Escena X

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MÁXIMO, ELECTRA, el MARQUÉS, PANTOJA.


MARQUÉS.- ¡El enemigo!


ELECTRA.- (Aterrada.) ¡Don Salvador! ¡El Señor sea conmigo!


MÁXIMO.- Adelante, señor de Pantoja. (PANTOJA avanza silencioso, con lentitud.) ¿A qué debo el honor...?


PANTOJA.- Anticipándome a mis buenos amigos, Urbano y Evarista, que pronto volverán a su casa, aquí estoy dispuesto a cumplir el deber de ellos y el mío.


MÁXIMO.- ¡El deber de ellos... usted...!


MARQUÉS.- Viene a sorprendernos, con aires de polizonte.


MÁXIMO.- En nosotros ve sin duda criminales empedernidos.


PANTOJA.- No veo nada, no quiero ver más que a Electra, por quien vengo; a Electra, que no debe estar aquí, y que ahora se retirará conmigo, y conmigo llorará su error. (Coge la mano de ELECTRA, que está como insensible; inmovilizada por el miedo.) Ven.


MÁXIMO.- Perdone usted. (Sereno y grave, se acerca a PANTOJA.) Con todo el respeto que a usted debo, señor de Pantoja, lo suplico que dejo en libertad esa mano. Antes de cogerla debió usted hablar conmigo, que soy el dueño de esta casa, y el responsable de todo lo que en ella ocurre, de lo que usted ve... de lo que no quiere ver.


PANTOJA.- (Después de una corta vacilación, suelta la mano de ELECTRA.) Bien: por el momento suelto la mano de la pobre criatura descarriada, o traída aquí con engaño, y hablo contigo... a quien sólo quisiera decir muy pocas palabras: «Vengo por Electra. Dama lo que no es tuyo, lo que jamás será tuyo».


MÁXIMO.- Electra es libre: ni yo la he traído aquí contra su voluntad, ni contra su voluntad se la llevará usted.


MARQUÉS.- Que nos indique siquiera en qué funda su autoridad.


PANTOJA.- Yo no necesito decir a ustedes el fundamento de mi autoridad. ¿A qué tomarme ese trabajo, si estoy seguro de que ella, la niña graciosa... y ciega, no ha de negarme la obediencia que le pido? Electra, hija del alma, ¿no hasta una palabra mía, una mirada, para separarte de estos hombres y traerte a los brazos de quien ha cifrado en ti los amores más puros, de quien no vive ni quiere vivir más que para ti? (Rígida y mirando al suelo, ELECTRA calla.)


MÁXIMO.- No basta, no, esa palabra de usted.


MARQUÉS.- No parece convencida, señor mío.


MÁXIMO.- Permítame usted que la interrogue yo. Electra, adorada niña, responde: ¿tu corazón y tu conciencia te dicen que entre todos los hombres que conoces, los que aquí ves y otros que no están presentes, sólo a ese, sólo a ese sujeto respetable debes obediencia y amor?


MARQUÉS.- Habla con tu corazón, hija; con tu conciencia.


MÁXIMO.- Y si él te ordena que le sigas, y nosotros permanezcas aquí, ¿qué harás con libre voluntad?


ELECTRA.- (Después de una penosa lucha.) Estar aquí.


MARQUÉS.- ¿Lo ve usted?


PANTOJA.- Está fascinada... No es dueña de sí.


MÁXIMO.- No insistirá usted.


MARQUÉS.- Se declarará vencido.


PANTOJA.- (Con fría tenacidad.) Yo no me creo vencido. La razón siempre está victoriosa, y yo me estimaría indigno de poseer la que Dios me dado y guardo aquí, si no la pusiera continuamente por encima de todos los errores y de todos los extravíos. No, no cedo. Máximo, los metales que arden en tus hornos son menos duros que yo. Tus máquinas potentes son artificios de caña si las comparas con mi voluntad. Electra me pertenece: basta que yo lo diga.


ELECTRA.- (Aparte.) ¡Qué terror siento!


MÁXIMO.- Si quiere usted asegurarse del poder de su voluntad, pruébela contra la mía.


PANTOJA.- No necesito probarla ni contigo ni con nadie, sino hacer lo que debo.


MÁXIMO.- El deber esa es mi fuerza.


