Elementos de economía política: 02


Prefacio de la primera edición editar

De quince a veinte años hace que se han dado a luz los tratados de Economía política más justamente apreciados que poseemos, desde entonces, aunque las preocupaciones de la escuela proteccionista y las vagas esperanzas del socialismo han adquirido más dominio sobre las cabezas que los sólidos argumentos de la ciencia, como se han publicado trabajos de un mérito eminente [1], como se han sucedido acontecimientos políticos e industriales totalmente imprevistos, se han ventilado numerosas cuestiones, se han efectuado nuevos fenómenos económicos y se han hecho grandes experimentos, hanse podido verificar en mayor escala las leyes inmutables de la producción y del consumo de las riquezas. Tal vez después de haber rendido tanto culto a los añejos errores de la balanza del comercio; después de haber desconocido tanto el principio de población, y de haber contado tanto con las virtudes de no sé cuántas panaceas diferentes, se experimentará, en fin, la necesidad de hacer estudiar a la juventud los principios de una ciencia que utiliza los trechos de la ESTADÍSTICA, se aprovecha de las observaciones de la HISTORIA y de la GEOGRAFÍA, guía más que otra alguna a la ADMINISTRACIÓN de los Estados, indica las verdaderas teorías del COMERCIO y de la INDUSTRIA de la naciones, de una ciencia indispensable a la edad madura, encargada de pedir o de hacer leyes sobre los intereses públicos y privados, y cuya primera obligación debería ser no desconocer las de la naturaleza y la razón.
Estudiando la Economía política, y más adelante, profesándola, me ha parecido que algunos de los autores que se han propuesto vulgarizar los elementos o los principios de esta ciencia se han dejado llevar más de lo justo del deseo de publicar, con harto exclusivismo, los elementos y los principios de su economía política. Yo he procurado evitar este grave inconveniente y no ofrecer a mis lectores más que la exposición y la demostración de las doctrinas más generalmente admitidas, he querido escribir, si me es lícito explicarme así, la gramática de la ciencia, apoyándome en la opinión de los mejores autores, a quienes he hallado concordes más frecuentemente de lo que creen los que los critican sin haberlos leído.
He puesto todo mi conato en que este Compendio se distinga de los demás por definiciones escogidas, por el buen orden en las materias, por el enlace de las proposiciones aceptadas y de los problemas no resueltos, por la claridad y exactitud de las demostraciones y la sobriedad en los hechos y en las cifras; en fin, me he esforzado por conservarme en la ortodoxia científica. Sin embargo, el tratadito elemental, que presento al público tiene únicamente por objeto enseñar a los jóvenes a leer los libros de los maestros y a escuchar con aprovechamiento sus lecciones. No tiene más pretensión que la que indica su título; está destinado a servir de primera lectura a los que han oído hablar de la ciencia en bien o en mal, y quieren formarse una idea clara de las cuestiones que forman parte de su patrimonio, a fin de leer luego con fruto las obras para cuya inteligencia se necesita tener una preparación, sin la cual es muy expuesto dejarse extraviar.
Como he procurado más bien esclarecer que innovar, unas veces he tomado en mis modelos frases textuales, y otras he analizado, comparado o concertado numerosos pasajes de escritos diversos para adaptarlos a las proporciones de mi obra.
Algunos capítulos están tomados de un solo autor, en otros he combinado dos o más autoridades; en todos he introducido el método, la forma y los complementos que me han parecido convenientes para un tratado elemental, y de los que, por consiguiente, soy único responsable.
Los escritos que principalmente me han servido de norma son las de QUESNAY, TURGOT, ADAM SMITH, MALTHUS, RICARDO, J. B. SAY y M. ROSSI. También advertirá el lector en mi obra señales del uso que alguna vez he hecho, además, de los libros publicados por otros economistas franceses y extranjeros.


  1. El Curso completo de J. B. Say no data más que del 1829.