En Sant Pedro de Cardeña
Por mando del rey Alfonso
en su escaño está asentado,
su noble y fuerte persona
de vestidos arreado;
descubierto tiene el rostro,
de gran gravedad dotado,
su blanca barba crecida
como de hombre estimado;
la buena espada Tizona
puesta la tiene á su lado:
no parece que está muerto,
sino vivo y muy honrado.
Siete años estuvo así,
como está ya razonado;
por su alma, que es en gloria,
hacen fiesta cada año.
A ver su cuerpo tan bueno
mucha gente se ha llegado,
fuera de donde está el Cid
la fiesta se hizo un año;
su cuerpo quedaba solo,
ninguno le ha acompañado.
Estando d’esta manera
un judío había llegado;
cuidando estaba entre sí
d’esta suerte razonando:
—Este es el cuerpo del Cid
por todos tan alabado,
y dicen que en la su vida
nadie á su barba ha llegado.
Quiero yo asirle d’ella
y tomarla en la mi mano;
que pues aquí yace muerto,
por él no será excusado;
yo quiero ver qué fará,
si me pondrá algún espanto.—
Tendió la mano el judío
para hacer lo que ha pensado,
y antes que á la barba llegue,
el buen Cid había empuñado
á la su espada Tizona,
y un palmo la había sacado.
El judío que esto vido
muy gran pavor ha cobrado:
tendido cayó de espaldas,
amortecido de espanto.
Halláronlo allí caído
los que en la iglesia han entrado;
agua le echan por el rostro,
para facerlo acordado,
y vuelto que fuera en sí
todos le han preguntado
qué cosa fuera la causa
de verlo tan mal parado.
Él luégo les declaró
la causa de lo pasado.
Todos dan gracias á Dios
por el milagro contado,
en se acordar que su siervo
no quiso fuese ensuciado
por mano de aquel judío
que tan mal lo había pensado.
Cristiano se volvió luégo,
Diego Gil era llamado:
fincó en servicio de Dios
en San Pedro el ya nombrado,
y en él acabó sus días
como cualquier buen cristiano.