ACTO V

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Telón corto. Sala locutorio en San José de la Penitencia. Puertas laterales; al fondo un ventanal, de donde se ve el patio.


Escena I

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EVARISTA, SOR DOROTEA.


EVARISTA.- (Entrando con la monja.) ¿Don Salvador...?


DOROTEA.- Ha llegado hace un rato: en el despacho con la Superiora y la Hermana Contadora.


EVARISTA.- Allí le encontrará Urbano. Mientras ellos hablan allá, cuénteme usted, Hermana Dorotea, lo que hace, piensa y dice la niña. Ha sido muy feliz la elección de usted, tan dulce, y simpática, para acompañarla de continuo y ser su amiga, su confidente en esta soledad.


DOROTEA.- Electra me distingue con su afecto, y no contribuyo poco, la verdad, a sosegar su alma turbada.


EVARISTA.- (Señalando a la sien.) ¿Y cómo está de...?


DOROTEA.- Muy bien, señora. Su juicio ha recobrado la claridad, y ya estaría reparada totalmente de aquel trastorno si no conservara la idea fija de querer ver a su madre, de hablarle, y esperar de ella la solución de su ignorancia y de sus dudas. Todo el tiempo que la dejan libre sus obligaciones religiosas, y algo más que ella se toma, lo pasa embebecida en el patio donde tenemos nuestro camposanto, y en la huerta cercana. Allí, como en nuestro dormitorio, la idea de su madre absorbe su espíritu.


EVARISTA.- Dígame otra cosa: ¿Se acuerda de Máximo? ¿Piensa en él?


DOROTEA.- Sí, señora; pero en el rezo y en la meditación, su pensamiento cultiva la idea de quererle como hermano, y al fin, según hoy me ha dicho, espera conseguirlo.


EVARISTA.- ¡Su pensamiento! Falta que el corazón responda a esa idea. Bien podría resultar todo conforme a su buen propósito, si la desgracia, ocurrida anteayer no torciera los acontecimientos...


DOROTEA.- ¡Desgracia!


EVARISTA.- Ha muerto nuestro grande amigo, Don Leonardo Cuesta, el agente de Bolsa.


DOROTEA.- No sabía...


EVARISTA.- ¡Qué lástima de hombre! Hace días se sentía mal... presagiaba su fin. Salió el lunes muy temprano, y en la calle perdió el conocimiento. Lleváronle a su casa, y falleció a las tres de la tarde.


DOROTEA.- ¡Pobre señor!


EVARISTA.- En su testamento, Leonardo instituye a Electra heredera de la mitad de su fortuna...


DOROTEA.- ¡Ah!


EVARISTA.- Pero con la expresa condición de que la niña ha de abandonar la vida religiosa. ¿Sabe usted si está enterado de estas cosas Don Salvador?


DOROTEA.- Supongo que sí, porque él todo lo sabe, y lo que no sabe lo adivina.


EVARISTA.- Así es.


DOROTEA.- (Viendo llegar a DON URBANO.) El señor Don Urbano.