PANTOJA.- Un deber con móviles terrenos y fines accidentales. El deber mío se mueve por una conciencia tan fuerte y dura como los ejes del universo, y mis fines están tan altos que tú no los ves, ni podrás verlos nunca.


MÁXIMO.- Súbase usted tan alto como quiera. A lo más alto iré yo para decirle que no le temo, Electra tampoco.


PANTOJA.- Caprichudo es el hombre.


MÁXIMO.- Para que hable usted de metales duros.


MARQUÉS.- Electra volverá a su casa con nosotros...


MÁXIMO.- Conmigo, y esto bastará para que sus tíos le perdonen su travesura.


PANTOJA.- Sus tíos no la perdonarán ni la recibirán mejor viéndola entrar contigo, porque sus tíos no pueden renegar de sus sentimientos, de sus convicciones firmísimas. (Exaltándose.) Yo estoy en el mundo para que Electra no se pierda, y no se perderá. Así lo quiere la divina voluntad, de la que es reflejo este querer mío, que os parece brutalidad caprichosa, porque no entendéis, no, de las grandes empresas del espíritu, pobres ciegos, pobres locos...


ELECTRA.- (Consternada.) Don Salvador, por la Virgen, no se enfade usted. Yo no soy mala... Máximo es bueno... Usted lo sabe... los tíos lo saben... ¡Que no debí venir aquí sola...! Bueno... Volveré a casa. Máximo y el Marqués irán conmigo, y los tíos me perdonarán. (A MÁXIMO y al MARQUÉS.) ¿Verdad que me perdonarán?... (A PANTOJA.) ¿Por qué quiere usted mal a Máximo, que no le ha hecho ningún daño? ¿Verdad que no? ¿Qué razón hay de esa ojeriza?...


MÁXIMO.- No es ojeriza: es odio recóndito, inextinguible.


PANTOJA.- Odiarte no. Mis creencias me prohíben el odio. Cierto que entre nosotros, por causa de tus ideas insanas, hay cierta incompatibilidad... Además, tu padre, Lázaro Yuste, y yo, ¡ay dolor! tuvimos desavenencias de las que más vale no hablar ahora. Pero a ti no te aborrezco, Máximo... más bien te estimo. (Cambiando el tono austero e iracundo por otro más suave, conciliador.) Dejo a un lado la severidad con que al principio te hablé, y forzando un tanto mi carácter... te suplico que permitas a Electra partir conmigo.


MÁXIMO.- (Inflexible.) No puedo acceder a su ruego.


PANTOJA.- (Violentándose más.) Por segunda vez, Máximo olvidando todo resentimiento, casi, casi deseando tu amistad, te lo suplico... Déjala.


MÁXIMO.- Imposible.


PANTOJA.- (Devorando su humillación.) Bien, bien... Me lo has negado por segunda vez... No tengo más que dos mejillas. Si tres tuviera para recibir de tu mano tres bofetadas, por tercera vez te pediría lo mismo. (Con gravedad y rigidez, sin ninguna inflexión de ternura.) Adiós, Electra... Máximo, Marqués, adiós.


ELECTRA.- (En voz baja a MÁXIMO.) Por Dios, Máximo, transige un poco.


MÁXIMO.- (Redondamente.) No.


ELECTRA.- ¿No dijisteis que me llevaríais tú y el Marqués? Vámonos todos juntos. (Esta frase es oída por PANTOJA en su marcha lenta hacia la salida. Detiénese.)


MÁXIMO.- (Con energía.) No... Él ha de irse primero. Cuando a nosotros nos acomode, y sin la salvaguardia de nadie, iremos.


PANTOJA.- (Fríamente, ya en la puerta.) ¿Y a qué vas tú? ¿A empeorar la situación de la pobre niña?


MÁXIMO.- Voy... a lo que voy.


PANTOJA.- ¿No puedo saberlo?


MÁXIMO.- No es preciso.


PANTOJA.- No he pretendido que me reveles tus intenciones. ¿Para qué, si las conozco? (Da algunos pasos hacia el centro de la escena clavando la mirada en MÁXIMO.) No me fío de la expresión de tus ojos. Penetro en el doble fondo de tu mente: allí veo lo que piensas... No te interrogué por saber tu intención, que ya sabía, sino por oírte las bonitas promesas con que le encubres. En ti no mora la verdad; en ti no mora el bien, no, no... no... (Vase despacio repitiendo las últimas palabras.)