Elementos de economía política: 67
§. III. De la cuota del interés del capital empleado en la compra de las tierras.
editar 470. No es raro ver confundida la renta, no sólo con el arriendo, mas también con el interés de la suma consagrada a la adquisición del fundo. Esta confusión es causa de muchos errores.
Si el arriendo asciende, verbi gracia, a 20,000 rs. en un fundo comprado por 20,000 duros, el propietario que tiene 20,000 rs. de rédito o de renta, como vulgarmente se dice, calcula muy mal si creo que el rédito de su fundo es de 5 por 100. Es posible, en efecto, que al concluirse el arrendamiento haya entre los colonos o inquilinos menos competencia, y no le ofrezcan por arriendo más que la diferencia exacta entre sus gastos de producción y el valor de los productos, y si bien esta diferencia puede ser mayor, también puede ser menor de 20,000 rs.
Supongamos ahora que el arriendo de esa finca sea doble de la renta: supongamos que la especulación se precipite, hacia la compra de tierras, y que un hombre consienta comprando esa finca, en colocar su capital a 2 ½ p. %; pagará por ella 40,000 duros; pero supongamos también, y esto se ve todos los días, que los arrendamientos en la localidad que tomamos por ejemplo hayan subido de precio a consecuencia de un privilegio, de un monopolio, de una tarifa, por ejemplo, que impida la entrada de los productos similares; por más que el propietario diga que no tiene más que una renta de 2 ½ p. %, la economía política tendrá siempre derecho para responderle: Cobras más de lo que te corresponde, y te has engañado si confundes el arriendo con la renta material de la finca que te han vendido.
Por consiguiente, la cuota del interés de la suma consagrada a la compra de un terreno, no obstante que se confunda con la renta y el arriendo, es siempre una cosa distinta. Comprar un terreno es comprar su renta más o menos bien representada por el arriendo: haciendo semejante operación, puede uno, si ha apreciado mal la renta o las eventualidades del arriendo, encontrar su capital colocado a una cuota inferior a aquella con que había contado cuando tomó por base el arriendo.
Es natural creer que el valor venal de las tierras está en proporción de su rendimiento; pero se ha visto que ese valor puede a veces aumentar más rápidamente que la renta o el arriendo. Con frecuencia oímos decir que, tal o cual terreno produce hoy menos que a principios de este siglo, lo cual no siempre significa que la tierra ha perdido parte de su feracidad, y que el rendimiento ha disminuido, sino que el valor venal de la tierra ha acumulado más que el valor intrínseco. Este aumento corresponde a un pedido mayor de tiempo, resultado de una tendencia particular y momentánea de los capitales tímidos que, no osando lanzarse a los azares de la industria y del comercio, se refugian, digámoslo así, en la compra de tierras, lo cual, en resumen es un mal, por la razón, entre otras, de que los capitales que perseveran mucho tiempo en la misma industria, en la misma casa, tienen, a más de su valor virtual y absoluto, una inteligencia y una práctica de los negocios que los hace más provechosos.
471. La tierra, ya lo sabemos, es un instrumento sui generis, que se diferencia esencialmente de los capitales; pero esta diferencia no impide a los que la poseen tener una grande analogía con los demás capitalistas.
Oigamos a un gran propietario que ha sido uno de los más profundos pensadores de nuestra época:
«No hay términos con qué expresar cuán extraño es, dice Destutt de Tracy [1], que todos los hombres, y especialmente los agrónomos, no hablen de los grandes propietarios de tierras sino con un amor y un respeto verdaderamente supersticioso; que los consideren como las columnas del Estado, el alma de la sociedad, los padres de la agricultura, al paso que, por lo común, prodigan el horror y el desprecio a los prestamistas de dinero, que prestan exactamente el mismo servicio que ellos. Un rico hacendado que acaba de arrendar su cortijo a un precio exorbitante se cree un hombre muy hábil, y lo que es aún más, muy útil; ni la más leve duda le queda en punto a su escrupulosa probidad, y no echa de ver que hace exactamente lo mismo que el más desalmado usurero, a quien escarnece y vitupera sin empacho ni compasión. Acaso su mismo colono, a quien arruina, tampoco advierte esa perfecta semejanza; tanto se dejan alucinar los hombres por el prestigio de las palabras.»
Bastan estas consideraciones para manifestar la profundidad del descubrimiento de Ricardo, y lo importante que sería difundir la enseñanza de las verdades económicas; con esto sólo se lograría desarmar al error que se ostenta arrogante con pretensiones de teoría legítima, y cuyos inconvenientes son tanto mayores, cuanto casi siempre ese error procede de bonísima fe.
- ↑ Elementos de ideología, tomo IV. (Tratado de Economía política), pág. 200.