En casa del oculista:005

IV
En casa del oculista (1893)
de Dimitrios Vikelas
traducción de Antonio Rubió y Lluch
V
VI

EL estudiante tapándose el ojo con la mano, con la expresión de un hombre que acaba de sufrir una cauterización, se retiró, mientras la dama elegante á una muda indicación del doctor entró en el gabinete con su hijita.

El subprefecto olvidó la acometida de que acababa de ser víctima ó la perdonó tal vez, viendo que la dama en cuestión, no estaba ya delante. Sacó de nuevo el reloj y miró la hora.

—¿Qué es lo que tendrá esta pobre niña? preguntó la señora Loxia.

—¡Vaya, vaya! exclamó el subprefecto lleno de satisfacción, conque también le pica la curiosidad el informarse de cosas que no la interesan para nada? Y después la molesta á usted que le hagan la más sencilla pregunta. No me he enterado de lo que tiene la muchacha, ni la conozco siquiera.

La vieja llevó la mano á sus labios y, rodeando con gracia su boca con los dedos, trató de disimular la sonrisa que sus ojos descubrían, en lugar de excusarse dirigió al subprefecto una nueva y doble pregunta.

—¿No conoce usted á esta señora? ¿Será pues extranjera?

—No puedo contestar á esta pregunta, porque no soy de aquí.

—¿En dónde pues reside usted?

—Soy el subprefecto de Santorín.

Y poniendo instintivamente la mano al bolsillo, palpó el consabido diario. De buena gana hubiera dado á leer á la vieja aquel artículo, pero pensó que no le convidaban las circunstancias, y retiró la mano vacía.

—¡Ah! con que el señor es subprefecto, replicó al punto la vieja; le deseo que muy pronto ascienda á prefecto.

—Gracias, señora. Dios lo haga.

—¿Y de qué partido es usted ?

—Soy ministerial.

—¡Qué lástima? Entonces no será usted prefecto pronto.

—¿Y porqué?

—Porque caerá el ministerio. Sus días están contados.

—Veo que también se ocupa usted de política, señora Loxia.

—¿Y quién no lo hace en los tiempos que corremos, señor subprefecto?

El ciego interrumpió su conversación, suspirando todavía otra vez de lo más profundo de su corazón.

—¡Dios misericordiosísimo, apiádate de mí!

El subprefecto interrogó á la vieja con sus ojos y poniéndose el índice en la frente, lo sacudió repetidamente, como queriendo decir: ¿No esté en sus cabales?

La señora Loxia contestó con la cabeza negativamente, y puso primero la mano en los ojos, cerrándolos, y luego sobre su corazón. El subprefecto comprendió que el viejo después que perdió la vista sufría una profunda melancolía.

Este diálogo mudo estableció relaciones casi familiares entre la vieja y el subprefecto. Si todavía quedaba entre ellos alguna nubecilla de resentimiento á causa de la pregunta que éste había hecho acerca de si aquel viejo era su marido, se disipó entonces por completo. Reanudaron pues la conversación, interrumpida momentáneamente, con mayor intimidad que antes.

La política hizo el gasto. La señora Loxia contó detenidamente las peripecias de la última lucha electoral en su isla, sin ocultar ni la parte activa que tomó en favor del candidato de la oposición que por desgracia había fracasado en su empeño, ni sus esperanzas en la próxima caída del partido que estaba en el poder.

El subprefecto comenzaba á impacientarse, sobre todo porque le tocaba tomar una parte tan pasiva en la conversación, en la que sólo alcanzaba á mezclar de vez en cuando alguna palabra, interrumpiendo la elocuencia á chorro continuo de su interlocutora, la señora Loxia. Por otro lado toda su atención estaba vuelta hacia la puerta del médico, la cual se abrió al fin, saliendo la dama elegante con su hijita.

El subprefecto cogió su sombrero á toda prisa y siguió al doctor á su gabinete, para consultarle el número de sus anteojos.