- ¿Dónde fue Damián?

EDUARDO.- Yo no sé.

MERCEDES.- Iba con una maleta.

LAURA.- A la dársena, a acompañar a papá que se va a Montevideo.

MERCEDES.- ¿A qué?

LAURA.- Una comisión de Damián.

MERCEDES.- ¡Es extraño!

EDUARDO.- ¡Qué rebusque para el viejo!

MERCEDES.- Hablé hace un rato con Damián y nada me dijo.

LAURA.- Fue una cosa repentina.

MERCEDES.- ¡Con tal que no sea algún lío de tu padre!

EDUARDO.- ¿Un cuento de papá?... ¡Qué esperanza! ¡Es un hombre muy honrado!

LAURA.- ¡Callate, ingrato!

MERCEDES.- (A DELFINA, que entra.) Aquí está Delfina, que nos sacará de dudas. Ante todo, ahí tienes eso. (Le da a DELFINA un paquetito.)

DELFINA.- ¡El anillo!... ¿Dónde lo encontró?

EDUARDO.- ¡En el suelo!... ¡Qué casualidad que nadie lo haya pisado!

MERCEDES.- ¿Sabes qué comisión le encargó Damián a Jorge?

DELFINA.- Lo mandó a retirar una letra del señor Thompson.

MERCEDES.- ¡Ay, ay, ay! ¿Por qué no me lo dijeron? ¿Por qué no me lo dijeron?... ¡Madre santa! ¡Qué desgracia! (Se echa a llorar.)

DELFINA.- Pero, señora... ¿qué le pasa? ¿Por qué se pone así?

LAURA.- ¡Ave María, mamá!

MERCEDES.- ¡Déjenme! ¡Déjenme! ¡Dios, Dios, Dios!

DELFINA.- Esto es muy alarmante, mamá. ¿Qué es lo que teme?

EDUARDO.- No se puede pedir mayor respeto para un marido.

MERCEDES.- (Enérgica.) ¡Oh! ¡Esto no queda así! ¿Hay tiempo de ir a bordo, verdad? (Intenta salir.)

LAURA.- ¿Qué locura es ésa? mamá? Ven acá.

DELFINA.- ¡Señora! ¿Cómo usted puede pensar semejante disparate?

MERCEDES.- Hija, tengo mis motivos... Anoche estuvo de jugada, y perdió. Hoy se vino desesperado a pedirme plata... Un hombre en esa situación es capaz de todo.

DELFINA.- Sería tan espantoso, que no cabe en lo posible. Venga para acá... Damián está con él... ¡Cálmese!...

MERCEDES.- No; déjenme, déjenme ir. ¡Se evitará todo!

LAURA.- ¡Qué manera de disparar!

DELFINA.- Piense que ante semejante duda tendría yo mayores motivos para sentirme inquieta, y ya me ve... ¡Venga! ¡Venga, le digo!... No se torture en balde... Siéntese...

MERCEDES.- (Sentándose.) ¡Ay!... ¡Dios nos ampare!...

EDUARDO.- ¿Servirá un consejo mío?... ¡Bueno!... ¡Déjenla que vaya!... ¡Mi padre es muy sinvergüenza!...

LAURA.- ¡Eduardo!

EDUARDO.- (A MERCEDES.) ¡Caminá!... ¡Tal vez llegues a tiempo! (La conduce hacia la puerta.)


Telón.